Anatomía del 23 de febrero – por Francesc Sánchez
El 23 de febrero de 1981 se produjo un intento de golpe de estado sobre el que se ha escrito mucho. Las imágenes de la irrupción Tejero y sus guardias civiles en el hemiciclo del Congreso de los Diputados secuestrando a todos cuarenta años después siguen siendo muy poderosas. Hubo unos antecedentes, una acción, y unas consecuencias, que forman desde entonces parte de nuestra historia más reciente: aquel proceso de la dictadura a la democracia que se vino a llamar la Transición. Este año se han cumplido 40 años de estos hechos y hace nada me he terminado de leer la novela Anatomía de un instante de Javier Cercas por lo que creo que es el momento oportuno para que diga algunas cosas para que el profano conozca lo fundamental del 23 de febrero y el que ya conozca la historia tenga algunos elementos más para pensar la historia.
Muerto Franco la jefatura del Estado recae en los hombros de Juan Carlos I y la presidencia es -desaparecido Carrero Blanco tras un espectacular atentado de la ETA- para Carlos Arias Navarro. El régimen dictatorial estaba intacto. Todo queda «atado y bien atado» pero tanto en algunos sectores de las altas esferas franquistas, entre los que sobresalía Torcuato Fernández Miranda, como en la parte de la sociedad identificada con la izquierda se quería un cambio político significativo: unos querían mantenerse en el poder y los otros recuperar las libertades. En este país no hubo una ruptura total y frontal con el régimen anterior si no una transformación, que no convenció a esta izquierda plenamente, pero que sí efectivamente terminó rompiendo al régimen. El hombre elegido por Juan Carlos I para efectuar esta transformación fue Adolfo Suárez, y se hizo legalmente desde las propias Leyes Fundamentales del Reino y los Principios fundamentales del Movimiento a través de la promulgación de la Ley para la Reforma Política, que permitía la eliminación tanto de las estructuras franquistas como de esta legislación, y la convocatoria de las primeras elecciones democráticas. Sorprendentemente las Cortes franquistas sancionaron positivamente con su voto esta Ley para la Reforma Política, y posteriormente fue llevada en referéndum siendo apoyada masivamente por el pueblo español.
Este fue el inicio, pero faltaba legalizar a los partidos políticos, y también los sindicatos, que hasta entonces estaban proscritos. Durante la dictadura la organización política más importante fue el Partido Comunista de España y desde la finalización de la Guerra Civil permanecía en la clandestinidad, organizando huelgas y actos de protesta, y pagando también su cuota de sangre. Adolfo Suárez sabía que, aunque tuviera el poder para construir una democracia creíble le hacía falta la legitimidad que sólo podía dársela la izquierda hasta entonces proscrita. De ahí su acercamiento a Santiago Carrillo, el líder del PCE. El problema era que las Fuerzas Armadas que habían vencido en la Guerra Civil se negaban rotundamente a aceptar la legalización del PCE. Adolfo Suárez legalizó la mayoría de los partidos, y cuando llegó el momento de legalizar al PCE le puso unas condiciones que hoy nos pueden parecer humillantes: la aceptación de la monarquía, la unidad de España, y la bandera roja y gualda. Y Santiago Carrillo no sólo aceptó, pasando a ser un traidor, sino que además rompió con la doctrina leninista, y conjuntamente con el Partido Comunista Francés y el Partido Comunista Italiano, creó el eurocomunismo, que dejaba de depender del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), y aceptaba el sistema pluripartidista de la democracia liberal. Los militares nunca aceptaron la legalización del PCE que llevó a cabo Adolfo Suárez y desde entonces le consideraron a un traidor.
