La Conferencia de Berlín - por Francesc Sánchez
Esta
sería la explicación periférica que mantiene David Fieldhouse que
sumada a otros factores que ahora veremos llevó a las potencias europeas
a apoderarse de todo el continente. La idea era terminar de integrar al
continente africano en el sistema económico global del que habla
Immanuel Wallerstein en su teoría del sistema mundo o economía mundo
en el que África pasaría formalmente a ser parte de la periferia
subdesarrollada del centro metropolitano desarrollado que constituían
los estados europeos. Hacia el último cuarto del siglo XIX se incrementa
el número de potencias imperiales y se adquieren más territorios que
durante los tres cuartos anteriores. España y Portugal se lanzan de
nuevo a la conquista, y aparecen nuevos estados como Alemania, Italia,
Estados Unidos y la Bélgica de Leopoldo II que nunca habían tenido una
tradición colonial y que ahora querrán tener su imperio en ultramar. En
las líneas que siguen vamos a ver que llevó a las naciones europeas a
esta carrera imperialista que se convertirá en una verdadera puja por
África y como se repartieron el continente progresivamente desde la
Conferencia de Berlín.
Motivaciones: mercados, competencia y prestigio
David
Fieldhouse se hace la siguiente pregunta: ¿Por qué algunas
adquisiciones bien delimitadas por parte de unos pocos estados como
respuesta a problemas de la periferia llevaron de improvisto a un
reparto del mundo entre muchos estados? En un primer momento se
argumentó que el reparto del mundo obedecía a las necesidades económicas
que la industrialización estaba provocando en Europa en la búsqueda de
nuevos mercados cautivos para colocar las manufacturas de la metrópoli
convenientemente protegidas frente a las de las demás potencias con
aranceles. Las colonias serían una fuente segura para la extracción de
materias primas, y serían las destinatarias de las inversiones
procedentes del excedente de capital en la metrópoli. Esta argumentación
fue defendida por el liberal J. H. Hobson y el marxista Vladimir Ilich
Lenin, para este último la colonización de los países tropicales sirvió
para prolongar el capitalismo europeo y aplazar el advenimiento de la
revolución socialista. Una segunda argumentación relaciona el
imperialismo de esta época como una expresión del nacionalismo europeo.
Así tenemos que las colonias alimentaban la potencia nacional y eran
símbolos de prestigio. La incipiente presión del voto de unas masas
incultas en unas jóvenes democracias europeas habría obligado a los
estadistas a asegurar nuevas colonias a la nación. El reparto del mundo,
manteniendo esta teoría, fue debido a la competencia entre los países
europeos. Una tercera argumentación nos viene a decir que el reparto del
mundo fue una continuación de una tendencia presente desde principios
del siglo XIX. Los países europeos no habrían tenido intenciones de más
conquistas pero se habrían lanzado a ellas por no tener otra elección.
La conflictividad en la periferia, dominada informalmente por los
europeos que derivaba en crisis en los gobiernos indígenas o hacía una
reacción hostil hacía las potencias, habría llevado a éstas, frente a la
disyuntiva de batirse en retirada o lanzarse de lleno a la anexión
oficial de éstos territorios. El reparto en el continente africano, en
el Pacífico y en el Sudeste Asiático, se habría hecho necesario por la
colisión de las potencias europeas en estos territorios. Una última
argumentación nos viene a decir que Europa no tenía necesidad de
colonias tropicales por razones económicas o propiciadas por la opinión
pública, si no más bien que éstas fueron producto de la coyuntura
política en el continente europeo y de la nueva diplomacia llevada a
cabo por el canciller Otto von Bismark, cuando en 1884 y 1885 reivindica
colonias para Alemania. Las colonias serán un elemento más en la
negociación internacional.
«Si una potencia no planteaba
reivindicaciones, aún infundadas, corría el riesgo de verse excluida de
una ulterior expansión. En resumen, un político de la Europa central
impuso el procedimiento continental a las potencias marítimas que hasta
ese momento habían considerado las colonias como una especie de coto de
caza enteramente suyo. Sólo en estos términos es posible explicar el
súbito reparto de África y el Pacífico, o los acontecimientos en el
sureste asiático después de 1882.» (Fieldhouse, 1984)
Preliminares
Los
participantes en la Conferencia de Berlín entre los años 1884 y 1885
fueron de un lado los estados europeos de Alemania, Gran Bretaña,
Francia, Portugal, España, el Imperio Austro Húngaro, Holanda, Italia,
Suecia, Rusia, Dinamarca, Bélgica, y de otro el Imperio Otomano y los
Estados Unidos. Como nos señala Ferran Iniesta en Kuma, Historia del África Negra
no había ningún representante africano, «no estuvieron ni Rabah (señor
del Chad), ni Samori Turé (jefe del Estado dyula), ni Cestwayo (rey
zulu), ni Ranavalona II (reina de Madagascar), ni el Madhi (vencedor de
los británicos en Khartum), ni Glélé (rey de Abomey) ni siquiera Menelik
II (que derrotaría a 10.000 italianos en Adua en 1896)».
