Los exploradores europeos en el continente africano - por Francesc Sánchez
El texto que tiene entre sus manos en una aproximación al fenómeno de
las exploraciones europeas, principalmente durante el siglo XIX, en el
continente africano. Cómo fueron posibles esas exploraciones, que
antecedentes había, que ideología imperaba en su momento, que había
detrás, y las proezas de algunos de sus protagonistas. - seguir leyendo
Sección SinRazón y Letras
Los exploradores europeos en el continente africano
por Francesc Sánchez
Exploraciones e imperialismo
El continente africano probablemente había sido circunnavegado por mar tempranamente en la Antigüedad por los fenicios por cuenta de los egipcios pero más allá de unas referencias (*1) que hace el griego Heródoto en Los nueve libros de la Historia sobre Libia (*2) no nos han quedado ni testimonios ni más menciones sobre esto. Algo parecido sucede con el periplo del cartaginés Hannón, al que hacen referencia Plinio el Viejo y Pomponio Mela, y que habría llegado más allá del Golfo de Guinea. Con la pujanza del comercio que expandieron los árabes en la Edad Media sabemos que éstos mantenían en el interior tanto rutas terrestres, que transportaban sal, armas y telas desde el norte hasta el sur, y oro marfil y esclavos a su regreso, como rutas marítimas que circunnavegaban el continente desde el mar Mediterráneo y el océano Atlántico hasta llegar a las Indias en el océano Indico. Ibn Battuta, Ibn Hauqal o Al-Idrisi fueron algunos de estos viajantes que dieron a conocer el continente africano. Los primeros europeos que bordean la costa africana son los portugueses en el siglo XV, éstos crean toda una serie de factorías comerciales en y frente a la costa occidental, donde intercambian mercancías manufacturadas por productos exóticos, y finalmente esclavos con los estados africanos que se encuentran (entre ellos el imperio del Mali y los estados Karanga, siendo el reino de Monomotapa el más importante). En la siguiente centuria los portugueses ya han reconocido bien toda la costa africana y establecen nuevas factorías en el este donde interactúan con los mercaderes árabes africanos, los suajili. El portugués Vasco de Gama para llegar a la India en sus viajes entre los años 1497 y 1524 navega por la costa del continente africano, y más tarde, entre 1519 y 1522, la expedición española de Fernando de Magallanes y Juan Sebastian Elcano será la primera en hacer la circunnavegación del globo. Los portugueses desde sus factorías extraen toda una serie de materias primas pero pronto, como decíamos, la extracción de seres humanos se convierte en el negocio más lucrativo. En este negocio participaran todas las naciones europeas que arriban al continente, tanto si disponen de colonias de plantación al otro lado del océano Atlántico o más allá en el océano Indico, o simplemente lo efectúan como intermediarios.
El interior del continente seguirá siendo una incógnita en la que los cartógrafos más que constatar fidedignamente los mapas se los imaginan prácticamente hasta finales del siglo XVIII, momento en el que el impulso de la Ilustración hace plantearse a la élite europea que hay en esos grandes espacios desconocidos, en que forma se puede remediar esta ignorancia, y la respuesta vendrá dada por los exploradores. Esto irá de la mano del sistema de clasificación de la naturaleza que ideó el sueco Carl Linneo en el año 1735: cientos de botánicos y expertos en otras disciplinas científicas se enrolaron en expediciones alrededor del mundo para clasificar y dar a conocer al mundo todo lo que encontraron. Dos años después se llevaba a cabo una doble expedición organizada por la Academia de Ciencias Francesa que tenía como objetivo hacer una serie de mediciones cerca del Polo Norte y en Sudamérica para saber si la Tierra era esférica como mantenía la geografía cartesiana o un esferoide achatado como proponía Isaac Newton. La expedición sudamericana resultara ser un fracaso pero sus miembros, entre ellos Charles Marie de La Condamine, realizaran un relato de sus andanzas que será tomado como ejemplo por los exploradores europeos en el continente africano que han de llegar. Años después el capitán inglés James Cook realizó tres largos viajes entre 1768 y 1779, el primero de ellos con rumbo a los Mares del Sur con propósitos científicos (observar el transito de Venus que permitiría determinar la distancia entre la Tierra y el Sol e ir a la búsqueda del gran continente austral) que le llevará a dar la vuelta al mundo, el segundo lo lleva al círculo Polar Antártico, y el tercero, donde perderá su vida frente a los nativos en las Islas Hawai, pretendía buscar el paso del Noroeste que unía el océano Atlántico con el océano Pacífico. Todos estos viajes buscaban ampliar tanto los conocimientos científicos como abrir nuevas rutas comerciales e iniciar la conquista de un nuevo mundo que a partir de entonces ya podía localizarse.
En Londres en el 1788 se crea la Sociedad Africana, precisamente bajo esta preocupación: «Al menos una tercera parte de las tierras −especialmente casi toda África− permanece hoy desconocida» (Hugon, 1998). La Sociedad Africana y la Real Sociedad de Londres enviarán al continente africano a toda una serie de exploradores, entre ellos Mungo Park del que hablaremos más adelante, para engrandecer el conocimiento científico en todas sus ramas del saber (geografía, etnología, literatura, botánica, zoología, etcétera.). En 1830 se funda la Real Sociedad Geográfica que financia a otra serie de exploradores como Richard Francis Burton, John Hanning Speke, o David Livingstone, que buscarán las fuentes de los grandes ríos y terminarán de rellenar los espacios en blanco. En el resto de potencias europeas van apareciendo también toda una serie de sociedades geográficas con los mismos propósitos. Richard Burton y James Hunt en enero de 1863 fundan la Sociedad Antropológica de Londres que en un año pasa de once miembros a quinientos. Esta asociación, que en palabras de Richard Burton era para dar a conocer aquello de las tierras lejanas «que no podía darse a conocer en otro lugar» se fusiona con la recién creada Sociedad Etnológica y da como resultado el Real Instituto Antropológico de la Gran Bretaña. En 1875, diez años antes de la Conferencia de Berlín, que será el punto de partida para el reparto del continente y en donde se establecerán las reglas del juego, Leopoldo II convoca un Congreso Internacional de Geografía en Bruselas, al que acudieron representantes de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Austria e Italia, en el que se pretendía «introducir la civilización» en África central. Las pretensiones científicas del congreso, como apunta Manuel Corachán, rápidamente son sobrepasadas por la obtención de tratados con los indígenas que finalmente reportarán más de un millón de kilómetros cuadrados que bordeaban el río Congo para el monarca belga.
