Un paseo por Normandía y Bretaña – por Francesc Sánchez
El texto que tienen entre sus manos es el relato de un viaje en tren en solitario que he hecho hace poco por las regiones francesas de la Normandía y la Bretaña. Desde mi anterior viaje muchas cosas han cambiado, ahora ha hecho falta una reserva en muchos trenes para obtener un asiento, y también alojamiento para no quedarse en la calle: la tecnología ha permitido todo eso pero también me ha obligado a depender de la misma rompiendo en cierta forma la libertad de movimientos que tuve hace años. En definitiva después de mucho tiempo he cogido los bártulos y he cruzado de nuevo la frontera.
De Barcelona a Cerbère y de ahí a Paris
En el anden hacía el norte el calor pegaba fuerte. Me subí al tren regional y al cabo de unas dos o tres horas pude ver los acantilados de la Costa Brava que me indicaban que estaba muy cerca de los limites de nuestro país con Francia. En la estación, donde no hay ni cafetería ni lavabos, el Jefe me indicó muy amablemente donde podía coger el tren hacía París. Me subí en el famoso tren de Cerbère a Paris, de doce horas de viaje, que bien podríamos llamar el clásico, y que por estas fechas veraniegas vuelve a estar operativo. Un par de españoles, padre e hija, me dijeron que probablemente este fuera el último año en que este tren preste servicio. Hice muy bien en reservar el billete desde casa para un asiento y no para una cama porque comprobé que seis camas en un comportamiento, más en un viaje tan largo, pueden ser un verdadero suplicio. Poco después de cruzar la frontera llegó el primer momento de pánico al intentar conectar mi teléfono móvil y ver que en este páramo no hay cobertura, y que no me funcionaba de ninguna de la maneras el Roaming. Pensé que los problemas que había tenido esa misma mañana en mi casa con la cobertura no se habían solucionado, y que me podía quedar sin el servicio. Por suerte se solucionó y me llegaron los mensajes de bienvenida de la compañía telefónica y del Ministerio de Asuntos Exteriores indicándome los teléfonos de los consulados. Pronto puede ver esos lagos a lado y lado de la vía que aparecen a pocos kilómetros de cruzar la frontera. Me comí un bocata y bebí agua. La verdad es que si no estás realmente cansado encuentro difícil que alguien pueda dormir en un tren nocturno de este estilo. Conforme íbamos llegando a Paris la temperatura iba descendiendo y me fui abrigando. Mi idea era visitar en la ciudad la casa de la Rue La Fayette 145, que en realidad es una gran respiradero de la compañía de ferrocarriles, y el Museo de Artes y Oficios para ver el Péndulo de Foucaoult, ambos lugares mencionados por Umberto Eco en su famoso libro. Pero cuando llegué a la estación de Paris Austerliz comprobé que no habían taquillas para dejar ahí mi mochila. No las hay casi en ninguna estación y los motivos ya podéis adivinar cuales son. Por lo que verme en la circunstancia de pasear por Paris con este sobrepeso y probablemente sin poder entrar tampoco en el museo me llevaron a la determinación de quemar esta etapa y subirme a Rouen. Realmente mi objetivo siempre fue ese, pasearme por Normandía y Bretaña, así que todo perfecto.
