La infancia de la inteligencia artificial. Buscando respuestas – por Francesc Sánchez

 

 

Hablar de inteligencia artificial presupone que hay una inteligencia que no lo es, que es natural, que es la que todos en mayor o menor medida disponemos, y que viene dada tanto por nuestros genes como por nuestra experiencia. Sin embargo, la inteligencia artificial es aquella que tiene un origen no biológico y que ha sido creada por los ingenieros informáticos en forma de aplicación para los procesadores más rápidos a través de algoritmos, que con nuestra interacción buscan la respuesta correcta en un amasijo de datos respaldados en multitud de soportes de memoria conectados a Internet, y que hemos proporcionado todos nosotros voluntaria o involuntariamente. Es un paso que va más allá del que ofrecían los buscadores de Internet, que nos permite formular preguntas sobre cualquier cuestión, también pedir textos elaborados en función de los términos que indiquemos, o generar imágenes en un nuevo concepto del arte. La capacidad lingüística de la aplicación tanto en lenguas humanas como en lenguajes de programación es una poderosa herramienta que se suma a sus virtudes. Esta inteligencia artificial además aprende de sus errores en función de las preguntas y precisiones que le hagamos incorporando cada vez más información para ofrecernos mejores respuestas. Parece ciencia ficción, pero esto ya es una realidad.

Stanley Kubrick en 2001: una odisea en el espacio nos ofrecía un buen ejemplo del desarrollo de la inteligencia artificial hasta sus ultimas consecuencias. La computadora HAL9000 fue diseñada para controlar todos los procesos necesarios para el funcionamiento y mantenimiento de una nave espacial con forma de esqueleto y sus tripulares hibernados durante un largo viaje hacía Júpiter. Sin embargo, las ordenes contradictorias hacia HAL9000 provocan que la computadora falle y desarrolle una personalidad psicopática con respeto a los tripulantes. El hecho que, en la película, basada en el homónimo texto de Arthur C. Clarke, nos haga referencia constantemente a un monolito procedente de las estrellas como baliza de comunicación y, en la aurora de la humanidad, como el origen de la inteligencia, nos interroga sobre nuestros orígenes y sobre nuestra facultad creadora. Estamos lejos de esa inteligencia artificial que nos trajo Stanley Kubrick, pero las consecuencias de su infancia ya han llegado. Todo aquello que antes los escolares y universitarios elaboraban para sus trabajos académicos consultando apuntes, libros, e Internet, hoy pueden conseguirlo al momento haciendo una serie de preguntas al ChatGPT de OpenAI. De ahí que la corrección y evaluación de los trabajos académicos por parte de los profesores sea ya una quimera, y la adquisición de conocimientos que siempre ha ido más allá de la acumulación de datos absurdos, esté cuestionada. La certificación de cualquier estudio sin más puede ser una impostura.

Los más elitistas de nuestra sociedad, y no por ello los más responsables socialmente, resolverán que impidiendo el acceso a la mayoría a la inteligencia artificial se resuelve el problema. Pero este nuevo clasismo en el que aquellos que tienen una certificación adecuada, o suficiente capacidad económica, tengan acceso sin restricciones a la inteligencia artificial, evidentemente no resuelve la cuestión de fondo porque la impostura sigue siendo la misma. Puede que nada de esto convenza a muchos pero quizá debería hacerlos pensar aunque fuera un momento en los errores que ya está inteligencia artificial está generando: sin necesidad de una gran investigación en una serie de consultas que he hecho al ChatGPT me encontré con un explorador muerto en otro continente cuando en realidad lo hizo en una pequeña localidad española, un antifascista capturado cuando murió acribillado por las fuerzas del orden, y un político prófugo de la justicia que -según la inteligencia artificial- había regresado a España, cuando en realidad sigue en un país extranjero. Está claro que hice correcciones y que el ChatGPT incorporó mis presiones, aunque fuera por un momento, pero salta a la vista que quién no sepa nada de lo que sucedió realmente puede dar por valido lo que la aplicación le está ofreciendo. La vuelta de tuerca llegó cuando preguntando por un político catalán del siglo XIX me dijo que había sido alcalde de Barcelona, trajo los Juegos Olímpicos a la ciudad, fue presidente de la Generalitat, y que era hermano del que realmente hizo todo eso. Puse el nombre del alcalde en cuestión y me dijo que fue fundador de otro partido de izquierdas diferente al suyo. Me dio por poner el nombre en castellano del primero y acertó algo más, pero me dijo que fue miembro de otro partido, y que fue -agárrate- abuelo de los dos anteriores.

Un verdadero disparate que cualquier profesor cuando algún alumno le diese en forma de trabajado académico le sería fácil evaluar con un cero patatero no sólo por copiar sino por copiar mal. Pero no estamos por perder el tiempo cuando estamos hablando de la docencia, y yo, sin censurar los evidentes avances que la inteligencia artificial nos puede ofrecer como herramienta bien utilizada, o simplemente para saciar nuestra curiosidad, o pasar un rato entretenido, como aquel programa informático llamado Abulafia basado en la analogía que crearon los tres amigos de El péndulo de Foucault de Umberto Eco y que tantas consecuencias tuvo, me pregunto por qué estamos aceptando impasiblemente la inteligencia artificial sin cuestionarnos absolutamente nada, o como quieren algunos de sus comerciales, hasta el extremo de que los docentes la lleguen a incorporar en la metodología que apliquen en sus clases, he de entender para que nos volvamos ya oficialmente todos unos gilipollas integrales.

A principios del siglo XIX apareció en Inglaterra un movimiento de artesanos contrarios a la implementación de las máquinas textiles porque veían peligrar su trabajo y por lo tanto su sustento, los luditas no consiguieron frenar los avances tecnológicos, y por lo tanto económicos, de la Revolución industrial, y ésta con su avance imparable fue transformando y laminando cada vez más el mundo del trabajo. Pero no es conveniente quedarnos con el lado negativo de la historia, de hecho, con suficiente perspectiva histórica, si pensamos en el bienestar de cada vez más personas, habría sido un error interrumpir esta evolución. Nada de esto significa que dejemos en suspensión nuestro pensamiento crítico aceptando cualquier supuesto avance tecnológico, que para más enjundia beneficia sólo a un determinado número de personas, todavía más cuando las supuestas ventajas no compensan las desventajas para una mayoría, no sólo para un determinado número de profesionales, que hoy he dedicado a los docentes pero podríamos hablar también de los periodistas y escritores, sino como hemos visto con impacto negativo hacia los que las utilizan. Como decía, no hemos llegado aún a Júpiter en la nave Discovery controlada por HAL9000, en la que no nos olvidemos sus tripulantes no eran más que unos componentes prescindibles, pero mientras buscamos respuestas como en la película, estamos dejando de lado capacidades como la compresión, la memoria, la síntesis, la crítica y la propia inteligencia, valores como el esfuerzo, el entusiasmo, la responsabilidad, la ética y la perseverancia: quizá la paradoja de ver a jóvenes transportando pesados paquetes en bicicleta, como sucede en los países más subdesarrollados, cuando reciben ordenes de una aplicación  en su móvil, probablemente con implementación inteligente, porque hemos hecho un pedido con esta misma aplicación en lugar de emprender el camino de San Fernando, sea un cierre demoledor no de hacia dónde vamos si no hacia el lugar que hemos llegado.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 12 Septiembre 2023.