La ascensión del Estado Islámico – por Francesc Sánchez
Iraq no es un país para viejos
El Estado Islámico se creó en Iraq bajo el nombre de Estado Islámico de Iraq (ISI en sus siglas en inglés), siendo la franquicia de Al-Qaeda, y siendo uno más entre los grupos que operaban en el triángulo suní (el área dentro de Bagdad, Ramadi y Tikrit), en el peor momento de combates entre la resistencia iraquí y los ocupantes aliados. De esto ya hace algunos años. Vale la pena, sin animo de ser exhaustivo (en anteriores artículos se ha hablado de esta cuestión), de contextualizar esta realidad.
Los ejércitos aliados, liderados por los Estados Unidos, en la primavera de 2003, en cuestión de semanas vencieron a las tropas regulares iraquíes (la mayoría de soldados y mandos decidieron desaparecer para huir del país o esperar una forma y un momento más oportuno para combatir) y derribaron el régimen (siempre nos quedará aquella imagen del derribo de la estatua de Sadam Husein en frente del hotel Palestina), pero después de asegurar bien el Ministerio del Petróleo y las instalaciones petrolíferas, fueron incapaces de ganar la postguerra (un eufemismo para decir que la guerra iba a continuar durante años) contra una resistencia local y multinacional (ésta vez sí llegaron lo mejor de cada casa para combatir al invasor). Pero lo que peor hicieron los aliados por incapacidad o por una dejadez, premeditada o no, fue el no ofrecer o facilitar un nuevo estado representativo para todos los iraquíes, y una estructura estatal que substituyera a la liquidada. Por esa razón las bombas que estallaban en las ciudades iraquíes fueron la expresión de las diferentes facciones iraquíes que luchaban por el poder excluyendo a las demás. Los aliados al desarticular el ejército y la estructura estatal dejaron sin puesto de trabajo a los funcionarios y crearon de facto un vacío de poder que fueron incapaces de volver a llenar. Los mejor preparados para efectuar la transición política de la dictadura a la democracia habrían sido los funcionarios del régimen baazista pero muchos tenían las manos manchadas de sangre, y aquí además de lo que se trataba era de repartir el poder entre la oposición al régimen, aunque fuera confesionalmente y no representará al grueso de la población. Los militares desaparecieron para continuar la guerra, y el resto de funcionarios salieron del país para iniciar una larga marcha hacía el exilio por miedo a las represalias (más de millón de iraquíes se desplazaron hacía Siria y Jordania).
Por lo dicho hasta ahora podemos decir que los aliados optaron por la ruptura total con el régimen y sus funcionarios pero fueron incapaces de imponer o facilitar un nuevo estado. En estas circunstancias el ejército norteamericano entre agosto y diciembre de 2011, en un contexto de crisis económica global e impopularidad de la guerra entre la opinión pública estadounidense, da por terminadas las operaciones militares y abandona el país a su suerte. En Iraq desde el 2003 ha habido un mínimo de 110.000 muertes entres los civiles causados por la guerra (hay fuentes que las elevan al medio millón y hay que cifran las indirectas en el millón) y 4.500 soldados norteamericanos muertos (6.500 soldados más que han estado tanto en la guerra de Afganistán como de Iraq se suicidan cada año al regresar a casa).
