Los cañones de agosto de Barbara W. Tuchman – por Francesc Sánchez
En el mes de mayo 1910 los Jefes de Estado de Europa, muchos de ellos emparentados entre sí, asistían a los funerales de Eduardo VII. Nada parecía indicar que poco tiempo después se iban a enfrentar en una guerra que iba a destruir el continente, iba a brutalizar a sus habitantes, como nunca antes se había visto, e iba a cambiar definitivamente las relaciones de poder tanto en los implicados como en aquellos que sólo fueron víctimas. Barbara W. Tuchman en Los cañones de agosto. Treinta y un días que cambiaron la faz del mundo nos cuenta como los estados europeos pusieron en marcha el mecanismo de la guerra y fueron incapaces de pararlo. Alemania y Francia, ancestralmente enemistadas y enfrentadas en guerras (la última la franco-prusiana entre 1870 y 1871) tenían su plan de ataque e invasión del adversario. El Reino Unido mantenía la hegemonía en los océanos con su armada y Alemania pretendía igualarla. El Imperio Alemán, el Imperio austrohúngaro, e Italia acordaron en 1882 la Triple Alianza, y más tarde, Francia, el Reino Unido, y Rusia firmaron en 1904 el acuerdo defensivo de la Tripe Entente. Pero nada de esto predestinaba a los europeos a matarse una vez más, y mucho menos fijaba una fecha determinaba para iniciar una nueva guerra. El detonante, aunque Tuchman no se entretiene mucho en ello, fue el 28 de junio en Sarajevo, momento en que se produce el atentado mortal contra el archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio austrohúngaro, y las represalias de los austriacos sobre los serbios: la maquinaria diabólica entonces empezó a funcionar.
Rusia envió sus soldados a la frontera y Alemania los propios, pero ésta en lugar de llevarlos a la frontera oriental los situó en la occidental. Hace dos veranos visité la región francesa de la Alsacia y para el que esté interesado puede empaparse de su historia a caballo entre estos dos estados, primero formó parte del Sacro Imperio Romano Germánico, luego de la Francia absolutista, marcada plenamente por la revolución, ocupada después por los prusianos, en el momento en que estalla la Gran Guerra, pasó una vez más de manos. Sin embargo, las hostilidades no se iniciaron en esta región, si no más al norte. En el momento en que Alemania decide invadir Luxemburgo y Bélgica, el Reino Unido se siente obligado a defender la neutralidad de este último país, y el alcance del conflicto se hace mayor. El Plan Schlieffen de los alemanes consistía en invadir con sus divisiones compuestas por un millón de soldados las planicies de Bélgica y con un movimiento envolvente alcanzar Paris. El Plan 17 de Francia aceptado y promovido por el general Joffre era alcanzar Berlín por las regiones centrales enfatizando su elam vital. Alemania en la Batalla de las Fronteras neutralizó los fuertes de Lieja, y para la consternación de la opinión pública, incendió la ciudad y la biblioteca de Lovaina: los soldados alemanes víctimas de los francotiradores responsabilizaban a la clase política belga de estos hechos, pero tomaron brutales represalias contra la población civil.
En el frente oriental, los rusos amenazaban Prusia, y aunque los alemanes los vencieron en la Batalla de Tannenberg, decidieron transferir dos cuerpos de Ejército del Frente occidental para proteger estos territorios. Probablemente este fue uno de los factores del porqué no se cumplieron sus planes en el Frente occidental. Cuando las divisiones francesas empezaron a retirarse y Paris estaba al alcance de los alemanes, el general Von Kluck decidió cambiar de dirección y perseguirlos. Moltke entonces secundó a su subalterno y ambos ejércitos, exhaustos, con la participación también finalmente de las cuatro divisiones británicas comandadas por John French, que hasta entonces había sido muy reacio, se enfrentaron en el Marne. El Reino Unido, que disfrutaba una hegemonía indiscutible en los océanos y en el mundo con su Imperio, no disponía apenas de divisiones en su territorio, pero finalmente no pudo escapar tampoco a la guerra y sus consecuencias. La Batalla del Marne fue una victoria para los aliados, sin embargo, fue también un punto de inflexión a partir del cual los ejércitos enfrentados ya no pudieron vencer claramente a su contrario: desde ese momento se iba a desplegar una frente occidental infinito y estático constituido por interminables trincheras, en las que los soldados luchaban y morían por defender escasos metros de tierra. Esta locura, en la que se utilizó también el armamento químico, duró cuatro largos años.
La Armada alemana, si exceptuamos la pericia del acorazado Goeben que esquivó hábilmente a la armada británica durante días en el Mediterráneo, y que finalmente fue transferido a los turcos, y de un enfrentamiento en el Mar del Norte, apenas salió de los puertos. Alemania intentó hundir los buques a sus adversarios con sus submarinos, pero el bloqueo de la armada británica funcionó perfectamente. Nada de esto evitó que los turcos se unieran a las potencias centrales, y que los árabes envalentonados por Thomas Edward Lawrence se revelarán contra la Sublime Puerta, para luego ser traicionados. La guerra afectó a casi todo el territorio europeo: España fue neutral y por lo tanto hasta cierto punto inmune, incluso beneficiada comercialmente, pero en el mundo colonial africano hubo una incidencia importante cuando decenas de miles de soldados alemanes y africanos en retirada llegaron a la colonia de la Guinea Española. Rusia que tanto se había implicado en este conflicto y a la que tanto deben las democracias europeas se retiró finalmente de la guerra al estallar en 1917 la Revolución bolchevique. Pero estas cuestiones ya exceden a la excelente y bien documentada obra de Tuchman.
La Gran Guerra la perdieron las potencias centrales y en los tratados que desplegaron los aliados con todo tipo de sanciones económicas, despedazamiento de territorios que dieron pasó a toda una serie de emancipaciones nacionales, que supusieron la eliminaron de facto de estos Imperios, y la culpabilidad total hacía Alemania, estaba la semilla de la discordia que en parte explica la locura de Hitler. No faltará quién diga que se podía haber hecho antes todo el trabajo, someter «totalmente a los teutones», pero lo bien cierto es que los alemanes no fueron plenamente derrotados en la Gran Guerra y que no se produjo ninguna invasión del territorio alemán. Suele olvidarse, si adoptamos un ángulo periférico, que el mundo colonial sin más cambió de manos. El mundo como dice Tuchman definitivamente había cambiado, pero no precisamente hacia mejor si no hacía unos años inciertos y llenos de estrecheces, se habían perdido innumerables vidas y se habían destrozado economías enteras. Sin embargo, hasta la Batalla de Berlín en 1945 los europeos no aprendimos la lección.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Febrero 2021.