Las
ocupaciones alemanas sobre diferentes territorios son clave, pero
también lo fue la crisis del Congo cuando la Bélgica de Leopoldo II
reivindica este vasto territorio, o el desacuerdo entre franceses y
británicos sobre Egipto cuando éstos últimos en 1882 ocupan el país.
Mientras Gran Bretaña ocupará todos los territorios en la vertical de El
Cairo con la Ciudad del Cabo, Francia intentará hacer lo propio
horizontalmente adentrándose en el continente desde el Senegal. Pero
como se ha dicho ya en un artículo anterior (*1) las reivindicaciones
africanas de los alemanes precipitan el reparto del continente: en mayo
de 1884 Alemania reivindica el protectorado sobre Agra Pequeña, la que
se convertirá en la África del Sudoeste Africana que equivale a la
actual Namibia; en el mes de julio, el explorador Gustav Nachtigal,
declara el protectorado sobre Togo, al oeste de Lagos, y sobre el
Camerún; en febrero de 1885 Alemania reconoce los tratados firmados por
el explorador Karl Peters acordados con los jefes tribales de la costa
oriental africana frente a la costa de Zanzíbar, en lo que se conocerá
como el África Oriental Alemania que equivale a la actual Tanzania.
David Fieldhouse mantiene que Otto von Bismark en su política
internacional que desembocará en el Conferencia de Berlín no se dejó
llevar por la propaganda de los teóricos del imperialismo alemán ni por
la de los comerciantes, aunque esta política probablemente le hizo
vencer en las elecciones del Reichstag en 1884, si no que buscaba más
bien la propia seguridad de Alemania en el continente, franqueada al
oeste por Francia y al este por Rusia, y la debilidad de Gran Bretaña.
Por esta razón habría apoyado y contentado a una Francia, molesta en el
continente europeo por la pérdida de la Alsacia y la Lorena en la Guerra
Franco-Prusiana (1870-1871) y molesta en el continente africano por la
ocupación británica de Egipto, en el África Occidental.
«Bismarck
había demostrado que cualquier potencia lo bastante fuerte como para
apoyar con una cierta autoridad sus reivindicaciones podía asegurarse
colonias incluso sin ocuparlas: bastaba con firmar ambiguos tratados con
los jefes nativos. Estas fronteras eran importantes porque los rivales
solamente las podían cancelar haciendo a cambio otras concesiones a
Alemania. Lo que sucedió es que el resto de potencias plantearon
reivindicaciones por temer perder oportunidades o a tener que pagar
luego un precio excesivamente alto por un territorio que otros se
hubieran reservado, esto les eximia de ocupar. El primer reparto fue un
ejercicio cartográfico realizado en las chancillerías europeas y en
muchos casos habría sido arduo situar en el atlas las más remotas de las
nuevas posesiones. Había donde elegir.» (Fieldhouse, 1984)
De
esto tomaran nota tanto naciones como España y Portugal que habían
perdido un imperio en otras latitudes pero en cambio quisieron mantener y
acrecentar sus posesiones en el continente africano, como otras
naciones como Bélgica o Italia que nunca habían tenido ningún imperio.
Para Otto von Bismark las colonias formaban parte en las negociaciones
internacionales, y en este juego entrarán el resto de potencias
europeas. Las reglas del juego que ahora veremos en la Conferencia de
Berlín escenifican este planteamiento.
La Conferencia de Berlín reconoce las reivindicaciones de Leopoldo II sobre el Congo sin cerrar el comercio al resto de potencias en el río convirtiendo sus orillas en una zona comercial franca. Los protectorados alemanes anteriormente mencionados son también reconocidos. Las reivindicaciones francesas y británicas son reconocidas dejando que estas dos potencias diriman sus diferencias por su cuenta con la condición de no limitar la navegación por el río Níger a otras naciones. En la Conferencia de Berlín se definen unas convenciones para las futuras reivindicaciones: 1. para los territorios costeros tiene que implicar una ocupación efectiva del territorio y conllevará la responsabilidad de la protección de todos los europeos que se residan o se encuentren en dichos territorios, 2. tiene que quedar asegurada la libertad de comercio, aunque no se eliminen los aranceles ni las tarifas preferenciales, 3. finalmente se exige la ocupación efectiva para los territorios que se conviertan en colonias, esto no se aplica a los protectorados o las esferas de influencia.
«El congreso solucionó pocas cuestiones, pero dio un enorme impulso a la expansión colonial. Declaró, en sustancia, abierta la partida estableciendo también sus reglas. Durante el quinquenio siguiente hubo una febril actividad colonialista en todo el mundo no europeo.» (Fieldhouse, 1984)
La anexión de territorios se hará firmando tratados con unos poderes locales que en la mayoría de los casos desconocen que consecuencias contraerán dichos acuerdos. La justificación ideológica y bienintencionada de la Conferencia de Berlín fue la prohibición de la esclavitud en el continente africano pero los trabajos forzados que se darán en la mayoría de colonias no se diferenciaran en la practica tanto de la esclavitud.
