La Guerra de Ucrania fortalece la relación transatlántica – por Francesc Sánchez

 


Hace cuarenta años España, después de un proceso político de al menos seis años que se solapa con la Transición de la dictadura a la democracia, se incorporaba a la OTAN en un contexto de gran polarización política y social sobre esta cuestión en nuestro país, y otro de más alcance definido por la Guerra Fría en la que se enfrentaban, desde prácticamente la Segunda Guerra Mundial, las dos superpotencias. Hoy cuando las nuevas generaciones no saben que es la OTAN, y los que ya tienen cierta edad la habían olvidado, la Alianza Atlántica reaparece de nuevo con una fuerza inusitada en el contexto de la Guerra de Ucrania, y Pedro Sánchez se presenta como el alumno aventajado despachando y ofreciendo nuestras Fuerzas Armadas a la organización. El hecho que países europeos neutrales como son Suecia y Finlandia abandonen su no alineamiento militar declarando su voluntad de incorporación a la OTAN para protegerse de una agresión por parte de Rusia, cómo la denuncia primero, amenaza después, y agresión de Putin sobre Ucrania, precisamente por la insistencia ucraniana de adherirse a la Alianza Atlántica, sin duda serán cuestiones, unas con más publicidad y otras con menos, que serán definitivamente tratadas en la celebración anual de la cumbre la OTAN en España.

La Organización para el Tratado del Atlántico Norte se funda el 4 de abril de 1949 por parte de Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, y el Reino Unido, para ofrecer una seguridad colectiva frente a la Unión Soviética bajo el Artículo 5 que reza que «cualquier ataque a una de las partes será interpretada como un ataque a las demás partes y por lo tanto será defendida por todas las demás». Para entender el porque esto fue posible debemos de mencionar algunos antecedentes como son el desembarco de los aliados en las playas Normandía para liberar Europa de los nazis mientras los soviéticos les estaban haciendo trizas en el Frente oriental, la Cumbre de Yalta y Potsdam, por las que los aliados occidentales y los soviéticos se dividen Europa en áreas de influencia, y el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki por parte de los estadounidenses para derrotar sin paliativos al Imperio del Sol japones. Entre el 24 de junio de 1948 y el 12 de mayo de 1949 los soviéticos efectúan un bloqueo sobre Berlín oeste, ciudad que por aquel entonces estaba dividida, como la propia Alemania, en diferentes sectores aliados, y que estos últimos escamotearan con un colosal puente aéreo para mantener los suministros.

Este fue el inicio de la Guerra Fría. Mucho antes de la creación del Pacto de Varsovia que se fundó el 14 de mayo de 1955. Pero no podemos prescindir de la dimensión económica que inician los estadounidenses en 1948 con el Plan Marshall por unos 20.000 millones de dólares de la época para reconstruir una Europa en ruinas y reactivar su economía. Si la fundación de la OTAN ligaba a Estados europeos con los Estados Unidos en la dimensión militar, esta inversión a través del Plan Marshall fue el inicio de una interdependencia económica entre las dos orillas del Atlántico, en beneficio de los Estados Unidos que dura hasta nuestros días. Sin hacer grandes abstracciones podríamos resolver que ambas cuestiones están íntimamente relacionadas y por lo tanto la OTAN es más que una alianza militar y la economía es algo más flujos comerciales. Lo que se ha venido llamar «poder blando» con la influencia cultural de un Estado sobre otro, que va desde el «american way on life», a las tendencias sociales, y expresiones culturales a través del cine, la música, y la literatura, durante todo este tiempo, aunque ahora la innovación e imaginación estadounidense esté en franca decadencia, completan el lote de esta relación transatlántica entre los Estados Unidos y Europa, que digámoslo claramente, ofrecía un sistema más libre, expuesto al mundo, al que había en la Unión Soviética. Nada de esto evitó, claro está, que los Estados Unidos exportaran su sistema al resto del mundo a través de guerras, golpes de Estado y terrorismo de estado.

