Europa: un proyecto en transformación – por Francesc Sánchez
Interior del edificio Louise Weiss del Parlamento Europeo en Estrasburgo |
Punto de partida
El día después de la rendición de Alemania en la Segunda Guerra Mundial fue un punto de inflexión que marcaría durante mucho tiempo no sólo a Alemania si no a todo el continente. La guerra había desolado a Europa con millones de muertos y desplazados, con ciudades destruidas, y con economías devastadas. Berlín fue dividida en cuatro sectores, uno por cada ejército vencedor: en una escala más grande Alemania, como habían acordado los aliados en la Conferencia de Potsdam de agosto de 1945, fue dividida también en cuatro sectores. Tres de estos sectores eran ocupados por los Estados Unidos, Reino Unido, y Francia, y el cuarto por la Unión Soviética. En una escala aún más grande tenemos que media Europa queda ocupada por los ejércitos de los Estados Unidos y sus aliados occidentales, y la otra media por los de la Unión Soviética. De facto pues, el continente quedo dividido militarmente en dos áreas claramente delimitadas, una liderada por Washington y la otra por Moscú. Esta ocupación militar, en contra de lo acordado por los aliados en la Conferencia de Yalta de febrero de 1945, determinó que cada área desarrollase el sistema político, social y económico del ocupante. Mientras los países de Europa occidental restablecían tanto la democracia liberal -si previamente la habían tenido- o la implantaban a partir de ahora, como la economía de mercado capitalista, los países ocupados por los soviéticos implantaron el sistema de partido único y la economía planificada comunista. En cuanto a Alemania queda definitivamente escindida en dos: en 1949 se funda tanto la República Federal de Alemania como la República Democrática de Alemania. En cualquier caso, nos equivocaríamos en afirmar que los dos modelos de sistema fueran una simple y llana imposición que no tuviera el suficiente apoyo social, y la prueba es que uno se mantuvo durante décadas y el otro, con variaciones, sigue vigente. Esta realidad dejaba a Europa dividida: cómo afirmaba Winston Churchill en 1946 «desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero». Este nuevo panorama queda del todo reafirmado cuando, en un contexto de tensión entre bloques, Estados Unidos crea la OTAN en 1949, y la Unión Soviética crea el Pacto de Varsovia en 1955. Fue la constatación definitiva de la Guerra Fría entre las dos superpotencias que probablemente se inició en el momento en que Washington ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Restablecido el orden faltaba la reconstrucción. Los Estados Unidos pusieron en marcha desde 1948 el European Recovery Program, más conocido como Plan Marshall, un programa de recuperación económica a través de ayudas de más de 12.000 millones de dólares del momento. En Alemania se produjo lo que luego se conoció como el milagro alemán que levantó la economía progresivamente a los niveles anteriores a la guerra. Sin embargo, la Alemania del Este, nunca se recuperaría. Los países del -por entonces- «bloque comunista» tuvieron una suerte parecida. En una escala global en la Conferencia de Brenton Woods de 1944 «el mundo libre» dejaba atrás el proteccionismo, considerado uno de los factores de la guerra, y adoptaba una política librecambista que se consideraba la panacea «para mantener la paz», pero que indudablemente beneficiaba a la economía más importante en esos momentos. En Breton Woods se adoptó el dólar como moneda de referencia internacional y se decidió también la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Paralelamente, el 24 de octubre de 1945, 51 países firman la Carta de las Naciones Unidas, piedra angular de la homónima organización internacional en la que terminaran integrándose la mayoría de los países, en la que existe un Consejo de Seguridad del que son miembros, Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, la Unión Soviética, y -posteriormente- China. Este es el contexto en el que dos viejos enemigos europeos, Francia y Alemania, deciden dejar atrás su pasado beligerante y pasan a cooperar.
