En guerra contra la historia – por Francesc Sánchez

 


La guerra en Ucrania nos ha pillado desprevenidos a todos porque no esperábamos que pudiera darse una invasión como la que contemplamos en el corazón de Europa en pleno siglo XXI. Los servicios secretos norteamericanos lo advertían pero no los creíamos porque pensábamos que sus advertencias formaban parte del pulso político entre Washington y el Kremlin que desde hace ya al menos catorce años, por no ir más allá, mantenían en una suerte de Guerra Fría en la que no se anteponen dos sistemas económicos pero si no dos formas de poder en el mundo: el de la democracia liberal que durante mucho tiempo ha promovido la globalización económica, y el del conservadurismo oligárquico que promueve un mundo dividido en bloques. Putin ha percibido que no había espacio suficiente para estos dos modelos en lo que él considera su área de influencia y ha decidido traer la guerra una vez más a un continente europeo que ha olvidado su pasado. Esta guerra de agresión injustificable que sufren los ucranianos debemos de buscar la forma de resolverla, evitando tanto la destrucción de este país durante generaciones, como un enfrentamiento abierto con Rusia, y también, se ha de decir en voz alta, evitando la pérdida de los valores y principios que como europeos tenemos, entre ellos la democracia y el derecho a la discrepancia, la libertad de pensamiento y expresión, en suma, valores y principios que, atrapados por la vorágine de la guerra, pueden verse seriamente amenazados.

El siglo XX en Europa podemos cortarlo por la mitad en función de las dos guerras mundiales iniciadas por los alemanes y la ascensión de las dos superpotencias que «convivieron» durante la Guerra Fría, para dar paso durante el colapso soviético a la descomposición de -prácticamente- una civilización hasta la ascensión de Putin, momento en que Rusia ha vivido un restablecimiento en este siglo XXI, que hoy nos llevado a una ruptura con su régimen. En este artículo vamos a ahondar en estas cuestiones.

Homo sovieticus

Se suele recordar que la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871) es el antecedente de la Primera Guerra Mundial, pero si retrocedemos más en el tiempo no podemos obviar la Guerra de Crimea (1853-1856) entre la alianza entre el Reino Unido, Francia, el Reino de Cerdeña, y el Imperio otomano, contra el Imperio ruso. Y retrocediendo más en el tiempo las Guerras Napoleónicas (1803-1815) que llevaron a los soldados franceses al corazón de Rusia y que Tolstoi inmortalizó en su obra Guerra y Paz. El detonante de la Gran Guerra (1914-1918) fue el atentado mortal en Sarajevo contra el heredero del Imperio austrohúngaro Francisco Fernando y los bombardeos en forma de represalias que llevaron a cabo los austriacos sobre Belgrado. Lo que más nos interesa de la Gran Guerra en este artículo es que los estragos en los campos de batalla sobre el ejército ruso terminaron precipitando en 1917 la caída del Imperio ruso de los Romanov y la ascensión, primero, durante la Revolución de Febrero, de un gobierno provisional liderado por Alelksándr Kérenski, y después, durante la Revolución de Octubre, de los soviets liderados por los bolcheviques de Vladimir Lenin, que promovían una concepción socialista que iba a transformar definitivamente tanto al hombre como a la propia Rusia en todos los sentidos, e iba proyectarse al resto del mundo como un sistema alternativo al hegemónico capitalista, en aquel momento no olvidemos dominado por Imperios europeos. Esta nueva realidad política dio paso la Guerra Civil entre el Ejército Rojo, liderado por León Troski y el Ejército Blanco, que quería la restitución del zar, apoyado por una seria de potencias extranjeras. Finalmente vencen los bolcheviques y en el mes de diciembre de 1922 crean la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, después de fusionar varias repúblicas, entre las que se encuentra la República Socialista Soviética de Ucrania. Lenin puso en marcha un ambicioso plan económico que llamó la Nueva Política Económica que era una suerte de capitalismo de Estado para recuperar la economía de la Unión Soviética de los estragos de la Guerra Civil. El sucesor de Lenin es el georgiano Iósif Stalin, el que podemos considerar el arquitecto del Estado soviético: puso en marcha definitivamente la industrialización en un país inminentemente agrario, pero también fue el que levantó plenamente el Estado totalitario, con «las purgas sobre sospechosos de quintacolumnismo», entre 1936 y 1938, que terminaron con la vida de entre 600.000 y 2.000.000 de soviéticos, y es recordado también tristemente por los ucranianos como el responsable de la gran hambruna de 1932 y 1933, bautizada por estos bajo el nombre Holodomor, que afectó particularmente a los ucranianos, aunque no solo, matando a más de 4 millones de personas, cuando el Estado expropió las tierras a los propietarios y se puso en marcha una gran colectivización en toda la Unión Soviética.