Las primeras elecciones democráticas, con carácter constituyente, se celebraron el 15 de junio de 1977, y de éstas surgió la representación necesaria para la elaboración de la Constitución, con los llamados Padres de la Constitución, elegidos en función de la fuerza electoral resultante. La Unión del Centro Democrático fue la fuerza más votada, y ahora sí Adolfo Suárez tenía la legitimidad de las urnas como presidente. El PCE no obtuvo la fuerza en votos esperada, y la primera fuerza política de izquierdas del país fue el PSOE (Partido Socialista Obrero de España), un partido clave en la Segunda República, que llevaba como lema «cien años de honradez», y que sarcásticamente comunistas y anarquistas, apostillaban con «cuarenta años de vacaciones». La plana mayor del PSOE se mantuvo en el exilio en México y Francia, pero muerto Franco surgió un líder joven y carismático, Felipe González, que una de las primeras cosas que hizo fue erradicar «el marxismo del partido». El PSOE de Felipe González era una fuerza socialdemócrata con importantes lazos con el socialismo alemán que se presentaba como el partido necesario para transformar el país. Pero este país era y sigue siendo diverso por lo que Adolfo Suárez entonces hizo otra cosa valiente, trajo del exilio a Josep Tarradellas y restauró la Generalitat de Cataluña: los militares tampoco se lo perdonaron. Los Padres de la Constitución elaboraron la Carta Magna y ésta fue sometida a referéndum el 6 de diciembre de 1978.
El pueblo español aprobó el texto que le ofrecía tanto los derechos y libertades fundamentales como las obligaciones, pero también sancionaba la monarquía parlamentaria. Juan Carlos I perdía el poder absoluto que Franco le había otorgado y se convertía en un rey constitucional: a la practica una figura simbólica subordinada al Gobierno, pero que garantizaba constitucionalmente la supervivencia de la monarquía. Juan Carlos I nominalmente seguía siendo el Jefe del Estado y también, por lo que aquí más nos importa el capitán general de las Fuerzas Armadas. Adolfo Suárez hasta ese momento había efectuado con éxito la transición jurídica de la dictadura a la democracia, pero faltaba todavía completarse esta Transición en mayúsculas que podemos ubicar en 1982, o para los más críticos, hasta nuestros días. En las elecciones generales de 1979 una vez más la UCD de Adolfo Suárez fue la fuerza más votada. Pero por aquel entonces por mucho que Suárez había promovido los Pactos de la Moncloa con parte de las fuerzas sindicales la situación económica y laboral era mala, y por mucho que puso en marcha también el Estado de las Autonomías, la fricción política no paraba de incrementarse: entre las diferentes fuerzas políticas y dentro de la propia UCD donde las diferentes familias echaban toda la culpa a Adolfo Suárez. Por si faltaba algo el terrorismo de ETA, pero también del GRAPO, se cebaba con militares y policías: en los funerales de los militares se lanzaban proclamas en contra de Suárez, pero también en contra de su vicepresidente, Manuel Gutiérrez Mellado, el general que había ayudado en todo al presidente, que tenía como misión principal la sujeción de las Fuerzas Armadas por el Gobierno civil, y que por esto era considerado también un traidor.
Había ruido de sables. Ya en 1978 se desarticuló la Operación Galaxia, liderada por el teniente coronel Antonio Tejero y el capitán de la policía armada Ricardo Sáenz de Ynestrillas, que pretendía el secuestro del gobierno en la Moncloa. La extrema derecha, con conexiones internacionales, el 24 de enero de 1977, había asesinado en los despachos de Atocha del PCE y CCOO (Comisiones Obreras) a cinco abogados, y herido gravemente a cuatro más. En esta Transición no tan ejemplar se producen 2.774 acciones terroristas y 536 muertes, encabezadas por ETA, pero también seguidos del GRAPO, el MPAIAC, Terra Lliure, y la extrema derecha. Las Fuerzas Armadas responsabilizan de la violencia a la falta de efectividad del gobierno de Adolfo Suárez. En 1980 la clase política, incluida la UCD, y también la prensa, responsabiliza de todo a un Adolfo Suárez que «no sabe gobernar». Esta situación es lo que Javier Cercas define como «la placenta del golpe»: la suma de críticas y el contexto desfavorable que si no está detrás del golpe por parte de los militares si le llena de contenido y argumentos para pasar a la acción. El general Alfonso Armada mantiene contacto con las diferentes fuerzas políticas y el propio Juan Carlos I para promover un gobierno de unidad nacional: conversaciones con lideres políticos que en su imaginación irán perfilando la conspiración que devendrá en el intento de golpe blando 23 de febrero. Pero este propósito requería de los militares.
