Dificultades en la frontera polaca-bielorrusa – por Francesc Sánchez
El conflicto que estalló hace apenas un mes en la frontera entre Polonia y Bielorrusia tiene una dimensión humana, por afectar a cientos de inmigrantes que son rechazados a ambos lados de la alambrada a las puertas del invierno, pero también política por el uso de estas personas por ambos gobiernos. Pero como veremos el conflicto no se queda ahí porque tiene derivaciones de más envergadura. Minsk ha facilitado la llegada en avión de inmigrantes sirios e iraquíes desde Estambul y Dubái para utilizarlos como un arma arrojadiza contra la Unión Europea atacando a Polonia, uno de los Estados más díscolos con la política común dictada desde Bruselas e históricamente muy cercano a los Estados Unidos, que frente a la llegada de estas personas ha aplicado la mano dura para impedir su avance, no haciendo otra cosa que dar la razón a las facciones políticas más radicales e intolerantes. Pero como decíamos las derivaciones van más allá y tienen que ver con eterna enemistad de Polonia con Rusia, por razones obvias durante el período soviético entre aquellos que querían emanciparse, pero más discutibles desde la desaparición primero del Pacto de Varsovia y luego de la propia Unión Soviética. El caso es que esta Rusia renacida gobernada por Vladimir Putin, sancionada por la Unión Europea, tiene entre sus manos la llave de los gasoductos y oleoductos que proporcionan la energía necesaria para la industria alemana y calientan las viviendas de buena parte de Europa, en horas bajas por la pandemia del coronavirus, y el avance imparable del invierno.
Se ha de reconocer que el presidente vitalicio Aleksandr Lukashenko está jugando bien sus cartas para presionar a la Unión Europea para que deje en suspenso las sanciones contra el Estado bielorruso. No hace mucho más de un año el resultado de las últimas elecciones fue denunciado como un auténtico fraude por una oposición política que salió a las calles a protestar mientras sus lideres eran detenidos o huían del país. La Unión Europea protestó enérgicamente, pero las protestas terminaron por desaparecer mientras las sanciones se quedaron. La impotencia de la Unión Europea tuvo su máxima expresión -de perplejidad- esta pasada primavera cuando el Estado bielorruso interceptó con un MIG-29 un avión comercial que volaba de Atenas a Vilma y le obligó a aterrizar en Minsk bajo la advertencia de que había «una posible amenaza para la seguridad a bordo». Esta amenaza luego se supo que era uno de los pasajeros de este vuelo, el periodista Roman Protasevich, un joven conocido opositor al régimen bielorruso. No fue algo muy diferente a lo que le paso a Evo Morales cuando cuatro gobiernos europeos no le dieron permiso a su avión para volar su espacio aéreo porque estos pensaban que a bordo se encontraba el famoso expía Edward Snowden, héroe para los defensores a ultranza de la privacidad, y un traidor para Washington. Pero claro, esto fue un grado más: una bofetada en toda regla. Exactamente lo mismo que sucede en la frontera polaco-bielorrusa. Bielorrusia cuenta con el apoyo incondicional de Rusia, que hoy se presenta como mediadora, y Polonia es una firme aliada de los Estados Unidos.
