Normandía, 6 de Junio de 1944 – por Francesc Sánchez
El pasado 6 de Junio se cumplieron 80 años del Desembarco de Normandía: el inicio del fin del Tercer Reich en Europa. Y es cierto pero incompleto si no decimos que los ejércitos de la Unión Soviética desde la derrota nazi en Stalingrado, Leningrado, y la batalla de Kursk, infringieron grandes daños al Ejército alemán, y después se dirigieron hacia Berlín, donde después de sitiar la capital del Reich y de que Adolf Hitler se suicidara en su bunker, izaron la bandera roja en el Reichstag. Pero lo que toca en estos momentos es hablar del heroico papel que tuvieron los soldados aliados de los Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, y multitud de hombres de otras nacionalidades enrolados en sus filas. El Día D se puso en marcha la Operación Overlord: se movilizaron 5.000 embarcaciones y 160.000 soldados desembarcaron en las playas bautizadas para la ocasión como Utah, Omaha, Gold, Juno, y Sword, de los que entre 4.000 y 10.000 murieron el primer día, y 10.000 más en los sucesivos. Las cifras pueden ser apabullantes, pero más altas habrían sido si Joan Pujol no hubiera convencido a los alemanes de que el desembarco se iba a producir más al norte, en Calais, en lugar de en las playas de Normandía. Robert Capa acompañó a estos soldados en el desembarco e hizo las famosas fotografías que son el núcleo de su libro Ligeramente Desenfocado. Ciudades como Caen, El Havre, o Cherburgo, quedaron devastadas por los bombardeos, y del orden de entre los 13.000 y 20.000 civiles perdieron la vida. El 20 de Agosto habían llegado 2 millones de soldados al norte de Francia. Para conocer en profundidad como fueron estos hechos es imprescindible el libro El Día D: la batalla de Normandía del historiador británico Antony Beevor.
Después de Normandía vendría la liberación de Paris donde los primeros soldados que entraron en la ciudad fueron los españoles enrolados en la Novena Compañía de la División del General Leclerc, que habían combatido a los fascistas en la Guerra Civil. Su trayectoria fue increíble. Pero en espera de que alguien quiera llevarla al cine -o quizá mejor dejarlo estar-, las dos películas que mejor han sabido captar el momento del Desembarco quizá sean El día más largo de Ken Annakin, Bernhard Wicki, Andrew Marton, Darryl F. Zanuck, y Gerd Oswald, rodada en 1962, y Salvar al soldado Ryan de Steven Spielberg, filmada en 1998, pero incuestionablemente me quedo con la miniserie Hermanos de Sangre de varios directores, entre otros Tom Hanks, basada en el libro del historiador Stephen E. Ambrose, que tuvo la extraña ocurrencia de escuchar los testimonios de los que fueron miembros de la Compañía E de paracaidistas, para luego contarnos a través de su punto de vista como estos hombres se lanzan sobre Normandía para destruir una batería de cuatro cañones de 105 mm que disparaba sobre la playa de Utah, se vuelven a lanzar sobre Holanda en la campaña de Arnhem, se baten el cobre en Bastogne durante la batalla de las Ardenas, y entran en Alemania por Baviera para alcanzar el Nido del Águila en Berchtesgaden.
La derrota del nazi-fascismo en Europa cerró un capítulo en la historia, no sólo del continente si no del mundo, y dio a paso, en los primeros años, a un momento de euforia y hermanamiento, que se tradujo en la creación de las Naciones Unidas y la Carta de los Derechos Humanos. Los europeos iban a unirse para erradicar la guerra en el continente y el mundo colonizado iba a emanciparse. Los Juicios de Nuremberg a algunos oficiales y jerarcas nazis sentaron las bases de aquello que no debía permitirse más. Pero sin intención de contrarrestar este momento dulce, que efectivamente fue muy positivo, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, es decir los Estados Unidos y la Unión Soviética, con una concepción del mundo diferente internamente -no tanto en su forma de proceder en el resto del mundo- iban a parapetarse bajo sus respectivas alianzas político-militares -la OTAN y el Pacto de Varsovia- y un arsenal nuclear capaz de destruirlo todo, tal como nos contaba Christopher Nolan en Oppenheimer, para enfrentarse bajo enemigos interpuestos, engrosando sus áreas de influencia en este mundo nuevo y liberado, en multitud de guerras, golpes de Estado, y conflictos político-sociales, en lo que conocemos como la Guerra Fría, que paradojas de la historia se inició oficialmente en Berlín en 1945 y finalizó también en Berlín en 1989, porque así lo quisieron los soviéticos.
Poco después la Unión Soviética dejó de existir como Estado y realidad geopolítica. Sin embargo, a diferencia de lo que sí sucedió después de la Segunda Guerra Mundial, nada ocupó su lugar, y no hubo tampoco una nueva concepción del mundo más allá de la hegemonía de los Estados Unidos. Todo quedó claro el 11 de Septiembre de 2001, y desde entonces se han derivado una serie de consecuencias, que contrarrestan esta forma de hacer política de la aún superpotencia, entre ellas su cuestionamiento en el mundo por nuevos actores a nivel global como China, el fenómeno del islamismo, una serie de Estados canallas o mal ubicados -para nuestra prensa-, y una Rusia restituida con la que estamos en guerra, una vez más en Europa, cada día un poco más al borde del enfrentamiento directo, a través de la OTAN, que fue planteada como una organización que ofrecía una seguridad colectiva frente a una posible agresión del Pacto de Varsovia, y de la Unión Europea que en sus principios fundacionales proponía erradicar la guerra de esta misma Europa, en la que los problemas más desagradables de la globalización y la ausencia de un proyecto ilusionante, hacen que cada vez más personas apoyen las ideas políticas que se quisieron erradicar en el pasado, aquel 6 de Junio hace 80 años, cuando aquellos jóvenes soldados murieron por tu libertad en las playas de Normandía. Inquietante pero real.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 8 Junio 2024.