Cuando el destino nos alcance de Richard Fleischer – por Francesc Sánchez
Nueva York, año 2022, 40 milllones de habitantes, 20 millones de desempleados. La temperatura se ha incrementado y se mantinene constante durante todo el año, y aunque no se nos dice directamente, más allá de los titulos de crédito que recrean el progreso tecnológico hacia su colapso, ha habido una catastrofe medioambiental por una producción por encima de las posibilidades fisicas del planeta. Esto ha provocado un punto de no retorno en el que no hay suficientes alimentos para todos, y que además son administrados por una élite empresarial y política que es propietaria de los medios de producción: las granjas se han convertido en verdaderas fortalezas defendidas por hombres armados, el movimiento fuera de las ciudades se ha limitado, y la gente corriente se alimenta de compuestos prefabricados de la empresa Soylent. Este es el planteanmiento de Cuando el destino nos alcance de Richard Fleischer, 1973, Soyleen Green en su título original en inglés, basada en la obra de ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! de Harry Harrison. Esto debería de interesarte.
He de reconocer que es una película recurrente a la cual acudo de vez en cuando y no puedo dejar de empatizar con el policia Robert Thorn, interpretado por Charles Heston -sobran presentaciones-, y Sol Roth, por Edward G. Robinson -recordar aquel que salía en películas de mafiosos-, cuando se pegan el banquete a base de carne de buey condimentado, whisky, y unas manzanas, todo agenciado de uno de sus clientes que ya no lo va a poder disfrutar. No valoramos estos pequeños placeres de la vida porque nunca nos han faltado. Sol Roth tiene nostalgia de cuando hubo un momento en que esto era corriente y el mundo era hermoso, Robert Thorn por su parte no ha conocido nada más que este sombrío presente. La distopia que nos trae Harry Harrison en el libro y Richard Fleischer -el de Los Vikingos, Viaje alucinante, y Tora! Tora! Tora!–, en la película es en parte ya una realidad en muchos lugares del mundo: los países envueltos en conflictos armados y empobrecidos son así, una lucha permanente por la supervivencia sin que se adivine ninguna solución más allá la búsqueda diaria de lo necesario. Hoy los que están en la peor situación viven en la Franja de Gaza de Palestina al borde de la aniquilación, donde sobreviven dos millones de seres humanos amontonados, como en la película, sin alimentos ni agua esquivando las bombas que Israel les lanza en su política de Estado. Pero estas condiciones, aunque sin llegar a esos extremos, no son algo infrecuente: si investigamos un poco existe una franja inexorable que se extiende desde el extremo occidental de África, pasando por la India, hasta el extremo oriental de Asia en que la calidad del aire, y de la vida, es intolerable.
Pero hablábamos de Soyleen Green. En 1968 se hizo popular el discurso de Paul R. Ehrlich y Anne H. Ehrlich plasmado en su obra La explosión demográfica, que nos venía a decir que entre 1970 y 1980 se produciría un crecimiento de la población tan importante que seria inasumible por la falta de alimentos para todos. Esto ya lo defendía Thomas Malthus cuando nos decía que la población crece en progresión geométrica mientras los alimentos lo hacen en progresión aritmética. Poco después James Lovelock formularia la Hipótesis Gaia, en la que nos explica que nuestro planeta es un organismo vivo hemostásico capaz de autorregularse: la biosfera, la atmosfera, los océanos y la tierra, permanecen íntimamente conectados y conspiran en beneficio de la vida. Esta teoría revolucionó los estudios de biología y fue una de las puntas de lanza del joven movimiento ecologista estadounidense -al que tanto le gustaba Las aventuras de Jeremiah Johnson de Sydney Polack, 1972- porque implicaba también que el daño que inflige la actividad humana industrial sobre el planeta puede romper el equilibrio que tenemos con la naturaleza: la vida seguirá, pero quizá no con nosotros. Suerte que hay siempre individuos que piensan por el bien de todos nosotros, sin preguntarnos, que encuentran una solución: esto es lo que Dan Brown nos trajo en su novela Inferno, llevada al cine por