El hombre que pudo reinar de John Huston. Una nueva lectura – por Francesc Sánchez


Lo bueno vuelve. Si Joseph Conrad nos proporcionó en El corazón de las tinieblas lo fundamental para entender que fue el colonialismo -que funcione el mecanismo extractivo, que funcione, aunque tengamos la desgracia de que grandes hombres como Kurtz lleguen demasiado lejos-, Rudyard Kipling nos despliega en El hombre que quiso ser rey el fracaso de la civilización del hombre blanco, en tierras habitadas por «pueblos que tienen otra cultura y otras costumbres», en los márgenes de un Imperio británico que dejará de ser lo que ha sido. El relato está bien, pero yo prefiero la película de John Huston, 1975, que aquí bautizaron con el título de El hombre que pudo reinar, y quizá se debe a que cuando la vi de pequeño me quedé fascinado, porque había aventura, un mundo diferente, y misterio. De hecho, han ido pasando los años, y no sólo me sigue gustando, si no es que es una de mis preferidas, porque es una historia muy bien contada con una fotografía exquisita, porque estos dos protagonistas que son Peachy Carnehan y Daniel Dravot, interpretados por Michael Kean y Sean Connery, me provocan empatía aunque sean unos sinvergüenzas, y porque Kipling y Huston, dieron con una de las claves para entender este mundo, que cualquier historiador, periodista, o hasta político debería hacer el esfuerzo de aprender.

La India forma parte del Imperio británico. Es la joya de la corona. Primero llegaron los exploradores y comerciantes, que serían la punta de lanza de la Compañía de las Indias Orientales y más tarde, tras el Motín de los cipayos de 1857, la instauración del Raj, que buscaba administrar adecuadamente la colonia a través de un Virrey y unos funcionarios, que llegaban a acuerdos con multitud maharajás, rajás o nababs (líderes locales) en una especie de audiencia permanente que llamaban el durbar. Esta es la India que para Peachy Carnehan y Daniel Dravot, veteranos del Ejército que desde entonces han creado una empresa en común, se ha hecho demasiado pequeña. La conversación en el tren entre Peachy y Rudyard Kipling, que en la película aparece como el corresponsal del Northern Star, después de que el primero le robara el reloj con la insignia masónica en la estación, no puede ser más esclarecedora: «…si nos dejaran vía libre, el Imperio no percibiría 70 millones de la India sino 700 millones… estos burócratas con sus leyes y normativas lo han arruinado todo…». No es menos significativo el encuentro con el gobernador, después de ser denunciados por Kipling para evitar que suplanten su identidad, y de que les corten el cuello por su intención de extorsionar a uno de los rajás, cuando este les recita a Peachy y Daniel su historial delictivo tachándoles como «oprobio para el Imperio británico» y ellos le dicen que estos «oprobios son los que han creado este Imperio». Y es verdad, los hombres que fueron utilizados en la conquista, si no saben reubicarse en los nuevos tiempos haciendo política cuando se despliega la civilización, son desechados.

El plan de Peachy y Daniel es atravesar Afganistán a través del paso Khyber y llegar a la remota y desconocida región de Kafiristán, que, en su momento, como pueden leer en los libros de la biblioteca de Kipling, fue visitado por Alejandro Magno, lugar donde este se casó con una nativa que se llamaba Rossana. El descabellado plan, pero como veremos efectivo, es llegar a un pueblo kafiri y preguntarle a su cacique quiénes son sus enemigos, instruir a sus hombres en el arte militar, derrotar a sus enemigos, y acto seguido derrocar a este Jefe e integrar a los vencidos en sus filas. El plan de Peachy y Daniel a través de este método es convertirse en reyes de Kafiristán y saquear el país completamente. En estos momentos muchos de vosotros puede que os estéis retorciendo en vuestra silla consternados ante tanta inmoralidad y falta de humanidad, pero lo que estos dos granujas tienen en mente no es muy diferente de lo que las potencias han hecho en todas partes, lo hicieron los conquistadores en América, lo hicieron los británicos en la India, y siguen haciendo todos, sólo que esta vez este par de emprendedores de esta empresa privada liberal lo hacen sin pompa ni circunstancia: lo dicen bien claro y sin embuches ¡quieren saquear!

