Los conflictos internacionales no me interesan – por Francesc Sánchez

 Arrested refugees - Fylakio Detetntion Center, Thrace, Evros, Greece. - Wikimedia Commons

Vivimos en una sociedad en la que se ha puesto de moda el cambio en cualquier cosa. El cambio cuando algo no funciona es necesario y saludable pero los medios de comunicación y los partidos políticos nos venden este concepto como la panacea para todos nuestros problemas aunque muchas veces este se nos escurra entre las manos como el agua y volvamos al punto de partida. Ahora somos solidarios con algún producto que se nos ha vendido bien y así logramos llenar un vacío que tenemos y que tanto nos disgusta. La realidad es que la mayoría de personas viven al día y se preocupan de lo que tiene que ver consigo mismas y su círculo más cercano. No hay nada a reprochar porque hacer solo lo contrario sería una insensatez menos para los que ya tienen la vida resuelta, han decidido convertir su vida en la causa, o forman parte de alguna congregación religiosa. El término medio es la solidaridad y la empatía por los demás. Si esto no nos convence por nuestro propio egoísmo no debemos olvidar que las problemáticas de los demás pueden terminar afectándonos: tanto lo que sucede a nuestros conocidos como lo que sucede a los desconocidos que se juegan la vida en una barcaza para llegar a nuestra tierra prometida.

Con los conflictos internacionales pasa algo parecido. Nos solemos preocupar solo de lo que sucede en nuestro país porque lo que sucede a miles kilómetros nada tiene que ver con lo nuestro y además no podemos hacer nada por resolverlo. En resumidas no nos interesa. Pero esta doble argumentación es errónea: en un mundo globalizado aquello que sucede a miles de kilómetros efectivamente nos termina afectando de alguna manera y sí podemos hacer algo por resolverlo, siendo solidarios, pero también sobre todo ejerciendo nuestros derechos políticos.

Mientras nos preocupamos por aquello que vemos por televisión solemos olvidar que en el mundo hay una cuarentena de conflictos armados no resueltos: todos ellos eliminados en el altar de los medios de comunicación porque no producen la sangre necesaria para su sacrificio. En su momento fueron sus imágenes las que ocupaban los telediarios en la televisión y las que encabezaban los periódicos en sus portadas pero llegó un momento en que por su cotidianidad desaparecieron. Solo cuando brota nuevamente la sangre vuelven a aparecer, y en ese momento recordamos que esos conflictos siguen existiendo. Podemos poner algunos ejemplos.

Las guerras de la ex Yugoslavia de los noventa del pasado siglo finalizaron por la imposición de la paz por las armas pero pocos recordamos que antes tuvieron que morir cincuenta mil personas y que los nuestros solo responsabilizaron a uno de sus actores bombardeándolo (incluido el edificio de su radio televisión acusada de hacer propaganda). Probablemente muchos no sabrán que en Bosnia Herzegovina se ha reproducido el modelo yugoslavo con dos gobiernos étnicos federados (la Federación de Bosnia Herzegovina integrada mayoritariamente por croatas y bosniacos y la República de Srpska integrada mayoritariamente por serbios) y que el conflicto, veinte años después de la masacre de Srebrenica, sigue latente. En el Líbano después de la última guerra en el 2006 entre la milicia de Hezbolla y el Tzahal, en la que los segundos desde el aire bombardearon incesantemente Beirut, tenemos aún a más de un millar de soldados españoles conformando una fuerza de interposición de las Naciones Unidas (uno de ellos muerto recientemente por un proyectil israelí). Esto forma parte del largo conflicto entre los palestinos y los israelíes del que nos acordamos cuando explotan las bombas pero que tras más de sesenta años, en que los primeros siempre tienen las de perder, está sin resolverse. Los conflictos armados, sumados a la pobreza que generan, provocan que millones de personas se desplacen forzosamente. Muchos llenan campos de refugiados y muchos otros se juegan su propia vida en largos viajes por tierra y por mar para terminar llamando a las puertas del cielo.

Hay periodistas y cooperantes que se juegan la vida para informar y asistir a las víctimas in situ. Miguel Gil Moreno se hizo periodista de guerra después de montarse en una moto y dirigirse a Yugoslavia para explicarnos la guerra a través de multitud de imágenes que de alguna u otra manera llegaron a influir en el conflicto. Finalmente lo mataron en una emboscada en Sierra Leona. Mucho más recientemente Yolanda Álvarez nos mostraba crónicas punzantes de los bombardeos israelíes sobre Gaza. Por esto perdió su corresponsalía. La Cruz Roja desde su creación ha asistido a las víctimas de las guerras. La organización de Médicos sin Fronteras recientemente ha fletado tres barcos para rescatar a los náufragos procedentes de embarcaciones precarias que parten desde el desastre libio hasta nuestras costas italianas.

Todo esto esta muy bien, se salvan vidas. Pero a veces da la sensación que estamos relegando la acción gubernamental a organizaciones bienintencionadas que se sufragan principalmente con los donativos individuales que tienen una capacidad de actuación muy limitada. Son los estados a fin de cuentas los que tienen mayor capacidad para afrontar los desastres que provocan los conflictos armados. Pero esto me lleva a una reflexión final un tanto paradójica: a veces los estados permanecen impasibles frente a los desastres (la guerra civil siria) pero en ocasiones estos mismos estados en lugar de resolver las crisis actúan como bomberos pirómanos agrandándolas (el desastre libio) o generándolas donde no las había (la guerra contra Iraq de 2003). Todo esto debería de importarnos aunque solo sea porque algún día nosotros podríamos ocupar esta vez el papel de las victimas.

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Este artículo ha estado motivado por el curso de verano “La gestión de los conflictos desde la cooperación internacional” de la Universitat de Barcelona, coordinado por José Luis Ruiz Peinado y Gemma Celigueta, en el que participaron Jaume Suau, Manuel Becerro, Antoni Segura, María Villellas, Meir Margalit, Mohammad Jadallah, Manel Vila, José Lindgren, Teresa Sancristoval, y Kassum Konate.



Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Julio 2015