Ron Howard en el 2016, formando parte de la serie de Robert Langdon interpretada por Tom Hanks, inexplicablemente sin más adaptaciones para la gran pantalla, cuando un buen samaritano quiere liberar un virus para reducir la población del planeta. La serie Utopía de Dennis Kelly, emitida entre el 2013 y 2014, y cancelada en su versión estadounidense, va de esto mismo. Pero si queremos tener una buena dosis de fatalismo no podemos dejar de ver la miniserie El colpaso –L’effondrement– creada por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins, y Bastien Ughetto, en donde, aparte de ver una serie desastres a través de los ojos de personas corrientes, se nos dice lisa y llanamente que ya no hay vuelta atrás y que lo que debemos es aplicar cuidados paliativos. Es la Teoría del Decrecimiento: para evitar que con un colapso civilizatorio sucumbamos todos debemos de colapsar voluntariamente y de forma organizada, para dejar de producir y consumir más allá de lo estrictamente necesario. En relación con la energía, pero lo podemos aplicar a cualquier recurso, no puedo dejar de mencionar la Teoría del Peak Oil, que investigó y divulgó en España entre otros el compañero Pedro Pietro, que nos dice que todo pozo dibuja una gráfica de campana desde el inicio de la producción, pasando por un momento álgido, hasta su inexorable descenso cuando la extracción de petróleo del pozo se está agotando. Malas noticias: los problemas no aparecen al final sino desde el momento del descenso.
En Soyleen ya ha colapsado todo y son mucho más expeditivos. Pero no desvelaremos el secreto. Diremos que Robert Thorn y su ayudante Sol Roth se ven envueltos en un caso diferente, de gran trascendencia porque implica a muchas personas, incluido al gobernador Santini de Nueva York -que si todavía lo dudábamos tiene negocios en Soylent-, cuando investigan el asesinato de un jubilado rico que lo fue todo, supo demasiado, y lo quitaron de en medio porque a los de arriba ya no les inspiraba confianza. La escena de la algarada, cuando se han agotado los compuestos de Soylent Green, erradicada con unos camiones provistos de una pala excavadora es solo superada por la del Hogar, y el desenlace que no desvelaremos. Pero sí que merece la pena que haga hincapié en esto del Hogar porque es inquietante: resulta que cuando alguien quiere quitarse de en medio porque la vida le es insoportable puede hacerlo con una eutanasia, en este caso motivada por motivos de toda índole no solo por una grave enfermedad, acudiendo al Hogar, donde le espera un momento dulce y emocionante, con música clásica, antes de desaparecer de este mundo.
Soylent Green es hija de su tiempo, en un mundo dividido entre los dos bloques y sus áreas de influencia por parte de los Estados Unidos y la Unión Soviética, en fricción permanente en lo que llamamos Guerra Fría. Un mundo en que el desarrollo industrial, incluida la producción de alimentos, las medidas de saneamiento, y el avance sanitario hicieron descender notablemente la mortalidad infantil, y por lo tanto la población aumentó notablemente, y lo sigue haciendo en mundo globalizado en que siguen existiendo muchas diferentes económicas, sociales, y por lo que vemos también ecológicas: pero como siempre todo depende de en qué nos fijemos si en los aspectos más negativos, al borde del colapso, y como apuntaba más arriba sobre esa franja infernal, efectivamente, aunque se ha avanzado mucho en las técnicas para la producción de alimentos, existen regiones en el mundo en que la contaminación es insoportable y las hambrunas aún son corrientes; o en los positivos, pues nunca en la historia un número mayor de personas ha vivido mejor. Si en lugar de culpar a los demás de nuestros males, pasamos por el contrario a encontrar soluciones todos juntos, que por fuerza tienen que pasar por la colaboración y en un mejor reparto, tenemos salvación. Esto evidentemente no hace perder valor a la crítica incisiva de Soylent Green, que más allá de este clima extraño que tenemos, como en la película, y del que todo el mundo habla, no es otra que el cuestionar un modelo de desarrollo que es incompatible con la vida
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 1 Junio 2024.