La euforia de la caída del Muro de Berlín y todo lo que aquello representó para los que en su momento permanecían al otro lado del Telón de Acero desapareció pronto. Para los alemanes representó un reencuentro familiar pero pronto descubrieron que no todo iban a ser comodidades, y para los que formaron aquel bloque comunista, descubrieron los planes de choque del socialismo real al capitalismo de libre mercado. Pese a todo, estoy convencido que los alemanes hicieron muy bien en integrarse en lo que por aquel entonces se conocía como la República Federal de Alemania, y los checos, polacos, rumanos, y búlgaros, progresivamente en la Unión Europea. Pero no debemos olvidar que durante esos años se desintegró la propia Unión Soviética y el abandonó del viejo sistema por el nuevo, como relató Rafael Poch de Feliu en la Gran Transición y como nos explicó en una conversación, fue una caída en los infiernos. Las peores repercusiones de todo aquello las vimos en Europa en el desastre yugoslavo, pero también en multitud de países africanos. Esto para lo que aquí más nos interesa supuso la emancipación de una serie de Estados de Moscú que fueron en su momento repúblicas soviéticas y que desde entonces occidente se ha querido ganar para su causa. Los lituanos, letones, y estonios, con centenares de miles de apátridas sin derechos políticos, llegaron incluso a integrarse en la Unión Europea. La bestia negra de occidente, Vladimir Putin, llegó a colaborar efusivamente con los Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, pero en el momento en que se empezaron a producir toda una serie de revoluciones de colores que alejaban a las exrepúblicas soviéticas del área de influencia de Moscú, conectadas de alguna manera con los servicios secretos occidentales, Putin dijo ¡basta! y pasó a la ofensiva con una política internacional agresiva.
Fue el momento de la intervención rusa en Georgia por Abjasia y Osetia del Norte y sobre todo de Ucrania desde que se produjo la revuelta del Euromaidán y el posterior golpe de Estado que como todos deberíamos de saber terminó con el paseo militar de los infantes de marina rusa sobre Crimea y su posterior anexión a Rusia, y la guerra civil en la región del Donbás de mayoría ruso parlante. Todo aquello fue un desastre y aún no se ha resuelto. Putin entonces intervino militarmente en la Guerra de Siria para salvar el cuello a Bashar Al Assad colaborando activamente en derrotar al Estado Islámico y de paso a la oposición al régimen (pueden cambiar el orden de los factores, el resultado será mismo). De ahí que la historia tenga cierta ironía trágica que precisamente estas personas que hoy se encuentran en la tierra de nadie que es la frontera entre Polonia y Bielorrusia, que quieren llegar al paraíso europeo y se les reciba a porrazos, sean de procedencia siria e iraquí: las naciones que durante estos veinte años se han desintegrado por completo por la acción u omisión de unos distantes Estados Unidos que nos crean dificultades y una Europa que aún no ha dado el paso a la edad adulta en política internacional. Se puede hablar, por supuesto, la injerencia rusa en los comicios electorales de nuestras democracias, o en su afán por crear discordia entre nosotros, pero la lección que deberíamos aprender es que si la Unión Europea (o algunos países de la misma) pretenden hacer lo propio (dicho sea de paso con unos antecedentes peores que hemos relato en más de una ocasión), ahora sabe que su política tiene consecuencias, no tan serias como para que se inicie un conflicto armado, pero si políticas, sociales y energéticas, que a diferencia de Rusia que es un Estado autoritario y oligárquico, nos hacen más mella por la propia debilidad que tiene una construcción europea incompleta, y nuestros sistemas democráticos, siempre a defender, pero débiles a fin de cuentas.
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No puedo dejar pasar esta ocasión para recordar que este pasado verano el Reino de Marruecos, como en su momento contamos, hizo exactamente lo mismo que Aleksandr Lukashenko con su propio pueblo cuando lanzó miles de jóvenes contra la valla de Ceuta sin que se produjeran escenas como las que hemos visto estas semanas en la frontera polaco-bielorrusa, y sin que la protesta de la Unión Europea y el apoyo hacia España fuera realmente remarcable. De ahí que el problema que hoy tenemos con Bielorrusia con la utilización de los inmigrantes irregulares como arma política, considerado como parte de una guerra hibrida y que en este artículo hemos querido contextualizar, en realidad bajo otra dimensión lo tenemos también con Marruecos, un país muy cercano a Estados Unidos y aliado nuestro, y en su momento lo tuvimos también con Turquía, un país que es miembro de la OTAN. La diferencia está en que Rusia interpreta que quieren abatirla y ha pasado a la acción para defender sus intereses implacablemente para ver hasta donde puede llegar.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 1 Diciembre 2021.