Esto debería inquietarnos

Para entender lo que sucedió en esos momentos de entre guerras en Europa hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial debemos prestar atención a un proceso histórico que afectó a toda Europa, pero particularmente a la Alemania vencida, y un conflicto que nuestros antepasados vivieron completamente. Los perdedores de la Gran Guerra fueron los Imperios centrales, incluido el Imperio ruso que se retiró de la contienda, y que como hemos visto dio paso poco después a la Unión Soviética. El Imperio austrohúngaro se descompuso y en función de los Catorce puntos del presidente Woodrow Wilson eclosionaron toda una serie de Estados nacionales, como Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, pero también Estonia, Lituania, y Letonia. El Imperio alemán, que nunca fue invadido, nada más terminar la guerra vivió un proceso revolucionario que terminó fracasando, y dio paso a la República de Weimar. La nueva Alemania fue sometida a duras sanciones de guerra en el Tratado de Versalles que lastraron su economía, y que tras el crack de 1929 trajeron la pobreza a la inmensa mayoría de alemanes. La semilla estaba sembrada para que los grandes industriales auparan al poder a un movimiento político, el nacionalsocialista, que les iba a defender de los revolucionarios de izquierdas, iba a levantar de nuevo la patria erradicando la democracia, promover su propia revolución en la búsqueda del hombre nuevo, y a traer la guerra de nuevo al continente europeo.

Pero antes de que Adolf Hitler pusiera en acción sus planes expansionistas por todo el continente, mientras en todos esos nuevos Estados que antes hemos mencionados ascendían al poder lideres autoritarios que levantaban sus respectivas dictaduras, para hacer un cordón de seguridad sobre los revolucionarios, debemos prestar atención a lo que sucedió en España. En nuestra tierra en 1931 se proclamó la Segunda República, pero después de tres gobiernos, dos de izquierdas y uno de derechas (intercalados), buena parte de los militares en 1936 se alzaron contra el gobierno legitimo y se inició la Guerra Civil, en la que los alemanes de Hitler y los italianos de Benito Mussolini, tuvieron un papel fundamental para derrotar a los republicanos. Fue entonces cuando hacia el final de la Guerra Civil, el 29 de septiembre de 1938, aquellas democracias, Francia y el Reino Unido, que no habían ayudado militarmente a la República pactaron con Hitler en el Acuerdo de Múnich, permitiendo al Tercer Reich el despedazamiento de Checoslovaquia con la anexión de los Sudetes habitados mayoritariamente por alemanes. Este movimiento se produjo después de la unión del Sarre, la remilitarización de la Renania, y el Anschluss (la anexión de Austria). Por si faltaba algo los soviéticos y los alemanes el 23 de agosto de 1939 se repartieron Polonia en el Pacto Ribbentrop-Molotov. El 1 de septiembre los nazis invaden Polonia y se inicia la Segunda Guerra Mundial.

Los alemanes invadieron la Unión Soviética y estuvieron muy cerca de alcanzar Moscú. El General Invierno, conocido por Napoleón, y las fábricas de armamento de los Urales, repelieron el ataque, pero eso no evitó se produjeran millones de víctimas (de entre ellas más de 4 millones de alemanes y más de 23 millones de soviéticos). Iósif Stalin lideró a la Unión Soviética en lo que los rusos bautizaron como la Gran Guerra Patriótica, marcándose un antes y un después en el cerco de Leningrado, la batalla de Stalingrado, y la batalla de Kursk. Los soviéticos fueron los primeros en liberar los campos de la muerte nazis en Polonia, como el de Auschwitz, que, en su conjunto, repartidos por todo el centro de Europa, asesinaron a 11 millones de personas (entre ellos 6 millones de judíos), y ocupar Berlín, levantando la bandera roja sobre el Reichstag, mientras Hitler se suicidaba en el bunker de la Cancillería. Pero los soviéticos también cometían crímenes, lean a Vasili Grossman en Stalingrado o Vida y Destino. La guerra fue atroz en territorios como el de Ucrania en donde se enfrentaron los soviéticos con los alemanes, y también con seguidores ucranianos de la misma ideología cómo Stepán Bandera, que hoy en la guerra actual son elevados a los altares por algunos grupos armados resisten al Ejército ruso.

