La disuasión nuclear en la Guerra de Ucrania – por Francesc Sánchez

 

Muchos se preguntan horrorizados por las imágenes que nos llegan de destrucción y horror desde Ucrania porque la OTAN o una coalición de países occidentales no intervienen militarmente en la guerra a favor del gobierno ucraniano, o porque esto que llamamos comunidad internacional, que -entre otros puntos de encuentro- tiene su representación en la Asamblea General de Naciones Unidas, no interviene más efectivamente en el conflicto. La respuesta es que Rusia no es un Estado cómo la mayoría porque dispone de uno de los ejércitos más importantes del mundo, dispone de armas nucleares, y es miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y esto a la práctica comúnmente se traduce en impunidad, aunque los occidentales estemos aplicando duras sanciones económicas. Rusia puede suponer un duro contendiente para los ejércitos occidentales convencionales, y desde el principio de la guerra está haciendo efectiva la disuasión nuclear: un enfrentamiento directo de los ejércitos occidentales con Rusia seria un enfrentamiento entre potencias nucleares que podría dar paso a una guerra nuclear limitada o al apocalipsis con la teoría de la Destrucción Mutua Asegurada. El hecho que Rusia heredara de la Unión Soviética su asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -incluido el arsenal nuclear que también estaba instalado en Ucrania- desde el que poder hacer efectivo su veto a cualquier resolución en su contra es una consecuencia de esto que estamos afirmando. El Status quo de postguerra bajo la disuasión nuclear.

La realidad es que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y también la Asamblea General de esta misma organización, se diseñaron para efectuar resoluciones sobre conflictos en los que no estuvieran involucrados los miembros del Consejo de Seguridad, sino sobre Estados parias que se han salido de la senda marcada por estos mismos miembros del Consejo de Seguridad, involucrados en guerras regionales, o guerras civiles, a los que poder enviar cascos azules con una efectividad muy discutible, porque cuando estas fuerzas han estado presentes no han evitado un rebrote de las matanzas, permaneciendo impertérritamente, como nos enseñaron en el pasado las guerras fratricidas yugoslavas o el genocidio ruandés de los hutus sobre los tutsis. Precisamente para reforzar esta circunstancia el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas también ha llegado a emitir resoluciones por las que, invocando la transgresión de los derechos humanos, una coalición internacional se ha puesto en marcha para destrozar a los Estados canallas. Nada de esto como digo es aplicable a una potencia con armamento nuclear.

Las potencias que han declarado disponer de armamento nuclear son por cantidad de cabezas nucleares: Rusia (1.625 desplegadas, 2.870 almacenadas, y 1.760 retiradas), los Estados Unidos (1.800 desplegadas, 2.000 almacenadas, y 1.750 retiradas), China (350), Francia (290), el Reino Unido (225), La India (156), Pakistán (165), Israel (90), y Corea del Norte (50). La España de Franco y también en los años de la Transición se planteó con el Proyecto Islero la posibilidad de disponer de la bomba atómica. Entre 1968 y 1970 las potencias nucleares promovieron el Tratado de No Proliferación Nuclear, por el que los Estados que lo suscriben se comprometen a no desarrollar y almacenar este tipo de armamento. Sin embargo, este tratado promovido por las cinco potencias nucleares que coinciden con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no sólo no es retroactivo, y por lo tanto no afecta a estos países, si no que estos Estados han seguido desarrollando nuevo armamento nuclear. Fuera de este tratado están fuera las potencias nucleares de India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. El programa nuclear iraní del que más adelante hablaremos ha supuesto duras sanciones económicas que han lastrado la economía de este país.