En España las sociedades geográficas aparecen tarde. La primera de ellas es la creada por Manuel Iradier en Vitoria en 1868, La Exploradora, integrada por amigos y entusiastas del joven explorador. Esta sociedad al mismo tiempo que promueve excursiones por la región alavesa dinamiza la sociedad vitoriana culturalmente. Tenemos que esperar uno año más, habiendo realizado Iradier su primer viaje, para que se establezca en 1876 la Sociedad Geográfica de Madrid (*3), fundada por el coronel Francisco Coello, el ingeniero de caminos y arquitecto Eduardo Saavedra, y el director general de Instrucción Pública Joaquín Maldonado. Sin embargo esta asociación pierde en pocos años la mitad de sus socios, el interés del público y la prensa es nulo.
«La institución no podía por tanto pensar en la organización de expediciones exploradoras ni aludir intentos de empresas mercantiles. Para lo primero no contaba con dinero. Para lo segundo no lo había en ninguna parte». (Martínez Salazar, 1993).
La situación empieza a cambiar en el año 1883 cuando llega a la asociación Joaquín Costa y Julio Raparaz, circunstancia que se da con un cambio político que trae cierta estabilidad en las estructuras del estado que conocemos bajo el nombre de la Restauración. Joaquín Costa propone la celebración de un Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, con el objetivo de alentar dos expediciones y la creación de estaciones comerciales en la región del continente africano que años antes había explorado Manuel Iradier. Para llevar a cabo este plan Joaquín Costa funda la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, una organización presidida por Alfonso XIII, homologa a la creada en Bélgica por Leopoldo II.
Ideología para la conquista
En la Europa que alumbra el siglo XIX gran parte de los súbditos del monarca de turno se han convertido en ciudadanos con una serie de derechos y libertades inspirados por las ideas de la Ilustración que creían en los derechos del hombre y en el progreso de la humanidad. En Inglaterra este cambio se había producido cien años antes durante la Gloriosa Revolución en la que el monarca quedó subordinado al Parlamento. En el continente a finales del siglo XVIII se ha pasado del Antiguo Régimen a los estados constitucionales liberales en los que la capacidad económica suplanta la ascendencia estamental. Es el momento del Tercer Estado, ese que, interpretando libremente al abad Sieyès, no había sido nada y, tras la Revolución Francesa, lo será todo. Esta ideología bienintencionada que en Europa y los Estados Unidos daría un nuevo sentido para la vida de muchos tiene su contrapartida en la percepción del resto del mundo. Si occidente era la luz el resto del mundo era la oscuridad.
El sistema de clasificación natural de Linneo del que antes hablábamos fue una forma de constatar científicamente la naturaleza pero también de construirla a través del lenguaje. Este sistema que para Linneo ponía el orden en el caos, como Ariadna enseñaba al héroe salir del laberinto siguiendo el hilo que había desenrollado a su paso, se aplicó en el mundo vegetal, mineral, animal hasta llegar al ser humano quedando el homo sapiens dividido en seis variedades definidas por algunos trazos físicos pero también por diferentes connotaciones etnocentristas, positivas para los europeos y negativas para el resto de variedades (*4). En esta línea el filosofo francés Arthur de Gobinau entre 1853 y 1855 escribe El ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas. La aparición de la teoría biológica de la selección natural con la publicación en 1859 de El origen de las especies de Charles Darwin, donde el naturalista inglés argumenta que sobrevive el que mejor se adapta, es apropiada por la élite de las sociedades europeas reconduciéndola en lo que se ha venido a conocer como darwinismo social, considerándose estas élites en la cúspide de la civilización mientras el resto del mundo era percibido como subdesarrollado. El continente africano era percibido como un lugar incivilizado en el que reinaba la barbarie y por lo tanto era legitimo civilizar a sus ignorantes habitantes a través de la evangelización y la transmisión de la cultura europea. Esta labor la llevarían a cabo los militares, los comerciantes y los misioneros.
El esclavismo, del que los europeos se habían servido hasta hacía bien poco a través de la trata y la incitación a la captura de «seres humanos sin alma» a los débiles estados africanos, desde su abolición en Gran Bretaña en 1807, en Francia en 1848 y en los Estados Unidos tras la guerra de Secesión entre los años 1861 y 1865, será denunciado y perseguido por los británicos siendo una de las argumentaciones a la luz del día para empezar la conquista del continente. El tráfico de esclavos y la producción en grandes plantaciones en América que llevaron a cabo e hicieron posible los europeos fue como decíamos uno de los factores que facilitaron la Revolución Industrial en Europa y más tarde en Estados Unidos, ahora la lucha contra la esclavitud será la justificación para la colonización africana. El explorador y misionero David Livingstone estaba convencido de que la única manera de terminar con la trata de esclavos era a través de la colonización. Las motivaciones menos declaradas claro eran otras: la extracción de todo tipo de materias primas, el establecimiento de plantaciones, y la generación de un mercado cautivo colonial para la producción imparable de la fabrica del mundo que constituía la Europa del momento. Hasta Rudyard Kipling, un gran conocedor de culturas extraeuropeas por haber nacido y vivido de joven en la India, en 1899 escribe el poema La carga del hombre blanco, donde justifica el dominio y el tutelaje por su bien de los blancos sobre «las naciones tumultuosas y salvajes».
El explorador Samuel Barker exponía de esta manera lo que muchos pensaban en su tiempo sobre los negros: «Mostraré al salvaje tal como es, tal como lo he observado, en toda imparcialidad. El hombre de África, brutal, duro, sin piedad, no tiene esta fe en Dios, este instinto sagrado que la naturaleza parece habernos plantado en el corazón. Los nativos, abatidos por un calor sofocante, son más propensos al descanso que al trabajo. Al no tener ningún problema que resolver, la inteligencia languidece y acaba casi por apagarse. La falta de industria y la debilidad de carácter acarrean consecuentemente el amor a la facilidad y el lujo». (Hugon, 1998: 63)
Científicos y aventureros
Vista la teoría brevemente pasamos a hacer una semblanza de unos cuantos de estos exploradores que se fueron de viaje al continente africano. He elegido a Mungo Park porque fue uno de los primeros exploradores que se introdujo en el continente con intenciones exploratorias y comerciales, Richard Burton porque es un ejemplo de agente imperial y aventurero que se fundió con los otros, David Livingstone porque tenía aparte de empuje motivaciones tanto religiosas como comerciales, y Henry Morton Stanley porque representó muy bien la relación de la exploración y el imperialismo.