La colonización que llevaron los europeos en el continente africano no fue ni mucho menos fácil ni pacifica, contrajo resistencias y guerras que infligieron derrotas a las potencias europeas a pesar de la desigualdad en el armamento. La definición de las fronteras de las colonias separó grupos étnicos y juntó varios en un mismo estado. Esto por si solo no hace necesaria la confrontación pero cuando un grupo étnico quería imponer su hegemonía política sobre los demás empezaba el conflicto. Esta situación conflictiva no solo fue explotada por los colonizadores en su beneficio si no que en muchas ocasiones la favorecieron para dividir a los indígenas y hacerse más fácilmente con el territorio. Entrar mucho más en esto haría alargarme demasiado este trabajo pero en cambio si encuentro necesario decir algo de como fue funcionaba el poder colonial. El objetivo que se marcaron los europeos siempre fue el obtener «el mayor rendimiento económico posible de las sociedades dominadas, y éstas sociedades debían ser las que incrementasen el excedente en favor de la colonia» (Iniesta, 1998: 182). La administración de las colonias debía tender hacia la autosuficiencia ya que las metrópolis eran reacias a realizar inversiones en territorios poco rentables o faltos de una infraestructura siempre elevada en sus costes. Por esta razón los británicos y los alemanes de la mano de las compañías coloniales, que defendían los intereses privados, optaron por un gobierno indirecto (Indirect Rule) que mantenía el funcionamiento de los antiguos poderes precoloniales, pero encargados ahora de recaptar los tributos y poner en marcha las fuerzas del trabajo. «Este esquema favorecía la no implicación en los conflictos provocados por la propia colonización de la administración, que aparecía en un segundo plano y quedaba cubierta por la pantalla de los poderes tradicionales.» (Iniesta, 1998: 185, 186). En el caso francés, italiano, belga, y también español, hubo en teoría una implicación más directa del estado en las funciones coloniales pero a la práctica se buscó sistemáticamente la mediación de poderes religiosos, étnicos y locales. «La única posibilidad de organizar el territorio colonial de forma rentable era aceptar la estructura africana, articularse en ella y presionar para transformarla en el sentido de la rentabilidad. Y eso es lo que hicieron con mayor o menor fortuna, todas las administraciones coloniales europeas.» (Iniesta, 1998).
El resultado
En 1914, a las puertas de la Gran Guerra, solo dos estados africanos son independientes, el Imperio Etiope (la antigua Abisinia) que venció a los italianos en Adwa en 1876 y Liberia, el estado creado por los esclavos negros norteamericanos que décadas atrás se habían emancipado en Estados Unidos. Gran Bretaña mantiene la vertical desde el Cairo hasta la Ciudad del Cabo definida por Egipto, virtualmente en manos británicas aunque siga teóricamente en el Imperio Otomano, el condominio del Sudán anglo-egipcio después de vencer a los mahdistas en 1897, Uganda, el África Oriental Británica (Kenia), Rodesia Septentrional, Rodesia Meridional, Niasalandia, Bechuanalandia, y la Unión Sudafricana. A estos territorios en el Atlántico se le suman Gambia, Sierra Leona, y ya en el Golfo de Guinea, Costa de Oro y Nigeria. A las puertas del Mar Rojo, dando facilidades de avituallamiento a las buques y conformando unas bases de seguridad para el comercio con la India a través del Canal de Suez, están la Somalia británica y Adén. Francia mantiene el África Occidental Francesa (en la que se encuentra entre otros Marruecos, Túnez y Argelia), el África Ecuatorial Francesa (en la que se encuentra el Gabón) y la gran isla de Madagascar. Alemania se ha hecho con el África Oriental Alemana, el África del Sudoeste Alemana, el Camerún y el Togo. Los belgas tienen el Congo Belga. Los italianos mantienen Libia y Somalia. Los portugueses tienen Angola y Mozambique. En cuanto a los españoles han mantenido una porción de Marruecos en forma de protectorado, Río de Oro (el Sahara Occidental), y la Guinea Española (incluidas las islas del Golfo de Guinea).
1. Me refiero al artículo La Primera Guerra Mundial en la Guinea Española - por Francesc Sánchez
Bibliografía
Libros:
- Fieldhouse, David (1977) Economía e Imperio. Siglo Veintiuno Editores. Madrid.
- Fieldhouse, David (1984) Los imperios coloniales desde el siglo XVIII. Siglo XXI. Madrid.
- Hobsbawm , Eric (2005). La era del Imperio. 1975-1914. Crítica. Libros de Historia. Barcelona.
- Iniesta, Ferran (1997). Kuma. Historia del África negra. Biblioteca de Estudios Africanos. Barcelona.
Mapas:
- Lemarchand, Philippe (2000) Atlas de África. El continente olvidado. Acento Editorial
- Sellier, Jean (2005) Atlas de los pueblos de África. Cartografía Bertrand de Brum, Anne Lee Fur. Paidós Orígenes.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Agosto 2014.