Mundo bipolar

Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki zanjaron la Guerra del Pacífico que enfrentó a los americanos con el Imperio del Sol de los japoneses, pero también fue un claro mensaje hacia la Unión Soviética. En la Conferencia de Yalta y en la Conferencia de Potsdam los aliados durante la guerra se dividieron Europa en zonas de control directo e influencia. Mientras los soviéticos ocupaban militarmente todas las tierras de Berlín hasta la frontera soviética, los aliados occidentales hacían lo propio de Berlín hasta Normandía. Los Estados Unidos en el año 1949 crean la OTAN y en 1955 la Unión Soviética crea el Pacto de Varsovia. Se anteponían dos sistemas y dos formas de entender el mundo, por un lado, una democracia liberal capitalista y por el otro una democracia popular socialista que se exponían al resto de un mundo, que se emancipaba de los imperios europeos, como ejemplo a seguir. Se puede afirmar que el sistema occidental era más libre que la dictadura comunista al otro lado del Telón de Acero, pero es indudable que la influencia y control norteamericano sobre Europa occidental fue definitiva. Los Estados Unidos promovieron el Plan Marshal como estimulo para recuperar las economías europeas destrozadas, y durante mucho tiempo no solo permanecieron soldados americanos en suelo europeo, un hecho que aún perdura, sino que se vigiló de cerca cualquier movimiento izquierdista. Este fue el mundo de la Guerra Fría en el que la guerra se expulsó del continente europeo hacia un Tercer Mundo, que pese la Conferencia de Bandung y el Movimiento de los Países No Alineados no lo logró escapar de las dos superpotencias, en conflictos como los de Corea (1950-1953), Vietnam (1964-1975), Angola (1961-1975), Iraq e Irán (1980-1988), Afganistán (1978-1992), o todas las guerras entre los Estados árabes e Israel. Por no hablar de los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios, con sus respectivos golpes de Estado, en varios países de América Latina. Hecho que no evitó que se dieran en Europa revueltas políticas con contenido social como, la rebelión de Hungría (1956), las revueltas en Polonia, la Primavera de Praga o el Mayo del 68 francés.

Rostro humano

En este contexto de tensión, en el que el mundo vivió al borde de un enfrentamiento nuclear, sin embargo, se dio algo muy positivo: la construcción europea por iniciativa de Francia y Alemania que dejaban atrás más de un siglo de beligerancia a cambio de construir una realidad económica y política beneficiosa para todos los europeos. Hecho político de vital importancia que además fue acompañado desde el fin de la guerra con políticas sociales importantes en lo que se vino a llamar desde entonces como el Estado del Bienestar: los europeos con una sociedad en la que podían ver resuelta su vida holgadamente ya no tenían necesidad de hacer ninguna revolución, y los que permanecían al otro lado del Telón de Acero, fueron tentados por este capitalismo de rostro humano que crearon los socialdemócratas y democristianos. Mientras tanto en la Unión Soviética llegó al poder el ucraniano Nikita Kruschev, sabrán que fue el que entregó Crimea a la República de Ucrania, pero también fue el que llevo a cabo una crítica interna hacia la política interna de Stalin, e inicio, no menos importante, un periodo de coexistencia pacifica con los Estados Unidos. Le sucedió Leonid Brézhnev que volvió a situar a la Unión Soviética en liza en la carrera de armamentos, y luego llegaron los breves mandatos de Yuri Andrópov, y Konstantín Chernenko, que presagiaban que algo no funcionaba bien este sistema. La Unión Soviética era una superpotencia militar, exportaba su sistema al resto del mundo, y enviaba cosmonautas al espacio. Pero fallaba algo, claro, la libertad.

