Las vallas de la muerte - por Francesc Sánchez
"Las ultimas seis muertes en la frontera sur deberían servir cuanto menos para que algunos se sonrojaran al contemplar una de las mayores vergüenzas que existen desde hace una década en el continente europeo."
Tensión y muerte en la frontera sur
Las vallas de la muerte - por Francesc Sánchez
Las ultimas seis muertes en la frontera sur deberían servir cuanto menos para que algunos se sonrojaran al contemplar una de las mayores vergüenzas que existen desde hace una década en el continente europeo. La existencia de unas vallas que separan, con la muerte si es necesario, un continente que se muestra como modelo a seguir en el mundo y otro continente condenado a la perdición durante siglos.
Circunstancias concretas aparte, en lo básico, las vallas de Ceuta y Melilla nada tienen que envidiar al enrejado que se extiende a lo largo de la frontera norteamericana con México, donde cada año miles de espaldas mojadas se juegan la vida cruzando el río Bravo y los desiertos. Estas vallas domesticas, si nos paramos a analizar su función, tampoco se diferencian tanto al muro que se levanta en Israel alrededor de las ciudades palestinas; y si seguimos con la básica analogía será fácil recurrir también al muro que separaba, durante los años de la guerra fría en el pasado siglo, a los berlineses y a dos mundos crueles enfrentados.
La opinión pública en los medios de comunicación y en los círculos políticos se sume en la preocupación, pero el problema –y quizá la vergüenza– les sobrepasa.
Unos retoman las argumentaciones de que es necesario ayudar –e invertir– en los países de origen de los inmigrantes, darles una oportunidad para que se labren su porvenir, y así quizá tratar de disuadirles de su viaje a a la ultima frontera. Muchos de estos son los mismos que dicen que con el país vecino –Marruecos– se ha de ha de tener una muy buena relación, porque en gran medida de su voluntad en sumar esfuerzos como perro guardián, para España estos flujos migratorios serán más o menos preocupantes. Formando parte de esas buenas relaciones, según estas mismas argumentaciones, sería pues Marruecos uno de los interpretes necesarios para poner en marcha y gestionar ese gran plan de ayuda al África sudsahariana.
Desde otros círculos más conservadores abiertamente se apuesta por la confrontación con el país vecino, por presentarse Marruecos como un estado dictatorial interesado que podría no estar solo sacando hábilmente provecho de ésta situación, si no que éste fenómeno podría llegar a formar parte de un calculado plan –la marcha negra– para forzar a España la cesión de Ceuta y Melilla. Sin desdeñar estas posibilidades como una parte más del fenómeno, el problema de ésta gente es que son incapaces de pensar en soluciones para un problema que tiene una envergadura sociológica que sobrepasa las leyes del mercado y los símbolos patrios, y que en ultima instancia de abrirse paso abiertamente el camino hacia el conflicto, los acontecimientos –como sucedió con los penosos episodios de la marcha verde, y no hace tanto con la isla Perejil– mostrarían a Marruecos como firme aliado de los Estados Unidos, y a España como un país que no dispone de un ejercito preparado para ir a ninguna guerra.
Y hay otros que desde posiciones más dignas –pero también más utópicas– que enarbolan la bandera de los derechos humanos, la libre circulación de las personas y los papeles para todos. Estos otros son capaces de entender tanto el sufrimiento humano de los inmigrantes, como el trasfondo sociológico que se esconde detrás de la huida hacia norte, pero quizá no tienen en cuenta suficientemente las limitaciones de los actuales gobiernos nacionales, y de la propia capacidad de los países receptores para acoger de forma digna cada vez a más inmigrantes.
Todas las posturas y argumentaciones, por muy contradictorias que parezcan tienen cierto grado de verdad, y también –trágicamente– flacidez. Complejo e interesante debate es éste, si no fuera porque en él podemos perder un preciado tiempo para salvar muchas vidas.
