El legado de la pérfida Albión – por Francesc Sánchez

 


Napoleón Bonaparte llamaba peyorativamente a Inglaterra “la pérfida Albión” porque se interponía a sus planes tanto para Francia como para el resto del continente. Y de hecho parte de razón llevaba porque el Reino Unido unió en varias coaliciones a Rusia, Prusia, España, Sajonia, Suecia, Austria, y los Países Bajos, para derrotarlo definitivamente el 18 de julio de 1815 en la batalla de Waterloo. Si retrocedemos en el tiempo tenemos que el término Albión es de procedencia celta y haría referencia a toda la isla de la Gran Bretaña, pero por lo que parece, debemos a los romanos su popularización por una transformación del término albus (blanco) en referencia a los blancos acantilados de Dover. Sea como sea Inglaterra después de siglos de invasiones por parte de los vikingos y más tarde por sus primos hermanos los normandos, sufrieron su última invasión de la mano de Guillermo II en la Batalla de Hastings en el año 1066. Y ahí, aunque ya eran normandos, dijeron ¡Basta! Desde entonces los ingleses, valiéndose de la ventaja de su insularidad, aquella que sumada a los temporales derrotó a la Gran Armada de Felipe II en 1588 (que mofándose rebautizaron como Armada Invencible), se vieron involucrados en todos los conflictos armados del continente por temor a volver a ser invadidos y la ambición de ser determinantes en Europa y en el resto del mundo. Bajo la divisa latina divide et impera derrotaron imperios y se apoderaron como ningún imperio antes del mayor número de territorios y pueblos.

Pero esto no era suficiente. Los ingleses también se quitaron de encima tanto el poder como la influencia religiosa del catolicismo que ligaba a los monarcas europeos con el Papa de Roma. Esto fue obra y gracia de Enrique VIII que quería divorciarse de Catalina de Aragón y, después de ser excomulgado, terminó instaurando en 1534 la Iglesia anglicana como religión oficial del reino, colocándose a él mismo como Jefe de esta nueva estructura, quedándose de paso con los bienes y tierras de la Iglesia católica: la oposición del humanista Tomás Moro, al que debemos un importante ensayo sobre el mundo ideal en su Utopía, la pagó con su vida. Sin embargo, la conflictividad religiosa no abandonó la isla: bajo el reinado de Carlos I se produce el enfrentamiento con el Parlamento liderado por Oliver Cromwell, un ferviente puritano, que decidirá córtale la cabeza e instaurar por un breve espacio de tiempo la única república que ha habido en el Inglaterra, hasta que vuelve la restauración. Este proceso se finaliza con la Revolución Gloriosa de 1688, en la que el Parlamento depone a Jacobo II y trae de Holanda a Guillermo de Orange y le concede la corona, bajo la condición de que acepte la carta de derechos (The Bill of Rights). Sin embargo, esta revolución inglesa no será emulada en el resto del continente, y deberemos esperar cien años para que la revolución francesa resuene en todas partes. Y es en este momento, en el que siguen los enfrentamientos religiosos, cuando aparece la figura del filósofo John Locke, que aparte de iniciar la corriente de pensamiento empirista, que nos dice que todo conocimiento proviene de los sentidos y que en función de este generamos ideas simples, y de la asociación de éstas las complejas, redacta La carta de la tolerancia, destinada a las confesiones religiosas demandando respeto mutuo, y el Segundo tratado sobre el gobierno civil, que proporciona aquello necesario para desplegar un estado y una sociedad funcional. Por ironías de la historia probablemente los que aplicaron mejor ambos textos fueron los colonos ingleses en América del Norte que se emanciparon de la metrópoli con su propia revolución bajo el Sentido Común del también inglés Tomas Paine, proclamando en 1776 su independencia, y publicando en 1787 su constitución.