Mungo Park
(1771-1806) al poco de licenciarse en Medicina por mediación del que
será su cuñado, James Dickson, conoce a Joseph Banks, fundador de la
Sociedad Africana (una sociedad que tiene como cometido enviar a
exploradores a las profundidades del continente africano para llenar los
espacios en blanco en los mapas), presidente de la Real Sociedad, y
consejero científico del gobierno. Park en 1783 se convierte en medico
ayudante en un barco de la Compañía de la Indias Orientales con destino a
la isla de Sumatra. El planeamiento inicial de Joseph Banks no era
tanto colonizar África si no más bien indagar para establecer contactos
comerciales y con este cometido convence a Park para su primer viaje en
1795.
En su primera expedición la Sociedad Africana le encarga navegar aguas arriba por el río Gambia, seguir por tierra hasta el río Níger del que tenía que descubrir su curso, por aquel entonces desconocido, y continuar hasta la ciudad de Tombuctú. Park nada más llegar al río Gambia contrae la malaria, circunstancia que le permite en su convalecencia aprender algo de la lengua mandinga. Reemprende el viaje con un interprete y un criado pero los conflictos locales le obligan a dirigirse hacia el norte donde es hecho prisionero durante tres meses por un moro seminómada llamado Alí que piensa que Park es una avanzadilla de los europeos y por lo tanto una amenaza. El explorador logra huir y se dirige hacia el suroeste en la búsqueda del río Níger hasta que llega a Ségour a escasos días de Tombuctú, donde un jefe local le dice que los moros le van a matar. Park no las tiene todas consigo y decide regresar a Inglaterra. Tras un viaje que durará diecisiete meses llega a Londres y es recibido como un héroe. Park entonces decide volver a Escocia, escribir un relato de sus aventuras (Viajes a las regiones interiores de África), casarse y trabajar como médico, pero en 1805 vuelve a las andadas. Esta vez las circunstancias internacionales han cambiado: los franceses han logrado asentar su influencia comercial en el río Senegal y Joseph Banks piensa que los británicos tienen que controlar el río Níger. Por lo tanto la segunda expedición de Mungo Park es más ambiciosa: le acompaña un destacamento militar de cuarenta y tres soldados con el objetivo de llegar a Tombuctú y establecer enclaves comerciales en el curso del Níger. Nada más llegar al continente africano tres cuartas partes de sus hombres mueren por enfermedad. Al llegar a Ségour han muerto treinta y nueve. Sin embargo Park con tan solo cuatro hombres continua con su viaje y va más allá de Tombuctú llegando a la gran curva del Níger más allá de las cataratas Bussa. Park muere en circunstancias desconocidas.
Richard Burton
(1821-1890) se educa primero en Francia e Italia y después en el
Trinity College de Oxford. En octubre de 1842 va a la India y se alista
en 18º Regimiento de Infantería indígena de Bombay donde ejerce de
informador y aprende el árabe, el persa y el indostaní. Se crea un
método para dominar cualquier lengua que consiste en aprender la
gramática en una semana y ponerse luego a traducir el Evangelio. Burton
para desenvolverse quiere hacerse pasar por nativo y por ello recurre al
disfraz. En la India conoce el sufismo a través de autores persas y
árabes. En 1853, tras una estancia de unos años en Inglaterra, se
disfraza de mercader pastún y logra introducirse en las ciudades árabes
de la Medina y la Meca, hechos que quedan reflejados en su obra Mi peregrinación por Medina y la Meca.
Richard Burton y John Hanning Speke exploran en 1854 las Montañas de
Luna en el interior de Somalia. Burton consigue entrar en la ciudad
prohibida de Harar pero la expedición terminará siendo un fracaso por el
ataque de los indígenas que hieren a los dos exploradores. Entonces
Burton pide que le envíen a la guerra de Crimea donde lucha en el
estrecho de los Dardanelos. En 1852 los dos exploradores vuelven al
continente africano para descubrir las fuentes del Nilo. Iniciando su
viaje desde Zanzíbar descubren los grandes lagos del África central.
Unas fiebres impiden a Burton continuar pero Speke sigue por su cuenta y
descubre el lago Victoria, el que considera la fuente del Nilo. A su
regreso a Inglaterra los dos exploradores entran en una polémica pública
sobre cual es el origen del Nilo que Burton suspende cuando Speke muere
durante una cacería, bien por accidente o por su propia voluntad
suicidándose.
Burton en 1861 se había casado con Isabel Arundell, una mujer que apoyó siempre al explorador, hasta el extremo de quemar a su muerte todo tipo de documentos (entre ellos el manual sexual árabe El jardín perfumado) que pudieran empañar su reputación. Desde su matrimonio Burton reconduce su vida hacia lo más convencional en su época, al menos sobre el papel, aceptando el consulado de Fernando Poo, que convertirá en su base de operaciones para visitar Dahomey, Benín y Costa de Oro. De estos años escribió Vagabundeos por África Occidental. En 1865 es destinado cuatro años como cónsul a la ciudad brasileña de Santos, en 1869 a Damasco, y en 1871 a Trieste. Cuando lord Salisbury le pide consejo sobre que hacer con Marruecos, Burton le dice que la solución es «la anexión». Burton tuvo tiempo para recorrer los Estados Unidos, donde conoció a los mormones de Utah, Islandia, el Perú y Paraguay donde informó sobre la guerra. Una de sus últimas obras fue una traducción de Las mil y una noches.
David Livingstone
(1813-1873) nace cerca de Glasgow en el seno de una familia culta,
devota y religiosa. De joven devora libros de ciencias y de viajes,
afición que le lleva a estudiar medicina en el Anderson's College de
Glasgow mientras trabaja en una fábrica para pagarse estos estudios. En
agosto de 1838 se desplaza por primera vez a Londres para entrevistarse
con la Sociedad de las Misiones de Londres donde le aceptan como
misionero médico. Dos años después, en 1840, conoce a Robert Moffat el
que le habla de su misión en Kuruman, en el norte de Sudáfrica. En el
mismo año escucha atentamente a Thomas Fowell Buxton denunciar la trata
de esclavos y proponer para su erradicación un comercio legal con el
continente africano. Livingstone quería ir a China pero la primera
guerra del opio se lo impide, es entonces cuando decide irse a Sudáfrica
en 1840 como comisionado por la Sociedad de las Misiones de Londres. Su
labor es difundir el evangelio en la localidad de Kuruman, en
territorio tsuana, donde conoce al pastor Robert Moffat y a la que será
su mujer, pero tras unos años de tensión con los boers, que ven mal
estas misiones, abandonará esta localidad para continuar su
evangelización en regiones inexploradas.
