Pánico nuclear justificado - por Francesc Sánchez
"Existe en nuestra Europa una extensa franja de territorio que se expande entre los estados de Ucrania, Bielorrusia y la Federación Rusa, en donde todo está muerto. Al menos para nuestra especie."
Chernobil: 20 años de catátrosfre nuclear
Pánico nuclear justificado
por Francesc Sánchez
Existe en nuestra Europa una extensa franja de territorio que se expande entre los estados de Ucrania, Bielorrusia y la Federación Rusa, en donde todo está muerto. Al menos para nuestra especie.
Esta podría ser una breve y radical, pero clara al mismo tiempo, definición para decir en que quedó, ahora hace veinte años, el accidente de la central nuclear de Chernóbil. En una exposición a niveles de radiación muy peligrosos para una población de seis millones de personas, y muy probablemente penosamente letales para los que volvieron a las zonas más contaminadas. Según un informe de la Academia Rusa de Ciencias, 200.000 personas murieron en las tres ex repúblicas afectadas por la contaminación radiactiva; otras 270.000 morirán por cáncer por la misma causa.
Pero el accidente de Chernóbil, aunque seguirá matando a todo aquel que viva en la zona muerta, no debería de verse como un suceso terminado. El sarcófago que recubre los restos del reactor número 4, contiene en su interior un magma aún activo de 190 toneladas de uranio y una tonelada de plutonio; una carga demasiado peligrosa para una estructura protectora llena de grietas, y un suelo húmedo demasiado cercano a las aguas del río Dnieper. De producirse un escape radiactivo importante o un vertido de ese veneno al río, las consecuencias para la salud humana en todo el territorio europeo serian incalculables.
Tras el accidente la Unión Soviética envió a una muerte segura a miles de trabajadores; los llamados liquidadores son los que apagaron los incendios, lanzaron toneladas de materiales pesados sobre el núcleo y finalmente construyeron el gran sarcófago. Nunca he entendido por que siguen llamando héroes a esos trabajadores y militares, en muchas ocasiones ignorantes de su muerte segura y en otras veces forzados a realizar esas tareas, pero lo que es seguro es que sin su trabajo los efectos del accidente habrían sido mucho mayores; muy probablemente como hoy lo serian.
En la actualidad el Estado de Ucrania, ante un importante escape radiactivo o un vertido al río Dnieper, seria plenamente incapaz de hacer nada. La prueba la tenemos en el estado del sarcófago, pero también en toda la zona muerta, llena de residuos radiactivos amontonados en cementerios improvisados que permanecen en la intemperie. La incapacidad y desidia es tal que los técnicos, encargados de las centrales nucleares que permanecen activas en ese país, han estado en muchas ocasiones sin cobrar su sueldo.
La deducción lógica que se desprende de estos hechos es que Ucrania es incapaz de responsabilizarse por si sola de los restos de Chernóbil y de sus centrales nucleares en funcionamiento. Lo mismo sucede con sus residuos. Y esta locura se incrementará con la construcción de veinte nuevos reactores nucleares en los próximos años, que van a tratar tanto de garantizar la enorme demanda energética, por la apuesta de Ucrania por la economía de mercado, cómo para paliar los precios de mercado que Rusia le brinda por la venta de hidrocarburos.
Ucrania por lo tanto tiene un cuadro clínico enfermizo, que es producto de una herencia de basura nuclear de la era soviética, unas ansias de crecimiento y un desarrollo económico por encima de sus posibilidades energéticas. Este déficit energético se deriva forzosamente en una dependencia cada vez más grande en hidrocarburos de procedencia o titularidad de una Rusia, que quiere ejercer cuanto menos nuevamente un poder regional. La convergencia de estos dos últimos factores da como resultado una mala vecindad entre los dos países que no en pocas ocasiones ha creado episodios de tensión.
Los países más industrializados de Europa occidental tras el accidente de Chernóbil, por medio de una nebulosa de acuerdos y compromisos entre las partes implicadas en la catástrofe, lograron finalmente el cierre del complejo nuclear. Sin embargo, en los últimos años la injerencia norteamericana en Ucrania y en general en todas las ex republicas soviéticas, ha dejado entrever un doble juego europeo y una nefasta indefinición de conjunto en seguridad energética y militar, que la Unión Europa ha sido incapaz de articular. Mientras algunos países europeos abiertamente han apoyado en Ucrania a lideres políticos que encajan en su perfil, incomodando en sobremanera esta injerencia a las pretensiones de Moscú sobre la ex república vecina, otros países europeos ―más dependientes de los hidrocarburos rusos― han creado empresas conjuntas para construir nuevos entramados de tuberías alternativos a los que existen en Ucrania.
Bielorrusia la segunda ex república más afectada por la catástrofe de Chernóbil tampoco se escapa de esta lucha de poder absurda entre europeos; mientras la Unión Europea ha censurado en bloque al presidente Lukashenko por despotismo y fraude electoral, la Rusia de Putín le presta todo su apoyo porque es un fiel defensor de sus tesis.
En este escenario, no hay un día en que las exigencias, de grupos ecologistas como Greenpeace y Ecologistas en Acción, por el cierre de reactores nucleares del tipo BRMK ―iguales a los de Chernóbil― en las ex repúblicas no dejen de tener sentido. Pero la realidad es tan compleja, y los esfuerzos entre todos han de ser tan amplios y de tal envergadura, que uno no puede más que esperar que al menos ante el inicio de una nueva crisis nuclear se imponga el sentido común.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Abril 2006.