La tesis de Javier Cercas es que el 23 de febrero fueron tres golpes dirigidos hacía Adolfo Suarez, Carrero Blanco, y Santiago Carrillo. El general Alfonso Armada fue el artífice del golpe blando, que buscaba ese gobierno de unidad nacional con un militar fuerte como presidente, su propia persona. Jaime Milans del Bosch fue la cabeza militar que convencería a los capitanes generales de las diferentes Regiones Militares para lanzar a las calles sus tanques y soldados. El teniente coronel Antonio Tejero sería el que lo iniciaría todo. El hombre de acción necesario. Y todo debía hacerse «en nombre del rey». Mientras que Antonio Tejero irrumpía en el Congreso de los Diputados, Alfonso Armada pasaba también a la acción con su propuesta. Un cuarto elemento fue la AOME (Agrupación de Operaciones y Misiones Especiales), insertada en el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), dirigida por José Luis Cortina: nunca ha quedado del todo claro toda su participación en el golpe, pero quedó probado que algunos de sus miembros participaron activamente en su logística del mismo. Todo se pone en marcha: Tejero irrumpe en el hemiciclo del Congreso de los Diputados gritando: «¡Quieto todo el mundo!», y poco después un guardia civil empieza a pegar tiros al aire mientras todos los diputados se esconden bajo sus asientos. Todos menos tres: Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado, y Santiago Carillo.
No deja de tener ironía que las tres personas hacia las que iba dirigido el golpe de estado, por ser considerados unos traidores por parte de los suyos, en esos momentos prácticamente han perdido todo su poder. Adolfo Suárez hacia pocos días que había dimitido como presidente y en el momento del golpe se estaba votando precisamente la candidatura de Leopoldo Calvo Sotelo. En cuanto a Manuel Gutiérrez Mellado ya había rechazado incorporarse al nuevo gobierno, y Santiago Carillo había obtenido un pobre resultado electoral, no obstante, aún digno, pero que llevará al PCE finalmente -por la pérdida de diputados- al grupo mixto. Mientras en el Congreso un capitán de la guardia civil informa a los diputados de que pronto vendrá «una autoridad para dar instrucciones, militar, por supuesto», Jaime Milans del Bosch saca los tanques por la ciudad de Valencia, y empieza a ponerse en contacto con sus hermanos de armas, empezando con sus compinches en la División Acorazada Brunete, la mejor de las Fuerzas Armadas, y a un tiro de piedra de la ciudad Madrid. Alfonso Armada va al Palacio de la Zarzuela para reunirse con Juan Carlos I, pero este no quiere recibirlo: una mala señal para sus planes. Juan Carlos I y su secretario Sabino Fernández Campo están al corriente de los hechos acaecidos en el Congreso y el Rey decide ponerse en contacto con los capitanes generales de las diferentes Regiones Militares descubriendo que la asonada golpista no tiene apoyos y ordenándoles acto seguido que no salgan de sus cuarteles: en ese momento Juan Carlos I está parando el golpe de estado. Pero faltaba algo fundamental.
Desde que se había producido el intento de golpe de estado el silencio institucional había sido absoluto. La Radio y Televisión Española había sido ocupada por un destacamento militar y ambas emitían marchas militares. Las radios privadas informaban de los hechos, y una edición especial de El País se posicionaba contra el golpe y con la Constitución, algo más tarde lo haría otra de Diario 16, y vendrían más de El País, pero ninguna autoridad política -que estuviera fuera del Congreso de los Diputados- decía nada, y tampoco hubo actos de protesta en las calles: todos estaban en sus casas esperando acontecimientos. Desde este punto de vista el golpe estaba siendo todo un éxito. Por eso a Juan Carlos I se le ocurrió la brillante idea de grabar un mensaje de condena al golpe dirigido a todos los españoles que sería emitido unas horas después. Mientras Alfonso Armada se presentaba en el Congreso de los Diputados a título individual para ofrecerle a Tejero su solución del gobierno de concentración el mensaje del Rey fue emitido por televisión. El coronel Antonio Tejero quedó consternado cuando Alfonso Armada le explicó que ese gobierno de unidad nacional estaría compuesto por ministros de derechas, pero también por socialistas y comunistas. Aunque Alfonso Armada le ofrecía una salida a Tejero y sus hombres para que huyera a Portugal hasta que amainara el temporal, el teniente coronel rechazó esta solución tan surrealista. Javier Cercas dice que en ese momento el golpe blando es imposible que salga adelante, pero mantiene que el golpe duro aún está vivo, sólo que ahora es «un golpe en contra del Rey». Milans del Bosh se retira, pero Tejero aún mantendrá el secuestro hasta la mañana del día siguiente, una noche en la que un destacamento de la Acorazada Brunete liderado por Ricardo Pardo Zancada vendrá a darle su apoyo. El golpe duro que en la imaginación de Tejero quiere implantar una Junta Militar es una quimera porque no obtiene ningún apoyo significativo. En la mañana liberan a los diputados y periodistas y los militares se entregan. El 27 de febrero, está vez sí, más un millón y medio de personas sale a las calles a manifestarse por «la libertad, la democracia y la Constitución».
