Todos salimos del capote de Gógol – por Francesc Sánchez


 

La sentencia del título se atribuye a Fiódor Dostoievski, pero según la Wikipedia dice que procede de un artículo de Eugène-Melchior de Vogüé sobre la literatura rusa publicado en 1885 en la revista Revue des deux mondes. Da exactamente lo mismo, porque el resultado es el mismo: los autores rusos posteriores leyeron El capote escrito por Nikolái Gógol en 1842, y, por lo tanto, se quiera o no, son consecuencia del mismo. No sólo por el hecho cronológico sino porque en El capote, y otros relatos de Gógol, se encuentran muchos de los elementos que aparecerán más tarde en los relatos de otros autores rusos.

El capote es la historia de un funcionario gris del escalafón más bajo de un departamento del Estado de la ciudad de San Petersburgo, que diariamente dedica su tiempo en el trabajo, y su propio tiempo libre, copiando documentos, aguantando las burlas de sus compañeros. No obstante, contrariamente a lo que podría parecernos, nuestro funcionario está contento de cumplir una función. Realmente disfruta con su trabajo. Hasta que un día un acontecimiento de lo más común, pero trascendental para nuestro funcionario, irrumpe en su vida: mientras el frio arrecia comprueba que su capote, es decir un abrigo con mangas que te cubre por un entero, tiene un par de desperfectos que provocan que el frio irrumpa, y deje por lo tanto sin efecto su básica función. Nuestro funcionario, Akaki Akákievich, decide ponerle solución yendo a un sastre, pero este le dice que el capote está tan desgastado que no tiene remedio, porque cualquier intento de repararlo lo deshará por completo. El sastre le ofrece entonces a nuestro funcionario la posibilidad de adquirir un nuevo capote por una suma inicial de 80 rublos: este precio para Akaki Akákievich es muy elevado, pero finalmente decide ponerse a dieta durante meses y alcanzar esta cantidad para lo que para él es un proyecto vital que terminará de una forma, aunque en parte predecible, también fantásticamente. No contaremos nada más porque mi intención es que leáis El capote de Gógol, como en su momento hicieron todos los autores rusos, pero sí aportare unos cuantos apuntes.

Los funcionarios rusos, como los de cualquier otro país, mantienen una posición en el escalafón, desde el más bajo al más alto, pero esto precisamente que para el que ocupa los puestos más insignificantes podría ser duro y penoso, para Akaki Akákievich no lo es porque cumple una función, y si nos paramos a pensar bien, no sólo para él mismo sino para buen funcionamiento de toda la pirámide, de todo el sistema, engranaje a engranaje, hasta llegar en este caso, porque hablamos de Rusia en estos momentos, al propio zar. Esto no significa que todos comprendan lo que acabamos de decir, o que, si lo comprenden, se lo pongan fácil a sus subordinados: de hecho, en el relato podemos ver como uno de estos sujetos, aunque luego recapacite y tenga conciencia de sus actos, actúa con desdén y con dureza porque públicamente cree que debe ser implacable, precisamente para que funcione todo el mecanismo: esto traerá consecuencias para nuestro funcionario, pero no diré nada más sobre esta cuestión. Por otro lado, está el deseo o la tentación de cualquiera por mantenerse, de no ir hacia menos, o cuanto menos no pasar frio: que menos puede pedir nuestro funcionario que ir a trabajar sin helarse en los duros inviernos de San Petersburgo. Pero esta tentación conlleva también el deseo por prosperar y por eso la compra del capote de nuestro funcionario es un proyecto vital: todo en su vida ahora va a girar hacia la búsqueda y el ahorro de los rublos necesarios para adquirir el nuevo capote. Por primera vez nuestro funcionario hace algo que se sale de lo común, y que para él es importante. Por un momento Akaki Akákievich, cuando obtiene su nuevo capote, porque finalmente lo obtiene, es un hombre nuevo con una vida nueva, hecho que no se les escapa a sus compañeros de trabajo, hasta el punto de felicitarle por ello: buen hombre has entrado en sociedad, encantado de conocerte.

Todo perfecto, como el Imperio ruso que confabulado con el general invierno venció a Napoleón en 1812, y del que, no obstante, sus lideres, los zares, guiados por un espíritu ilustrado, y las demandas de los sectores más liberales, fueron implementado sus reformas para modernizar un país inmenso entre Europa y Asia, probablemente una civilización propia por sus méritos y deméritos, con sus peculiaridades: entre ellas la permanencia de la servidumbre que mantenía la existencia de señores y esclavos cumpliendo, no obstante, cada cual su función, el fervor religioso como último recurso, el reconocimiento en las naciones europeas, y la expansión a través de la conquistas de nuevos territorios para incorporar al Imperio. Lo viejo, como el capote, se cae a pedazos, y es imposible de arreglarlo, o al menos así lo percibimos, y por eso pensamos en cambiarlo por lo nuevo. Esto es muy importante porque Rusia finalmente sí lo cambiará todo tras la revolución de 1917, en una dirección inesperada, alcanzado la estela de su cohete al mundo entero. Tras el hundimiento de todo el sistema, pero no de sus engranajes más básicos -como ya he explicado en otros artículos-, ha llegado el restablecimiento. El capote cómo vemos da mucho de sí para hacer interpretaciones que van más allá de lo evidente, la propia existencia de San Petersburgo en tiempos de Gógol y compañía, una ciudad que todo ella es El capote es la prueba de todo ello, y esta pulsión que acabamos de plantear entre liberales y conservadores, entre los occidentalistas y los aislacionistas, se mantendrá en otros autores posteriores como Tolstói o Dostoievski.

Hemos dicho mucho pero aún falta mucho más, porque estamos hablando de una literatura con mensaje. Gógol, con cierta retranca, hace que nuestro funcionario caiga en desgracia por su propia vanidad e inconsciencia, en ese momento dulce, descubriendo que, de cara al Estado, y en realidad hacía toda la sociedad, sigue siendo un pequeño funcionario del escalafón más bajo, y con esa insignificancia es tratado. En otras palabras, aquello que con tanto ahínco hemos perseguido, y que finalmente hemos conseguido, si no somos prudentes y razonables puede hacer que no sólo lo perdamos, si no que nos lleve también a perder el contacto con la realidad, y hacer que nos demos de bruces con ésta implacablemente y sin contemplaciones. Toda una lección no sólo para Akaki Akákievich, sino para el pueblo ruso y sus élites, inmortalmente para todos nosotros en cualquier momento. Sin embargo, no seamos muy duros con nuestro funcionario: el problema que nos plantea Gógol no radica en sí en El Capote y en los deseos de conseguirlo de sino en aquellos que desde su posición elevada pervierten con sus actos hacia sus subordinados a toda la sociedad. Por esa razón nuestro funcionario no quiere pasar frio y hace su pequeña gran revolución. Parece mentira, que actual y que vigencia tiene este relato de El capote.

El final para nuestro héroe, el funcionario que en cierta forma todos llevamos dentro en algún momento, fantásticamente, tendrá golpes escondidos, que darán una vez más que hablar entre todos aquellos que le conocieron. Puede que esta sea el alma rusa y la de todos nosotros. Léanlo, les garantizo que no desperdiciaran su tiempo.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Octubre 2023.