Quizá aunque sea políticamente incorrecto, se tenga que decir de entrada que ni España, ni tampoco los países que integran la llamada Unión Europea, pueden absorber dignamente todos los inmigrantes que tengan intenciones de vivir y trabajar en el continente. La cohesión social y económica de nuestro país ya bastante frágil, terminaría por romperse. La esclavitud camuflada que existe ya en España, con la contratación de inmigrantes ilegales por parte de empresarios sin escrúpulos se generalizaría, y quién sabe si en un futuro no muy lejano se llegaría nuevamente a legalizar. Un incipiente racismo económico -que se desarrolla en la mente de muchos españoles con los nuevos venidos, y sobre todo en su visión que tienen del tercer mundo- muy probablemente emergería provocando serios conflictos en el seno de la población. Ésta situación explosiva, sería un caldo de cultivo para posturas políticas –amparadas en la supremacía racial o en cualquier tipo de extremismo disfrazado– que podrían poner fácilmente en jaque la convivencia y el propio sistema político.
Pero la postura contraria tampoco nos sirve porque es éticamente vergonzante, generara cada vez una mayor conflictividad con Marruecos, y además es un mal negocio. La creación de más vallas, las expulsiones, y la mirada impasible ante la muerte de los inmigrantes a un paso de su paraíso aparte de la vergüenza que pueda provocarnos, generara más tarde o más temprano una incomprensión, luego una desconfianza y finalmente, un odio del tercer mundo hacia Occidente. Las consecuencias de ese odio, si se instrumentaliza por algunas personas –como ya está sucediendo en otras latitudes del globo–, pueden ser impredecibles.
El vigente sistema económico mundial, que hoy se articula bajo las premisas capitalistas, y que en gran medida es el causante de la huida hacia el norte –por su mala articulación, y ausencia de intervención–, que duda cabe que ante la inestabilidad –tanto en España como en el resto de Europa– una vez más cambiaría de planteamientos. Pero en ningún momento hay que pensar que estos planteamientos vayan a ser hacia mejor, el propio mercado establece la libertad de movimiento de capitales necesaria para que estos puedan largarse hacia donde puedan desarrollar mejor su actividad, que no debemos de olvidar que no es otra que la obtención de beneficios. Las sociedades de Occidente que hoy se benefician por acoger en su seno gran parte del poder de decisión en el vigente sistema económico mundial de jugar mal sus cartas en ésta encrucijada serán las que quedaran más afectadas.
Aristóteles decía que en el termino medio se encuentra la solución. Puede que para algunas cuestiones nos pueda servir, sin embargo, para otras como es el asesinato de estas personas en los últimos días, las medias tintas y la ausencia de una condena contundente nos convierte en cómplices.
Francesc Sánchez - Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación - Redacción. Barcelona, 7 Octubre 2005.
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Circunstancias concretas aparte, en lo básico, las vallas de Ceuta y Melilla nada tienen que envidiar al enrejado que se extiende a lo largo de la frontera norteamericana con México, donde cada año miles de espaldas mojadas se juegan la vida cruzando el río Bravo y los desiertos. Estas vallas domesticas, si nos paramos a analizar su función, tampoco se diferencian tanto al muro que se levanta en Israel alrededor de las ciudades palestinas; y si seguimos con la básica analogía será fácil recurrir también al muro que separaba, durante los años de la guerra fría en el pasado siglo, a los berlineses y a dos mundos crueles enfrentados.
La opinión pública en los medios de comunicación y en los círculos políticos se sume en la preocupación, pero el problema –y quizá la vergüenza– les sobrepasa.
Unos retoman las argumentaciones de que es necesario ayudar –e invertir– en los países de origen de los inmigrantes, darles una oportunidad para que se labren su porvenir, y así quizá tratar de disuadirles de su viaje a a la ultima frontera. Muchos de estos son los mismos que dicen que con el país vecino –Marruecos– se ha de ha de tener una muy buena relación, porque en gran medida de su voluntad en sumar esfuerzos como perro guardián, para España estos flujos migratorios serán más o menos preocupantes. Formando parte de esas buenas relaciones, según estas mismas argumentaciones, sería pues Marruecos uno de los interpretes necesarios para poner en marcha y gestionar ese gran plan de ayuda al África sudsahariana.