De Paris a Rouen
Cogí el metro y me llegué a la estación de Saint Lazare. Cuando vayáis hacía ahí hay que pronunciarlo bien porque si no nadie te podrá entender. Pronto empecé a comprobar que la mayoría de franceses o no sabe inglés o tiene un conocimiento muy básico, pero lo que podría parecer una dificultad para mí fue un incentivo para hacerme entender, por lo general con personas que tenían la misma voluntad. En la estación no os lo podréis creer pero me dí casi de bruces con un soldado que llevaba un rifle de asalto. Saqué mi primera reserva por un euro y medio para el tren hacía Rouen y en dos horas llegué a mi destino. Al llegar me tomé el segundo café de rigor y como tenía tiempo hasta encontrarme con la mujer que me hospedaba en su casa, recorrí parte de la ciudad. Andando por la Avenida Juana de Arco lo primero que encontré fue una gran torre, Le Donjon, que nadie sabia que era, y que descubrí que es en la que habían encerrado a esta mujer que tenía visiones, que lideró a los franceses en varias batallas contra los ingleses durante La Guerra de los Cien Años, libertadora de Orleans, acusada de herejía y quemada en la hoguera cuando se convirtió en una molestia, finalmente convertida en santa. En las inmediaciones de la misma había unas placas recordando tanto a los que formaron parte de la resistencia francesa como a los deportados a campos de exterminio durante la ocupación alemana. Luego encontré una librería de libros de segunda mano, Les Mondes Magiques, donde compré por dos euros L’Île du jour d’avant de Umberto Eco. Un lugar recomendable para perderse entre multitud de libros. Deambulando encontré un gran edifico de estilo neoclásico, introducido por una estatua de Napoleón Bonaparte a caballo, que se presentaba como el Hotel de la Ciudad: me dije pues vaya con los franceses, menudo hotel, pero luego me enteré que es así como llaman a su Ayuntamiento. Justo al lado como emergiendo desde el suelo aparecía una gran iglesia, la Abadía de Rouen, un edificio gótico increíble, tanto por fuera como por dentro, donde había una exposición de esculturas. En el parque de al lado apareció una estatua de Rollo, duque de Normandía, aquel vikingo que es probable que conozcáis por alguna serie de televisión, que asentó un poder político en esta región que duraría mucho tiempo, y que marcaría una identidad cultural que en cierta forma se mantiene hasta nuestros días. Seguí caminando ―recordar que llevaba mi mochila― y por unas callejuelas de cuento llegue a la increíble Catedral de Rouen. Hice una primera visita momentánea y comprobé que la entrada al templo, a diferencia de lugares parecidos en España, era lógicamente gratuita. Debe ser que como Francia es un país civilizado las relaciones entre la iglesia y el estado son diferentes. Por fin llegué a mi alojamiento y me encontré muy puntualmente con mi anfitriona. Me puse a descansar. Bien merecido lo tenía.
Rouen
A primera hora de la tarde fui hacia lo más céntrico y busqué primero algunos supermercados y al final me decidí por un restaurante de comida rápida muy conocido y comprobé que los precios son prácticamente iguales a los de España. En esta región es habitual que llueva, pero no os preocupéis, es lluvia fina y breve. Visité de nuevo la Catedral, esta vez con su debida dedicación, y es una mole fantástica. No os perdáis tampoco la calle del reloj, o la plaza en la que irrumpe, al lado de unos vestigios ancestrales, la moderna la Iglesia de Santa Juana de Arco. Y luego andar y más andar hasta que llegué a un Café de las Antillas, donde comprobé que un café no es nada caro. Volví a la librería con la idea de buscar y comprar algún libro más, antes recalando en una tienda de informática donde entablé una conversación un tanto surrealista sobre tarjetas gráficas con uno de los técnicos (surrealista por lo de quién iba a decir que a tantos kilómetros de Barcelona iba a indagar sobre esta cuestión), pero finalmente en ambos lugares no me llevé nada. Empezaba a tener hambre así que decidí comprarme una pizza que me llevé a la casa. Cuando llegó mi hospedadora estuvimos hablando muy cordialmente y me dijo que tenia que ir a ver las luces de la Catedral. No sabía muy bien de que estaba hablando pero cuando llegué a la plaza vi mucha gente esperando e hice lo propio: empezó un espectáculo de luces y sonidos proyectado en la Catedral que hacía un recorrido por la historia de la región, la Cathédrale de Lumière, que esta vez nos acercaba al mundo de Guillermo el Conquistador y sus descendientes, cuando los normandos cruzaron el charco y conquistaron Inglaterra. Increíble, hay que vivirlo. Al volver a casa ya estaba pensando en buscar un nuevo alojamiento para mi próxima etapa, Caen. Hice una reserva pero ya veréis que pasó. Al día siguiente mientras esperaba alguna noticia sobre el nuevo alojamiento fui a la estación para tomar un tren para Le Havre.