Livingstone se dirige al norte con su mujer y sus hijos atravesando el desierto del Kalahari hasta llegar al lago Ngami en agosto de 1849, hecho que le será recompensado por la Real Sociedad Geográfica. Entonces se dirige hacia el río Zambeze pero tras la muerte de uno de sus hijos decide acompañar a su familia a el Cabo para que partan hacía Inglaterra y continuar en solitario sus exploraciones. En 1853 prepara una expedición que sale de Linyanti con ayuda del jefe de los kololo, Sekeletu, que tiene como objetivo seguir el curso del río Zambeze, navegando y a lomos de un buey, hasta alcanzar la costa occidental del continente. La expedición llega a Sao Paulo de Luanda en mayo de 1854. Después de descansar y escribir un informe para la Sociedad Geográfica decide retroceder en sus pasos hasta llegar a Linyanti. Ha recorrido 4.000 kilómetros. Pero ahora quiere ir hacia el este bajando por el río dando con unos grandes saltos de agua, conocidas por los indígenas como «el humo que ruge» que el bautiza como cataratas Victoria. En mayo de 1856 llega a Quelimane, en el océano Indico. Ha recorrido África de costa a costa. Livingstone ha ido confeccionando mapas, ha ido estudiando los pueblos que se ha encontrado, sus intenciones son las de abrir el interior del continente a la evangelización y al comercio. Regresa a Londres y es recibido como un héroe, le otorgan condecoraciones, hace conferencias, y escribe Viajes y exploraciones en el África del Sur, que se convierte rápidamente en un éxito de ventas. Livingstone en su viaje ha presenciado la trata de esclavos y está convencido que la presencia de los europeos en el continente africano puede erradicarla.
Livingstone en 1858 inicia su segunda expedición. Esta vez no está al servicio de la Sociedad de las Misiones si no de la Oficina Exterior del gobierno británico. Le acompañaran seis compatriotas, entre ellos su hermano y el pintor Thomas Baines, y sesenta africanos que hacen de porteadores. Descubren el lago Nyasa (hoy lago Malawi) y remontan los ríos Shire y el Ruvuma. Sin embargo la expedición resulta ser un fracaso, confirma que el Zambeze no es navegable y no pueden implantar misiones cristianas de forma duradera, así que deciden volver a la Gran Bretaña.
La tercera expedición de David Livingstone, en la que no le falta tampoco financiación, le lleva a la región de los grandes lagos del África Central. Esta vez el objetivo es la búsqueda de las fuentes del Nilo. En enero de 1866 llega a la desembocadura del Ruvuma, y desde allí sigue rumbo al noroeste, hasta los lagos Nyasa y Tanganica. Descubre el lago Moero y el río Lualaba que Livingstone cree que es el Nilo. Enfermo e incapaz de comprobar su hipótesis se traslada a Ujiji en el lago Tanganica. En 1871 nadie en Europa sabe donde se encuentra, le dan por perdido o por muerto, así que el director del periódico New York Herald le encarga a Henry Morton Stanley su búsqueda. Se lo encuentra y Stanley le espeta la famosa pregunta «¿El doctor Livingstone supongo?». Los dos exploradores emprenden juntos la circunnavegación del lago Tanganica durante un mes resolviendo que el río Ruzizi desemboca en el lago en lugar de salir del mismo por lo que no puede tratarse del Nilo. Stanley intenta convencer a Livingstone para que vuelva a Inglaterra pero este prefiere quedarse en África recorriendo los ríos. Livingstone muere de enfermedad y agotamiento en la localidad de Ilala el 1 de mayo de 1873 convencido de que el Lualaba y el Nilo son un mismo río.
Henry Morton Stanley
(1841-1904) nace en la localidad de Denbigh, en Gales, siendo hijo de
una sirvienta y bautizado como John Rowlands. Entre los seis y quince
años vive en un hogar para pobres y al no encontrar trabajo estable en
Gran Bretaña decide unirse a una tripulación que se dirige hacia Nueva
Orleans. En los Estados Unidos se cambia el nombre y cuando estalla la
guerra de Secesión, encontrándose en 1861 en Arkansas, se suma al bando
de los confederados, hasta que es apresado en la batalla de Shiloh, y
encarcelado por los unionistas en Camp Douglas. Stanley es liberado
cuando se enrola con los unionistas pero cuando cae enfermo deserta.
Recuperado, después se probar suerte en varias tripulaciones en el mar,
se vuelve a unir a los azules, esta vez en la marina, de donde vuelve a
desertar. En un viaje a Saint Louis fue contratado como periodista en el
Missouri Democrat. Entonces con dos amigos decide iniciar un
viaje por Asia que es truncado en la localidad turca de Esmirna cuando
son apresados por unos ladrones. La vida de Stanley se puede decir que
se encamina por lo que luego será conocido cuando conoce a James Gordon
Bennet Jr., propietario y director del New York Herald, y éste le
encarga que haga de corresponsal de guerra en la invasión británica de
Abisinia. Sus dramáticas crónicas han gustado tanto que el director del
Herald en octubre de 1869 le encarga la misión de localizar a David
Livingstone, desaparecido durante años en el interior del continente
africano.
Henry Stanley vuelve a África a finales de 1873 para cubrir la campaña británica contra los ashanti en la Costa de Oro. El encuentro y las exploraciones que realiza con Livingstone le permiten encabezar una gran expedición, constituida por 360 personas y un buque de 13 metros desmontable, financiada por el New York Herald y el Daily Telegraph, que consiguió atravesar África central en mil días. Durante este largo viaje Stanley es el primero en circunnavegar el lago Victoria y validar la teoría de John Hanning Speke de que aquel era el nacimiento del Nilo Blanco, también de comprobar la unión del río Lualaba con el Congo, localizando unas cataratas gigantescas que bautiza con el nombre de Stanley Falls. De este largo viaje el explorador nos deja el relato A través del continente oscuro.
Entonces Henry Stanley da un paso más allá y a finales de la década de 1870 trabaja al servicio del rey de los belgas, Leopoldo II, facilitándole con sus exploraciones y otros trabajos un imperio sobre la orilla izquierda del Congo. Esto es importante porque Stanley no solo es la prueba más clara de la relación entre los exploradores y el imperialismo si no que también con su incursión en el Congo años después se oficializará la presencia total de los europeos y el reparto del continente africano por parte de las potencias. Stanley abre rutas comerciales, inicia la construcción de una vía férrea, funda Leopoldville y Stanleyville, convence a los jefes africanos para que acepten la tutela del rey de los belgas y en la expedición de 1876 adquiere un montón de piezas de marfil valorado en más de 50.000 dólares. La última misión de Stanley en África se produce entre 1887 y 1889 y consiste en el rescate del naturalista alemán Isaak Eduard Schnitze, conocido comúnmente como Emín Bajá, que ha quedado aislado en el Sudán tras la revuelta del ejército del Mahdi, poco después de la muerte del general Charles Gordon en Jartum. Henry Morton Stanley contó con amplios medios económicos y humanos en sus expediciones, en las que algunos testimonios dicen que tenía un comportamiento brutal con sus subordinados, más adelante volveremos a nombrarlo cuando veamos el fugaz encuentro con el explorador español Manuel Iradier.
