El grito – por Francesc Sánchez
Hace dieciocho años quería ver mundo y recuerdo que en mi trayecto en tren desde Viena a Budapest, después de presenciar como los soldados se llevaban los tanques, había un campamento de chabolas lleno de personas a las puertas de la ciudad. La estación central estaba llena de gente, letreros, y andamios que reconstruían el lugar. Hoy en esta estación los trenes no circulan y las puertas están cerradas para evitar que los refugiados se dispersen. Hungría se ha convertido en el primer paso seguro hacía las populosas urbes del norte europeas: los que siguen la ruta desde Turquía hacia las islas griegas y que consiguen llegar al territorio continental, continúan hasta Macedonia, luego Serbia, y se dan de bruces con las alambradas húngaras. El pasado año los alemanes celebraban triunfalmente los veinticinco años de la caída del Muro de Berlín (fue el 9 de Noviembre de 1989), pero es menos conocido que unos meses antes los soldados húngaros, frente al éxodo de alemanes del Este hacía Occidente, cortaban las alambradas que separaban su país de Austria (el 27 Junio los ministros de exteriores de ambos países, Gyula Horn y Alois Mock, cortaban simbólicamente la alambrada). Los refugiados que ahora llegan al continente europeo puede que en el mejor de los casos, mientras los de arriba discuten sobre las cuotas, terminen temporalmente en un campo de concentración. Puede parecer duro este término pero aunque lo llamemos de otra manera la función es la de concentrar y retener a estas personas.
Todo esto son las consecuencias de una catástrofe que forma parte de un guión no escrito que forma una cadena de errores. Son el resultado de una nefasta política en los países que son el origen de los refugiados en la que tanto por acción u omisión tienen que ver nuestros gobiernos. Podemos empezar hablando de los bombardeos sobre los talibanes en Afganistán (de como se liquidó el régimen y les llevamos una democracia de la que todos huyen), continuar con la participación por razones humanitarias en la guerra civil en Libia de la OTAN (abandonando a su suerte a su población después de la destrucción del régimen), a la inacción de la comunidad internacional en la guerra civil en Siria hasta su podredumbre (facilitando armamento a una difusa oposición al régimen que terminó en manos de los ejércitos islamistas), del histórico conflicto entre los palestinos y los israelíes (en el que la comunidad internacional no ha hecho nada efectivo), y olvidando todos y cada uno de los conflictos africanos (interviniendo solo y militarmente como en el Malí cuando el desastre puede amenazar nuestros intereses). De África procede la mayoría de aquellas personas que no son clasificadas como refugiados si no de inmigrantes por razones económicas, como si se pudiera establecer una semejanza absoluta entre los inmigrantes occidentales que parten de casa y prueban suerte en otro país de nuestro entorno (siendo esto ya de por si inaceptable cuando esa emigración es forzada), y como si esos otros inmigrantes por razones económicas no se enfrentaran en muchas ocasiones no solo a una mala expectativa económica si no también a la pobreza, el hambre y la enfermedad. Muchos de ellos terminan dándose de bruces con nuestras vallas nacionales en Ceuta y Melilla o ahogándose en el Estrecho: nosotros también tenemos nuestra ración de muertos. Hace nueve meses Kassum Konate nos explicaba que ese periplo por medio continente africano no es igual que coger un tren para ir de Madrid a Berlín. Pero a lo que vamos: en nombre de los derechos humanos se nos intentó convencer que aquella guerra de 2003 para derrocar a Sadam Husein era tanto para liberar y democratizar Iraq como para protegernos de unas armas químicas y biológicas que nunca se encontraron. Del desastre iraquí pasamos a unas revueltas árabes frustradas ―a excepción de Túnez― que se convirtieron en un infierno. Fue en Iraq donde primero desapareció el Estado y fue en Iraq donde se creó lo que hoy conocemos como Estado Islámico.
No es cuestión de fustigarnos, de darnos con el látigo en la espalda por el simple hecho de ser circunstancialmente occidentales, todos deberíamos conocer ya estos hechos que más arriba he señalado, también la historia de una Europa que en el pasado conquistó y colonizó a cara descubierta el resto del mundo. Pero si que encuentro que podríamos hacer algo más efectivo, más allá de un lamento que pronto olvidaremos, y es tomar la iniciativa política por los cauces que tengamos a nuestra mano en esta democracia de baja intensidad. En España los octogenarios y nonagenarios que aún viven y que aún tienen memoria histórica recuerdan que muchos después de la guerra civil huyeron del país y la mayoría se quedó para vivir cuarenta años en una dictadura fascista. Cualquier periodista o historiador que se precie debe denunciar esta catástrofe para que el resto con el conocimiento necesario pueda exigir tanto una política diferente como responsabilidades a sus gobernantes. a crisis humanitaria que están sufriendo estas personas que huyen de la muerte no solo debe ser paliada en el continente europeo ―atendiéndoles de una forma efectiva― si no que debe ser resuelta en su origen: en los países que intentan salir a flote colaborando con aquellos gobiernos que realmente quieran transformar su realidad ―sin cometer los errores del pasado―, y en los que existe un conflicto armado sopesar muy seriamente y prudentemente que hacer (francamente para los tres focos de conflictividad más importantes Iraq, Siria y Libia todo lo que se haga traerá consecuencias y puede terminar mal, como mal ha terminado nuestra pasada injerencia responsable en gran parte de estos conflictos, pero las consecuencias de la inacción las vemos cada día). Todo esto para en definitiva hacer un mundo no solo más pacifico si no más justo, más humano y más alejado del vil metal de un sistema capitalista que nos marca como al ganado. De esta forma quizá podamos evitar esos gritos ahogados que tanto nos disgustan.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Septiembre 2015.
Artículo relacionado: Crisis humanitaria en el Mediterráneo