Los demonios de Ucrania – por Francesc Sánchez


Los acontecimientos en Ucrania desde que Rusia la ha invadido militarmente son terribles y merecen nuestra condena. No puede justificarse esta agresión por parte del Ejército ruso, pero haríamos un flaco favor en llevarnos por las emociones y poner en cuarentena el pensamiento racional para explicar tanto porque hemos llegado a esta situación, que es lo que está sucediendo ahora, y hacia donde puede ir todo. Ese es el cometido de este artículo.

El Ejército ruso empezó con bombardeos selectivos para destruir los aeropuertos y los sistemas de radares para neutralizar la fuerza aérea ucraniana, pero a los pocos días pasó a bombardear el ajuntamiento de Járkov y la torre de telecomunicaciones de Kiev. Hoy el ataque parece generalizado, y el último objetivo a tomar ha sido la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa. Los civiles muertos, aunque no sean de momento el objetivo, se cuentan por centenares, y el número de bajas militares es una incógnita, porque cada lado muestra unas cifras que me parecen muy bajas. Es una guerra extraña en la que vemos tanto cómo se protegen muchos civiles en el metro o en sus refugios, cómo el movimiento de cientos de miles refugiados hacia los países limítrofes, vemos también de vez en cuanto algunas explosiones, imágenes de algunos tanques o helicópteros, imágenes por satélite del avance de los rusos, pero no vemos combates. Da la sensación de que los militares rusos y ucranianos se lo toman con calma antes de matarse, o que el reporterismo de guerra, mientras recibimos imágenes caseras tomadas por teléfono móvil, ha pasado a la historia. Llevamos días en que parece que va a caer Kiev bajo las botas rusas, mientras muchos civiles armados quieren defender la ciudad cavando trincheras o montando barricadas, y otros llevando a cabo una suerte de resistencia pacífica frente a las tanques, precipitándose inevitablemente hacía una matanza, pero esto de momento no pasa. Y mejor que no pase. Este es el nuevo tipo de guerra del siglo XXI en Europa. Una guerra en la que mientras aparecen imágenes de miles de chechenos armados hasta los dientes que parten hacia la guerra, el presidente Volodímir Zelenski, un cómico y actor que salía en una serie de televisión en la que hacía de presidente, no sólo se ha convertido en un presidente de verdad, sino que además se ha convertido en un héroe nacional y en la gran esperanza blanca de occidente frente a la barbarie.  

En Europa, la buena se entiende, estamos promoviendo sanciones contra los rusos para destruir su economía, y promover una revuelta interna que desestabilice al gobierno del Kremlin de Putin, mientras este detiene a manifestantes contrarios a la guerra por centenares, promoviendo una ley draconiana de represalias, y cierra el acceso a las redes sociales occidentales. Resulta que occidente ha cortado el acceso al sistema SWIFT a varios bancos rusos impidiendo que se realicen transacciones financieras internacionales, pero esto se ha hecho selectivamente porque el comercio de hidrocarburos entre Rusia y el resto de los países europeos sigue intacto. Esto sucede cuando varios países europeos antes de que empezará la invasión pasaron armamento ligero a los ucranianos, y ahora la propia Unión Europea haya creado «un fondo para la paz» con el que comprar armamento ofensivo para pasárselo a estos mismos ucranianos. Josep Borrell, el Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, se ha venido arriba defendiendo los derechos humanos y la libertad de los que son agredidos. Pedro Sánchez ha pasado de enviar cascos y chalecos antibalas, y a colaborar en «el fondo para la paz», a enviar directamente también armamento ofensivo. No es de extrañar que Putin, ofendido, haya afirmado que destruirá el transporte de estas armas antes que lleguen a su destino, y empecemos a temblar cuando nos amenaza con «la disuasión nuclear». El intercambio de misiles nucleares no va a pasar porque ya hace mucho que la Doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada nos enseñó que es imposible vencer en una guerra nuclear, pero esto no significa que disuasión nuclear no exista y por esa razón se pueda destruir países enteros hasta los tuétanos y otros sean intocables. Lo mismo sucede con el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en el que ahora los nuestros quieren excluir a Rusia, pero no nos dicen porque razón sólo hay cinco miembros permanentes desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Tengo el convencimiento de que todo esto que hoy presenciamos era innecesario. Nos equivocamos terriblemente en los sucesos de Kiev de 2014. Pero para entender completamente lo que está sucediendo debemos retroceder más en el tiempo. Se cometió un error en abandonar a la deriva una Rusia heredera de la Unión Soviética en manos de Yeltsin hasta el punto de que «la gran transición», descrita muy bien por Rafael Poch de Feliu, fue el ascenso tanto de una oligarquía procedente de la «nomenclatura», como la caída en los infiernos para un pueblo ruso que siempre ha formado parte de Europa pero que nunca ha conocido las libertades y derechos que nosotros disfrutamos. Probablemente muchos de nuestros lideres políticos pensaron que occidente finalmente venció en la Guerra Fría, y era mejor una Rusia debilitada que ayudarla a democratizarte y desarrollarse tanto social como económicamente. Hacía falta una humillación de Rusia y la obtuvieron. De ahí que, manteniendo lo presente, me cause sonrojo cuando oigo a algunos lideres políticos denunciar la autocracia de Putin y acto seguido exigir la democratización de Rusia. Putin existe porque las condiciones que había en Rusia eran propicias para que se hiciera con el poder, y se iniciara un restablecimiento tanto interno como externo de la heredera de la superpotencia. Por mucho que la democracia en Rusia sea una ilusión cuenta con un gran apoyo social porque mejoró económicamente la vida de muchos y puso en cintura a los nuevos capitalistas. Putin durante sus primeros años de mandato fue considerado un aliado hasta que la lógica occidental de derribo continúo su marcha y éste pegó un golpe encima de la mesa. El problema es que Putin después de los conflictos de Georgia, Crimea, Siria, y ahora toda Ucrania, en los que el desencuentro con occidente fue total, ha decidido finamente romper con occidente. Por muy endiablado y enajenado que nos parezca sigue el único plan que considera que debe de seguir para mantenerse no sólo él en el poder sino también para mantener el poder de la propia Rusia.