El sueño convertido en pesadilla
Pasaron los años y mientras Iraq dejaba de ser actualidad en el mundo árabe se iba a producir un verdadero terremoto político esperanzador, liderado por un pueblo que quería pan y libertad, que al final se ha convertido en una verdadera pesadilla. En el 2011 en Túnez y Egipto la revuelta fue capaz de expulsar a Ben Alí y Hosni Mubarak, para dar paso a un proceso electoral democrático que permitió acceder al poder a los Hermanos Musulmanes. Esta nueva circunstancia hizo que los grupos terroristas islamistas de inspiración salafista (multitud de grupos en el Magreb) y wahabitas (como Al-Qaeda) perdieran buena parte de su retórica argumental (la denuncia de los regimenes árabes corruptos). Silenciosamente en Iraq se estaba formando otra revuelta entre la población mayoritariamente sunnita, que denunciaba el estado confesional de Nuri Al Maliki, y la dejadez de su territorio. El gobierno iraquí contestó con dureza a este levantamiento produciéndose la matanza de Hawija (una localidad cercana a Kirkuk), cuando el ejército regular para reprimir una protesta mató a cincuenta personas e hirió a más de cien. Este caldo de cultivo fue explotado por multitud de grupos contrarios al gobierno de Bagdad entre los que se encontraba el Estado Islámico de Iraq.
En cualquier caso lo peor estaba sucediendo en Libia, y sobre todo en la vecina Siria, donde Muammar el Gadafi y Bashar Al Asad para neutralizar sus respectivas revueltas mandaron disparar a su propio pueblo. Entonces la revuelta se convirtió en la guerra civil. Hay a quién no le gusta este término porque ve solo una guerra entre el pueblo y una dictadura: sin embargo cuando una dictadura mantiene el apoyo de parte de su pueblo encuentro que el término guerra civil es el adecuado.
En Libia el asuntó se zanjó con la intervención militar por motivos humanitarios con los bombardeos desde el aire contra el ejército regular por parte de Francia, el Reino Unido, Italia, y los Estados Unidos (al final las operaciones fueron coordinadas por la OTAN) saldándose el asunto, como sucedió antes en Iraq, con la liquidación del régimen (Muammar el Gadafi fue linchado por la turba ante las cámaras), la liberación de los presos (entre estos muchos criminales), y la partición de facto del país en dos regiones (la Tripolitana con capital en Trípoli, y la Cirenaica con capital en Bengasi). Hoy Libia se puede decir que ha dejado de existir y se ha convertido en dos estados fallidos en los que sus efectivos militares no ofrecen seguridad alguna y no controlan nada frente a los grupos armados islamistas (entre los que se encuentra el Estado Islámico): la huida masiva de decenas de miles de personas por el Mediterráneo que parten desde estas tierras, y que tanto nos conmocionan cuando vemos por televisión que mueren ahogados en el mar, es una consecuencia de la inteligente política occidental de liquidar estados y no preveer que lo que vendrá después por falta de un recambio adecuado será peor.
En Siria las cosas empezaron de una forma similar pero no parecen terminar de ninguna manera. Los opositores al régimen, formaron el Ejército Libre de Siria, sin apenas experiencia militar (salvo por los desertores del ejército regular), y peor armamento. Las deficiencias del Ejército Libre de Siria intentaron corregirlas algunos países occidentales proporcionando tanto entrenamiento como armamento. Entonces entraron en acción los grupos armados islamistas, apoyados financieramente por las monarquías del Golfo Pérsico, entre los que pronto despuntarían, Jabhat al-Nusra (Al-Qaeda), Frente Islámico, y el ejército del Estado Islámico de Iraq y Sham (ISIS): aquí los tenemos. El Estado Islámico de Iraq se desplazó desde Iraq hacía Siria y ganó la hegemonía en el momento en que quedó claro que no habría bombardeos occidentales sobre el régimen. Washington tuvo la intención de intervenir militarmente contra el régimen cuando los rebeldes denunciaron el uso de armas químicas sobre la población civil (2.000 personas muertas que se sumaban a las más de 150.000 por armas convencionales), pero la oposición de Moscú (recordemos la base naval de Tartus, como por el precedente del desastre libio) dejó el asunto en suspenso. ¿Cómo debemos interpretar la ascensión del Estado Islámico en Siria? ¿Cómo una consecuencia de la tibieza occidental o como el último recurso para prolongar el hostigamiento al régimen? Probablemente sea un poco de todo pero la realidad es tozuda: los desastres de Iraq y Libia forman parte de un mal precedente que intuyo que Washington liquidando otro estado no quiere repetir. En cualquier caso Siria es hoy un infierno que arroja más de 200.000 victimas mortales y millones de desplazados.
