Releyendo Ébano - por Francesc Sánchez

Ryszard Kapuscinki en 1998 nos presenta probablemente su obra más conocida: Ébano. Un texto que nos sumerge en el continente africano que conoció este hombre durante su dilatada experiencia, de al menos treinta años, como reportero, viajante y superviviente. Los movimientos de independencia, los golpes de estado, las guerras civiles y regionales son tan solo unos cuantos de los asuntos tratados en las páginas de Ébano; una obra que al tiempo que nos aporta una visión histórica y crítica considerable, nos permitirá comprender mejor, acercándonos a otra mentalidad y otra concepción del mundo, que esto de África. - seguir leyendo

Reseña literaria en la Sección de Cultura
Releyendo Ébano - por Francesc Sánchez

El primer contacto que tiene Ryszard Kapuscinski con África se produce en 1958, año en el que es enviado a Ghana para cubrir uno de los primeros procesos de independencia que se llevan a cabo en el continente. Tres años antes ―en la isla de Java y a miles de kilómetros de allí― se había celebrado la conferencia de Bandung. Nerhu, Naser, Tito, Suharto, y ―entre otros― Kwame Nkrumah por parte de Ghana, fundaron la Organización de Países No Alineados. Pretendían permanecer al margen de las dos grandes superpotencias, que tras vencer en la Segunda Guerra Mundial, estaban empezando a repartirse el mundo en áreas de influencia. Al mismo tiempo buscaban unos mejores precios en los intercambios comerciales, y cierta colaboración económica y política entre sus miembros. En Bandung de repente emergió el Tercer Mundo.

Kapuscinski nos explicará que en África las descolonizaciones y las independencias fueron acogidas con ilusión y esperanza. En cierto modo ―nos seguirá diciendo― los africanos vieron por primera vez una oportunidad para dejar atrás siglos de esclavismo y otras penalidades; contagiados por el entusiasmo de una generación de jóvenes ―que había sido instruida en Europa―, se sintieron por primera dueños de su destino. Sin embargo estos procesos de independencia fueron condicionados por toda una serie de organizaciones internaciones ―las Naciones Unidas, el propio Movimiento de Países No Alineados, etc.―, que mantenían que para aceptar a los nuevos países, el proceso a seguir tenía que ser consensuado y pacifico. Llegaron a la conclusión de que lo mejor era respetar las fronteras trazadas por las ex metrópolis.

Siguiendo estas recetas los procesos de independencia se fueron dando a lo largo y ancho de toda África con cierta facilidad. Los años sesenta del pasado siglo ―salvo algunas excepciones que no importaban a nadie más que a los implicados― fueron vistos tanto por los africanos como por la comunidad internacional como felices.

Pero África como nos cuenta Kapuscinski es un continente lleno de extremos de todo tipo. Existen desiertos como los del Sáhara, el Kalahari y el Sahel que se extienden desde el Trópico de Cáncer hasta el ecuador, lugar donde aparecen de repente selvas tenebrosas que no invitan a acercarse. La tierra aunque parezca a veces fértil, por lo general es mala, porque las condiciones climáticas son nefastas. Las sequías avanzan y el agua retrocede, y cuando cae, lo hace durante toda una estación sin parar. Y el calor, siempre el calor.

La geografía y el clima condicionan la vida en el continente, y muy probablemente desde hace miles de años han alentado una cultura de supervivencia, que antepone lo comunitario a lo individual. El hecho es que en África la estructura social básica es el clan.

El clan está integrado por familias, que mantienen un antepasado en común, que se extienden y crean alianzas con otros clanes ―conformando tribus― con nuevos matrimonios. Los clanes disponen de un cabecilla, elegido por un consejo de ancianos, y mantienen una asamblea en la que participan todos sus miembros. En África existen estados y con ellos las nacionalidades pero el clan se mantiene siendo aún la unidad social preponderante.

El sistema de creencias más extendido en África gira precisamente entorno a la estructura social del clan. Pues para los africanos existen tres tipos de realidades, la palpable, la de los antepasados y la de los espíritus, que es aquella que desconocen. Estas realidades están íntimamente ligadas entre sí, y el concepto del tiempo queda circunscrito también a ellas. Los antepasados han muerto, pero permanecen con los vivos, y ahí seguirán hasta que siga habiendo descendientes. En África existe diversidad de creencias, en donde se incluyen desde las grandes religiones monoteístas, hasta la gran cantidad de sectas que de ellas proceden, pero esta suerte de animismo natural se mantiene.