La revolución francesa que se inicia en 1789 con la toma de la Bastilla despierta simpatías entre algunos románticos, sobre todo desde el punto de vista de la libertad individual, en la que Mary Shelley con el su significativo Frankenstein o el moderno Prometeo, y Lord Byron con sus libros de poesía, tendrán algo que decir, pero esta revolución es combatida por el poder desde el primer momento. En cualquier caso, lo más importante en estos momentos para Inglaterra, y más tarde el Reino Unido (después del Acta de Unión de 1707 de la Gran Bretaña que integra Inglaterra, Escocia, y Gales, y de la que incorporaría también Irlanda en 1801), es que va a expandirse por el mundo, lo va a conquistar, y lo hará a en América a través de la Compañía de Bristol y la Compañía de Londres, con el resultado que antes hemos contando, y para el resto de posesiones a través de la Compañía de las Indias Orientales. Así pues, el Imperio británico, después de hostigar durante siglos con artes de piratería al Imperio español, se hizo hegemónico en el mundo. Durante estos tiempos los ingleses, aunque luego serán abolicionistas, comparten la practica abominable del esclavismo haciendo funcionar el comercio triangular atlántico entre los tres continentes en la que los seres humanos son una mercancía más. Pronto será el momento de hombres como Richard Burton, John Hanning Speke, David Livingstone, Henry Morton Stanley, que exploran el continente africano para confeccionar mapas que luego seguirán los comerciantes y militares. Miles de colonos, exiliados políticos, o aventureros, fundaran colonias, y explotaran grandes territorios y pueblos. Después de la revolución americana dos fueron los traspiés más importantes a este Imperio: el motín de los cipayos en la India de 1857, que es una verdadera rebelión por parte de las élites locales, y las guerras de con los Bóer en Sudáfrica entre 1880 y 1902, donde por primera vez se recluyen civiles en campos de concentración. Probablemente los que mejor contaron estas historias de los imperios fueron de un lado Rudyard Kipling con relatos como El hombre que pudo reinar o El libro de la selva, y de otro Joseph Conrad con El corazón de las tinieblas, Nostromo, o Lord Jim.

El Reino Unido aplica para el comercio el liberalismo que explica Adam Smith en La riqueza de las naciones con los demás, pero es proteccionista para el mercado interior. Pronto se convierte en la fábrica del mundo con las innovaciones técnicas para ofrecer todo tipo de mercancías: la practica a seguir es la mercantilista, es decir vender caro y comprar barato. Estamos asistiendo a otra transformación, y ésta es total, la revolución industrial, que hará pasar al mundo de un sistema eminentemente agrario y ganadero a otro con multitud de talleres y luego grandes fábricas con una alta demanda de trabajadores sin ningún tipo de derechos. Cuando las clases altas inglesas viven la época victoriana en sus palacios y casas de campo, las ciudades se embrutecen con el hollín de las chimeneas, y aparece la famosa niebla en Londres, en definitiva, aumentan en extensión y población. El acceso al voto para elegir a los representantes políticos por si lo estaban pensando durante esta época, es censitario, es decir va en función de las rentas disponibles. Hay dos escritores que han descrito a la perfección este nuevo mundo en la metrópoli, Charles Dickens con obras como Tiempos difíciles, Grandes Esperanzas, o Oliver Twist, y Arthur Conan Doyle que nos trae por entregas, las andanzas de un detective, Sherlock Holmes, que utiliza el método inductivo-deductivo para llevar a cabo sus investigaciones y se mueve por los bajos fondos con su ayudante el Doctor Watson. Este mundo en transformación iba a propagarse por toda Europa, y si mantenemos que la revolución francesa fue necesaria para terminar con el Antiguo Régimen, la revolución industrial, transformó las relaciones económicas: la suma de ambas con las reivindicaciones tanto políticas como laborales es la que nos va a definir como sociedad hasta nuestros días. Karl Marx, un alemán que terminará en Londres, redacta dos textos muy significativos: El capital, y conjuntamente con Frederick Engels, El manifiesto comunista, que influirían notablemente en los movimientos obreros, pero que una vez más, ironías de la historia, tuvieron su aplicación más práctica muy lejos del Reino Unido.

