Iraq: La extinción de los reporteros guerra - por Francesc Sánchez

Desde que en Iraq empezó la guerra el 20 de Marzo de 2003 han muerto 48 periodistas y 18 colaboradores en manos de los diversos bandos enfrentados; al menos un número similar de profesionales han sido en algún momento secuestrados.

Ésta larga lista (*1) que empezó a impactar a la ciudadanía española con la muerte de Julio Anguita Parrado y José Couso Pemuy, se ha ido engrosando de forma silenciosa conforme la guerra oficial ponía punto y final, y el país quedaba en bajo la ocupación militar norteamericana.

Escenario

Quizá nunca en una guerra había habido antes un despliegue de medios y profesionales tan amplio como en la guerra de Iraq; mientras la aviación aliada bombardeaba los cuarteles y los mercados de Bagdad, la ciudadanía pudo ver y oír desde sus casas el impacto y el colorido nocturno de las explosiones que las bombas inteligentes y los misiles provocaban. Los periodistas atrincherados en el hotel Palestina, pese a sus limitaciones, consiguieron evocar en esas noches ―como en una película, pero bien real en este caso― los bombardeos sobre las ciudades europeas de la Segunda Guerra Mundial. Al día siguiente, salían del hotel e intentaban acercarse a los lugares destruidos. Es en estas salidas cuando los fuegos de artificio nocturnos mostraban sus funestas consecuencias en los cuerpos de soldados y civiles iraquíes.

El 7 de Abril, mientras el ejército norteamericano avanzaba, Julio Anguita Parrado y Christian Liebig ―por El Mundo y por Focus respectivamente― fueron asesinados por un misil iraquí cuando éste destrozó un centro de comunicaciones del ejército norteamericano. Eran los primeros muertos del «empotramiento» o como dicen los anglosajones: los periodistas «embedded»; formula aplicada por primera vez en una guerra, en la que los periodistas acompañan a las unidades militares al frente.

El día siguiente, el 8 de Abril, José Couso Pemuy y Taras Protsyuk ―por Tele5 y Reuters respectivamente― fueron asesinados cuando un tanque norteamericano disparó un cañonazo contra la principal sede de los periodistas en Iraq, el hotel Palestina. El edificio desde el cual los periodistas días antes habían estado retransmitiendo los fuegos de artificio para centenares de canales de televisión alrededor del mundo, fue atacado premeditadamente.

Desarrollo

Poco después el ejército norteamericano entró en Bagdad, y se derribó una estatua de Saddam Hussein ubicada en una plaza frente al hotel Palestina. Todos los periodistas convirtieron la plaza en una especie de gran plató de televisión, desde el cual emitieron lo que para muchos telespectadores fue sin duda el fin de la guerra.

Sin embargo, la guerra continuaba. El estado iraquí cayó y por unos días se produjeron saqueos hasta en los lugares más insospechados; desapareció material médico de los hospitales, y el museo arqueológico de Bagdad fue desvalijado, un pillaje sin fin propiciado por la pasividad del ejército norteamericano. Mientras la estructura estatal, social y cultural iraquí se descomponía, y los tiroteos callejeros vaticinaban por donde iba a ir la metodología de la transformación de la guerra, la mayoría de los periodistas abandonó Bagdad.

Es en este momento en el que los bandos quedan definitivamente encubiertos gracias a la incompetencia del invasor, cuando la información en Iraq deja de ser fluida y fiable. Las cuentas entre muchos iraquíes se saldan a balazos, y el crimen convencional fomenta la industria del secuestro. Miles de mujeres son secuestradas por bandas mafiosas de procedencia extranjera, para ser vendidas como mano de obra barata a las vecinas monarquías del Golfo Pérsico. Dentro de ésta dinámica de secuestros los diferentes grupos armados, ya transformados en una verdadera guerrilla, empiezan a secuestrar a soldados, funcionarios y trabajadores de los ejércitos y multinacionales que invaden y se reparten el territorio. Los pocos periodistas que siguen en Iraq no son una excepción, muchos de ellos son secuestrados, unas veces por los grupos de resistentes, otras por las bandas mafiosas, y otras por las franquicias de la inefable Alqaeda, que irrumpe en el país pocas semanas después.

Los asesinatos, muchas veces a mano de extraños grupos armados de dudosa afiliación a lo que entendemos como resistencia iraquí, siembran el temor entre los periodistas. Miles de paramilitares, contratados por los nuevos grupos políticos, las embajadas, y las multinacionales, contribuyen cuanto menos a sembrar mayor confusión en las refriegas armadas.

A todo esto hay que sumar que la muerte y el maltrato «en manos de los buenos», es decir del ejército norteamericano, no terminó con el ataque al hotel Palestina. Sirva como caso dudosamente aislado el ejemplo de Giuliana Sgrena.

Giuliana Sgrena, enviada especial del periódico italiano Il Manifesto, fue como otras secuestrada por un grupo armado de la resistencia, posteriormente cuando fue liberada y conducida por los servicios secretos italianos hasta un lugar seguro, fue herida cerca de un control por los soldados norteamericanos, varios de los agentes italianos corrieron peor suerte. Ésta periodista, como otros que fueron atacados por el ejército americano, resolvió que «fue objetivo precisamente por desarrollar un trabajo incomodo para muchos en un país invadido».

La muerte y los secuestros, medran la moral de los profesionales para acudir a trabajar al país, y la información queda detrás de oscuras pantallas gubernamentales, y escasos despachos de agencias, que en la mayoría de veces solo repiten la versión oficial facilitada por Washington.

Extinción

Dos años y medio después del inicio de la guerra y de la caída del estado en Iraq, en lo que respecta a la profesión periodística, se ha desarrollado un retroceso histórico ―al menos hasta antes de la guerra del Vietnam― que costara mucho tiempo corregir y superar.

Los periodistas empotrados ―controlados y censurados por los ejércitos― no pudieron desarrollar adecuadamente su trabajo, si no que se convirtieron en una arma propagandística. La inseguridad, por los secuestros y asesinatos, ha roto la máxima de que el periodista tiene una cruz roja tatuada en la cabeza, son como los propios sanitarios objetivos necesarios.

La clara intención de control y censura de la información por parte de Washington, y las más que dudas sobre el desmadre de las tropas que ha provocado muertes de periodistas ―en algunos casos con premeditación, asesinatos―, cierran el funesto panorama.

Por todo ello y de forma compresible, el reporterismo de guerra ―al menos en Iraq y siempre claro, contemplando algunas sanas excepciones― se puede decir que tiene el acta de defunción.

Circunstancia que no debería ser suficiente para que el propio desarrollo de la información ―y hasta de la opinión― desde las redacciones en Occidente, de todo lo que lo que acontece en Iraq, parece que se haya contagiado de una sola versión de la historia, que no solo relata sesgadamente lo que pasa hoy en Iraq, si no que moldea a su gusto el pasado, la composición política, social, cultural y religiosa de la tierra entre los rios.

(*1). Se puede consultar el listado de la muertes de periodistas y colaboradores, y algunas de las posibles causas de su muerte, en este enlace del web de Reporteros sin fronteras - enlace

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación - Redacción. Barcelona, 31 Agosto 2005.

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