África tuvo imperios y reinos como los de Egipto, Kuix, Axum, etc., pero hace unos cuatrocientos años, su desigual y ya de por sí difícil desarrollo, fue fracturado por unos traficantes de esclavos que venían del exterior. Los europeos en el Atlántico y los árabes musulmanes en el Índico, establecieron una serie de enclaves en las costas y en las islas que encontraron, para substraer millones de africanos desde las entrañas del continente, para convertirlos luego en esclavos que terminaron siendo vendidos en América y el Golfo Pérsico. Luego llegó la colonización de los europeos y sus guerras, teniendo en África la primera gran guerra uno de sus escenarios fundamentales.

Retomamos ahora el hilo en el momento en que los años sesenta eran aparentemente felices y se convierten en un infierno. La cuarentena de estados independientes que aparece en África contiene en su interior diferentes comunidades, que tal como decíamos al principio, se ven obligadas a colaborar en la nueva causa patriótica común. Estamos hablando de miles de reinos, federaciones tribales, y clanes muchas veces nómadas, que de repente se encuentran dentro de unos estados con fronteras bien delimitadas. Se encuentran dentro y con la responsabilidad de compartir el poder. Se encuentran limitados por las fronteras, y ante una mala temporada de cosecha por una sequía, o la perdida de sus animales, terminan amontonándose en suburbios entorno a las ciudades. Este complejo panorama pronto será aprovechado por militares de segunda ―que fueron instruidos en el ejército colonial y que pertenecen a uno estos clanes desplazados del campo― para dar golpes de estado, que terminaran muchas veces en guerras civiles y guerras regionales.

Los países africanos que a finales de los años cincuenta ingresaban en el Movimiento de Países No Alienados, durante la década de los años setenta y ochenta conformaran un campo de batalla más de la guerra fría, donde los Estados Unidos y la Unión Soviética, venderán cantidades ingentes de armamento y se enfrentaran ideológicamente. Ejemplos de esto son la caída de Hailee Selassie en Etiopia y la ascensión de Mengistu, la posterior guerra con la guerrilla de Eritrea, y la guerra civil en Angola, que termino convirtiéndose en una contienda regional.

Por su parte las ex metrópolis europeas siempre venderán armamento, y en algunos casos ayudaran militarmente a uno de los bandos enfrentados, y en la mayoría sencillamente no intervendrán, mientras el continente se desangra. Hay muchos ejemplos, pero dos de ellos por su trascendencia cualitativa ―me refiero a genocidios― y cuantitativa ―millones de muertos― deberían de retenerse en nuestra retina: las matanzas de hutus y tutsis que se empezaron a dar en Ruanda desde su independencia hasta el genocidio de 1994, y la sangría que aún se produce en el sur del Sudan.

Para no extenderme más, me gustaría ir terminar con unas palabras de Kapuscisnki:

¿La imagen de África que se ha forjado Europa?

Hambre, niños-esqueleticos, tierra tan seca que se resquebraja, chabolas llenando las ciudades, sin ropa sin medicinas, sin pan ni agua. De modo que el mundo se apresura a socorrerla. Igual que en el pasado, África es hoy contemplada como un objeto, como reflejo de una estrella diferente, terreno de actuaciones de colonizadores, mercaderes, misioneros, etnógrafos y toda clase de organizaciones caritativas (sólo en Etiopía su número supera las ochenta).

Sin embargo, más allá de todo esto, África existe para sí misma y dentro de sí misma, como un continente aparte, eterno y cerrado, tierra de bosques de plátanos, de campos de mandioca, pequeños e irregulares, de selva, del inmenso Sáhara, de ríos que van secándose lentamente, de florestas cada vez más ralas, de ciudades monstruosas y cada vez más enfermas; como una parte del mundo cargada con una especie de electricidad inquieta y violenta.


Francesc Sánchez - Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación - Redacción. Barcelona, 30 Marzo 2007.

Artículo relacionado: - Nos ha dejado Ryszard Kapuscinski