El oficio de historiador – por Francesc Sánchez


Hay momentos decisivos sobre los que no somos capaces de medir ni su entidad ni sus consecuencias. Lo decía Lluís Foix en una entrevista que le hice recientemente comentando que él siendo corresponsal de La Vanguardia en Inglaterra vivió el ascenso de Margaret Thatcher como algo importante tanto para la política interna como internacional, pero ni él ni nadie supo ver que La Dama de Hierro iba liderar junto a Ronald Regan el asalto final a la Unión Soviética y una revolución en el ámbito económico y en las formas que lo iba a transformar todo llegando hasta nuestros días. De ahí que el papel del periodista es indispensable, pero para comprender mejor el mundo se deba acudir también al trabajo del historiador: mientras uno vive la historia informando del presente el otro la explica cuando ha pasado un tiempo prudencial. Tampoco podemos dar más entidad que la que tiene a unos hechos que aún se están produciendo: puede haber un momento histórico, pero eso no significa que vaya a marcar una tendencia perdurable en el tiempo o a ser irreversible. Los que ya me conozcan saben que para mí ambos oficios están intrínsecamente unidos: no puedo entender un periodista que no conozca bien la historia contextualizando aquello de lo que está informando como tampoco un historiador que no difunda su trabajo y lo conecte con el presente. De esta forma tenemos por un lado que un conflicto armado como el de la Guerra de Iraq para comprenderlo se deba explicar cuáles fueron sus antecedentes y los motivos que lo han hecho posible, y de otro, una investigación histórica sobre el pasado, que quiera cumplir el objetivo de aportar conocimiento más allá del reducido circulo de historiadores, un objetivo social, debe difundirse, y también deba quedar conectada el presente, por una ley tan básica, pero a veces tan escurridiza, que nos dice que lo que hoy sucede es consecuencia precisamente de nuestro pasado. Por ese motivo los historiadores como los periodistas deben conocer muy bien el presente.

Invertir lo que acabo de decir trae el problema del presentismo y, su contrario, el eternalismo: mientras que el presentismo nos puede llevar a enjuiciar el pasado bajo unas concepciones sociales y culturales actuales, su contrario, el eternalismo nos llevaría a hacer lo mismo con el presente, pensando que hay una ley inmutable bajo una concepción que forma parte del pasado. Cuestión diferente es que aborrezcamos hechos del pasado o que no compartamos las concepciones culturales y sociales del presente, pero una cosa es nuestra opinión y otra bien distinta el conocimiento que podamos obtener del pasado y del presente. Un grado más en el presentismo es el llamado revisionismo histórico sobre un relato del pasado comúnmente aceptado que normalmente tiene motivaciones políticas: la historia como toda ciencia está abierta al descubrimiento de nuevas fuentes y datos que pueden llegar a modificar el relato aceptado, pero nunca podemos omitir los que ya tenemos o ir más allá y pasar a invertir la carga de la prueba anteponiendo nuestra opinión o interpretación a los hechos. En la antropología física o biológica el descubrimiento de los restos de nuestros antepasados desplazó las teorías seudocientíficas y religiosas, pero como decía, los nuevos descubrimientos hacen que nuestro conocimiento sea más amplio: estos nuevos datos no invalidan los anteriores, ni dan carta de naturaleza a los que tienen fe en la teoría de la creación, sin más los complementan. No encuentro tampoco que los que tengan fe deban darse golpes de pecho: la fe y la religión van más allá de Adán y Eva y mueve montañas porque lo puede todo. Yo prefiero pensar que los textos religiosos cumplieron y siguen cumpliendo un papel en muchos que nos ayudan a comprender mejor tanto el pasado como el presente.

El objetivo del historiador es explicar toda la historia, con todo tipo de fuentes, incluidas las cinematográficas como comentábamos con María Luisa Pujol, pero es este mismo historiador el que elige por fuerza que hechos a estudiar y esto ya es una delimitación de su campo de estudio. Esto no debe confundirse con el evitar aspectos de esos hechos que ha elegido que menos le encajen o más le molesten. Como cualquier ser humano el historiador tiene sus ideas de ahí que no pueda haber neutralidad, pero si honestidad con uno mismo y hacia quién va destinado su trabajo, una aspiración a ser objetivo, si no nos encontraríamos en una impostura. Mi forma de entender la historia es aquella que bajo mi criterio va más allá de mis propias motivaciones y cumple también un cometido social: nada de esto tiene que ver con las tendencias culturales o sociales establecidas, que por otro lado normalmente son inducidas políticamente o a través de grupos de presión en los medios de comunicación, si no hacía aquello que yo considero que afecta un mayor número de personas. De ahí que mi última entrevista con Alexandre Rigol no sólo sea importante porque en ella él explica el horror de los campos de concentración y exterminio que afectaron a millones en el pasado -incluidos a miles de españoles- si no también porque nos pone en estado de alerta en el presente. El ascenso del fascismo, y su cara más brutal, el nazismo, no se debió a un momento de locura colectiva transitoria que afectó a los europeos si no que fue un proceso imperceptible al principio que empezó con el fracaso de la sociedad liberal para afrontar los problemas del momento: cuando se brutalizó la política y se pasó a la imposición por la fuerza bruta ya fue tarde para desandar el camino. Entonces todo se rompió, y aquel sueño europeo bienintencionado quedó truncado y se transformó en una terrible pesadilla.

De ahí que piense que la ética debe acompañar siempre tanto al historiador como al periodista: debemos ser críticos y debemos denunciar lo que nos parezca injusto, pero no debemos usar el pasado y el presente como un arma arrojadiza por motivaciones políticas, menos cuando éstas pretenden dividir a la sociedad y enfrentarla. No debemos nunca mentir sobre el pasado y el presente. Parece obvio. Pero algunos no lo tienen tan claro. Con la propagación y popularización de Internet nunca había sido tan fácil comunicarse con los demás, proporcionándonos herramientas para obtener conocimiento, intercambiar opiniones, e investigar tanto el presente como el pasado, pero esto mismo se ha convertido también en un caballo de Troya con el que la mentira se ha expandido como nunca. Igual de nocivo es creerse con la verdad absoluta: el pasado, como comentábamos con Jesús Callejo en otra entrevista, está lleno de portadores de la verdad que terminaron eliminando a los disidentes. La verdad en la historia y en el periodismo la aportan los hechos, pero estos hay que saber interpretarlos, esa es la luz que nos ilumina entre las tinieblas, una aspiración a entender el pasado y el presente. De ahí que, por todo lo que he querido compartir hoy vosotros, los que nos tomamos en serio este oficio debemos mantenernos firmes en nuestros principios haciendo correctamente nuestro trabajo, y aquellos que lo recibís, más o menos críticamente, siempre sin dejar de pensar por vosotros mismos, en vuestra mano está en valorarlo.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 27 Abril 2021.