Le Havre y vuelta a Rouen
El viaje en el TER (los trenes regionales) fue rápido. Durante el trayecto me rechazaron la reserva del alojamiento en Caen porque ya estaba ocupado el lugar durante los próximos días. Entonces hice otra reserva y esperé a ver que pasaba. Al llegar a la ciudad de Le Havre me dí cuenta que estaba lejos del centro si es que esta ciudad industrial, donde todo es de construcción nueva porque durante la guerra quedó devastada, lo tenía. Como tenía hambre antes de empezar la marcha decidí zamparme un Donner Kebab, más barato y más bueno que en España. Como es costumbre en mi empecé a andar, en dirección hacía el Hotel de la Ciudad, y ahí me paré porque ya no tenía más ganas de andar, sabiendo que después tendría que deshacer el camino andado. En la plaza del centro cultural Espacio-Oscar Niemeyer me tomé un café y puse en orden mis ideas. Se acercaba la hora límite para cancelar la nueva reserva sin coste por mi parte y no tenía ninguna noticia de mi anfitriona así que la cancelé. Volviendo encontré un gran monumento de una mujer ideal hacía los muertos en la Primera y Segunda Guerra Mundial. No podría visitar las Playas del Desembarco y además estaba vendido. Por un momento pensé en volverme cuando venciera mi estancia en Rouen pero se me ocurrió buscar alojamiento en Rennes y lo encontré. Cuando llegué a la estación de de Rouen formalicé la reserva y respiré tranquilo porque podía continuar con mi viaje. La idea era ir en tren hasta Caen, hacer unas horas allí, y luego llegar a Rennes en el último tren de la tarde.
Haré un inciso. Mis idas y venidas en la estación de Rouen y también en Le Havre para recabar información sobre los trayectos que quería hacer y formalizar mis reservas cuando tocaban fueron siempre muy buenas. Mi trato con el personal de SNFC durante este viaje bien sea en trenes o estaciones fue siempre excepcional. Retengo una investigación de trayectos que hice en la estación de Rouen con una chica con gran vitalidad que nos pareció superinteresante. Aunque supieran como yo mismo poco inglés siempre intentaban hacerse entender y me ayudaron en todo momento. No puedo decir lo mismo con algunos elementos que aparecían siempre a pedirme tabaco, y cuando les decía que no, al cabo de un rato volvían a pedirme, lanzándome maldiciones ante mi negativa.
Al llegar a Rouen formalicé mi reserva y me fui al centro a tomarme otro café hasta hacer tiempo para cenar algo en un self service. Cuando llegué a la casa le comenté a mi hospedadora mis nuevos planes y me fui a la cama.
De Rouen a Caen
Me levante temprano para despedirme de mi anfitriona antes de que se fuera a su puesto de trabajo. Me fui directo a la estación y cerré mis reservas en tren para volverme al cabo de cuatro días. La primera sería en TGV desde Rennes hasta Paris y la segunda para el mismo día por la noche desde Paris atravesando todo el país en el clásico hasta Cerbère. Ahora iba en un TER hacía Caen, no iba a poder ver las Playas del Desembarco pero podría conocer la ciudad. Nada más llegar empezó un breve chaparrón que fue menguando hasta desaparecer. Me dirigí hacía el centro, andando bastante, siguiendo los carteles, hasta que divise una iglesia y lo que parecía vislumbrarse como el centro en dirección a Le château de Caen. Busqué el famoso restaurante de comida rápida americana pero empecé a comprender que en los mapas que me ofrecía mi teléfono estos sitios o no existen o están mal señalizados. Total me zampé otro Donner Kebab, esta vez uno muy completo, que no me pude ni terminar. Repuesto de fuerzas pude ver por fuera la Catedral, pero también el Castillo, por lo que me dirigí directamente a sus murallas, subiendo escaleras y escaleras, y desde arriba pude ver una panorámica magnifica de la ciudad. Luego bajé y entré en la Catedral. Tan solo mencionar tres cosas que me impactaron: las viejas campanas expuestas en el suelo, una placa conmemorativa por “nuestros muertos” en la Gran Guerra, y unos mapas de muchos de los que habían recalado en Caen convirtiéndose en nuevos ciudadanos. Por una de las calles más concurridas descubrí una tienda de arte con buenos libros a buen precio pero evidentemente para mí, si decidía adquirir alguno, constituían un problema porque ocupaban un espacio que no disponía. Fui a un café y luego a otra iglesia: en todas ellas hay paneles explicativos de la historia de las mismas. Como iba pasando el tiempo decidí ir bajando a la estación, pero con la mala fortuna de dar un rodeo y alejarme demasiado de la ruta inicial, así que tuve que andar demasiado. No lo olvidemos con mi mochila a cuestas. Y ahí va un consejo, cuando tengáis que tomar un tren tener cuidado de no desviaros demasiado del camino andado, porque la caminata a contratiempo puede ser increíble. Cuando llegué a la estación ahí me quedé haciendo tiempo hasta que apareció el TER que me llevaría a Rennes.