Desde otros círculos más conservadores abiertamente se apuesta por la confrontación con el país vecino, por presentarse Marruecos como un estado dictatorial interesado que podría no estar solo sacando hábilmente provecho de ésta situación, si no que éste fenómeno podría llegar a formar parte de un calculado plan –la marcha negra– para forzar a España la cesión de Ceuta y Melilla. Sin desdeñar estas posibilidades como una parte más del fenómeno, el problema de ésta gente es que son incapaces de pensar en soluciones para un problema que tiene una envergadura sociológica que sobrepasa las leyes del mercado y los símbolos patrios, y que en ultima instancia de abrirse paso abiertamente el camino hacia el conflicto, los acontecimientos –como sucedió con los penosos episodios de la marcha verde, y no hace tanto con la isla Perejil– mostrarían a Marruecos como firme aliado de los Estados Unidos, y a España como un país que no dispone de un ejercito preparado para ir a ninguna guerra.
Y hay otros que desde posiciones más dignas –pero también más utópicas– que enarbolan la bandera de los derechos humanos, la libre circulación de las personas y los papeles para todos. Estos otros son capaces de entender tanto el sufrimiento humano de los inmigrantes, como el trasfondo sociológico que se esconde detrás de la huida hacia norte, pero quizá no tienen en cuenta suficientemente las limitaciones de los actuales gobiernos nacionales, y de la propia capacidad de los países receptores para acoger de forma digna cada vez a más inmigrantes.
Todas las posturas y argumentaciones, por muy contradictorias que parezcan tienen cierto grado de verdad, y también –trágicamente– flacidez. Complejo e interesante debate es éste, si no fuera porque en él podemos perder un preciado tiempo para salvar muchas vidas.
Quizá aunque sea políticamente incorrecto, se tenga que decir de entrada que ni España, ni tampoco los países que integran la llamada Unión Europea, pueden absorber dignamente todos los inmigrantes que tengan intenciones de vivir y trabajar en el continente. La cohesión social y económica de nuestro país ya bastante frágil, terminaría por romperse. La esclavitud camuflada que existe ya en España, con la contratación de inmigrantes ilegales por parte de empresarios sin escrúpulos se generalizaría, y quién sabe si en un futuro no muy lejano se llegaría nuevamente a legalizar. Un incipiente racismo económico -que se desarrolla en la mente de muchos españoles con los nuevos venidos, y sobre todo en su visión que tienen del tercer mundo- muy probablemente emergería provocando serios conflictos en el seno de la población. Ésta situación explosiva, sería un caldo de cultivo para posturas políticas –amparadas en la supremacía racial o en cualquier tipo de extremismo disfrazado– que podrían poner fácilmente en jaque la convivencia y el propio sistema político.
Pero la postura contraria tampoco nos sirve porque es éticamente vergonzante, generara cada vez una mayor conflictividad con Marruecos, y además es un mal negocio. La creación de más vallas, las expulsiones, y la mirada impasible ante la muerte de los inmigrantes a un paso de su paraíso aparte de la vergüenza que pueda provocarnos, generara más tarde o más temprano una incomprensión, luego una desconfianza y finalmente, un odio del tercer mundo hacia Occidente. Las consecuencias de ese odio, si se instrumentaliza por algunas personas –como ya está sucediendo en otras latitudes del globo–, pueden ser impredecibles.
El vigente sistema económico mundial, que hoy se articula bajo las premisas capitalistas, y que en gran medida es el causante de la huida hacia el norte –por su mala articulación, y ausencia de intervención–, que duda cabe que ante la inestabilidad –tanto en España como en el resto de Europa– una vez más cambiaría de planteamientos. Pero en ningún momento hay que pensar que estos planteamientos vayan a ser hacia mejor, el propio mercado establece la libertad de movimiento de capitales necesaria para que estos puedan largarse hacia donde puedan desarrollar mejor su actividad, que no debemos de olvidar que no es otra que la obtención de beneficios. Las sociedades de Occidente que hoy se benefician por acoger en su seno gran parte del poder de decisión en el vigente sistema económico mundial de jugar mal sus cartas en ésta encrucijada serán las que quedaran más afectadas.
Aristóteles decía que en el termino medio se encuentra la solución. Puede que para algunas cuestiones nos pueda servir, sin embargo, para otras como es el asesinato de estas personas en los últimos días, las medias tintas y la ausencia de una condena contundente nos convierte en cómplices.
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Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación - Redacción. Barcelona, 7 Octubre 2005.
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