Un proyecto ilusionante
El proyecto europeo fue impulsado por el Ministro de Exteriores francés Robert Schuman y el Canciller de la República Federal de Alemania Konrad Adenauer, materializándose, primero, en la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, a través un tratado homónimo firmado el 18 de abril de 1951, y más tarde, en 1957, mediante el Tratado de Roma, en la Comunidad Económica Europea, integrada en esos momentos por Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo, y los Países Bajos. El hito más importante de la CEE fue la eliminación de las fronteras interiores que tuvo dos consecuencias importantes: una económica, la libre circulación de mercancías, que llevaría a la creación del Mercado Común, generando una interdependencia económica entre los países miembros, y una social, con la firma del Acuerdo de Schengen, firmado el 14 de junio de 1985, que permite la libre circulación de las personas que son ciudadanos de un país adherido a este tratado, incluido el establecimiento para vivir y trabajar en cualquier país del espacio europeo. Un año después, en 1986, por lo que respecta a España, nuestro país se integró también en la CEE, después de integrarse previamente en 1982 en la OTAN. En los siguientes 25 años España asentó el sistema democrático, reestructuró su sector industrial generando centenares de miles de desempleados, y recibió 230.000 millones de euros, provenientes, entre otras partidas de Fondos Estructurales y a fondos de la Política Agraria Común. En 1992 en Barcelona se celebraron las Olimpiadas, transformando radicalmente la ciudad, en Sevilla la Exposición Universal, y Madrid fue elegida Capital de la Cultura Europea. Parecía que no se podía llegar más lejos en la transformación y en la promoción exterior del país. Todo eso también es verdad que tuvo un coste extraordinario. La integración española, como la portuguesa, después de la desaparición de sus respectivas dictaduras, cerraba de alguna forma un proceso que había unido a la Europa democrática y capitalista frente al bloque comunista entorno a un proyecto que materialmente había supuesto más beneficios que perdidas. Europa, como en ningún otro lugar en el mundo, mantenía también un sistema del bienestar que igualaba a todos y amortiguaba los golpes del mercado. Sin embargo, la crisis petrolera de los setenta y la solución de los anglosajones lo trastocaron todo hasta nuestros días. La política de desregularización económica y privatizaciones de las empresas públicas impulsada por Margaret Thatcher y Donald Reagan, el neoliberalismo, impulsó el comercio globalmente, generando más riqueza, pero también grandes desigualdades. Este modelo, con variaciones, fue aplicado progresivamente también en la mayoría de los países europeos de la entonces Comunidad Económica Europea. En una década el panorama europeo en cada lado del Telón de Acero iba a transformarse substancialmente.
Euforia momentánea
En 1989 los estados comunistas de Europa del Este se tambalean y el 9 de noviembre, cae el Muro de Berlín. De repente, después de varias revueltas reprimidas duramente décadas atrás (la Revolución Húngara de 1956, la Revuelta de Praga de 1968, y las sucesivas revueltas en Polonia), cuando nadie esperaba el fin de estos regímenes, en una nueva concatenación de protestas, que a diferencia de las anteriores no fueron reprimidas con tanta dureza ni tuvieron una intervención militar por parte del Pacto de Varsovia, el bloque comunista cae en cadena. Parte de la explicación viene dada por los cambios que produjeron en el núcleo del sistema con la perestroika y la glásnost promovidas por Mijaíl Gorbachov, que pretendían reformar económicamente y liberalizar la sociedad en la Unión Soviética. No hay duda de que esto lo transformó todo, pero de tal forma que terminó por colapsar todo el sistema: dos años después la Unión Soviética se disuelve y la Guerra Fría termina por incomparecencia de uno de sus dos contendientes. Y esto es interpretado por los Estados Unidos como una victoria. La caída del del sistema socialista también provocó una conmoción en todos aquellos europeos que querían un sistema alternativo al capitalista. Mientras se hunde todo un bloque el otro sigue avanzando y lo hace con la firma del Tratado sobre la Unión Europea, también conocido como el Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992, transformando una vez más el continente. Por este tratado se establece la Unión Europea, y se prepara la Unión Monetaria Europea: el objetivo es la desaparición de las monedas nacionales y la adopción de una moneda en común en la reciente creada eurozona. Para estos efectos se funda en 1998 el Banco Central Europeo y el 1 enero de 2002 se pone en circulación el primer euro. Pero antes de que esto se haga efectivo los europeos asisten impotentes o impasibles, según su margen de decisión, a las guerras de secesión yugoslavas. En muy poco tiempo estos europeos comunistas que habían optado por su propia vía al margen de Moscú se hacen nacionalistas étnicos excluyentes e irredentistas mientras Europa no hace nada efectivo para evitarlo, delegando el conflicto políticamente en los Estados Unidos, y militarmente en la OTAN. Las guerras yugoslavas que se desarrollaron entre 1991 y 2001 se saldaron entre 130.000 y 200.000 muertes.
