La memoria histórica no me interesa – por Francesc Sánchez

 Del Libro "La Libertad, Sancho..." de Juan Miguel de Mora

No vale la pena escarbar y remover el pasado porque se pueden abrir las heridas. Y es verdad. Pero lo que no se dice tanto es que siguen abiertas muchas heridas porque ese pasado queda en la penumbra generando incertidumbre y por lo tanto dolor: díganselo a ver que les parece a los familiares y amigos de los cuarenta y tres desaparecidos mexicanos en Iguala que aún no saben nada. Hay pues un conflicto entre muchos de los verdugos y sus victimas: cuando la historia de los vencedores en un conflicto armado ha suprimido los hechos más luctuosos o los celebra para hacer escarnio el dolor pervive por generaciones. La memoria histórica viene al rescate de este pasado que comúnmente no ha quedado registrado por la historia oficial porque tiene que ver más con el recuerdo individual de las personas que lo vivieron conformando así una memoria colectiva a veces subversiva.

En España tenemos una democracia que fue posible por un consenso entre los franquistas y las fuerzas políticas de la oposición cuando murió el dictador. La Transición, es decir el proceso político que queda definido por ese cambio hacia la democracia desde la dictadura, es considerado en el mundo como un ejemplo a seguir para muchas sociedades que quieren avanzar después de un conflicto armado o un período dictatorial, pero lo que no se suele saber tanto es que una de las condiciones no escritas de ese cambio político fue la amnesia de lo peor de la guerra civil y la dictadura. La Ley de Amnistía de 1977 fue aclamada y apoyada por todas las fuerzas políticas porque permitió salir de las cárceles y de los escondites tanto a los presos políticos como a los perseguidos por el régimen, pero esta misma ley dejaba impunes los crímenes que perpetraron las fuerzas represivas del régimen. Por esta razón en este país a diferencia de lo que ha sucedido en otros no se ha juzgado a ningún criminal del régimen anterior. Pero como decía más arriba el consenso de Transición interpretando a toda la sociedad omitía lo peor del pasado para mirar hacia el futuro: por esa razón en este país no solo sigue habiendo desaparecidos si no que la historia más reciente prácticamente es desconocida entre los más jóvenes.

Podemos pensar que en todas partes ha sucedido lo mismo. En los Estados Unidos los héroes sureños de la guerra civil, aunque ahora se empiecen a arriar banderas confederadas (por representar para muchos, después de una matanza de afroamericanos, un símbolo de la esclavitud), se integraron en el imaginario colectivo y forman parte de un pasado en común que no suele provocar enfrentamientos. Pero en realidad para la mayoría de casos es que en todos los regimenes vencidos o superados se han juzgado a los criminales y se ha desautorizado moral o penalmente su ensalzamiento: lo tenemos por un lado en Alemania tras liquidarse el nacionalsocialismo, o en el Japón tras liquidarse al Imperio del Sol, y por otro en Sudáfrica tras desarticularse el régimen del apartheid, o en la mayoría de países latinoamericanos que han dejado atrás las dictaduras. Mientras en Alemania se llevaron a cabo los Juicios de Nuremberg en donde se procesaron unos cuantos responsables del régimen, en Sudáfrica se llevó a cabo una Comisión para la Verdad y la Reconciliación en la que las victimas de la represión aportaban sus testimonios y denunciaban públicamente a sus agresores. En muchos países latinoamericanos que dejaron atrás la guerra civil y la dictadura empezaron a popularizarse estas comisiones de la verdad con diferentes resultados.

El mundo hoy mira a Colombia porque en este país la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el gobierno están en plenas conversaciones en La Habana en un proceso de paz que tiene que cerrar de una vez por todas esta verdadera guerra civil. Lo que se busca es tanto la desmilitarización de la guerrilla como su amnistía e integración en la sociedad colombiana, pero también dar salida a las demandas políticas de transformación social de esta misma guerrilla. Nuevamente estamos ante un caso en el que se tendrá que valorar que tiene más validez si los crímenes que cometieron los bandos enfrentados o un futuro en común en el que en cualquier caso la represión sobre las victimas del conflicto debería ser denunciada y reconocida.

En cuanto a España no sé si saben que después de Camboya, donde el régimen de los Jemeres Rojos de Pol Pot asesinó a todo aquel que tuviera estudios superiores, es el país donde a día de hoy sigue habiendo el mayor número de desaparecidos (entre 100.000 y 130.000): la mayoría enterrados anónimamente en fosas comunes. Muchos de nuestros lectores les habrá sorprendido que Manuela Carmena esté cambiando el nombre de las calles madrileñas: eran todos prohombres del régimen dictatorial. La Ley de Memoria Histórica del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero atendió la demanda de las diversas asociaciones enfureciendo a la derecha por remover el pasado, y molestando a estas mismas asociaciones por considerarla insuficiente. Hoy en este país a veces parece que esa guerra civil que llevaron a cabo nuestros abuelos sigue dividiéndonos muchos años después. Por esa razón para la mayoría la memoria histórica no les interesa sin comprender que el pasado se ha de conocer para no repetirlo. Probablemente la clave se encuentre en la educación de los más jóvenes sobre los hechos más oscuros de nuestro pasado: las nuevas generaciones así cerraran por fin las heridas que abrieron nuestros antepasados.

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Este artículo ha estado motivado por el curso de verano “Paz, memoria histórica, y cooperación internacional” de la Universistat de Barcelona, coordinado por Gemma Geligueta y José Luis Ruiz Peinado, en el Centro Cultural Metropolitano Tecla Sala de L’Hospitatet de Llobregat, en el que participaron Jordi Urgell, Rocío Arnal, Hernando Valencia Villa, Cristina Rihuete, David Bondia, Bartira Ferraz Barbosa, Jaume Suau, Yediz Arteta, Ángel del Río Sánchez, y Manel Perona.