Como era de esperar finalmente chantajean al Rajá de Degunber (probablemente inventado) y compran un montón de rifles Martini. Se ponen en marcha acoplándose a una caravana: Daniel interpreta a un hechicero mudo y Peachy que tiene el don de las lenguas les cuenta historias que se inventa sobre la marcha. Llegan a las montañas heladas del Hindu Kush y se encuentran con dos gigantes que hacen guardia y deciden dispararles sin que ninguno de ellos se precipite contra el suelo, comprueban entonces que son dos muñecos de madera… que han puesto los kafiris… eso quiere decir que están muy cerca de su objetivo… pero entonces descubren que el puente de hielo que acaban de cruzar ha desaparecido, en frente, un abismo les separa y les impide avanzar. Están atrapados y ven cerca su final. Peachy y Daniel reflexionan sobre su vida: nadie llorará su muerte, no han hecho ninguna buena acción, el mundo no ha mejorado con su existencia, pero han visto mucho mundo, han tenido muchas experiencias vitales, y en ese momento aseguran que «…si tuviéramos que perder los recuerdos no nos intercambiaríamos por el mismísimo Virrey». Entonces recuerdan una anécdota graciosa de cuando a un compañero suyo una bala le agujereo el bolsón y perdió sus monedas, se ve que esté retrocedió en su búsqueda, y todo el regimiento le siguió como un solo hombre… por esta hazaña fue condecorado. Se ríen a carcajadas y se produce el milagro.

No es cuestión de seguir contando la película porque mi intención como siempre es que la veáis. Pero si que diremos que Peachy y Daniel ponen en marcha el plan y les sale bien, al menos hasta cierto punto, hasta el momento que John Huston decide situar su segundo acto: el momento en que la carga del hombre blanco en la que creía Kipling -el auténtico-, ese compromiso moral bienintencionado, que era hijo de una pretendida superioridad moral malentendida, se apodera de Daniel Dravot: es decir la idea de gobernar cuando efectivamente se convierte en Rey de Kafiristán. Y esto no es menor. Porque Daniel mientras dura su momento feliz administrando la Ley como si la hubiera inventado él mismo quiere verdaderamente unir y mejorar materialmente a los diferentes pueblos de Kafiristán. De ahí que la carga de denuncia de John Huston no se limite al saqueo de los occidentales en todo el mundo sino al fracaso de su afán civilizatorio. Esa manía de decirles a todos como tienen que vivir sus vidas. El ejemplo de Afganistán es paradigmático: da igual quiénes lo intentaran, los rusos, los británicos, los soviéticos, o los norteamericanos, hoy en esas tierras mandan de nuevo los talibanes, probablemente porque son los que mejor se han adaptado a una realidad cultural persistente.

En su momento entrevisté a Francisco Berenguer, un gran conocedor de la realidad afgana, tanto de la pasada como de la más reciente, de estos veinte años en los que los nuestros estuvieron en esas tierras, aquella longeva intervención militar, que fue desplegando toda una serie de mecanismos políticos y sociales, se produjo poco después de la mañana más aciaga del 11 de Septiembre de 2001 sobre Nueva York, que tantas consecuencias ha traído. Y él sabe de lo que habla porque estuvo allí. No estoy de acuerdo en todo lo que dice, sobre todo porque mis interpretaciones y reflexiones van por otro camino, y yo llamo a algunas cosas por otro nombre, pero esto no es ningún impedimento para reconocer que ofrece claves importantes, para entender las razones del porque como occidentales fracasamos en la creación del Estado afgano y, por lo tanto, del Ejército afgano, y que si os interesa este asunto merece ser escuchado atentamente. Finalmente, también, publicó sus dos libros que al final de este artículo os aportamos.

Me dejo para el final el tema de las casualidades convertidas encausalidades. Es todo muy misterioso como dice Daniel cuando nos asegura que está convencido de que toda una serie de pequeñas cosas que están conectadas, desde el encuentro de Peachy con Kipling en el tren, la insignia masónica que este le da como obsequio, la flecha clavada en la bandolera, el símbolo en la roca, y cualquier otra cosa que ha sucedido, y que los han conducido a su objetivo. Daniel Dravot está convencido de que en otra vida ha llevado corona. Peachy mucho más práctico le dice que sin más han tenido mucha suerte y que por una vez aprovechen la oportunidad. Esto produce una discusión y una ruptura entre los dos. Pero su amistad es muy poderosa y se mantendrá hasta el final. Hasta aquel momento del tercer acto que nos trae John Huston. y que no desvelaremos, que por fuerza nos hace empatizar una vez más con estos dos hombres. Porque es verdad, pongamos los apelativos que queramos, pero su historia y de la forma en la que John Huston nos la cuenta, es al mismo tiempo una denuncia de todo esto que hemos dicho, pero también una aventura de dos hombres que habiendo cometido malas acciones en su humanidad terminan redimiéndose. Y esto, además, en mi opinión es una disculpa que hace John Huston de nuestro Imperialismo, de nuestra forma de actuar en el mundo. Lástima que quienes tienen poder de decisión aquí o en cualquier otro lugar no hayan aprendido la lección. No perdáis ni un momento y buscar esta película, un trabajo esencial sobre el Colonialismo y el Imperialismo, que os ayudara a entender que tipo de mundo tenemos.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Agosto 2024.