La revuelta árabe II - por Francesc Sánchez


Sección de Opinión
La revuelta árabe II - por Francesc Sánchez

Los acontecimientos se reproducen a la velocidad de la pólvora. Si no hace mucho más de un mes Ben Ali había huido de Túnez hacia Arabia Saudita y en Egipto un clamor popular pedía la dimisión de Hosni Mubarak y el fin del régimen, hoy debemos constatar cómo éste último ha caído y el ejército, que hasta entonces no había participado en la revuelta ni para bien ni para mal, ha tomado el control del país, prometiendo elecciones en seis meses. Ha habido débiles revueltas en Yemen y en Bahrein, pero la que se lleva la palma es la de Libia: el país en cuestión de pocos días ha pasado de presenciar unas cuantas manifestaciones en contra de Muammar el Gadafi a estar de facto en una guerra civil, que divide el país en territorios afines al dictador y contrarios al mismo. Gadafi, cuarenta años en el poder tras el golpe de septiembre de 1969 contra el monarca amigo de los occidentales Idris I y la revolución que como otras iba a prometer un presente mejor, se ha llenado de gloria al mandar a su fuerza aérea bombardear a su pueblo. Ahora todo son condenas contra Gadafi y lamentaciones ante lo que este hace a su pueblo, cuando hace pocos años, tras los atentados del 11 de Septiembre, la comunidad internacional se reconcilió con este hombre, que antes era un apestado que fue bombardeado en tiempos de Reagan y que fue acusado de estar detrás del atentado de Lockerbie en el que murieron 270 personas (*1), simple y llanamente, por disponer bajo el subsuelo de su país importantes reservas de gas y petróleo.

Parece que en los medios de comunicación se impone la idea de que Internet –y en concreto las redes sociales- están siendo cuando menos las herramientas utilizadas por los revoltosos en los países árabes para organizarse e iniciar la revuelta. Internet jugaría así pues el papel que jugó la imprenta en las revoluciones burguesas, donde El Sentido Común de Thomas Payne, con la distribución de sus miles de copias, fue un revulsivo para la guerra de independencia americana en contra de los británicos. Al otro lado del Atlántico Los cuadernos de queja expusieron toda una serie de peticiones que llegaron a los diputados de los Estados Generales, los protagonistas de la revolución francesa. En tiempos más recientes las grabaciones de Jomeini en contra del Sha Reza Palevi y las reuniones en las mezquitas, fueron la antesala de la revolución iraní. Pero aquí se terminan las semejanzas. Es bien cierto que las revueltas en Túnez y en Egipto han hecho caer a los dictadores Ben Ali y Hosni Mubarak, pero el pueblo no ha tomado el poder, no está organizado políticamente, ni tiene un programa político unitario y alternativo. En los anteriores casos las revoluciones terminaron con el régimen anterior, las colonias norteamericanas –organizadas en congresos y comités- hicieron la Declaración de Independencia e iniciaron una guerra contra Inglaterra, que tras ganarla unió a los colonos entorno a nueva nación, que en su momento fue toda una innovación porque se asentaba bajo las ideas ilustradas de los Derechos del Hombre. La revolución francesa hizo irrumpir con fuerza al Tercer Estado, el que hasta la fecha no era nada y tras la revolución, destruyendo el Antiguo Régimen que mantenía el poder en la nobleza y la Iglesia, lo fue todo. La revolución iraní destronó al déspota del Sha dando el poder a los clérigos proclamando la República Islámica, una nueva nación que una de las primeras cosas que hizo fue reprimir a las izquierdas que habían luchado fervientemente en la revolución. Por si fueran pocas las diferencias en éstas revueltas árabes de las revoluciones de las que hablamos el papel del ejército, su pasividad o su –finalmente- tutelaje de las mismas, está siendo fundamental.

El mundo mira más que con simpatía con temor a Libia. Porque la guerra civil de facto que en este país se desarrolla puede desestabilizar la región, puede mantener en el poder a un Gadafi que ha roto con occidente, o puede irrumpir con fuerza un gobierno que no tiene porque ser amistoso con los occidentales. Puede, también, dejar de suministrar el petróleo y el gas necesarios para que el primer mundo siga siéndolo. No está de más recordar el concepto del Peak oil que creó Hubbert en 1956 (*2): básicamente nos venía a decir que todo pozo de petróleo define una campana –la de Hubbert- en la que la parte más alta muestra el cenit, el máximo de extracción durante un tiempo, y a partir de ahí empieza su inexorable declinación hasta que se termina la última gota. Extrapolando esta campana a todos los pozos de petróleo –de gas, o de cualquier fuente energía que sea finita- se puede vislumbrar cuanto tiempo nos queda para poder disfrutar del ansiado maná. Los problemas no vendrán cuando se extraiga de los pozos las últimas gotas si no en el momento que empiecen a declinar, entonces la demanda superara la oferta disponible y empezaran los problemas. Hay quién afirma que ese momento ya ha llegado y que tras estas revueltas árabes, que indudablemente mantienen motivos nobles, se esconde esta cruda realidad: la lucha por los hidrocarburos que quedan en estos momentos. Precisamente uno de los fines de la OTAN que se pretenden es garantizar las fuentes de energía para sus miembros (*3). La imposición a Libia de una zona de exclusión área por fuerza requiere de una intervención militar. EEUU ha enviado ya dos barcos de guerra a la región.

Anotaciones:

(*1) En 1988 un atentado en un avión de la Pan Am sobre la localidad escocesa de Lockerbie causo la muerte de 270 personas. Tras este atentado se vio la mano oculta de Muammar el Gadafi, el que tras su rehabilitación, extraditó a los culpables y pagó importantes cantidades en forma de compensaciones a las víctimas.
(*2) Información extensa sobre el Peak Oil puede consultarse en el web Crisis Energética.
(*3) Se puede ver la información aparecida en el diario El País en el artículo La OTAN aspira a proteger las líneas de suministro de energía.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Marzo 2011.

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