La propia unión de los europeos, el mejor invento en el continente del siglo XX, que prendía desplazar para siempre la guerra en Europa, se ha de enmarcar forzosamente dentro de este contexto que acabamos de explicar. El proyecto europeo, del que hemos hablado en otras ocasiones y que hoy también parece fortalecido por la Guerra en Ucrania, aunque mientras escribo este artículo faltan pocos días para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia y la candidata Marine Le Pen impugna la mayor, tenía desde el principio sus propias peculiaridades para recuperarse de la guerra, promover un tipo de sociedad prospera, sin fronteras, libre a fin de cuentas, capaz de ofrecer igualdad a sus ciudadanos, a través del del Mercado Común, el Estado del Bienestar, el Tratado de Schengen, y las instituciones Europeas. Esto que duda cabe que al principio fue visto con buenos ojos por los Estados Unidos porque unía a sus aliados frente a la Unión Soviética, ya no lo fue tanto cuando la construcción política europea ha empezado a dar sus propios pasos y ha cuestionado la relación transatlántica. Cuando se hundió la Unión Soviética por sus propias contradicciones internas, pero interpretado por Washington como una victoria, los Estados Unidos ofrecieron como panacea un falso multilateralismo, que podemos comprobar desde entonces, y la globalización económica de matriz neoliberal bajo la hegemonía de las multinacionales, que en su mayor parte eran en su momento estadounidenses.

El 11 de Septiembre de 2001 se produjeron los atentados terroristas de Nueva York y el Pentágono, un momento en que la solidaridad con los americanos fue absoluta, en el que Washington invocó por primera vez en la historia el Artículo 5 de la OTAN, pero fue gestionado torticeramente por la administración de George W. Bush, con la Guerra Global contra el Terrorismo, una serte de cruzada global, que recuerda en cierta forma aquella que inició el papa Urbano II para conquistar Tierra Santa a los musulmanes, contra Estados canallas que se salían de la ecuación de este tipo de sistema global liderado por los Estados Unidos que hemos descrito. En Afganistán fuimos todos de cabeza cuando la OTAN se hizo cargo de las operaciones militares, pero en la Guerra de Iraq de 2003 todo fue diferente. Un momento de fricción entre los europeos y los norteamericanos, cuando la Nueva Europa liderada por la España de José María Aznar, seguida por los polacos, los checos, y los italianos, apoyaba la guerra mientras Francia y Alemania, los países fundadores de la Unión Europea, no la apoyaron. Pero no pasa nada. Cuando creíamos que nuestro enemigo era el islam radical con su terrorismo y sus costumbres totalitarias, llegó Barack Obama con sus grandes discursos y el mundo árabe ansioso de democracia se echó a las calles, y entonces nuestros enemigos fueron aquellos Estados díscolos que mantenían a raya a los salafistas, los mismos que de la noche a la mañana, más directa o indirectamente se convertían una vez más en nuestros aliados circunstanciales.

Me produce cierto sonrojo que debamos considerar un buen momento de la relación transatlántica los mandatos de Barak Obama. No tanto porque no se produjera efectivamente esta vuelta a la relación sino porque a la mencionada ya revuelta árabe, que terminó en una serie de guerras civiles con centenares de miles de muertos y millones de refugiados, debemos sumar también los sucesos de Kiev de 2014, en los que tanto europeos como norteamericanos estuvimos muy implicados, y que son el antecedente claro de la Guerra de Ucrania que hoy contemplamos. Entonces llegó Donald Trump e hizo «América grande de nuevo», señalando que la dictadura comunista de China estaba jugando sucio en la globalización económica, porque estaban convirtiéndose en un gigante capitalista que cada vez acaparaba más mercados y ponía en marcha sus propias redes comerciales a través de las Nuevas Rutas de la Seda. Donald Trump rompió tratados comerciales, intentó volver al proteccionismo y al aislacionismo, teniendo como consecuencia el menoscabo de la relación transatlántica con los europeos, pero también la retirada militar de los escenarios conflictivos (se ha de decir que no inició ninguna guerra), pero como sabemos también fue un factor de primera importancia en la ascensión de la nueva derecha, conspirativa, -ahora la llaman- iliberal y populista en todo el mundo. No, un presidente de Estados Unidos no puede conducir a sus seguidores a la toma del Capitolio, dando la sensación de que encabeza un golpe de Estado. Durante estos tiempos raros los europeos se empezaron a plantear una vez más su propio camino llegando Emanuel Macron a sentenciar que «la OTAN estaba en muerte cerebral» y que hacia falta un ejército europeo.