Esto sucedía en el continente, pero en Oriente Medio, se iba a librar el primer episodio de la guerra que contemplamos en nuestros días. Sadam Hussein, invadió Kuwait en agosto 1990 y una coalición internacional en enero de 1991 le hizo retroceder hacía Bagdad. Lo que más nos interesa de este conflicto es que en el 2003 los Estados Unidos invadieron Iraq sin ninguna resolución de las Naciones Unidas, destruyéndolo hasta nuestros días. Esta guerra no tuvo el apoyo de la Francia de Jacques Chirac y de la Alemania de Gerhard Schröder, la vieja Europa para George W. Bush, pero si lo tuvo decididamente del Reino Unido, España, y Polonia, la nueva Europa de la que hablaba José María Aznar.
La mayoría de los estados europeos que habían sido comunistas y habían permanecido en la órbita de Moscú, después de una política económica de choque hacía el capitalismo de libre mercado, que produjo grandes desigualdades en sus sociedades, se integraron en la OTAN y en la Unión Europea. Pero este éxito quedaría oscurecido en las deficiencias de los europeos en solucionar conflictos armados en el propio continente, con las guerras yugoslavas, y después del 11 de Septiembre de 2001, con la Guerra de Iraq de 2003, dejaría claro que en política internacional Europa estaba rota. La disparidad en política internacional dejaba también claro que la Unión Europea en esta cuestión estaba vacía de contenido. Los europeos con el Tratado de Maastricht lo apostaron todo con la unión monetaria, pero dejaron pendiente las herramientas necesarias para regular la política económica, y esto traería funestas consecuencias. El éxito de la ampliación hacía el Este, ofreciendo nuevos mercados, pronto veríamos que también conllevaba su contrapartida.
Suspensión
El fracaso en 2004 del proceso que se inició con el Tratado por el que se establece una Constitución Europea al no aprobarlo en referéndum Francia y Holanda (dos de los países fundadores de la CEE) supuso un duro golpe para la Unión Europea. De repente la construcción europea hasta entonces criticada pero siempre avanzando progresivamente quedó en suspensión. Entre las razones del voto negativo estaban desde la no aceptación de cesión de soberanía hasta la exigencia de una Unión Europea más democrática pasando por las consecuencias más negativas de una mayor globalización económica: votaron en contra tanto los euroescépticos, los nacionalistas de derechas, y los antiglobalización de izquierdas. Tanto unos como otros llevaban parte de razón pues efectivamente la soberanía en algunas cuestiones se iba a ceder hacía una entelequia que escapaba al control democrático, y la globalización económica iba a incrementarse. Sin embargo, el mundo no se paró y siguió su marcha: los europeos íbamos a tener menos soberanía y los déficits democráticos de la Unión Europea iban a mantenerse.
El Tratado de Lisboa, firmado el 13 de diciembre de 2007, tenía la intención de introducir por la puerta de atrás los cambios que no se lograron con el fracaso de la Constitución Europea: hacer «la UE más democrática, más eficiente y mejor capacitada para abordar, con una sola voz, los problemas mundiales, como el cambio climático». Por este tratado se procede a «un aumento de competencias del Parlamento Europeo, el cambio de los procedimientos de voto en el Consejo, la puesta en marcha de la iniciativa ciudadana, el carácter permanente del puesto de Presidente del Consejo Europeo, un nuevo puesto de Alto Representante para Asuntos Exteriores y un nuevo servicio diplomático de la UE». Por el Tratado de Lisboa se aclara qué competencias se atribuyen a la UE, a los países miembros de la UE, o se comparten.
Europa, definida como la entidad económica más importante del mundo pronto fue golpeada desde el otro lado del Atlántico con la quiebra del Banco Lehman Brothers. La crisis financiera de 2008 llevo a parte del sistema bancario europeo al límite provocando desempleo en la mayoría de los países, y la bancarrota de la economía griega. La solución para Grecia vino dada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, y el Fondo Monetario Internacional (la famosa Troika), con un rescate milmillonario al Estado con la condición de aplicar un duro plan de recortes. Sin embargo, en la práctica el rescate no sirvió para mucho más que para pagar los intereses de la deuda griega. Esta fue la política de austeridad de la Canciller Angela Merkel, que incluso llevo al límite de obligar al Presidente José Luís Rodríguez Zapatero a realizar un cambio constitucional con los votos del PSOE y del Partido Popular, para incluir un nuevo artículo limitando el déficit público. Sin embargo, el golpe maestro contra la economía europea no lo ha dado la crisis económica si no un Estado que se ha convertido en la nueva fábrica del mundo, en la que todas las multinacionales, atraídas por una mano de obra eficiente, barata y no problemática, han invertido construyendo factorías para construir y ensamblar toda nuestra tecnología, que posteriormente fue copiada y mejorada por las empresas locales. Tanto la Unión Europea como Estados Unidos frente a la ascensión China no pueden, no saben, o no quieren competir. Entonces en el 2011 saltó todo por los aires. Dos crisis aún abiertas en canal iban a trastocarlo todo: Kiev y la Primavera Árabe.
