Mi tercer viaje al corazón de Europa – por Francesc Sánchez

 

Recientemente he llevado a cabo un viaje en tren por una región que ya conozco en parte pero que aún tiene lugares para descubrir y otros que vale la pena volver a visitar. Es la tercera vez que visito la Alsacia y la Selva Negra, en esto que en otros relatos llamé -y sigo definiendo como- el corazón de Europa. El mundo está en guerra -Europa también lo está- y Francia, después de la fiesta olímpica- está alterada y en tensión, pero no por la polémica en torno a la ceremonia de inauguración sino por las últimas elecciones legislativas, que ganó la izquierda de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon en la segunda vuelta en una reedición del Frente Popular para frenar a la extrema derecha, y que el presidente Emmanuel Macron ha preferido obviar situando como Primer Ministro a Michel Barnier, un conservador con experiencia en Europa, que para obtener el suficiente respaldo democrático tendrá que ser respaldado por esa misma extrema derecha de la Agrupación Nacional de Jean-Marie Le Pen, que han votado un tercio de los franceses. En la semana escogida el pronostico era de lluvias y de bajada de la temperatura. Y en lo personal salgo de un ciclo en mis ocupaciones, con lo malo y con lo bueno, que se inició no mucho después de los momentos más duros de la pandemia y que ha terminado este mismo verano.

Esta vez no subí en el tren regional hasta Cerbère para tomar luego el Intercités de Nuit hasta Paris, sino que logré una reserva para subir y bajar de Paris desde Barcelona en un tren alta velocidad TGV Inoui. El trayecto tiene unas seis horas y media de duración y te simplifica las cosas. Me subí en el de las 9:28 horas en la estación de Sants y llegué a la estación de Gare de Lyon de Paris sobre 16:12 horas. En la estación de Barcelona Sants lo primero que descubres es que debes estar una hora antes para pasar por la comprobación de billetes y de seguridad para tu equipaje, algo que no te dicen en ningún momento, y que yo previsor tuve en cuenta. Después de las respectivas colas te subes en el TGV Inoui de dos pisos e inicias una larga marcha en la que el tren irá parando en dos localidades catalanas y unas cuantas de francesas. Van a insistirte mucho por megafonía de que tu equipaje debe ir etiquetado con tus datos personales. Puedes comer en el vagón cafetería, pero también, como hace la mayoría, lo que lleves en tu propio asiento. Un detalle importante es que hay un enchufe en el que puedes cargar tus dispositivos. Mi compañero de viaje era un joven holandés que estaba estudiando el doctorado en Física en la especialidad de Meteorología, que según me dijo asistió a un Congreso en Barcelona. Al poco de cruzar a Francia los lagos a lado y lado siguen siendo ineludibles, y la baja velocidad del tren, también. En Valence TGV Rhône-Alpes Sud nos agregan otro tren. Llegamos a Paris diría que sobre la hora prevista y la Gare de Lyon es una estación completamente impersonal, salvo por los militares, fusil en mano, que hacen la ronda. Salgo un momento a la calle para fumar y luego me dirijo hacia la red de metro infernal de esta verdadera ciudad subterránea, tomando la línea 14 hasta Chatelet para ahí tomar la 4 hasta Gare de l’Est. Como aún no han terminado los Juegos Paralímpicos el billete sigue estando doblado en el precio hasta los 4 euros. Por lo que pueda pasar a mi vuelta soy previsor y compro dos billetes porque sólo dispondré de dos horas para hacer este recorrido a la inversa, y por experiencias anteriores conozco muy bien que puede haber imprevistos y además las colas pueden eternizarse.

