Mientras mis compatriotas más jóvenes queman pólvora en las calles en la verbena de Sant Joan me dispongo a ver una vez más
Siroco
de Curtis Bernhardt, una película del género negro ambientada en la
ciudad de Damasco en el año 1925: los franceses administran el
territorio sirio por un Mandato de la Sociedad de Naciones después de
que con sus compañeros de armas anglosajones en la Gran Guerra hayan
procedido a despedazar el Imperio otomano en el Tratado de Sèvres.
Resulta cuanto menos curioso que Francia obtuviera tanto este territorio
que devendrá en Siria como el que después integrará El Líbano, donde
tuvieron en el pasado una notable presencia, si contemplamos que los
franceses no tuvieron un gran papel durante la Gran Guerra en Oriente
Medio: los que sí lo tuvieron fueron los árabes. En el momento en que la
Sublime Puerta se convierte en un aliado de las Potencias Centrales los
británicos desde El Cairo idean un plan de desestabilización contra el
Imperio otomano asesorando y armando a las tribus árabes bajo la promesa
que una vez terminada la guerra obtendrán un Estado. La negociación
entre el general Henry McMahon y Hussein, el jerife de la Meca, de 1915,
lo contemplaba todo: primero la reivindicación de todo el territorio
por parte Hussein, luego la exclusión de gran parte de la franja de
Levante, un pequeño territorio que Hussein abandona en el Norte, y
finalmente una gran esfera de influencia de Bagdad a Basora. Sin
embargo, un año después, en 1916, dos funcionarios, el ingles Sykes y el
francés Picot deciden en un despacho repartirse el territorio bajo los
acuerdos que llevan su nombre: una zona de administración para los
ingleses con con una esfera de influencia, que se corresponde
básicamente a lo que más tarde será Iraq y Jordania, una zona de
administración francesa con una esfera de influencia, que se corresponde
a lo que hoy es Siria y El Líbano, y una zona internacional que se
corresponde con la Palestina histórica. Es interesante que este reparto
lo llevan a cabo los británicos mientras estos asesores de los que más
arriba hablaba, entre los que sobresale el joven Thomas Edward Lawrence,
y los hijos de Husein, entre los que sobresale Feisal, están liderando
una revuelta armada que está tanto creando en la región a todo tipo de
dificultades a los turcos como generando un sentimiento de unidad entre
la población que será el germen del nacionalismo árabe.
Si esto no fuera suficientemente desconcertante un año después, en
1917, el ministro de Exteriores británico, Arthur James Balfour, envía
una declaración al barón Lionel Walter Rothschild, para que a su vez se
la haga llegar a la Federación Sionista de la Gran Bretaña e Irlanda, en
la que promete lo siguiente:
El Gobierno de Su Majestad contempla con
beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el
pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la
realización de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará
nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las
comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el
estatus político de los judíos en cualquier otro país.
Estas breves palabras de la Declaración Balfour las recordaran los
sionistas y tendrán una gran transcendencia en las subsiguientes décadas
cuando los judíos supervivientes de la Segunda Guerra Mundial crean el
Estado de Israel. Por lo tanto, tenemos promesas para los árabes y ahora
también para los judíos. Pero debemos volver a la Gran Guerra. En 1918
las tribus árabes entran en Damasco y se apoderan de la ciudad: el
Imperio otomano ha sucumbido y la guerra ha finalizado. Llega el momento
de la paz sobre los vencidos que se materializa en el Tratado de
Versalles con respecto a Alemania, pero el que más nos interesa, como
apuntaba más arriba, es el Tratado de Sèvres de 1920, por el que los
aliados quieren despedazar todo el Imperio otomano. La intención de los
aliados no sólo era desgajar los territorios incluidos en los Acuerdos
Sykes-Picot si no de despedazar toda Asia Menor: jugada que no les sale
bien porque mientras se negociaba esto Mustafá Kemal Atatürk, liderando
el movimiento nacional turco, rompe con el sultán, establece una
Asamblea en Ankara, e inicia una guerra de independencia enfrentándose a
los griegos, armenios y franceses. Tres años después, en 1923, los
aliados reconocen en el Tratado de Lausana las fronteras de la República
de Turquía. En cuanto al resto: los británicos y los franceses se
reparten en Mandatos el territorio en el Acuerdo de San Remo de 1920. El
Reino Unido administra tanto el territorio que llaman Mesopotamia, que
en más adelante se conocerá bajo el nombre de Iraq (con población
mayoritariamente árabe musulmana, pero de interpretación chiita en el
Sur, y sunnita en el centro y Norte, con el añadido de los que son de la
étnica kurda), separando ya en ese momento un pequeño territorio en el
Sur que será Kuwait, como lo que será luego Jordania, y también la
Palestina histórica. En cuanto a Francia administra el resto del Levante
que quedará repartido luego en El Líbano (con población
mayoritariamente musulmana chiita, sunnita, drusos, y cristianaos
maronitas, ortodoxos de Antioquía, católicos melquitas, armenios, y
protestantes y Siria (con población mayoritariamente musulmana pero
dividida entre sunnitas, chiitas, alauitas, y drusos, y cristiana), y el
interior que luego también formará parte de este Estado. Este acuerdo
es avalado por la Sociedad de Naciones que, todo sea dicho, controlan el
Reino Unido y Francia.