Estupefacción
No es este el lugar para explicar la revuelta y guerra civil tanto en Ucrania y como en el Mundo Árabe: lo he hecho profusamente en otros artículos. Tan solo voy a mencionar el papel o la ausencia del mismo que ha tenido la Unión Europea, y las consecuencias de esto mismo: 1. Bruselas presionó al gobierno de Víctor Yanukóvich para que Ucrania aceptará un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, en el mismo momento que Moscú le presionaba para que aceptara un acuerdo equiparable, y por esa razón personalidades públicas fueron a Kiev a dar mítines apoyando el Euromaidán, que como sabemos terminó en un golpe de estado, y en la fractura del país cuando los habitantes del Dombass se alzaron en armas. Rusia al tiempo que pasaba a apoyarlos materialmente, se anexionó Crimea a través del despliegue de sus tropas y un referéndum de autodeterminación. La consecuencia más importante para Europa fueron las sanciones económicas que la Unión Europea impuso a Rusia con la consecuente perdida del mercado ruso y su influencia. 2. En cuanto a la revuelta árabe la Unión Europea en un primer momento permaneció impasible viendo como ésta se transformaba en guerra civil y ascendían los grupos yihadistas, entre las filiales de Al-Qaeda, y la escisión del Estado Islámico. Cuando la Francia de Nicolas Sarkozy y el Reino Unido de David Cameron intervinieron en Libia siendo decisivos en la destrucción del régimen de Gadafi finiquitaron la existencia tanto del estado como del país. Las dos consecuencias más importantes para Europa fueron el éxodo de centenares de miles de refugiados y la eclosión del terrorismo islámico.
La Canciller Angela Merkel decidió primero acoger a dos millones de refugiados sirios, pero después llegó a un acuerdo milmillonario con Turquía para que los retuviera en campos de refugiados en su territorio. Hoy Recep Tayyip Erdoğan mientras invade Siria para matar a los milicianos kurdos y deportar a los refugiados amenaza a la Unión Europea con enviar a estos mismos refugiados hacía Europa. Turquía mantiene más de 3 millones de refugiados sirios en su territorio y las milicias kurdas, que vencieron a los miembros del Estado Islámico (más de 12.000 permanecen presos en su territorio), siempre han sido consideradas una mala influencia para los kurdos turcos y su guerra eterna con este pueblo. La política de acogida de Angela Merkel se ha interpretado que fue un gesto humanitario, pero no fue una respuesta conjunta con el resto de los países europeos. De hecho, Hungría, Polonia, Chequia, y Eslovaquia no solo se negaron a aceptar ningún tipo de reparto de refugiados, si no que expresamente se negaron a acoger a musulmanes, porque consideran que no se integran en su sociedad. Grecia, prácticamente en bancarrota, tuvo que hacerse cargo de centenares de miles de refugiados; en Italia, país que acogió a centenares de miles procedentes de Libia, subió al poder Matteo Salvini, que ordenó cerrar los puertos a los barcos de las Organizaciones No Gubernamentales que rescatan a los náufragos en el Mediterráneo.
Por si faltaba algo siguiendo la estela de los atentados de Madrid en 2004 y Londres 2005, perpetrados por células de Al-Qaeda, el terrorismo vinculado al Estado Islámico empezó a atentar en el corazón de Francia (atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo en 2015, atentado en la Sala Bataclan de París en 2015, atentado de Niza en 2016, atentado en Estrasburgo en 2018) y otros países europeos (atentando en Bruselas en 2016, atentado en Berlín en 2016, atentado de Mánchester en 2017), entre los que se encuentra el nuestro (atentado en las Ramblas en 2017), un país España, en que su sociedad siempre se ha movilizado masivamente en favor de la paz, la ayuda internacional, y la acogida de refugiados.