Entonces llegan los demócratas a la Casa Blanca y volvemos a retomar la relación transatlántica. No con muy bien pie por cierto con la evacuación de Afganistán que fue una verdadera estampida. Pero tengan en cuenta que una vez que parece que hemos superado la pandemia del coronavirus, un factor también a tener en cuenta en la gestión del último año de mandato de Donald Trump (los chinos tuvieron la culpa), con la Guerra en Ucrania la relación transatlántica es formidable. Muchos europeos han redescubierto o descubierto que la seguridad colectiva de la OTAN nos defiende de una invasión por parte de Rusia, y hasta los pacifistas suecos y finlandeses quieren incorporarse cuanto antes mejor. Además, estamos proporcionando armamento a los ucranianos a través de «un fondo para la paz» para que se defiendan de la invasión matando soldados rusos. Los lazos comerciales con Rusia con las sanciones económicas de la Unión Europea han saltado por los aires: aunque aún se mantiene el cordón umbilical del gas natural y del petróleo ruso hacia Alemania y otros países europeos, que cada día transfiere 800 millones de euros a Rusia, pero ya los Estados Unidos están vendiendo cantidades ingentes de gas natural licuado hacia Europa. La diferencia entre los encuentros y desencuentros que ha habido en esta relación transatlántica entre Europa y los Estados Unidos, que aquí hemos querido explicar, en líneas generales al principio, y yendo más al detalle para las últimas décadas, es que la Guerra de Ucrania, está moviendo las relaciones de la Unión Europea tanto con Rusia como los Estados Unidos hasta una dimensión no conocida desde el fin de la Guerra Fría.

Indudablemente que como europeos tenemos mucho en común con los norteamericanos, la propia historia, y no sólo la del pasado siglo XX, nos ha ligado, a fin de cuentas, si exceptuamos primero «unos cuantos indios que había por ahí» que en parte se cargaron y que parte metieron los yankis en reservas, luego «unos cuantos negros» que llevaron como esclavos y que luego obtuvieron sus derechos, y en tiempos más recientes un montón de latinoamericanos que buscan un porvenir, los Estados Unidos es un país hecho de inmigrantes, en su primer momento de procedencia europea, que formó parte del ciclo revolucionario atlántico que terminará por definir los Estados democráticos a uno y a otro lado del Atlántico. Pero nos equivocaríamos terriblemente en pensar que cómo europeos no debemos encontrar nuestro propio camino, estando a expensas del humor del presidente de turno de los Estados Unidos: no se trata de menoscabar la relación transatlántica, pero esta debe partir desde una posición de iguales, como tiene que ser. Lo mismo sucede con Rusia: hoy estamos en guerra, pero es indudable también que en la historia compartida entre ambas realidades podemos encontrar el mismo número de encuentros que desencuentros. Del mismo modo que no podemos entender ni Europa ni el mundo sin la existencia de los Estados Unidos tampoco la podemos entender si excluimos a Rusia. Mi deseo es que defendiendo cada cual sus posiciones lleguemos a punto de encuentro en que se substituyan las armas por las palabras.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Abril 2022.