La tregua de Navidad – por Francesc Sánchez
Aquí tienen la fotografía. Un puñado de soldados británicos y alemanes
juntos en el día de Navidad de 1914 en algún lugar del interminable
campo de batalla del frente de Ypres en Bélgica durante la Gran Guerra
(la llamaban así porque todavía no había la necesidad de enumerarlas).
La víspera de Navidad los soldados enterrados en sus trincheras a ambos
lados de la tierra de nadie empezaron a entonar Noche de Paz. Uno de
ellos se acercó a la trinchera contraria con una bandera blanca (otros
dicen que llevaba un pequeño árbol de Navidad) y se produjo un encuentro
imprevisto y fuera del guion, en el que intercambiaron impresiones,
latas de conserva, alcohol y tabaco. Durante estas horas enterraron a
sus muertos y llegaron incluso a celebrar un partido de futbol. Esta
tregua de Navidad, informal y espontánea, se produjo en más de un lugar,
y en su momento, pese a que en el imaginario colectivo ha quedado fuera
de lo que fue la Gran Guerra, llegó a ser parte de la portada de
diferentes periódicos como atestigua esta otra fotografía difundida por
aquellas fechas por el Daily Mirror.
En la Batalla del Ebro en nuestra Gran Guerra particular (por suerte no hemos tenido más desde entonces), no es que se llegara a producir una tregua parecida, pero también los soldados de los dos bandos enfrentados que se apretujaban en sus respectivas trincheras, en los momentos de «descanso» llegaron a intercambiar este tipo de cosas, con el consecuente cabreo de los mandos que cortaban de raíz este tipo de comportamientos. Fue durante estos momentos cuando algunos republicanos «se pasaron» al bando nacional: las órdenes en este caso eran terminantes, tanto los que se pasaban, como los que se infringían heridas, o perdían su fusil (se entiende que en ambos casos para ser retirados del frente), debían ser fusilados. Gabriel Cardona y Carlos Losada en su libro Aunque me tires el puente: Memoria oral de la batalla del Ebro nos cuentan que los que integraban el Tercio de Nuestra Señora de Monserrat, una unidad de catalanes de procedencia carlista, en la que se hablaba catalán y las órdenes se daban también en esta lengua, compuesta sobre todo por hijos de buena familia a los que la revolución les había incautado las tierras, en las noches sin combates se «reunían para rezar el rosario y cantaban canciones como El Virolai, L’emigrant, y L’Ampurdà. Sus voces se elevaban por encima de los parapetos, propagándose en el aire tranquilo del verano hasta llegar a las trincheras contrarias, donde conmovían a muchos catalanes, silenciosos soldados republicanos. Conscientes del problema, los comisarios improvisaban reuniones y mítines para contrarrestar aquella propaganda inesperada».
Probablemente no hace falta retroceder tanto en el tiempo para encontrar estos momentos de treguas informales en los que los soldados que se enfrentan se reconocen por encima de todo como seres humanos que a veces por decisión propia pero otras por circunstancias ajenas a su voluntad se ven enfrentados contra sus semejantes. Pero esto no es muy conocido, no es muy propagado, porque el otro es el enemigo, y una tregua informal entre soldados es algo subversivo porque cuestiona la mayor de cualquier guerra. Hoy la guerra a herida abierta la tenemos en Oriente Medio: en la ciudad siria de Alepo después de más de cuatro años de cerco, bombardeos y combates, después de multitud de treguas rotas para que los contendientes tomaran nuevas posiciones y se volvieran a armar, después de que no quede piedra sobre piedra, la guerra finalmente ha terminado, y por lo que parece todos los civiles y la mayoría de combatientes que han logrado conservar su vida han sido evacuados. Habrá quien quiera ver una victoria y habrá quien quiera ver una derrota, otros sin más nos preguntamos qué sentido ha tenido esta guerra, si es que alguna vez lo ha tenido.
Hace diez años se realizó una película en la que sale la tregua de Navidad, Joyeux Noël de Christian Carion, pero yo prefiero recurrir a Senderos de Gloria dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Kirk Douglas, basada en la purga y ejecución por insubordinación de cuatro soldados franceses de la Brigada 119 tachados de cobardes, cuando éstos, después de ser bombardeada su unidad por sus propios cañones, desobedecen la orden de avanzar hacía una muerte segura. La escena final en la taberna contiene el mensaje de toda esta historia que estamos contando. La tregua de Navidad no evitó que la Gran Guerra durara casi tres años más, provocara al menos entre 10 y 31 millones de muertos, y que introdujera en las sanciones hacía los vencidos, no solo la desaparición de sus imperios si no la semilla de una nueva gran confrontación. Por lo tanto objetivamente aunque real fue algo anecdótico. No faltara quién argumente que la tregua de Navidad entre británicos, franceses y alemanes fue posible porque todos ellos compartían el sentimiento de paz y solidaridad navideño porque todos ellos eran cristianos, o cuanto menos compartían esa celebración. Y probablemente lleven razón. Pero prefiero pensar que la suspensión de la guerra por unas horas, con su consecuente descanso, y el reconocimiento en el otro como nuestro igual en su felicidad y sufrimiento tienen también su peso y son universales.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Diciembre 2016.