Las consecuencias del 23 de febrero pueden ser muchas o ninguna. Muchas porque un año después se promulga la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico), se inicia una purga y reforma en las Fuerzas Armadas, España acelera definitivamente su integración en la OTAN, y la izquierda por primera vez desde la Segunda República se hace con el poder. Por lo tanto, una inmunización contra nuevos intentos de golpes de estado. Ninguna, porque todo esto con o sin 23 de febrero ya estaba en marcha, y me atrevo a decir que se habría efectuado igualmente. Lo que es indudable es que el fracaso del 23 de febrero hizo posible todo esto y agilizó mucho las cosas. Desconocemos para que los guardias civiles separaron en el Congreso de los Diputados a Adolfo Suárez, y Manuel Gutiérrez Mellado, Felipe González, Santiago Carrillo, Alfonso Guerra, y Agustín Rodríguez Sahagún, llevándolos a una habitación aparte. Hace poco RTVE ha emitido y publicado en Internet la emisión integra de los 35 minutos que estuvo grabando una cámara durante el asalto al Congreso de los Diputados. La misma de la que fue emitido un fragmento el día después por televisión, y por la que ahora muchos que en su momento lo vivieron desde sus casas afirman, confundiéndose, que vieron en directo el secuestro de Tejero y sus hombres.
No sabemos si hubo algún papel por parte de los Estados Unidos en esta intentona, las palabras del secretario de Estado norteamericano Alexander Haig afirmando que «el asalto al Congreso de los Diputados es un asunto interno de los españoles» sentaron muy mal: quizá lo que quiso decir es que no había implicación estadounidense en el golpe y que no querían inmiscuirse. Lo que es seguro es que estaban al corriente de todo, pero estas palabras, por mucho que luego hubo la respectiva rectificación, quedaran para la historia. Leopoldo Calvo Sotelo aceleró el proceso de integración de España en la OTAN, no resuelto plenamente por Adolfo Suárez (aunque fue durante el 15 de junio de 1980 cuando Marcelino Oreja Aguirre, Ministro de Asuntos Exteriores, afirma oficialmente que el Gobierno va a integrar a España en la Alianza Atlántica), dando entender tanto Leopoldo Calvo Sotelo como su Ministro de Defensa, Alberto Oliart, que el estar dentro de esta organización evitaría un nuevo 23 de febrero. Argumento un tanto baladí «a grosso modo» si recordamos que el 12 de septiembre de 1980 se produjo un golpe de estado en Turquía, país miembro de la OTAN, y se mantuvieron durante años en el seno de la organización nada menos que la dictadura de los coroneles en Grecia (1967-1974), y la dictadura de salazarista en Portugal (1933-1974), países también miembros de la OTAN, pero que en el caso español, efectivamente, no volvió a repetirse otro golpe de estado.
Los tres héroes de Javier Cercas son Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado, y Santiago Carillo, precisamente aquellos que no se tiran al suelo cuando silban las balas de los guardias civiles, y plantan cara al golpe. Tres hombres que habían traicionado a los suyos por un bien superior y colectivo: la democracia. Y por esto mismo estos tres héroes el 23 de febrero ya lo habían perdido todo. El caso de Adolfo Suárez es quizá el más lacerante, hasta que ya dejo finalmente la política, después de la aventura del Centro Democrático y Social estando enfermo de Alzheimer, la clase política no reconoció sus méritos. El 23 de febrero los más jóvenes deben conocerlo, y estudiarlo si quieren, como un hecho contextualizado en el proceso de la Transición, para valorar, con las imperfecciones que tiene nuestra democracia, lo que hoy tenemos a nuestra disposición, para tomar adecuadamente sus decisiones políticas. Esto mismo nos lo podemos aplicar aquellos que ya tenemos una edad pero que tampoco lo vivimos. Los que lo vivieron además tienen la opción de rescatar esa memoria, subjetiva pero que sumada al resto deviene en colectiva, y compartirla con los demás.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 27 Febrero 2021.