La tierra de promisión
El Estado Islámico vuelve a Iraq aprovechando el levantamiento sunnita contra Nuri Al Maliki y sorprendentemente conquista un amplio territorio (incluida la populosa ciudad de Mosul), recolectando todo tipo de armamento de un ejército regular iraquí que se bate en retirada, e instaurando un califato entre los dos países −eliminando las fronteras trazadas por primera vez por el funcionario británico Sykes y el funcionario francés Picot tras la Gran Guerra− que lidera un misterioso Abu Bakr Al Baghdadi. El Estado Islámico ha logrado formar un verdadero ejército (entrenado y comandado por algunos de aquellos oficiales baazistas que tras la invasión norteamericana desaparecieron), está articulando una estructura estatal de gobierno compuesta por un sistema de explotación económica (desde la venta de antigüedades rapiñadas a la venta de petróleo en los campos que controla), un sistema de recaptación de impuestos que penaliza a los infieles, y un sistema jurídico brutal que hace una interpretación rigurosa de la sharia (ley islámica).
Hay dos argumentaciones para ningunear al Estado Islámico, que aunque moralmente pueden entenderse, en mi opinión están equivocadas, y no sirven para entender porque existe este fenómeno.
La primera de ella es considerar al Estado Islámico como un mero grupo terrorista que se impone con el terror a la población y que ésta no puede hacer otra cosa que aceptarlo. El Estado Islámico mata a todo aquel que le hace frente o no lo acepta: los que no mantienen un credo religioso islámico sunnita (porque los chiítas son considerados también infieles) tienen la opción de convertirse, pagar un impuesto, o perder la vida. Pero en cuanto al resto la cosa cambia. Me temo que el Estado Islámico para que pueda no solo mantenerse si no crecer por fuerza tiene que tener un respaldo social importante. Para entender esto quizá deberíamos rescatar del pasado la formación del Tercer Reich, en donde todo aquel que se le oponía, o no compartía sus ideas políticas, o era declarado racial o moralmente inferior, terminaba con sus huesos en un campo de concentración y exterminio. Pero el nazismo tenía tanto el respaldo social de la mayoría de alemanes como de muchas otras personas que colaboraban con ellos en los países ocupados.
La segunda argumentación es si cabe más políticamente incorrecta. El Estado Islámico es un estado religioso y la religión que mantiene es el islam. Para mantener esto solo tenemos que ver como el Estado Islámico utiliza la religión para hacer una llamada global a todos los musulmanes para que acudan a la nueva tierra de promisión: para combatir a los infieles pero también para establecerse con sus familias. El islam que profesan los miembros del Estado Islámico es el wahabismo: una interpretación retrograda del islam relativamente reciente que tiene su epicentro en la Península Arábiga, sin que por ello debamos mantener que todos los wahabitas les parezca bien el Estado Islámico. Hay quién considera, nuevamente para quitar hierro al asunto, no molestar al resto de musulmanes, o ningunear al Estado Islámico, que el wahabismo no es islam. Yo no pienso entrar en debates teológicos de si el Estado Islámico y los wahabitas mantienen o no los cinco pilares del islam, si interpretan el Corán como les da la gana, o si como el resto de wahabitas siguen más la Sunna con los hadices del profeta que el libro, sin más me limito a señalar que la religión, sea ésta cual sea, se ha instrumentalizado tanto para lo mejor como para lo peor. Por lo tanto no deberíamos rasgarnos tanto las vestiduras.