Hundimiento

La libertad y sobre todo la economía. La bajada del precio del petróleo, después de la crisis energética de 1973, la ingente cantidad de dinero destinada al gasto militar, la Guerra de Afganistán, el desastre de Chernóbil, y una economía que no atendía suficientemente a los bienes de consumo, convencieron definitivamente a Mijaíl Gorbachov de que la Unión Soviética necesitaba cambios estructurales en su economía, y también democracia: esto fue la Perestroika (restructuración económica) y la Glásnost (transparencia informativa). La idea de Gorbachov no era terminar con el sistema soviético, ni muchos menos con el Estado, si no transformarlo en una democracia con una economía que funcionase realmente. Estos cambios innovadores en la Unión Soviética fueron recibidos tanto con perplejidad por los lideres del resto de países del Pacto de Varsovia, como positivamente por sus pueblos. Así que en el momento que el Ministro de Asuntos Exteriores Eduard Shevardnadze promovió que cada país del Pacto de Varsovia siguiera su camino, y que Gennadij Gerasimov, el Jefe de Comunicación del Ministerio de Exteriores, bautizo como la Doctrina Sinatra (my way, cada cual a su manera), entonces el castillo de naipes del socialismo real en Europa se cayó por su propio peso. El símbolo de todo esto fue la caída de Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. No obstante, y esto es importante, la Unión Soviética seguía existiendo y Gorbachov en la Carta de Paris de 1990 acordó con el resto de los líderes europeos el fin de los bloques militares y propuso una seguridad colectiva europea. El Pacto de Varsovia poco después fue disuelto pero la OTAN se mantuvo. Luego vino el golpe contra Gorbachov y la ascensión de Boris Yeltsin, subiéndose primero a un tanque para liderar la oposición a los militares sublevados, y luego al poder total, para llevar a cabo desde la Jefatura de Rusia el que es considerado por muchos rusos cómo «la mayor tragedia del siglo XX»: la firma conjuntamente con Leonid Kravchuk, presidente de Ucrania, y con Stanislav Shushkévich, presidente de Bielorrusia, del acuerdo de Belavezha por el que se procedía a la disolución de la Unión Soviética como Estado y como realidad geopolítica.

Restablecimiento

El desastre de Yeltsin con el plan de choque capitalista llevo a la bancarrota a la Unión Soviética, generando al mismo tiempo grandes fortunas entre la «nomenclatura» del partido (los oligarcas) como una pobreza generalizada entre la población, mientras todos los miembros del Pacto de Varsovia entraban progresivamente no solo en la Unión Europea, si no también en la OTAN. Hecho que no evitó que Yugoslavia entrara en un ciclo de sangrientas guerras civiles mientras Europa permanecía estupefacta hasta que la OTAN decidió bombardear Serbia. El sucesor de Yeltsin fue Vladimir Putin y lo primero que hizo fue iniciar la segunda guerra contra los chechenos, hecho que ya de por si fue toda una declaración de intenciones. Putin ordenó la economía rusa y puso en cintura a los oligarcas, diciéndoles que ellos se dedicaran a hacer negocios que él ya se encargaría de la política. Restableció un Ejército que en tiempos de Yeltsin vendía como chatarra sus buques y submarinos nucleares. Putin durante mucho tiempo fue un aliado de occidente, prestando su apoyo a los Estados Unidos después de los Atentados del 11 de Septiembre de 2001, hasta que las «revoluciones de colores» en lo que antes era una su área de influencia, fueron interpretadas como un ataque frontal contra su sistema de poder. Ahí es cuando entra en marcha la «teoría de la fortaleza asediada», de la que salieron sus militares para intervenir todos aquellos países que antes formaban parte de la Unión Soviética, y ahora el Kremlin quería recuperar bajo su área de influencia. Eso fue lo que sucedió en Georgia en el 2008 con la disputa de las regiones de Osetia del Sur y Abjasia. En el momento en que los occidentales declaran una zona de exclusión aérea sobre Libia durante la revuelta de 2011 y hacen desaparecer el régimen de Gadafi, Rusia dice abiertamente que les han engañado. El apoyo Rusia a Bashar Al Asad en el 2015 en la Guerra Civil que mantiene contra parte de su pueblo y el islamismo radical ya fue claramente una intervención fura de su área de influencia.