Anotaciones
1. Estas referencias se pueden consultar en Historia de Heródoto, libro cuarto Melpómee, XLII.
2. Los griegos llamaban Libia a todo el continente africano.
3. Más tarde se conocerá con el nombre de Sociedad Geográfica Española y después Real Sociedad Geográfica.
4. El homo sapiens según Linneo se dividía en el salvaje (un cuadrúpedo, mudo y peludo), el americano (de color cobrizo, colérico, erecto; cabello negro, lacio, espeso; fosas nasales anchas; rostro áspero; barba escasa; obstinado, contento, libre; se pinta con finas líneas rojas; lo regulan las costumbres), el europeo (de tez blanca, sanguíneo, fornido; cabello rubio, castaño, sedoso; ojos azules; amable, agudo, con inventiva; cubierto con vestimentas ceñidas al cuerpo; lo rigen las leyes), el asiático (oscuro, melancólico, rígido; cabello negro; ojos oscuros; severo, arrogante, codicioso; cubierto con vestiduras sueltas; lo rigen las opiniones), y el africano (negro, flemático, relajado; cabello negro, rizado; piel sedosa; nariz chata; labios túmidos; taimado, indolente, negligente; se unta con grasa; lo rigen los caprichos). (Pratt, 2010: 73,74)
Bibliografía
- Burton, Richard Francis (2000). Vagabundeos por el Oeste de África. Laertes. Barcelona.
- Castel, Antoni y Sendín, José Carlos (2009) Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos. Libros de la Catarata.
- Corachán Cuyás, Manuel (2013) Historia del África negra precolonial. La historia que Occidente ignoró. Edicions Bernat..
- Cortés López, José Luis (1984) Introducción a la historia de África. Espasa Calpe. Colección Austral. Madrid.
- Hanbury Tenison, Robin (2011) Grandes exploradores. Randon House Mondadori. Barcelona.
- Heródoto (2006) Historia. Cátedra. Letras Universales.
- Iradier y Bulfi, Manuel (1994) África: viajes y trabajos de la Asociación Euskara la Exploradora. Biblioteca de Viajeros Hispánicos. Miraguano Ediciones y Ediciones Polifemo. Madrid.
- Ki-Zerbo, Joshep (2011). Historia del África Negra. De los orígenes a las independencias. Biblioteca de Estudios Africanos. Barcelona.
- Livinsgstone, David (2008) Viajes y exploraciones en el África del Sur. Ediciones del Viento. La Coruña.
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- Newsome, David (2001). El Mundo según los victorianos. Editorial Andrés Bello. Barcelona.
- Park, Mungo (1991) Viajes a las regiones interiores de África (1795-1805). Ediciones Serbal. Barcelona.
- Pratt, Mary Louise (2010) Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. Fondo de Cultura Económica. Antropología. México D.F.
- Rice, Edward (1992) El capitán Richard F. Burton. Siruela. Madrid.
- Said, Edward (2010) Orientalismo. Debolsillo. Barcelona.
Nota - Este texto forma parte de mi tesina sobre la exploración y colonización en el territorio que desde hace unas décadas es conocido como Guinea Ecuatorial.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Febrero 2015.
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Exploraciones e imperialismo
El continente africano probablemente había sido circunnavegado por mar tempranamente en la Antigüedad por los fenicios por cuenta de los egipcios pero más allá de unas referencias (*1) que hace el griego Heródoto en Los nueve libros de la Historia sobre Libia (*2) no nos han quedado ni testimonios ni más menciones sobre esto. Algo parecido sucede con el periplo del cartaginés Hannón, al que hacen referencia Plinio el Viejo y Pomponio Mela, y que habría llegado más allá del Golfo de Guinea. Con la pujanza del comercio que expandieron los árabes en la Edad Media sabemos que éstos mantenían en el interior tanto rutas terrestres, que transportaban sal, armas y telas desde el norte hasta el sur, y oro marfil y esclavos a su regreso, como rutas marítimas que circunnavegaban el continente desde el mar Mediterráneo y el océano Atlántico hasta llegar a las Indias en el océano Indico. Ibn Battuta, Ibn Hauqal o Al-Idrisi fueron algunos de estos viajantes que dieron a conocer el continente africano. Los primeros europeos que bordean la costa africana son los portugueses en el siglo XV, éstos crean toda una serie de factorías comerciales en y frente a la costa occidental, donde intercambian mercancías manufacturadas por productos exóticos, y finalmente esclavos con los estados africanos que se encuentran (entre ellos el imperio del Mali y los estados Karanga, siendo el reino de Monomotapa el más importante). En la siguiente centuria los portugueses ya han reconocido bien toda la costa africana y establecen nuevas factorías en el este donde interactúan con los mercaderes árabes africanos, los suajili. El portugués Vasco de Gama para llegar a la India en sus viajes entre los años 1497 y 1524 navega por la costa del continente africano, y más tarde, entre 1519 y 1522, la expedición española de Fernando de Magallanes y Juan Sebastian Elcano será la primera en hacer la circunnavegación del globo. Los portugueses desde sus factorías extraen toda una serie de materias primas pero pronto, como decíamos, la extracción de seres humanos se convierte en el negocio más lucrativo. En este negocio participaran todas las naciones europeas que arriban al continente, tanto si disponen de colonias de plantación al otro lado del océano Atlántico o más allá en el océano Indico, o simplemente lo efectúan como intermediarios.