 En Gare de l’Est reconozco la estación con sus andenes donde llegan trenes de todas partes y hacia todas partes, y por su memorial de los ferroviarios y deportados durante la última gran guerra mundial. Entonces veo un incidente, unos trabajadores de la estación asisten a un hombre en las escaleras que está repostado en el suelo, algo le pasa, puede encontrarse mal, luego llega la policía, y finalmente unos sanitarios que llaman a una ambulancia. Llega el momento de tomar el tren hacia Estrasburgo, el lugar que vuelvo a elegir para moverme por la región, y llego a mi destino una hora y media después. Ya ha anochecido y hace calor, pero este día, como compruebo después, es la excepción. Instintivamente llego a la parada del tranvía de Faubourg National, que es una viva muestra de múltiples procedencias y culturas conviviendo en un mismo lugar, y me dirijo al hotel habitual en un momento. Me sigue resultando curioso como en el tranvía para anunciar las paradas lo acompañan de una música personalizada. Son pequeños detalles que ayudan a identificar cada lugar. Llego al hotel y me encuentro con un joven conocido en la recepción, hablamos un tato en inglés distendidamente, me tomo un café americano, y me subo a la habitación. No ha habido imprevistos, pero la jornada ha sido intensa, y el objetivo de llegar ha sido cumplido.

El primer día el tiempo no acompaña, llueve con contundencia, y estoy cansado, por lo que decido pasarlo en Estrasburgo. Cuando decae la intensidad de la lluvia decido tomar un tranvía hacia el centro, y callejeando llego a la Catedral, Notre-Dame de Estrasburgo. Hay cola como siempre pero no he de pagar entrada. Y hoy además sería muy extraño incluso en España porque es domingo y hay servicio. Puedes incorporarte a la misa sentándote en uno de los bancos o te quedas de pie viendo lo que puedes del espacio. Hago lo segundo y hago algunas fotografías. A mi salida, después de comprobar que están desmontando algo, busco la Plaza de Broglie y allí encuentro unos tenderetes de libros y antigüedades: al fondo encuentro también la estatua del General Leclerc, es decir Philippe Leclerc de Hautecloque, que es conocido sobre todo porque su división, en la que iba incorporada la Novena Compañía formada por españoles, después de desembarcar en las playas de Normandía días antes, liberó Paris con la colaboración de las fuerzas de la Resistencia, entre el 19 y 25 de agosto de 1944. De allí voy subiendo hasta la Plaza Kléber y luego hacia la de l’Homme de Fer. Es momento de comer algo y lo hago en un restaurante de comida rápida que está muy cerca de la estación de tren. Me gustaría localizar la tienda que abre veinticuatro horas del Carrefour, pero no la encuentro. Quiero comprar unas cuantas botellas de agua Evian, y al final las compro en un colmado. Después de descansar, sobre las seis, decido que quiero ir a cenar al Petit Tigre, por lo que vuelvo a tomar el tranvía hacia el centro. Pero primero me daré una vuelta hacia la Catedral, donde, después de pasar por un cine que se llama igual que un partido político en mi país, encuentro la Oficina de Turismo, y compro una guía de la Alsacia en castellano. Para dirigirme al restaurante vuelvo por la Pequeña Francia. Ya en el Petit Tigre pido una Tarte Flanbée tradicional y una cerveza. Al salir tomo una buena fotografía con el tranvía y la luz que se apaga en horizonte. En el hotel vuelvo a hablar en inglés distendidamente con el joven que conozco sobre que lugares puedo visitar.