Todo esto tenía que saltar por los aires, pero lo hizo lejos de la pérfida Albión. La chispa que encendió la mecha fue el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo y a esta explosión la llamaron la Gran Guerra, que enfrentó a casi todos entre 1914 y 1918 tanto en el continente como en el mundo de ultramar. Esta guerra mundial, aunque se llevó la cuota de sangre correspondiente entre las filas británicas, por el efecto que hemos ido comentando de la insularidad no afectó directamente al Reino Unido. Como decíamos lejos de allí, hubo hecho sustancial derivado de esta guerra, la revolución rusa en 1917 liderada por los bolcheviques. Dos autores a destacar de nombre que suenan parecido pero bien diferentes son H.G. Wells con El hombre invisible, La máquina del tiempo, y La guerra de los mundos, y George Orwell con Homenaje a Cataluña, su testimonio de la Guerra Civil española, Rebelión en la Granja, una crítica hacia los comunistas, y 1984 con la una profecía autocumplida, que llega hasta nuestros días. La Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945, fue diferente: los bombardeos alemanes sobre Londres y el lanzamiento de los primeros cohetes a reacción fueron constantes. El Reino Unido colaboró activamente para erradicar el nazismo alemán y el fascismo italiano, pero en cambio no hizo nada con el franquismo en España. En cualquier caso, quizá la consecuencia más importante para el Reino Unido de esta última guerra fue la pérdida de su Imperio, manteniendo la Commonwealth (Mancomunidad de Naciones) pero dando paso a un proceso de independencias, y a su relevo por parte de los Estados Unidos, que fue la nación que escribió las reglas del juego globalmente en la economía a través de los Acuerdos de Bretton Woods. La aventura de Suez de 1956, un auténtico desastre, fue simbólicamente el fin definitivo de la era de los imperios, al menos tal como se habían conocido, dando pie al neocolonialismo, en un contexto de Guerra Fría que enfrenta al Pacto de Varsovia y a la OTAN, organización de seguridad colectiva en la que el Reino Unido se integra desde el principio.

De ahí en adelante el Reino Unido, pasará a ser una potencia media en decible internacionalmente, sin embargo, creció internamente en calidad de vida, aplicando como otros estados las políticas económicas de gasto público de John Maynard Keynes, edificando un robusto Estado del Bienestar. Durante todo este tiempo la cultura popular anglosajona, tanto a un lado como a otro del Atlántico se termina de expandir por todo el mundo y se hace hegemónica. El Reino Unido finalmente, astutamente, después de salvar la oposición de Charles de Gaulle que consideraba que el Reino Unido era un caballo de Troya de los Estados Unidos, decidió y pudo incorporarse en 1973 a la Comunidad Económica Europea, pero no plenamente, aceptando el mercado común, pero nunca la libertad de movimientos plena para las personas que ofrece el Tratado de Schengen y, en tiempos recientes, tampoco la moneda común que conocemos como el euro. Antes de esto último claro, nos dejábamos la aportación británica a un nuevo cambio de las reglas del juego de la mano de Margaret Thatcher, que desreguló la economía, expandió el comercio internacional, pero también destruyó los sindicatos británicos y privatizó empresas públicas. Esta fue la revolución neoliberal que al otro lado del Atlántico puso en práctica Ronald Reagan, y que en el resto de Europa terminaron aplicando todos los Estados. El resto ya es historia actual. Sucedió el 11S y el Reino Unido se fundió más con los Estados Unidos. Tony Blair participó en la Guerra de Iraq y David Cameron hizo lo propio en Libia. Las consecuencias más negativas de esa globalización que forjó muy activamente el Reino Unido durante siglos, y la no menos importancia de las facilidades para el sistema financiero de poder jugar en solitario en un mundo globalizado, nos han llevado a la presente situación.

¡Ah sí! Todo esto lo he querido contar ahora porque esta pasada noche de San Silvestre el Reino Unido ha abandonado definitivamente la Unión Europea, en la que todos paradójicamente para entendernos seguiremos usando el inglés, porque llevaron a cabo un referéndum y de una forma soberana pero estúpida decidieron apoyar la salida, pero como vemos por la historia jamás podrá abandonar Europa porque ni ésta puede explicarse sin el Reino Unido y éste tampoco, con las especificidades que queramos, puede explicarse sin el resto de Europa.  

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 3 Enero 2021.