El interior del continente seguirá siendo una incógnita en la que los cartógrafos más que constatar fidedignamente los mapas se los imaginan prácticamente hasta finales del siglo XVIII, momento en el que el impulso de la Ilustración hace plantearse a la élite europea que hay en esos grandes espacios desconocidos, en que forma se puede remediar esta ignorancia, y la respuesta vendrá dada por los exploradores. Esto irá de la mano del sistema de clasificación de la naturaleza que ideó el sueco Carl Linneo en el año 1735: cientos de botánicos y expertos en otras disciplinas científicas se enrolaron en expediciones alrededor del mundo para clasificar y dar a conocer al mundo todo lo que encontraron. Dos años después se llevaba a cabo una doble expedición organizada por la Academia de Ciencias Francesa que tenía como objetivo hacer una serie de mediciones cerca del Polo Norte y en Sudamérica para saber si la Tierra era esférica como mantenía la geografía cartesiana o un esferoide achatado como proponía Isaac Newton. La expedición sudamericana resultara ser un fracaso pero sus miembros, entre ellos Charles Marie de La Condamine, realizaran un relato de sus andanzas que será tomado como ejemplo por los exploradores europeos en el continente africano que han de llegar. Años después el capitán inglés James Cook realizó tres largos viajes entre 1768 y 1779, el primero de ellos con rumbo a los Mares del Sur con propósitos científicos (observar el transito de Venus que permitiría determinar la distancia entre la Tierra y el Sol e ir a la búsqueda del gran continente austral) que le llevará a dar la vuelta al mundo, el segundo lo lleva al círculo Polar Antártico, y el tercero, donde perderá su vida frente a los nativos en las Islas Hawai, pretendía buscar el paso del Noroeste que unía el océano Atlántico con el océano Pacífico. Todos estos viajes buscaban ampliar tanto los conocimientos científicos como abrir nuevas rutas comerciales e iniciar la conquista de un nuevo mundo que a partir de entonces ya podía localizarse.
En Londres en el 1788 se crea la Sociedad Africana, precisamente bajo esta preocupación: «Al menos una tercera parte de las tierras −especialmente casi toda África− permanece hoy desconocida» (Hugon, 1998). La Sociedad Africana y la Real Sociedad de Londres enviarán al continente africano a toda una serie de exploradores, entre ellos Mungo Park del que hablaremos más adelante, para engrandecer el conocimiento científico en todas sus ramas del saber (geografía, etnología, literatura, botánica, zoología, etcétera.). En 1830 se funda la Real Sociedad Geográfica que financia a otra serie de exploradores como Richard Francis Burton, John Hanning Speke, o David Livingstone, que buscarán las fuentes de los grandes ríos y terminarán de rellenar los espacios en blanco. En el resto de potencias europeas van apareciendo también toda una serie de sociedades geográficas con los mismos propósitos. Richard Burton y James Hunt en enero de 1863 fundan la Sociedad Antropológica de Londres que en un año pasa de once miembros a quinientos. Esta asociación, que en palabras de Richard Burton era para dar a conocer aquello de las tierras lejanas «que no podía darse a conocer en otro lugar» se fusiona con la recién creada Sociedad Etnológica y da como resultado el Real Instituto Antropológico de la Gran Bretaña. En 1875, diez años antes de la Conferencia de Berlín, que será el punto de partida para el reparto del continente y en donde se establecerán las reglas del juego, Leopoldo II convoca un Congreso Internacional de Geografía en Bruselas, al que acudieron representantes de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Austria e Italia, en el que se pretendía «introducir la civilización» en África central. Las pretensiones científicas del congreso, como apunta Manuel Corachán, rápidamente son sobrepasadas por la obtención de tratados con los indígenas que finalmente reportarán más de un millón de kilómetros cuadrados que bordeaban el río Congo para el monarca belga.
En España las sociedades geográficas aparecen tarde. La primera de ellas es la creada por Manuel Iradier en Vitoria en 1868, La Exploradora, integrada por amigos y entusiastas del joven explorador. Esta sociedad al mismo tiempo que promueve excursiones por la región alavesa dinamiza la sociedad vitoriana culturalmente. Tenemos que esperar uno año más, habiendo realizado Iradier su primer viaje, para que se establezca en 1876 la Sociedad Geográfica de Madrid (*3), fundada por el coronel Francisco Coello, el ingeniero de caminos y arquitecto Eduardo Saavedra, y el director general de Instrucción Pública Joaquín Maldonado. Sin embargo esta asociación pierde en pocos años la mitad de sus socios, el interés del público y la prensa es nulo.
«La institución no podía por tanto pensar en la organización de expediciones exploradoras ni aludir intentos de empresas mercantiles. Para lo primero no contaba con dinero. Para lo segundo no lo había en ninguna parte». (Martínez Salazar, 1993).
La situación empieza a cambiar en el año 1883 cuando llega a la asociación Joaquín Costa y Julio Raparaz, circunstancia que se da con un cambio político que trae cierta estabilidad en las estructuras del estado que conocemos bajo el nombre de la Restauración. Joaquín Costa propone la celebración de un Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, con el objetivo de alentar dos expediciones y la creación de estaciones comerciales en la región del continente africano que años antes había explorado Manuel Iradier. Para llevar a cabo este plan Joaquín Costa funda la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, una organización presidida por Alfonso XIII, homologa a la creada en Bélgica por Leopoldo II.
Ideología para la conquista
En la Europa que alumbra el siglo XIX gran parte de los súbditos del monarca de turno se han convertido en ciudadanos con una serie de derechos y libertades inspirados por las ideas de la Ilustración que creían en los derechos del hombre y en el progreso de la humanidad. En Inglaterra este cambio se había producido cien años antes durante la Gloriosa Revolución en la que el monarca quedó subordinado al Parlamento. En el continente a finales del siglo XVIII se ha pasado del Antiguo Régimen a los estados constitucionales liberales en los que la capacidad económica suplanta la ascendencia estamental. Es el momento del Tercer Estado, ese que, interpretando libremente al abad Sieyès, no había sido nada y, tras la Revolución Francesa, lo será todo. Esta ideología bienintencionada que en Europa y los Estados Unidos daría un nuevo sentido para la vida de muchos tiene su contrapartida en la percepción del resto del mundo. Si occidente era la luz el resto del mundo era la oscuridad.
El sistema de clasificación natural de Linneo del que antes hablábamos fue una forma de constatar científicamente la naturaleza pero también de construirla a través del lenguaje. Este sistema que para Linneo ponía el orden en el caos, como Ariadna enseñaba al héroe salir del laberinto siguiendo el hilo que había desenrollado a su paso, se aplicó en el mundo vegetal, mineral, animal hasta llegar al ser humano quedando el homo sapiens dividido en seis variedades definidas por algunos trazos físicos pero también por diferentes connotaciones etnocentristas, positivas para los europeos y negativas para el resto de variedades (*4). En esta línea el filosofo francés Arthur de Gobinau entre 1853 y 1855 escribe El ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas. La aparición de la teoría biológica de la selección natural con la publicación en 1859 de El origen de las especies de Charles Darwin, donde el naturalista inglés argumenta que sobrevive el que mejor se adapta, es apropiada por la élite de las sociedades europeas reconduciéndola en lo que se ha venido a conocer como darwinismo social, considerándose estas élites en la cúspide de la civilización mientras el resto del mundo era percibido como subdesarrollado. El continente africano era percibido como un lugar incivilizado en el que reinaba la barbarie y por lo tanto era legitimo civilizar a sus ignorantes habitantes a través de la evangelización y la transmisión de la cultura europea. Esta labor la llevarían a cabo los militares, los comerciantes y los misioneros.