Tropezar mil veces con la misma piedra
El Estado Islámico no lo hemos creado nosotros pero son nuestros gobernantes los que han generado las condiciones para que este pueda existir. Sin la guerra de Iraq de 2003 y la destrucción del estado no se podrían haber desarrollado este tipo de grupos terroristas que han devenido en un estado que ha roto en pedazos tanto a Iraq como a Siria. No habrían sido posibles porque las dos dictaduras bazzistas controlaban con mano de hierro los dos países. No es algo que debería consolarnos porque hablamos de dictaduras sangrientas pero el resultado después de la guerra ha sido y está siendo peor. Da una sensación de Déjà vu a lo sucedido en Afganistán durante la guerra de los muyahidines contra el Ejército Rojo: en esa ocasión los nuestros equiparon (Estados Unidos), entrenaron (Pakistán) y financiaron (Arabia Saudita), al germen de lo que más tarde sería Al-Qaeda. Si esa era la razón a cara descubierta había otra mucho más inquietante que Olivier Roy argumentaba así:
“Se trata de fomentar un radicalismo propiamente suní, que anteponga la aplicación integral de la sharia y evite cualquier evocación a una revolución islámica. Esto beneficiaria a Arabia Saudí, deseosa de reforzar su legitimidad frente a Irán. Por lo que respecta a los servicios pakistaníes, han tenido siempre, y tienen todavía un proyecto más amplio: jugar la carta islámica suní para controlar Afganistán y abrirse camino hacía Asia Central”.
Los muyahidines se mataron entre sí y los talibanes tomaron el relevo en el poder en Afganistán. Al-Qaeda tuvo en este país su santuario hasta los atentados sobre Estados Unidos del 11 de Septiembre de 2001. Olivier Roy sentenciaba finalmente esto:
“En la actualidad las redes fundamentalistas suníes se encuentran desconectadas de las verdaderas encrucijadas estratégicas del mundo musulmán (salvo en Pakistán y en Afganistán). Presentan una característica nueva: son internacionales y “desterritorializadas”, es decir, que sus militantes nomadean de yihad en yihad, en general en los márgenes del Próximo Oriente (Afganistán, Cachemira, Bosnia). Se definen como internacionalistas musulmanes y no unen su militancia a ninguna causa nacional particular. Sus “centros” son en la tierra de nadie de las zonas tribales afgano-pakistaníes”.
Esto que se podía aplicar a Al-Qaeda por no llegar nunca esta organización a poder crear un estado en cambio con el Estado Islámico es diferente. El bloque occidental queriendo liquidar la bestia que en el pasado ayudo a crear, mediante la guerra contra el terrorismo internacional destrozando Iraq, no ha hecho más que crear las condiciones para que se genere una bestia peor. El fracaso de lo que pretendía la revuelta árabe, a excepción de Túnez, la emancipación política y social, con la sangría en Libia y Siria, y la renovación de los militares árabes de sus funciones represoras (es paradigmático el golpe a Mohamed Morsi pero también el mantenimiento de Bashar Al Asad), nuevamente da argumentos a los intolerantes para crecer y extenderse.
Por todo lo escrito hasta ahora no podemos caer en la generalización hacía todos los musulmanes vinculándolos al Estado Islámico. Esto no tiene el menor sentido. Entre otras cuestiones porque la inmensa mayoría de victimas del Estado Islámico y Al-Qaeda son musulmanes. Pero cada vez que se da la circunstancia que un joven europeo musulmán se lía la manta a la cabeza y se va a luchar hacía Oriente Medio es un síntoma de algo que estamos haciendo muy mal. Ha habido y hay un plan de guerra contra Oriente Medio que no ha traído más que desgracias, y hay también un lucha interna en el seno de la comunidad musulmana. Por esa razón nuestros gobernantes harían bien en desactivar conflictos en lugar de fomentarlos, y la población musulmana haría muy bien en condenar al Estado Islámico, y hacer todo lo posible pedagógicamente para hacer desistir a estos jóvenes de sus intenciones. De lo contrario la guerra está servida e iremos a la misma de cabeza.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Junio 2015.
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