Durante la Guerra Fría el momento en que las dos superpotencias estuvieron más cerca de un enfrentamiento directo fue durante la Crisis de los Misiles del año 1962, cuando la Unión Soviética de Nikita Jrushchov puso en marcha un plan de despliegue de misiles de medio alcance R-12 y R-14 con ojivas nucleares en la isla de Cuba cómo garantía de seguridad para Fidel Castro frente a una invasión extranjera, como la lanzada desde Washington en 1961 con el desembarco de Bahía de Cochinos. Estos misiles soviéticos amenazaban el territorio de los Estados Unidos y John F. Kennedy ordenó un bloqueo naval sobre cualquier buque que se acercara a la isla: la crisis finalmente se resolvió con la neutralización tanto de los misiles en Cuba como de los norteamericanos PGM-19 Júpiter de similares características en Turquía. Un win to win que llevó a las dos superpotencias a concienciarse del peligro de un enfrentamiento nuclear: esto llevo a la instalación en la Casa Blanca y en el Kremlin del famoso teléfono rojo, para que los dos Jefes de Estado tuvieran una comunicación directa, y al inicio de una etapa política entre las dos superpotencias que se vino a llamar la distensión. Los Estados Unidos y la Unión Soviética durante años mantuvieron negociaciones llegando a los Acuerdos SALT I y SALT II para la reducción de misiles nucleares, y a las conversaciones para la Reducción Mutua y Equilibrada de Tropas (MBFR) en Europa central.


 

 Sin embargo, este no fue el único momento de tensión de dimensiones nucleares entre los Estados Unidos y la Unión Soviética: la Crisis de los Euromisiles que llevó a la OTAN entre 1983 y 1986 a un plan de instalación de 108 misiles Pershing II y 464 misiles de crucero con cabezas nucleares, en Bélgica, Holanda, Italia, Reino Unido y la República Federal Alemana, para contrarrestar la instalación misiles SS-20 soviéticos cerca de la frontera fue un verdadero pulso en el que nuevamente la disuasión nuclear entraba en acción, y en el que el movimiento pacifista y antimilitarista salió a las calles en contra de estos artefactos, dándose la mano en España con un amplio movimiento contrario a la incorporación de nuestro país en la OTAN, que finalmente no fue tenido suficientemente en consideración. La Crisis de los Euromisiles finalmente fue neutralizada por la negociación entre Ronald Regan y Mijaíl Gorbachov con la firma del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio que supuso además el inicio del fin de la Guerra Fría. Donald Reagan subió tanto la tensión que Mijaíl Gorbachov, un hombre pragmático que quería la democratización de la Unión Soviética, decidió retirarse de la partida, porque estaba convencido que era imposible seguir manteniendo un desorbitado gasto militar, y algo fundamental la victoria en guerra nuclear.  

Vladimir Putin desde su primer encontronazo con occidente -podríamos retroceder en el tiempo hasta el conflicto por el gas en Ucrania en el 2004- ha ido denunciando que los Estados Unidos y sus aliados «engañaron» a la extinta Unión Soviética y luego a Rusia en lo referente a la ampliación de la OTAN, integrando en la Alianza Atlántica -y también en la Unión Europea- no sólo a aquellos países que habían formado parte del Pacto de Varsovia si no también incluso a exrepúblicas de la Unión Soviética. Putin ha amenazado con la disuasión nuclear a occidente en caso de que se entrometa militarmente en el actual conflicto armado en Ucrania. Por lo que aquí tenemos ya no sólo la utilización de la disuasión nuclear como defensa frente a un ataque extranjero de Rusia, si no cómo amenaza hacia occidente en su intromisión en un conflicto en un tercer país. Deberíamos tomar nota de esta amenaza que nos lanza Putin porque no está nada claro que occidente no se esté entrometiendo en la guerra. De hecho, sucede todo lo contrario.

Durante la Guerra Fría se mantuvo este equilibrio del terror hacia el enfrentamiento nuclear que hizo imposible un enfrentamiento directo entre las dos superpotencias. Esto llevó al reconocimiento y respeto entre las dos superpotencias en lo que es conocido como la coexistencia pacífica. Pero no debemos olvidar que esto no evitó que tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética se vieran envueltos en conflictos armados en terceros países directa o indirectamente: tal es el caso de la Guerra de Corea (1950-1953), la Guerra de Vietnam (1964-1975), la Guerra de Angola (1961-1975), y la Guerra de Afganistán (1978-1992). La facilitación de armamento a los ucranianos para que maten soldados rusos hecha a la luz de día nos lleva a un escenario que va más allá incluso al apoyo decidido de los Estados Unidos a los muyahidines afganos durante su guerra con el Ejército rojo. Esto sumado a las sanciones económicas que buscan la caída del régimen de Putin es lo que en un artículo anterior me llevó a decir que estábamos en una guerra no declarada con Rusia. Si se diera la circunstancia que Europa deje de comprar los hidrocarburos rusos se procedería a cortar todos los lazos importantes con Rusia, entonces el sueño de la globalización pasará a la historia, y volveremos una vez más a un mundo definitivamente dividido en bloques.

