Hadjí Murat de Lev N. Tolstói – por Francesc Sánchez


El relato de Hadjí Murat de Tolstói nos relata la vida de un hombre que vive en las montañas combatiendo a los rusos que han invadido sus tierras. Hadjí Murat es respetado y temido, es un líder entre los suyos capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos. Ha sido un verdadero dolor de cabeza para el Imperio ruso del zar Nicolas I, y también entre su propio pueblo liderado por el imán Shamil, el caudillo que ha instaurado el Estado Islámico regido implacablemente por la ley islámica de la Sharía. Sin embargo, Hadjí Murat, como nos dice Tolstói en su introducción haciendo una analogía, es un como la flor del cardo, bella e imponente, una flor que se resiste a ser arrancada, que, si finalmente logras extirparla, la terminaras matando, porque la flor del cardo no puede vivir fuera de su contexto. En el momento en que Shamil secuestra a la familia de Hadjí Murat para capturarle, éste decide pasarse a los rusos para combatir y erradicar a su enemigo. Esta es la historia que Tolstói nos propone para que sepamos como fue aquella guerra eterna en el Cáucaso, y la vida de un hombre extraordinario pero sencillo al mismo tiempo con sus virtudes y errores, con sus anhelos y flaquezas.

Por lo tanto tenemos un contexto en el que Rusia está combatiendo a los chechenos y otros pueblos, liderados férreamente por un líder musulmán, para incorporar por la fuerza estas tierras a su Imperio, en perjuicio del Imperio de los persas y el de los otomanos, y la historia singular de un hombre que se ha convertido en un verdadero símbolo de resistencia no sólo ante el invasor sino también para aquellos, como Shamil, que subyugan totalitariamente con una teocracia tanto su existencia como la de su pueblo, que no es otra que la de poder vivir en paz y de una forma sencilla. Los rusos intentaron en un primer momento golpear directamente a Shamil pero esto no resultó, por lo que desde entonces intensificaron la creación de fortificaciones y, con la participación también de los cosacos, practicaron la política de tierra quemada, destruyendo aldeas y matando a todo aquel que ofreciera resistencia. Para el Imperio ruso las tierras del Cáucaso, como lo fueron también las de Siberia, fueron tierra de provisión y de frontera, en la que no pocos escritores, incluido Tolstói, quedaron maravillados por la diferencia que ofrecen su espacio físico como sus pueblos. El historiador alemán Jürgen Osterhammel en su obra La transformación del mundo, una historia global del siglo XIX, nos establece una comparación de esta conquista del Imperio ruso de estos territorios fronterizos con la conquista de los anglosajones, primero más allá de los Apalaches, y luego hacia el Pacifico, en lo que comúnmente llamamos la Conquista del Oeste: para Jürgen Osterhammel los rusos desde el Estado empezaron por crear alianzas y luego pusieron en práctica políticas más brutales para terminar con grandes desplazamientos de colonos, mientras que los anglosajones desde el principio, bajo la autonomía que ofrece la iniciativa individual de los propios colonos, sin dejar de ser asistidos por este mismo Estado, se dispusieron a exterminar a los indígenas para apoderarse de sus tierras. Es interesante mantener como telón de fondo estos argumentos para comprender mejor como se formaron estas dos grandes naciones, como fue su historia posterior, y que claves nos ofrece para comprender la realidad que hoy las rige.

Hadjí Murat se resiste pues a todo esto. Pero como cualquiera, y esto afecta también a los hombres extraordinarios, antepone lo personal a la causa cuando se comete una injusticia, por muy elevada que ésta sea y más si la vileza te afecta plenamente, de lo contrario estaríamos ante un claro caso de fanatismo, y un desprecio hacia todo aquello que nos hace precisamente personas. Shamil ha secuestrado a su familia para capturarle o matarlo porque Hadjí Murat es un desafío al Estado, es decir al propio poder que ejerce implacablemente Shamil, ordenando cortar la mano a los ladrones y la cabeza a aquellos que han cometido mayores tropelías. Entonces Hadjí Murat decide acercarse a la civilización, es decir el Imperio ruso, que a través de la familia Vorontsov situada administrativamente, le acoge muy bien porque considera que este puede servir a sus intereses y ser un contrapoder al Estado Islámico del imán Shamil. Pero esta civilización es igual de brutal que estos barbaros montañeses. Se dedica a quemar aldeas y a colgar a los que se le resisten por orden de un zar Nicolas I, que parece más interesado en sus diversiones que en el destino que les espera no sólo a los habitantes de estas tierras sino también a sus propios soldados. Por estas razones el texto de Tolstói, uno de los últimos que escribió, en función de sus vivencias como soldado en el Cáucaso, y de lo que le contaron otros que conocieron a Hadjí Murat, no fue publicado en vida. Probablemente no habría pasado la censura y le habría causado graves consecuencias a un escritor, que, aunque acomodado por herencia familiar, siempre escribió sobre aquello que merecía ser contado y denunciado.

