Las Crónicas marcianas de Ray Bradbury – por Francesc Sánchez
La primera expedición termina mal. Una pareja de marcianos, que podría ser como la de cualquier pareja estadounidense, ve rota su rutina diaria por la llegada del primer cohete: no presenciamos ni el descenso ni el encuentro pero intuimos todo lo que ha sucedido. Los primeros hombres que llegan en la segunda expedición quieren comunicarse con los marcianos pero éstos no les hacen caso porque es impensable tanto su existencia como su relato. Cuando creen que por fin son bien recibidos descubren que las cosas no son como parecen. Pero es en la tercera expedición cuando lo fantástico se pone a la altura de los asombroso: nada más aterrizar pueden ver una mansión como las de la Tierra, hablan con una mujer que asegura que se encuentran en el año 1926, y lo más inquietante, descubren un pueblo habitado por los familiares de la tripulación muertos tiempo atrás. En la cuarta expedición se toman precauciones: previamente al desembarco de todos del cohete se ha hecho un vuelo de reconocimiento en el que descubren que las ciudades marcianas han sido abandonadas. Todas están vacías salvo una en la que se han encontrado miles de cuerpos de marcianos muertos por la varicela, una enfermedad que de alguna manera han tenido que contagiarles la expediciones precedentes. Marte está desolado pero preparado para la colonización.
Llegan los primeros colonos y el trabajo que tienen por delante es titánico: plantar árboles para conseguir un aire más rico en oxigeno, levantar las primeras ciudades con materiales terrícolas, y cavar en las entrañas del planeta para extraer sus minerales. No todos los marcianos han desparecido: en El encuentro nocturno un hombre recorre una carretera y se encuentra con un vehiculo volador del que desciende uno de ellos. Sin embargo hay algo que no cuadra en este encuentro: cada cual puede ver las luces de su ciudad pero son incapaces de ver las de su contrario. Lo que para el hombre son las ruinas del pasado para el marciano es la presencia de la bulliciosa ciudad en plena actividad que le espera. Mientras la colonización en Marte sigue su curso en la Tierra sucede algo sorprendente: todos los negros han recogido sus bultos y se proponen dirigirse a Marte. Durante años en secreto construyeron sus cohetes y los blancos que tan bien les habían tratado como sirvientes, y hasta les habían concedido algunos derechos, se quedan estupefactos. En Usher II tenemos un homenaje a Edgar Alan Poe: en la Tierra hace años que se está practicando la censura hasta el extremo de eliminar físicamente todos los libros fantásticos, por lo que un excéntrico millonario ha construido una copia fidedigna de la famosa mansión.
Los pocos marcianos que sobrevivieron a la enfermedad viven alejados de sus ciudades ―éstas como decíamos más arriba fueron abandonadas― en los márgenes de la nueva civilización terrícola, sin embargo, como sucede en El marciano, algunos aparecen bajo una forma que no les corresponde. Solo harán acto de presencia colectivamente en un momento crucial para los hombres: Sam se ha retirado del servicio y ha construido con su mujer el que considera como el mejor kiosco de salchichas de todo Marte. Entonces recibe una visita inesperada. Un marciano precede a una comitiva que quiere comunicarle un acuerdo importante. Sam instintivamente lo recibe mal y al darse cuenta de lo que ha hecho decide escapar con su mujer en un barco de arena. Los marcianos lo cercan y le hacen mirar hacía los cielos: algo terrible acaba de suceder. La guerra en la Tierra ha hecho abandonar Marte a los hombres quedando en el planeta solo los que no se han enterado. Veinte años después Hathaway, el arqueólogo de la cuarta expedición, recibe con su familia al capitán Wilder, compañero suyo: ha regresado de un largo viaje por Júpiter, Saturno y Neptuno. En El picnic de un millón de años llegan algunas familias para quedarse. Los padres de una de estas familias les han prometido a sus niños que podrán conocer finalmente a los marcianos.
Desde la publicación de Crónicas marcianas se han escrito multitud de obras de ciencia ficción, muchas de ellas llevadas a la gran pantalla, pero lo que sorprende de los relatos de Ray Bradbury es la fecha de su publicación, adelantándose al inicio de la carrera espacial y al desarrollo de la tecnología que irá pareja a ésta, y la plena vigencia de mucho de su contenido, planteando dilemas aplicables a nuestra sociedad, o quién sabe si a una de futura en el otro planeta. Podemos si queremos hacer una lectura social de la sociedad en la que vivía Ray Bradbury en los años cincuenta del pasado siglo: desde la vida de las familias de clase medias consumistas, a la «caza de brujas» del macarthismo, al racismo (que en el texto veremos que es hacía los negros pero también hacía los marcianos), y a la percepción de la carrera armamentística que durante la guerra fría amenazaba con la destrucción del planeta. En sus relatos asistiremos al encuentro entres dos civilizaciones, una que va a desaparecer, y otra que ha llegado para quedarse, que recreará sus ciudades y la forma de vida terrícola en Marte, pero que se verá incapaz de mantenerse. Este punto lo encuentro el más importante porque la llegada a Marte y la colonización del planeta no ha generado una unión en la Tierra, si no que por el contrario se mantiene la rivalidad, y en Marte se desarrolla una colonización que no es tan diferente de la que llevó a cabo el hombre blanco en el pasado, pudiéndose establecer una paralelismo claro en la conquista del norte del continente americano y ―aunque en el planeta rojo no hay batallas― en el exterminio de los indios. El desarrollo de la tecnología ha permitido a los humanos alcanzar Marte y crear tanto maquinas como vida artificial que le hacen la vida más confortable y conllevable (el edificio que habita uno de los ingenieros genéticos en Blade Runner se llama precisamente Bradbury), pero esta misma tecnología es la que ha destruido la Tierra, porque no ha ido de la mano de un desarrollo humano como personas y como colectivo. Marte entonces se convertirá, ahora sí finalmente, en una esperanza.
This self-portrait of NASA’s Curiosity Mars rover shows the vehicle at the “Mojave” site, where its drill collected the mission’s second taste of Mount Sharp – NASA |
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 10 Septiembre 2015.