El esclavismo, del que los europeos se habían servido hasta hacía bien poco a través de la trata y la incitación a la captura de «seres humanos sin alma» a los débiles estados africanos, desde su abolición en Gran Bretaña en 1807, en Francia en 1848 y en los Estados Unidos tras la guerra de Secesión entre los años 1861 y 1865, será denunciado y perseguido por los británicos siendo una de las argumentaciones a la luz del día para empezar la conquista del continente. El tráfico de esclavos y la producción en grandes plantaciones en América que llevaron a cabo e hicieron posible los europeos fue como decíamos uno de los factores que facilitaron la Revolución Industrial en Europa y más tarde en Estados Unidos, ahora la lucha contra la esclavitud será la justificación para la colonización africana. El explorador y misionero David Livingstone estaba convencido de que la única manera de terminar con la trata de esclavos era a través de la colonización. Las motivaciones menos declaradas claro eran otras: la extracción de todo tipo de materias primas, el establecimiento de plantaciones, y la generación de un mercado cautivo colonial para la producción imparable de la fabrica del mundo que constituía la Europa del momento. Hasta Rudyard Kipling, un gran conocedor de culturas extraeuropeas por haber nacido y vivido de joven en la India, en 1899 escribe el poema La carga del hombre blanco, donde justifica el dominio y el tutelaje por su bien de los blancos sobre «las naciones tumultuosas y salvajes».
El explorador Samuel Barker exponía de esta manera lo que muchos pensaban en su tiempo sobre los negros: «Mostraré al salvaje tal como es, tal como lo he observado, en toda imparcialidad. El hombre de África, brutal, duro, sin piedad, no tiene esta fe en Dios, este instinto sagrado que la naturaleza parece habernos plantado en el corazón. Los nativos, abatidos por un calor sofocante, son más propensos al descanso que al trabajo. Al no tener ningún problema que resolver, la inteligencia languidece y acaba casi por apagarse. La falta de industria y la debilidad de carácter acarrean consecuentemente el amor a la facilidad y el lujo». (Hugon, 1998: 63)
Científicos y aventureros
Vista la teoría brevemente pasamos a hacer una semblanza de unos cuantos de estos exploradores que se fueron de viaje al continente africano. He elegido a Mungo Park porque fue uno de los primeros exploradores que se introdujo en el continente con intenciones exploratorias y comerciales, Richard Burton porque es un ejemplo de agente imperial y aventurero que se fundió con los otros, David Livingstone porque tenía aparte de empuje motivaciones tanto religiosas como comerciales, y Henry Morton Stanley porque representó muy bien la relación de la exploración y el imperialismo.
En su primera expedición la Sociedad Africana le encarga navegar aguas arriba por el río Gambia, seguir por tierra hasta el río Níger del que tenía que descubrir su curso, por aquel entonces desconocido, y continuar hasta la ciudad de Tombuctú. Park nada más llegar al río Gambia contrae la malaria, circunstancia que le permite en su convalecencia aprender algo de la lengua mandinga. Reemprende el viaje con un interprete y un criado pero los conflictos locales le obligan a dirigirse hacia el norte donde es hecho prisionero durante tres meses por un moro seminómada llamado Alí que piensa que Park es una avanzadilla de los europeos y por lo tanto una amenaza. El explorador logra huir y se dirige hacia el suroeste en la búsqueda del río Níger hasta que llega a Ségour a escasos días de Tombuctú, donde un jefe local le dice que los moros le van a matar. Park no las tiene todas consigo y decide regresar a Inglaterra. Tras un viaje que durará diecisiete meses llega a Londres y es recibido como un héroe. Park entonces decide volver a Escocia, escribir un relato de sus aventuras (Viajes a las regiones interiores de África), casarse y trabajar como médico, pero en 1805 vuelve a las andadas. Esta vez las circunstancias internacionales han cambiado: los franceses han logrado asentar su influencia comercial en el río Senegal y Joseph Banks piensa que los británicos tienen que controlar el río Níger. Por lo tanto la segunda expedición de Mungo Park es más ambiciosa: le acompaña un destacamento militar de cuarenta y tres soldados con el objetivo de llegar a Tombuctú y establecer enclaves comerciales en el curso del Níger. Nada más llegar al continente africano tres cuartas partes de sus hombres mueren por enfermedad. Al llegar a Ségour han muerto treinta y nueve. Sin embargo Park con tan solo cuatro hombres continua con su viaje y va más allá de Tombuctú llegando a la gran curva del Níger más allá de las cataratas Bussa. Park muere en circunstancias desconocidas.
Burton en 1861 se había casado con Isabel Arundell, una mujer que apoyó siempre al explorador, hasta el extremo de quemar a su muerte todo tipo de documentos (entre ellos el manual sexual árabe El jardín perfumado) que pudieran empañar su reputación. Desde su matrimonio Burton reconduce su vida hacia lo más convencional en su época, al menos sobre el papel, aceptando el consulado de Fernando Poo, que convertirá en su base de operaciones para visitar Dahomey, Benín y Costa de Oro. De estos años escribió Vagabundeos por África Occidental. En 1865 es destinado cuatro años como cónsul a la ciudad brasileña de Santos, en 1869 a Damasco, y en 1871 a Trieste. Cuando lord Salisbury le pide consejo sobre que hacer con Marruecos, Burton le dice que la solución es «la anexión». Burton tuvo tiempo para recorrer los Estados Unidos, donde conoció a los mormones de Utah, Islandia, el Perú y Paraguay donde informó sobre la guerra. Una de sus últimas obras fue una traducción de Las mil y una noches.
Livingstone se dirige al norte con su mujer y sus hijos atravesando el desierto del Kalahari hasta llegar al lago Ngami en agosto de 1849, hecho que le será recompensado por la Real Sociedad Geográfica. Entonces se dirige hacia el río Zambeze pero tras la muerte de uno de sus hijos decide acompañar a su familia a el Cabo para que partan hacía Inglaterra y continuar en solitario sus exploraciones. En 1853 prepara una expedición que sale de Linyanti con ayuda del jefe de los kololo, Sekeletu, que tiene como objetivo seguir el curso del río Zambeze, navegando y a lomos de un buey, hasta alcanzar la costa occidental del continente. La expedición llega a Sao Paulo de Luanda en mayo de 1854. Después de descansar y escribir un informe para la Sociedad Geográfica decide retroceder en sus pasos hasta llegar a Linyanti. Ha recorrido 4.000 kilómetros. Pero ahora quiere ir hacia el este bajando por el río dando con unos grandes saltos de agua, conocidas por los indígenas como «el humo que ruge» que el bautiza como cataratas Victoria. En mayo de 1856 llega a Quelimane, en el océano Indico. Ha recorrido África de costa a costa. Livingstone ha ido confeccionando mapas, ha ido estudiando los pueblos que se ha encontrado, sus intenciones son las de abrir el interior del continente a la evangelización y al comercio. Regresa a Londres y es recibido como un héroe, le otorgan condecoraciones, hace conferencias, y escribe Viajes y exploraciones en el África del Sur, que se convierte rápidamente en un éxito de ventas. Livingstone en su viaje ha presenciado la trata de esclavos y está convencido que la presencia de los europeos en el continente africano puede erradicarla.