El ascenso de los pardos
La Unión Europea estaba claro que no tenía competencia en política económica, exterior, defensa, y migratoria. Pero los países que integran la Unión Europea tampoco acordaron una política conjunta en estas cuestiones. Como atestiguan los hechos la guerra en Ucrania y Oriente Medio, con sus respectivas consecuencias, demuestran la incapacidad de la Unión Europea. El ascenso de los partidos políticos nacionalistas y neofascistas que cuestionan la Unión Europea por estas cuestiones, por mucho que puedan distorsionar la realidad, son un reflejo de lo que mantengo. Da igual si hablamos del Frente Nacional de Marine Le Pen, la Liga Norte de Matteo Salvini, Fidesz-Unión Cívica Húngara de Viktor Orbán, Alternativa para Alemania de Jörg Meuthen y Alexander Gauland, o el Partido Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczyński. Y la prueba definitiva la tenemos en el referéndum en el Reino Unido para abandonar la Unión Europea donde una mayoría se decantó por abandonar Europa. El Primer Ministro David Cameron venció en el referéndum de autodeterminación de Escocia y pensó en repetir la jugada con el referéndum sobre la Unión Europea, para hacer desaparecer a la agrupación UKIP (El Partido por la independencia) de Nigel Farage, y a sus propios detractores dentro del Partido Conservador, entre ellos Boris Johnson, que hizo campaña engañando al electorado para la salida: la denuncia de una contribución económica hacía la Unión Europea que no se corresponde con la real, y la amenaza de llegada masiva de inmigrantes pobres tanto europeos como procedentes de otras latitudes, ganaron la partida. Por lo que parece nadie explico a los británicos las consecuencias económicas y sociales de abandonar la Unión Europea.
El rechazo a los refugiados o inmigrantes económicos ilegales es una constante. Pero se obvia que la mayoría de los inmigrantes llegan en avión con los papeles en regla. El fenómeno no es exclusivamente europeo porque el ascenso al poder de Donald Trump fue también en esta misma clave. De ahí que su gobierno en lugar de declarase globalista se declare patriótico. Es el Hacer América Grande de Nuevo: y esto se traduce en atacar a los competidores económicos (rompiendo tratados y estableciendo aranceles) para recuperar la hegemonía mundial y en levantar un muro con México para evitar la entrada de inmigrantes ilegales. Es una vuelta a la política económica proteccionista anterior a los Acuerdos de Breton Woods.
Vale la pena intentarlo
Si tuviéramos que examinar el estado actual de la política europea probablemente por los acontecimientos de los últimos años no se salvaría del suspenso. Pero en este artículo he querido exponer como empezó este proyecto ilusionante al concluir la Segunda Guerra Mundial en un momento desastroso para el continente. Y lo he hecho de forma realista, exponiendo que la realidad muchas veces impuesta por los vencedores de la contienda tenía un peso determinante, pero fue aprovechada para la construcción europea. Hoy la Unión Europea no tiene la cuartada del enemigo comunista que la acecha, y no creo que la Rusia renacida quiera ocupar ese lugar: hoy existen otras amenazas y existen otros retos que han hecho aparecer posturas políticas que nos recuerdan a las que ascendieron en el periodo de entreguerras. Pero el momento en todos los sentidos, aunque difícil no es equiparable, y lo más importante durante muchos años hemos expulsado la guerra del continente. Prefiero pensar que toda esta historia no sólo fue algo coyuntural y que va a desaparecer en pocos años.
Sin embargo, esto no quiere decir que las cosas no vayan hacia peor porque no hay nada asegurado, lo que se hizo en generaciones pasadas puede desaparecer, por lo que hace falta repensar serenamente si queremos avanzar conjuntamente o dejar pasar esta oportunidad que nos ha venido dada por la historia. Como europeos pues tenemos en nuestra mano que hacer con el presente. Se ha criticado muchas veces la Unión Europea por ser un mero zoco de mercaderes, en lugar de no desarrollar más el estado social, que permita a los jóvenes trabajar y crear un proyecto de vida, pero hasta en esto seguimos sacando una gran ventaja a otras latitudes, y la prueba es que millones de personas llegan al continente tanto huyendo de la guerra y el hambre, como buscándose un porvenir. Hace falta también pensar sí como europeos queremos tener una sola voz en el mundo, porque en este mundo globalizado en el que se enfrentan gigantes, y las problemáticas y conflictos entienden cada vez menos de fronteras, cada estado por separado tiene muy poco margen de maniobra. Frente a los que piensan que las diferencias entre los europeos son insalvables yo pienso lo contrario: nuestra historia durante mucho tiempo es compartida y hay más elementos que nos acercan que nos separan. No creo haga falta decir mucho más.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 11 Octubre 2019.