De Caen a Rennes
Una de mis ideas, como lo fue la de visitar las Playas del Desembarco, era la de visitar el Mont Sant Michel, y esta idea después de comprobar que el tren pasaba por la estación Pontorson, que estaba a solo dos estaciones de Rennes, fue cogiendo forma de nuevo. Sin embargo conforme iba llegando a Rennes un mensaje de mi anfitrión en el que me decía que iba a llegar tarde me descolocaba. En el mapa de mi teléfono lo que parecían cinco o diez minutos de camino hacía la casa al final resultó ser casi media hora, pero es que además lo que en principio eran atajos callejeando, para mí fueron una complicación, en la hora del día en que empezaba a anochecer. Al acercarme a la dirección se me empezaron a acercar algunos jóvenes sin venir a cuento, probablemente como después me dijeron pretendían ayudarme. Cuando llegué al punto señalado, una serie de establecimientos, no encontré a mi hospedador esperándome, y ahí nada sabían del mismo. Llamamos al teléfono de contacto y estaba apagado. Me veía en la calle. Un gran lío. Uno de los trabajadores del establecimiento se le ocurrió decir que quizá se trataba de la casa que había a la vuelta de la esquina y hacía allí fui con otro. Pero como la información que tenía de la dirección no era todo lo completa que cabía esperar, y el anfitrión no aparecia y no contestaba a mis mensajes, me quedé un buen rato esperando en el portal, hasta que se me ocurrió mirar en los buzones y llamar desde el interfono, para después subir al apartamento. Me abrió otro inquilino y al cabo de unos minutos apareció el anfitrión disculpándose de toda esta historia. Supongo que son cosas que pasan, desde esta distancia temporal no tengo nada a reprochar, pero en ese momento yo no lo pasé bien, y en cierto modo se me rompió una buena dinámica que llevaba desde la salida.