En la Batalla del Ebro en nuestra Gran Guerra particular (por suerte no hemos tenido más desde entonces), no es que se llegara a producir una tregua parecida, pero también los soldados de los dos bandos enfrentados que se apretujaban en sus respectivas trincheras, en los momentos de «descanso» llegaron a intercambiar este tipo de cosas, con el consecuente cabreo de los mandos que cortaban de raíz este tipo de comportamientos. Fue durante estos momentos cuando algunos republicanos «se pasaron» al bando nacional: las órdenes en este caso eran terminantes, tanto los que se pasaban, como los que se infringían heridas, o perdían su fusil (se entiende que en ambos casos para ser retirados del frente), debían ser fusilados. Gabriel Cardona y Carlos Losada en su libro Aunque me tires el puente: Memoria oral de la batalla del Ebro nos cuentan que los que integraban el Tercio de Nuestra Señora de Monserrat, una unidad de catalanes de procedencia carlista, en la que se hablaba catalán y las órdenes se daban también en esta lengua, compuesta sobre todo por hijos de buena familia a los que la revolución les había incautado las tierras, en las noches sin combates se «reunían para rezar el rosario y cantaban canciones como El Virolai, L’emigrant, y L’Ampurdà. Sus voces se elevaban por encima de los parapetos, propagándose en el aire tranquilo del verano hasta llegar a las trincheras contrarias, donde conmovían a muchos catalanes, silenciosos soldados republicanos. Conscientes del problema, los comisarios improvisaban reuniones y mítines para contrarrestar aquella propaganda inesperada».
Probablemente no hace falta retroceder tanto en el tiempo para encontrar estos momentos de treguas informales en los que los soldados que se enfrentan se reconocen por encima de todo como seres humanos que a veces por decisión propia pero otras por circunstancias ajenas a su voluntad se ven enfrentados contra sus semejantes. Pero esto no es muy conocido, no es muy propagado, porque el otro es el enemigo, y una tregua informal entre soldados es algo subversivo porque cuestiona la mayor de cualquier guerra. Hoy la guerra a herida abierta la tenemos en Oriente Medio: en la ciudad siria de Alepo después de más de cuatro años de cerco, bombardeos y combates, después de multitud de treguas rotas para que los contendientes tomaran nuevas posiciones y se volvieran a armar, después de que no quede piedra sobre piedra, la guerra finalmente ha terminado, y por lo que parece todos los civiles y la mayoría de combatientes que han logrado conservar su vida han sido evacuados. Habrá quien quiera ver una victoria y habrá quien quiera ver una derrota, otros sin más nos preguntamos qué sentido ha tenido esta guerra, si es que alguna vez lo ha tenido.
Hace diez años se realizó una película en la que sale la tregua de Navidad, Joyeux Noël de Christian Carion, pero yo prefiero recurrir a Senderos de Gloria dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Kirk Douglas, basada en la purga y ejecución por insubordinación de cuatro soldados franceses de la Brigada 119 tachados de cobardes, cuando éstos, después de ser bombardeada su unidad por sus propios cañones, desobedecen la orden de avanzar hacía una muerte segura. La escena final en la taberna contiene el mensaje de toda esta historia que estamos contando. La tregua de Navidad no evitó que la Gran Guerra durara casi tres años más, provocara al menos entre 10 y 31 millones de muertos, y que introdujera en las sanciones hacía los vencidos, no solo la desaparición de sus imperios si no la semilla de una nueva gran confrontación. Por lo tanto objetivamente aunque real fue algo anecdótico. No faltara quién argumente que la tregua de Navidad entre británicos, franceses y alemanes fue posible porque todos ellos compartían el sentimiento de paz y solidaridad navideño porque todos ellos eran cristianos, o cuanto menos compartían esa celebración. Y probablemente lleven razón. Pero prefiero pensar que la suspensión de la guerra por unas horas, con su consecuente descanso, y el reconocimiento en el otro como nuestro igual en su felicidad y sufrimiento tienen también su peso y son universales.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Diciembre 2016.