Una pandemia para pobres – por Francesc Sánchez

 

Tengo la suerte de vivir en un primer mundo que es consecuencia de su propia historia. Y por esa razón para muchos, aunque vivan en este mismo mundo en el que vivo yo, debemos de aceptar la pandemia como una plaga bíblica que nos ha enviado Dios por lo que hicieron nuestros antepasados con otros pueblos. Puedo llegar a entender, aunque no lo comparta, que este pensamiento pueda acudir a las mentes de muchos en otras latitudes, sobre todo cuando prefieren echar toda la culpa a los demás de aquello en lo que deberían responsabilizarse, pero nunca lograre entender este martirologio masoquista de muchos de mis compatriotas. Cómo este artículo no tiene como objeto hablar del pasado me voy a centrar en este presente incierto que no has tocado vivir en este país. Habrán leído en las páginas de la prensa menguadamente mayoritaria que este virus va por barrios, para ser más preciso, el número más importante de contagiados se encuentra en aquellas localidades y aquellos barrios de las grandes ciudades más pobres. Es decir, donde se concentra el mayor número. En la ciudad de Madrid los distritos más afectados donde el gobierno autonómico acaba de instaurar una cuarentena son los de Puente de Vallecas, Carabanchel, Ciudad Lineal, Villaverde y Usera. El municipio cercano de Parla, uno de los más pobres de la Comunidad de Madrid, se lleva la palma. En Barcelona, Nou Barris, tiene el dudoso honor de ser el distrito que tiene más contagiados.

Y esto tiene una explicación: hay que trabajar para sobrevivir. Durante la cuarentena la mayoría de las personas que viven los barrios más humildes que tienen la suerte de tener un puesto de trabajo, mientras no se paralizó la producción, tuvieron que acudir puntualmente en transporte público a su tarea diaria, bajo la amenaza más o menos sibilina de ser despedido ipso facto, hasta que el gobierno prohibió este tipo de despidos, algo que en cualquier caso no afecta a aquellos que trabajan irregularmente en negro. No creo que haga falta decir que se ha hablado mucho del teletrabajo, pero hay muchos puestos de trabajo en el que esto es imposible: no se puede hacer teletrabajo donde importa la fuerza física, cuidar a ancianos, o limpiar una casa o una escalera. Si hablamos de los inmigrantes en una situación irregular todo esto por necesidad se cumple inexorablemente. Si a esto le sumamos que en muchas viviendas humildes de pocos metros cuadrados las habitan muchas personas tenemos el coctel explosivo para la propagación del coronavirus.

Los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo han salvado muchas situaciones, pero no todos los receptores han cobrado esta prestación social, como tampoco lo han hecho las personas que se podrían beneficiar de la Renta Mínima de Inserción, de la que por cierto quedan fuera todos aquellos jóvenes, y no tan jóvenes, que viven con sus padres, por la imposibilidad de emanciparse al no tener trabajo, porque claro está éstos no tienen ni gastos personales ni deben contribuir a los gastos familiares. La mitad de los jóvenes, muchos de ellos preparados académicamente, no sólo no encuentra el trabajo deseado si no ni tan siquiera cualquier tipo de trabajo. El sector de la hostelería, tan vinculado al del turismo y al ocio de tantos, que solía ser el comodín para muchos jóvenes, con las restricciones por la pandemia, está tocado de muerte. Todavía habrá individuos que cuestionen el hecho que las parejas de jóvenes decidan no tener descendencia, y hagan sesudos estudios sobre el porqué del envejecimiento de la población.

Más lacerante es la situación de muchas personas mayores de 50 años que no encuentran trabajo por falta de la formación necesaria, y por el simple hecho de que pocos quieren contratarlos porque ya son viejos, dando igual que puedan aportar el factor de la experiencia. Un hecho que contrasta con el incremento de la expectativa de vida, y por la consideración por muchos de los más mayores como fuente de sabiduría, ambas cosas que como es lógico nos felicitemos. Pero la realidad es tozuda si nos paramos a pensar por un momento en lo que ha pasado en muchas residencias de ancianos, con situaciones de maltrato y abandono hasta la muerte, en el momento más álgido de la pandemia esta primavera. Pero a lo que vamos, no nos desviemos, todas estas personas de las que hablo para vivir necesitan trabajar y esta pandemia les afecta más que aquellos que tiene recursos económicos y pueden recluirse en sus hogares, o trabajar telemáticamente, hasta que pase la tormenta. El hecho, pues, es que la pandemia no sólo se ceba con aquellos que viven más precariamente, y que deben salir cada día al tajo, que como digo viven en los peores barrios, si no que las consecuencias económicas de la pandemia, aunque más silenciosamente, también matan.  

No descubro nada diciendo que en España existe la pobreza, mucho más extendida que la que solemos pensar, que se suma a las estrecheces de aquellos que tienen un trabajo precario o disfrutan de una pensión insuficiente, pobres también, a fin de cuentas, pero con esta pandemia quizá como nunca antes está quedando al descubierto. La clase política en esta pandemia, como he dicho ya en varios artículos no ha estado a la altura, y como ciudadanos tenemos el deber de obligarles a que se responsabilicen de su función pública y lleguen a acuerdos entre ellos y con el tejido empresarial en lo que es fundamental en estos momentos: salvar el momento en el que vivimos sanitariamente, poniendo al servicio de los profesionales médicos lo necesario, rescatar a aquellos que han naufragado o antes de que lo hagan, e impulsar un plan de reactivación y recuperación económica que genere no sólo las condiciones necesarias para el mantenimiento del empleo, sino también para la creación de nuevo, tanto en el sector privado, como en el público, abriendo convocatorias excepcionales en ofertas de empleo público, o porque no nacionalizando aquellas empresas privadas en sectores críticos que van a entrar en dificultades, y que pueden dejar en el paro a miles de compatriotas.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 20 Septiembre 2020.