Rennes
El centro de Rennes se puede visitar en una mañana. Me acerqué con el otro inquilino, un chileno que quería estudiar en la ciudad. Hay una zona céntrica y muy turística con muchos establecimientos que abren a media mañana. Pero como digo se ve rápido, y esto sumado al susto de la noche anterior, me hizo plantearme volverme o ver que posibilidades tenía, por lo que fui a pedir información a una oficina de SNFC. Todos los trenes para volverme a España estaban completos por lo que en cierta forma me vi atrapado tres días y dos noches más en esta ciudad. Podía intentar acercarme a otra ciudad pero en ese momento pensé en quedarme y ver que sacaba en claro del lugar en donde me encontraba. Por la tarde volví al centro y pensé en acercarme a la mañana siguiente al Mont Sant Michel, pero tanto los horarios de trenes, las previsibles aglomeraciones, y una conversación que tuve con unos catalanes, me llevaron a descartar la visita a la famosa abadía. El tercer día por la mañana visité en el centro el mercado de alimentos al aire libre, en cada esquina había músicos, que tocaban desde jazz a música folk, y por la tarde decidí acercarme al Museo de Bellas Artes, en el que entré gratuitamente gracias a mi carnet universitario y mi especialidad en Historia. Ahí podéis encontrar obras de Rubens, La Tour, Le Brun, Casanova, Cogniet o Lacombe, además de las exposiciones temporales. No soy especialista en Arte pero vale la pena visitarlo. Se acercaba la noche y volví temprano a la casa, prácticamente contando las horas, porque al día siguiente tenía que emprender la larga marcha. Por la mañana me dirigí a la estación, y como se resentían las ampollas en mis pies, prácticamente no me moví de allí, comiéndome el bocata de rigor de salchichón, familiarizándome con todo lo que allí había, desde las salidas a destinos que en su momento no pensé en buscar, hasta con las melodías que cualquiera tocaba en este piano que no falta en ninguna estación de ferrocarriles francesa. A primera hora de la tarde, después de una gran aglomeración de gente que enseñaba el billete al interventor y se dirigía al andén respectivo, salió el TGV que me iba a llevar a Paris. Los Caballeros de la Mesa Redonda si alguna vez estuvieron por aquí, definitivamente se habían ido.
De Rennes a Paris y de vuelta a la frontera
Nunca había viajado hasta entonces en un tren de alta velocidad y el trayecto que hice en el TGV pasó en un momento. Se nota la rapidez, la presión, y taponamiento de los oídos cuando pasas por un túnel. Llegué a la estación de Paris Montparnasse en una hora y media, y desde ahí cogí el metro hacía la estación de Paris Austerliz, donde después de buscar de nuevo infructuosamente ese restaurante de comida rápida americana, decidí volverme y zamparme otro bocadillo de rigor, hasta que se acercó el momento de tomar el clásico y volver hacía España. En el tren me ocurrió algo curioso. Llegó una chica francesa que venía de Rouen a sentarse a mi lado, que empezó a dibujar el vagón del tren. Esto me pareció interesante y estuvimos hablando durante largo rato en nuestro peculiar inglés sobre Arte y las ciudades que conocíamos. Me comentó que le encantaba Alfons Mucha y el Modernismo catalán. Antes de su partida se me ocurrió intercambiar los teléfonos por si algún día volvíamos a coincidir en algún lugar. Todo un tanto vago. No suelo hacer este tipo de cosas y menos con personas que apenas conozco pero me supongo que las coincidencias, el buen rato que pasamos, y mi condición de viajante, me llevaron a ello. Una hora después me percate que la chica se había olvidado un libro y cuando iba llegando a la frontera le envié un mensaje, y pensamos en si valía la pena enviárselo, o lo más fácil sería que comprase uno de nuevo.
Al llegar a Cerbère subió al tren una policía de fronteras y nos pidió la documentación a los tres que quedábamos en el vagón. Esta tierra de nadie entre Cerbère y Portbou, en otros tiempos un espacio bullicioso y hoy relegado por las conexiones del tren de alta velocidad, es la clara definición de una tierra de nadie que separa dos mundos distintos, que cualquiera que haga este trayecto diría que viven despaldas uno del otro. El tren regional con paradas en pocas estaciones me llevó a Barcelona y cuando llegué a casa, descansé. Tres días después de mi paseo por Normandía y Bretaña cancelé un encuentro con un amigo en el centro de Barcelona y horas después me enteré que un terrorista con una furgoneta había atropellado a un centenar de personas en las Ramblas. Esto te demuestra al menos dos cosas, la primera que el viajar es asumir riesgos, nunca sabes lo que te puede pasar, pero la tragedia puede ocurrirte en tu propia casa. La segunda que por esto y por todo lo relatado en este pequeño diario, no somos tan diferentes de nuestros vecinos. Ah, sí, con la chica del tren nocturno, intercambiamos algunos mensajes más pero esa historia que sucedió en el tren ahí se ha quedado.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Septiembre 2017.