Se puede establecer un paralelismo entre la Guerra de Ucrania y la Guerra de Iraq de 2003 cuando una coalición liderada por los Estados Unidos, sin contar con la debida autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, decidió invadir Iraq alcanzando Bagdad para destruir el régimen de Sadam Husein, bajo el pretexto de que este disponía de armas de destrucción masiva. Los baazistas en el pasado disponían de armamento químico y lo llegaron a utilizar tanto contra los iraníes como contra los kurdos en el contexto de guerra contra el país vecino entre 1980 y 1988. Durante mucho tiempo estuvieron intentando obtener la bomba atómica y obtuvieron por parte de los israelíes el bombardeo en 1981 de un reactor nuclear. Pero lo cierto es que Iraq para el año 2003 no disponía ni armas químicas ni nucleares y por esa razón, por no tenerlas, fue posible la invasión. Todo el programa nuclear iraní, pese a presentarse con fines energéticos y pacíficos, a nadie se le escapa que podría transformarse en un programa militar que, ciertamente amenazase a otros países, pero que duda cabe seria también un seguro frente ante cualquier invasión, haciendo uso de la disuasión nuclear. La hipocresía sobre la no proliferación nuclear para la mayoría de Estados mientras unos cuantos pertenecen al selecto club de la bomba atómica es palpable, pero seria un tremendo error dar carta blanca a esta misma proliferación porque la posibilidad de utilizar este armamento, o que este cayera en manos de grupos terroristas, se incrementaría notablemente.  

Por lo dicho la Guerra de Ucrania cada vez es más incierta. Los rusos pueden sufrir grandes bajas, pero pueden retirarse con una victoria para consumo interno probablemente con la neutralidad de Ucrania olvidando su adhesión a la OTAN, y con el control directo de los territorios que han conquistado. Pero nada de esto está claro porque el mensaje que se envía es que Bruselas acogerá a una Ucrania desvalida, con la que todos nos solidarizamos con su pueblo, en una Unión Europea que sucesivamente ha barajado la posibilidad de crear su propia fuerza militar. Si no se llega a un acuerdo entre Kiev y Moscú esta guerra puede ser muy larga. Seria disparatado que el Kremlin no haya aprendido la lección de Afganistán, pero en algún momento los ucranianos, que se defienden legítimamente de esta invasión, deberían plantearse si quieren que Ucrania se convierta en nuevo Afganistán. Más pronto que tarde no hay otra solución que el entablar negociaciones con Rusia. Sin embargo, lo que podría haber sido la materialización de la Carta de Paris para una Nueva Europa, con la disolución de los bloques militares con la búsqueda de un horizonte en común con una política de seguridad colectiva que nos concierna a todos, parece que es una utopía. De hecho, hasta las Conferencia de Yalta y Potsdam que llevaron a cabo los aliados tras vencer a los nazis al finalizar la Segunda Guerra Mundial, con el reparto de los restos de Europa entre estos mismos aliados en dos grandes áreas de influencia, queda también lejos.

Cuando la disuasión nuclear parecía que formaba parte de la historia vuelve a estar al orden del día amenazándonos a todos. Pero precisamente esa disuasión nuclear fue un factor a tener en cuenta durante toda la Guerra Fría, un periodo de tiempo en el que en Europa no se llegó nunca al enfrentamiento directo. El hecho que Finlandia y Suecia quieran incorporarse en la OTAN por miedo a correr la misma suerte que Ucrania es muy significativo. Lo que para Ucrania fue una razón de peso denunciada por el Kremlin, porque amenazaba su propia seguridad, para los nórdicos, que siempre se han mostrado pacifistas y han permanecido neutrales, puede que para muchos sea visto como una solución. Rusia lo vera una vez más como una amenaza a su «fortaleza asediada». El restablecimiento de la relación transatlántica de Europa con Estados Unidos y el consenso de los europeos para ponerse de acuerdo frente a la amenaza de Rusia son otras cuestiones que tendrán su debido espacio.

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Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 11 Abril 2022.