Putin mantiene que «se engañó a Rusia» durante el gobierno de Gorbachov y Yeltsin con respecto a la ampliación de la OTAN, y que no le ha quedado más remedio que iniciar esta guerra que hoy contemplamos. La Guerra en Ucrania es injustificable desde todos los puntos de vista humanitarios, pero es una acción política que ha decidido Putin por no haberse aceptado sus condiciones de neutralidad de este país, en un momento de gran debilidad en occidente. Las escenas que nos llegan a través de los reporteros guerra o las grabaciones que hacen los propios ucranianos son dantescas. Mariúpol ha quedado devastada. Las víctimas de todo el conflicto se cuentan por miles. Más de 3 millones de refugiados huyen a Polonia, Rumania, Moldavia, Bulgaria, Bielorrusia, y Rusia. Una guerra que probablemente podía haberse evitado si los sucesos de 2014 no se hubieran producido o si se hubieran reconducido de una manera certera: en esto occidente tiene también su cuota de irresponsabilidad, pero ahora no podemos enmendar el pasado, si no solucionar el presente. Mientras Putin sea declarado un criminal de guerra por Joe Biden, no dejándole ninguna salida en un momento en que nos amenaza con armas nucleares, y los ucranianos quieran luchar hasta el final, no parece verse la luz en el final del túnel. La OTAN permanece al margen porque Rusia no ha atacado a un país miembro de la organización, Ucrania no forma parte de OTAN, pero occidente, incluidos muchos países europeos no solo han sancionado a la economía rusa, sino que han enviado armamento a los ucranianos para matar a soldados rusos, que resisten legítimamente a esta agresión e invasión, aunque les estemos enviando a una guerra muy díficil de ganar. Por lo que podría decirse que, aunque nuestros ejércitos no se enfrenten directamente en Ucrania, hoy estamos en una guerra con Rusia.

Cuestión de fondo

Hablamos en términos militares, pero desde hace al menos catorce años se anteponen dos formas de entender el mundo que, aunque la guerra con Rusia parece haber deglutido, son irreconciliables. La democracia liberal no es perfecta, y entre sus debilidades se encuentra su mayor virtud que es el derecho a la discrepancia, de ahí que concurran fuerzas políticas que proponen no solo políticas concretas diferentes, si no formas diferentes de entender el mundo: el problema es que esta debilidad de nuestra democracia es la coartada para la ascensión de fuerzas políticas que quieren terminar con esta misma democracia. El particularismo ruso ha sido explicado, pero es difícil a veces de explicar por qué en países occidentales desarrollados social y económicamente, se ha dado esta disrupción con la ascensión de fuerzas políticas de extrema derecha, que nos recuerdan de alguna forma a las que hubo en el pasado en el periodo de entre guerras. Y el problema, en mi opinión no solo se encuentra en la existencia de estos grupos, si no en aquellos que financieramente les apoyan, y en el fracaso de un modelo liberal, como sucedió antes de la ultima conflagración mundial, que ha promovido desde hace décadas una globalización económica que ha excluido a muchos, tanto en occidente como en el resto del mundo, no haciendo posible algo tan elemental como la posibilidad para muchos de educarse, trabajar, y crear un proyecto de vida. Durante mucho tiempo eso fue posible en Europa, y también en los Estados Unidos, porque se aprendido de los errores del pasado, pero hoy desmemoriados nos encontramos una vez una en una bifurcación histórica: nos conmueven los refugiados ucranianos, nos oponemos a la dictadura de Putin, que hoy no aprobaría este artículo, y probablemente me enviaría al frente ucraniano por escribirlo, pero el problema de fondo queda sin resolverse.

Bibliografía:

Documentos

Artículos

Entrevista

Libros

  • FONTANA, Josep (2017) El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914. Crítica. Barcelona.
  • HOBSBAWN, Eric (2010) Historia del siglo XX. 1914-1991. Crítica. Barcelona.
  • JUDT, Tony (2018) Una historia de Europa desde 1945. Taurus. Barcelona.
  • KERSHAW, Ian (2019) Ascenso y crisis. Europa 1950-2017: un camino incierto. Crítica. Barcelona.
  • Lewin, Moshe (2021) El siglo soviético: ¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética?. Crítica. Barcelona.
  • Poch de Feliu, Rafael (2003) La gran transición. Rusia 1985 – 2002. Crítica. Memoria Crítica. Barcelona.
  • Service, Robert (2010) Historia de Rusia en el siglo XX. Crítica. Memoria Crítica. Barcelona.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 21 Marzo 2021.