En cualquier caso, hay un tema seguridad que afecta a todo el continente europeo que es insoslayable y hoy con la invasión de Ucrania nos ha explotado en las narices. En lugar de mantener las promesas a Gorbachov mientras aún existía la Unión Soviética sobre la no ampliación de países miembros en la OTAN hacia el Este, y buscar una seguridad compartida, se pasó a obviarlas cuando ésta desapareció. Muerto el perro se acabó la rabia. Hoy nos puede resultar extraño que Putin este obsesionado con esta cuestión y no comprendamos el porqué ha decidido iniciar una guerra total contra un pueblo hermano, pero duramente mucho tiempo desde occidente se ha tratado a Rusia como una fortaleza que había que derribar. El problema es que hoy desde esta fortaleza han empezado a salir los barbaros y nos ponen a todos muy nerviosos. La distancia entre Gorbachov y Putin es abismal, mientras el primero quería democratizar la Unión Soviética, terminar con la Guerra Fría, construir un mundo mejor, y le dejamos caer en beneficio del liquidador Yeltsin, el segundo está actuando con una Ucrania que le ha sido infiel con occidente cómo uno de los personajes malvados que aparecen en las novelas de Dostoievski y que termina asesinándola.

Nos afecta Ucrania porque a los ucranianos los vemos personas como nosotros y están muy cerca de nuestra tierra. Pero deberíamos hacer un ejercicio retrospectivo y sinceridad recordando que esto que Putin hace hoy en Ucrania no es tan diferente a lo que Estados Unidos y sus aliados, entre los que España se encuentra, hicieron en Iraq, o lo que hace desde hace décadas hace Israel con Palestina, o el papel que ha tenido occidente en todos los conflictos en Oriente Medio. La diferencia política, más allá de esta cercanía que nos pueden provocar los ucranianos, es que esta vez las atrocidades las hacen nuestros adversarios en una Europa, que, desde la Segunda Guerra Mundial, si exceptuamos el desastre yugoslavo en el que asistimos miserable e impertérritamente durante una década mientras se desangraban pueblos que habían convivido en paz durante mucho tiempo, no conocía los horrores de la guerra. Si algo positivo podemos extraer de todo esto es que los europeos nos unimos frente a esta barbarie por temor, algo muy parecido a lo que sucedió durante la Guerra Fría, con un desarrollo económico y social que hacía perder el sentido a una revolución socialista, que hizo posible la unión de los europeos, y exponía a Europa como un mundo prometedor hacía los demás tanto por sus derechos y libertades como por su Estado del Bienestar, pero este sentimiento que ahora vuelve aparecer no debería ser conducido hacia un nuevo desastre, si no servir para defender aquellos valores que creemos que son mejores a los que pueden tener otros en estos momentos.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 5 Marzo 2022.