Tildé esta guerra de eterna porque en el conglomerado de pueblos que fue el Imperio ruso, y luego la Unión Soviética, el conflicto checheno tras la implosión de ésta última en 1991 fue el más encarnizado, y aunque hoy parece haberse virtualmente resuelto nadie lo puede erradicar la memoria de los que lo sufrieron. Tumba de chechenos y de soldados rusos las tierras de Chechenia, es decir sus habitantes, anhelaron disponer de un Estado propio como otras repúblicas soviéticas. Pero Chechenia, precisamente por la historia que estamos contando, que más allá de la novela terminó con la captura y del imán Shamil y con estos territorios formando parte de Rusia, ya en tiempos más recientes fue y es clave tanto para el control del Cáucaso para el abastecimiento energético procedente del mar Caspio, como la garantía de seguridad de la propia Rusia, como más tarde quedó demostrado. Estas circunstancias llevaron a Boris Yeltsin a declarar la guerra a los chechenos después de que estos proclamaran su independencia. En ese acto vencieron los chechenos, pero en el segundo, cuando los chechenos el 26 de agosto de 1999 invadieron el Daguestán, y se produjeron unos sospechosos atentados terroristas sobre unos bloques de pisos en Moscú, Vladimir Putin, como relataba muy bien Julio Fuentes en Réquiem por Grozni, fue implacable no dejando, prácticamente, piedra sobre piedra en nombre de su Guerra contra el Terrorismo.

Durante esta guerra los chechenos llevaron a cabo secuestros como el del Teatro de Dubrovka en Moscú o el de una escuela de niños en Beslán, ambos finalizados para consternación de todos en una autentica masacre. El componente islamista en los chechenos fue tan importante que en la Umma de los más intransigentes provocó un efecto de llamada a escala global, y su vez estos chechenos participaron también en otros combates en la región de Oriente Medio, para luego volver a la Guerra de Ucrania a luchar contra su eterno enemigo. Después de la guerra Grozni fue reconstruido, Chechenia goza de una amplia autonomía, y paradojas de la historia, los chechenos están siendo la punta de lanza en los combates más sangrientos en la Guerra de Ucrania que Putin ha desencadenado en este país hermano, que lo comparte todo con Rusia, por querer substraerse del poder del Kremlin y de la propia historia compartida, que da sentido propiamente a esta nueva Rusia renacida, en beneficio de Occidente, que recuerda, más que a su pasado soviético o Stalin, al Imperio ruso de los zares. Si hacemos una lectura interpretativa de lo que nos relata Tolstói, como hice en Relatos de Sebastopol sobre la Guerra de Crimea que se produce en paralelo a esta otra que estamos contando del Cáucaso, da la sensación de que la historia, aunque diferente, nos aporta ecos en esta cueva que es la realidad que vivimos, en la que sólo vemos las sombras de lo que efectivamente existe, ecos que nos llevan a percibir semejanzas, hechos parecidos y recurrentes, pero que inexplicablemente de alguna forma pasamos por alto o queremos pasar por alto y que nos impiden aprender los hechos de la historia.

Hadjí Murat es importante que lo leas no sólo porque fue escrito por Tolstói si no porque te permitirá conocer unos hechos del pasado, novelados, que en parte explican el presente de Rusia, y por lo tanto de Europa y el Cáucaso, que ya deberíamos considerar Asia, aunque las fronteras mentales en las tierras de Frontera ya son muy relativas. Todo en función de un héroe que fue un símbolo de resistencia que antepuso sus principios más elementales al fanatismo religioso de un déspota hasta el extremo de pasarse a sus enemigos acérrimos. Sean Connery lo habría interpretado perfectamente en la gran pantalla. El final, probablemente, no podía ser otro porque, efectivamente, la flor del cardo no puede vivir fuera de su entorno.

Bibliografía:

Libros

  • Billington, James H. (2012) El icono y el hacha. Una historia interpretativa de la cultura rusa. Madrid.
  • Figues, Orlando (2021) El baile de Natasha. Taurus. Madrid.
  • Figues, Orlando (2022) Historia de Rusia. Taurus. Madrid.
  • Osterhammel, Jürgen (2021) La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX. Editorial Crítica. Madrid.
  • Poch de Feliu, Rafael (2003) La gran transición. Rusia 1985 – 2002. Crítica. Memoria Crítica. Barcelona.
  • Tolstói (2023) La muerte de Iván Ilich. Jadzhí Murat. Alianza editorial. Madrid.
  • Tolstói, Lev (2018) Hadjí Murat. Navona_Ineludibles. Madrid.
  • Tolstói, Lev N. (2022) Relatos de Sevastópol. Alba Clásica. Madrid.
  • Tolstói, Lev N. (2023) Ecos de Crimea y el Cáucaso. Cuatro relatos. Akal. Clásicos de la literatura. Madrid.

Artículos

 

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 3 Septiembre 2023.