Livingstone en 1858 inicia su segunda expedición. Esta vez no está al servicio de la Sociedad de las Misiones si no de la Oficina Exterior del gobierno británico. Le acompañaran seis compatriotas, entre ellos su hermano y el pintor Thomas Baines, y sesenta africanos que hacen de porteadores. Descubren el lago Nyasa (hoy lago Malawi) y remontan los ríos Shire y el Ruvuma. Sin embargo la expedición resulta ser un fracaso, confirma que el Zambeze no es navegable y no pueden implantar misiones cristianas de forma duradera, así que deciden volver a la Gran Bretaña.
La tercera expedición de David Livingstone, en la que no le falta tampoco financiación, le lleva a la región de los grandes lagos del África Central. Esta vez el objetivo es la búsqueda de las fuentes del Nilo. En enero de 1866 llega a la desembocadura del Ruvuma, y desde allí sigue rumbo al noroeste, hasta los lagos Nyasa y Tanganica. Descubre el lago Moero y el río Lualaba que Livingstone cree que es el Nilo. Enfermo e incapaz de comprobar su hipótesis se traslada a Ujiji en el lago Tanganica. En 1871 nadie en Europa sabe donde se encuentra, le dan por perdido o por muerto, así que el director del periódico New York Herald le encarga a Henry Morton Stanley su búsqueda. Se lo encuentra y Stanley le espeta la famosa pregunta «¿El doctor Livingstone supongo?». Los dos exploradores emprenden juntos la circunnavegación del lago Tanganica durante un mes resolviendo que el río Ruzizi desemboca en el lago en lugar de salir del mismo por lo que no puede tratarse del Nilo. Stanley intenta convencer a Livingstone para que vuelva a Inglaterra pero este prefiere quedarse en África recorriendo los ríos. Livingstone muere de enfermedad y agotamiento en la localidad de Ilala el 1 de mayo de 1873 convencido de que el Lualaba y el Nilo son un mismo río.
Henry Stanley vuelve a África a finales de 1873 para cubrir la campaña británica contra los ashanti en la Costa de Oro. El encuentro y las exploraciones que realiza con Livingstone le permiten encabezar una gran expedición, constituida por 360 personas y un buque de 13 metros desmontable, financiada por el New York Herald y el Daily Telegraph, que consiguió atravesar África central en mil días. Durante este largo viaje Stanley es el primero en circunnavegar el lago Victoria y validar la teoría de John Hanning Speke de que aquel era el nacimiento del Nilo Blanco, también de comprobar la unión del río Lualaba con el Congo, localizando unas cataratas gigantescas que bautiza con el nombre de Stanley Falls. De este largo viaje el explorador nos deja el relato A través del continente oscuro.
Entonces Henry Stanley da un paso más allá y a finales de la década de 1870 trabaja al servicio del rey de los belgas, Leopoldo II, facilitándole con sus exploraciones y otros trabajos un imperio sobre la orilla izquierda del Congo. Esto es importante porque Stanley no solo es la prueba más clara de la relación entre los exploradores y el imperialismo si no que también con su incursión en el Congo años después se oficializará la presencia total de los europeos y el reparto del continente africano por parte de las potencias. Stanley abre rutas comerciales, inicia la construcción de una vía férrea, funda Leopoldville y Stanleyville, convence a los jefes africanos para que acepten la tutela del rey de los belgas y en la expedición de 1876 adquiere un montón de piezas de marfil valorado en más de 50.000 dólares. La última misión de Stanley en África se produce entre 1887 y 1889 y consiste en el rescate del naturalista alemán Isaak Eduard Schnitze, conocido comúnmente como Emín Bajá, que ha quedado aislado en el Sudán tras la revuelta del ejército del Mahdi, poco después de la muerte del general Charles Gordon en Jartum. Henry Morton Stanley contó con amplios medios económicos y humanos en sus expediciones, en las que algunos testimonios dicen que tenía un comportamiento brutal con sus subordinados, más adelante volveremos a nombrarlo cuando veamos el fugaz encuentro con el explorador español Manuel Iradier.
Anotaciones
1. Estas referencias se pueden consultar en Historia de Heródoto, libro cuarto Melpómee, XLII.
2. Los griegos llamaban Libia a todo el continente africano.
3. Más tarde se conocerá con el nombre de Sociedad Geográfica Española y después Real Sociedad Geográfica.
4. El homo sapiens según Linneo se dividía en el salvaje (un cuadrúpedo, mudo y peludo), el americano (de color cobrizo, colérico, erecto; cabello negro, lacio, espeso; fosas nasales anchas; rostro áspero; barba escasa; obstinado, contento, libre; se pinta con finas líneas rojas; lo regulan las costumbres), el europeo (de tez blanca, sanguíneo, fornido; cabello rubio, castaño, sedoso; ojos azules; amable, agudo, con inventiva; cubierto con vestimentas ceñidas al cuerpo; lo rigen las leyes), el asiático (oscuro, melancólico, rígido; cabello negro; ojos oscuros; severo, arrogante, codicioso; cubierto con vestiduras sueltas; lo rigen las opiniones), y el africano (negro, flemático, relajado; cabello negro, rizado; piel sedosa; nariz chata; labios túmidos; taimado, indolente, negligente; se unta con grasa; lo rigen los caprichos). (Pratt, 2010: 73,74)
Bibliografía
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- Castel, Antoni y Sendín, José Carlos (2009) Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos. Libros de la Catarata.
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- Cortés López, José Luis (1984) Introducción a la historia de África. Espasa Calpe. Colección Austral. Madrid.
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- Pratt, Mary Louise (2010) Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. Fondo de Cultura Económica. Antropología. México D.F.
- Rice, Edward (1992) El capitán Richard F. Burton. Siruela. Madrid.
- Said, Edward (2010) Orientalismo. Debolsillo. Barcelona.
Nota - Este texto forma parte de mi tesina sobre la exploración y colonización en el territorio que desde hace unas décadas es conocido como Guinea Ecuatorial.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Febrero 2015.
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