Artículo nexo relacionado: - Chernobil: 20 años de catásfre nuclear
Chernobil: 20 años de catátrosfre nuclear
Pánico nuclear justificado
por Francesc Sánchez
Existe en nuestra Europa una extensa franja de territorio que se expande entre los estados de Ucrania, Bielorrusia y la Federación Rusa, en donde todo está muerto. Al menos para nuestra especie.
Esta podría ser una breve y radical, pero clara al mismo tiempo, definición para decir en que quedó, ahora hace veinte años, el accidente de la central nuclear de Chernóbil. En una exposición a niveles de radiación muy peligrosos para una población de seis millones de personas, y muy probablemente penosamente letales para los que volvieron a las zonas más contaminadas. Según un informe de la Academia Rusa de Ciencias, 200.000 personas murieron en las tres ex repúblicas afectadas por la contaminación radiactiva; otras 270.000 morirán por cáncer por la misma causa.
Pero el accidente de Chernóbil, aunque seguirá matando a todo aquel que viva en la zona muerta, no debería de verse como un suceso terminado. El sarcófago que recubre los restos del reactor número 4, contiene en su interior un magma aún activo de 190 toneladas de uranio y una tonelada de plutonio; una carga demasiado peligrosa para una estructura protectora llena de grietas, y un suelo húmedo demasiado cercano a las aguas del río Dnieper. De producirse un escape radiactivo importante o un vertido de ese veneno al río, las consecuencias para la salud humana en todo el territorio europeo serian incalculables.
Tras el accidente la Unión Soviética envió a una muerte segura a miles de trabajadores; los llamados liquidadores son los que apagaron los incendios, lanzaron toneladas de materiales pesados sobre el núcleo y finalmente construyeron el gran sarcófago. Nunca he entendido por que siguen llamando héroes a esos trabajadores y militares, en muchas ocasiones ignorantes de su muerte segura y en otras veces forzados a realizar esas tareas, pero lo que es seguro es que sin su trabajo los efectos del accidente habrían sido mucho mayores; muy probablemente como hoy lo serian.
En la actualidad el Estado de Ucrania, ante un importante escape radiactivo o un vertido al río Dnieper, seria plenamente incapaz de hacer nada. La prueba la tenemos en el estado del sarcófago, pero también en toda la zona muerta, llena de residuos radiactivos amontonados en cementerios improvisados que permanecen en la intemperie. La incapacidad y desidia es tal que los técnicos, encargados de las centrales nucleares que permanecen activas en ese país, han estado en muchas ocasiones sin cobrar su sueldo.
La deducción lógica que se desprende de estos hechos es que Ucrania es incapaz de responsabilizarse por si sola de los restos de Chernóbil y de sus centrales nucleares en funcionamiento. Lo mismo sucede con sus residuos. Y esta locura se incrementará con la construcción de veinte nuevos reactores nucleares en los próximos años, que van a tratar tanto de garantizar la enorme demanda energética, por la apuesta de Ucrania por la economía de mercado, cómo para paliar los precios de mercado que Rusia le brinda por la venta de hidrocarburos.
Ucrania por lo tanto tiene un cuadro clínico enfermizo, que es producto de una herencia de basura nuclear de la era soviética, unas ansias de crecimiento y un desarrollo económico por encima de sus posibilidades energéticas. Este déficit energético se deriva forzosamente en una dependencia cada vez más grande en hidrocarburos de procedencia o titularidad de una Rusia, que quiere ejercer cuanto menos nuevamente un poder regional. La convergencia de estos dos últimos factores da como resultado una mala vecindad entre los dos países que no en pocas ocasiones ha creado episodios de tensión.
Los países más industrializados de Europa occidental tras el accidente de Chernóbil, por medio de una nebulosa de acuerdos y compromisos entre las partes implicadas en la catástrofe, lograron finalmente el cierre del complejo nuclear. Sin embargo, en los últimos años la injerencia norteamericana en Ucrania y en general en todas las ex republicas soviéticas, ha dejado entrever un doble juego europeo y una nefasta indefinición de conjunto en seguridad energética y militar, que la Unión Europa ha sido incapaz de articular. Mientras algunos países europeos abiertamente han apoyado en Ucrania a lideres políticos que encajan en su perfil, incomodando en sobremanera esta injerencia a las pretensiones de Moscú sobre la ex república vecina, otros países europeos ―más dependientes de los hidrocarburos rusos― han creado empresas conjuntas para construir nuevos entramados de tuberías alternativos a los que existen en Ucrania.
Bielorrusia la segunda ex república más afectada por la catástrofe de Chernóbil tampoco se escapa de esta lucha de poder absurda entre europeos; mientras la Unión Europea ha censurado en bloque al presidente Lukashenko por despotismo y fraude electoral, la Rusia de Putín le presta todo su apoyo porque es un fiel defensor de sus tesis.
En este escenario, no hay un día en que las exigencias, de grupos ecologistas como Greenpeace y Ecologistas en Acción, por el cierre de reactores nucleares del tipo BRMK ―iguales a los de Chernóbil― en las ex repúblicas no dejen de tener sentido. Pero la realidad es tan compleja, y los esfuerzos entre todos han de ser tan amplios y de tal envergadura, que uno no puede más que esperar que al menos ante el inicio de una nueva crisis nuclear se imponga el sentido común.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Abril 2006.
Artículo nexo relacionado: - Chernobil: 20 años de catásfre nuclear