Leo Amery, uno de los jóvenes colaboradores del Primer Ministro Lloyd
George, nos ofrece una clave fundamental para entender lo que querían
los británicos:
El mayor yacimiento petrolífero del mundo
se extiende hasta Mosul y más allá, aunque no fuera así, deberíamos,
por razones de seguridad, controlar suficiente territorio ante nuestros
importantísimos petrolíferos como evitar el riesgo de que fueran
invadidos al empezar la guerra. (MacMillan: 2005)
Los árabes nunca obtendrán el gran Estado que deseaban. Feisal nunca
gobernará Siria, pero los británicos le adjudicaran Iraq, donde será
asesorado por Gertrude Bell (la que realmente confeccionó Iraq), y esta
monarquía se mantendrá hasta que los militares dan un golpe en 1958
matando a su hijo e instauran la República de Iraq. En cuanto a su
hermano Abdullah será rey de Transjordania, sus descendientes gobernaran
Jordania hasta nuestros días. Y el padre de ambos reinará en el Hiyaz
hasta que Ibn Saud termine por echarle en 1924 fundando la dinastía que
dará nombre al Reino de Arabia Saudita.
En la película asistimos a un enfrentamiento entre los árabes y los
franceses que sitúan en el año 1925: la posición de los franceses es que
están haciendo cumplir un Mandato de la Sociedad de Naciones, y la
posición de los sirios es la de resistentes frente al ocupante para la
obtención de la independencia: para esto no dudan en matar a soldados
emboscándolos o metiendo bombas en los restaurantes que frecuentan. El
general LaSalle quiere meter mano dura, pero el coronel Feroud le
disuade haciéndole ver que se ha de acordar una tregua con los árabes y
entablar negociaciones. Harry Smith entra en todo esto porque es un
superviviente que saca partido al conflicto vendiendo alimentos a los
franceses y armas a los árabes asegurando que su posición es
«absolutamente neutral». Mientras en los personajes interpretados por
Humphrey Bogart en
Casablanca de Michael Curtiz y en
Tener y no tener
de Howard Hawks el punto de partida es parecido aquí el personaje de
Harry Smith es más difícil: probablemente porque en esas otras películas
estaba muy claro que bando representaba el bien y cual el mal: esto en
Siroco queda más difuminado porque mientras los árabes son mostrados
como despiadados sanguinarios, no perdamos de vista que su tierra está
ocupada por los franceses, y como dice el coronel Feroud, los respeta
porque «creen en la causa que defienden». Los actores secundarios
cumplen su función porque son muy efectivos. Si a esto le sumamos una
excelente ambientación de las callejuelas y del subsuelo de Damasco, que
nos recuerda a
El tercer hombre de Carol Reed, tenemos una
película redonda, que como hemos visto tiene un escenario riquísimo que
ha ido tejiendo la historia, que podríamos hacer llegar hasta nuestros
días.
T.O.: Sirocco
. Producción: Santana Pictures Corporation.
Productores: Henry S. Kesler, Robert Lord.
Director: Curtis Bernhardt.
Guión: A.I. Bezzerides, Hans Jacoby (basada en la novela de Joseph Kessel).
Fotografía: Burnett Guffey.
Director artístico: Robert Peterson.
Montaje: Viola Lawrence.
Música: George Antheil.
Intérpretes: Humphrey Bogart (Harry Smith), Märta
Torén (Violette), Lee J. Cobb (Coronel Feroud), Everett Sloane (General
LaSalle), Gerald Mohr (Major Jean Leon), Zero Mostel (Balukjiaan), Nick
Dennis (Nasir Aboud), Onslow Stevens (Emir Hassan).
Blanco y Negro – 98 min.
Estreno en Estados Unidos: 1951
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Julio 2020.