Me levanto razonadamente temprano, desayuno en el restaurante del hotel, y luego me dirijo a la estación para tomar un tren hacia Colmar, mi objetivo es la localidad de Riquewihr, donde me he informado y me han confirmado que hay un pueblo de apariencia medieval tan bonito que podría ser el escenario de muchos cuentos tradicionales. Para llegar allí debes tomar un autobús desde Colmar o Sélestat. En mi caso elegí la primera opción. No está muy lejos y debes bajarte en la parada de Riquewihr la Poste, para volver debes esperar el autobús justo en el mismo lugar. El pueblo está a lado y lado, pero lo que nos interesa es pasar por el umbral de la puerta del Hotel de Ville, es decir el Ayuntamiento, y entrar en la ciudad medieval. Subes por una calle empedrada y puedes ver las casas bellamente ornamentadas y todo tipo de establecimientos, desde tiendas de objetos navideños o curiosos, hasta establecimientos para comer o tomar algún refrigerio. La temperatura es agradable y pronto descubro que este lugar si vienes a la Alsacia merece ser visitado. Recorro toda la calle principal hasta que llego a una torre con una puerta que delimita todo el recinto. Decido recorrer una calle aledaña, y luego bajo, y después de entrar en algunas tiendas, vuelvo hacia la calle principal. Es un buen momento, pasada la media tarde, para comer algo, y los precios, en las calles aledañas, acompañan. Escojo un pequeño restaurante y pido una Tarte Flanbée riquísima y una cerveza. De repente empieza a llover, pero es sólo un momento y vuelve a salir el Sol. Merodeo de calle en calle y decido que ya puedo volver.

Espero el autobús en la parada de la Poste y cuando vuelve, antes de llegar a Colmar, veo de nuevo la Estatua de la Libertad en miniatura de Frédéric Auguste Bartholdi, que han puesto en una rotonda en la entrada norte de la ciudad. Me bajo una parada antes de la estación, cerca del centro, y después de tomarme un café, me dirijo la Pequeña Venecia. No puedes pasar por Colmar sin volver a ver el centro y a la Pequeña Venecia. En el camino puedes ver todo tipo de tiendas muy adecentadas con todo tipo de productos locales y exóticos. Es el momento de volver a Estrasburgo y para ello tomo un autobús desde las inmediaciones del Museo de Urterlinden hasta la estación. El próximo tren ha sido suprimido por lo que me pongo a mirar por una tienda de la estación y compro una revista de historia que me interesa, L’Historie, que te habla, entre otras cosas, de la liberación de Paris. Vuelvo hacia Estrasburgo. Allí en el hotel me encuentro con el trabajador que más conozco y que habla español. Y comentamos la jugada. Un segundo día realmente intenso.

Hoy voy a ir a una de las grandes ciudades que tenía pendiente, al final de la línea de tren hacia Basilea, muy cerca de la frontera con Suiza, Mulhouse. En el tren me piden el pasaporte para comprobar mi billete de Interrail. Ya en la ciudad compruebo como el centro está alejado de la estación. Llego andando a una gran iglesia y la encuentro cerrada. Luego me entero de que las iglesias protestantes normalmente, y a diferencia de las católicas, salvo cuando hay servicio, están cerradas. Me tomo un café. Sí pude visitar otra iglesia, ésta católica, levantada hace poco más de un siglo. Mientras pienso que hacer en esta ciudad hago tiempo para la hora de la comida y finalmente decido comerme una pizza de Margarita, que resulta ser algo empalagosa. Nuevo café. Se imponen dos museos, el del automóvil que es el más grande del mundo, o el del ferrocarril que es el más grande de Europa: dudo entre uno y otro, pero finalmente me decanto por el segundo, porque a fin de cuentas este es un viaje en tren, y en cierta forma tengo más que ver con este medio de transporte público colectivo que con el mundo del automóvil -simplificando- más individualista, pero no por ello menos importante.

Ya en la parada del tranvía, después de intercambiar unas cuantas palabras con un viejo muy amable que me indica cual he de tomar -es el número 3-, inicio la marcha hasta la parada de Musées y compruebo que prácticamente sales de la ciudad. Desde la parada tienes que andar unos 500 metros hasta que llegas a unos grandes hangares donde se encuentra la Cité du Train, Patrimonio de la Société nationale des chemins de fer français, es decir la SNCF. En el primer gran espacio encuentras unos cuantos trenes del siglo pasado entre la penumbra y una buena ambientación con muñecos con forma humana, luces y sonidos. En la segunda encuentras en un espacio todavía más grande trenes de todo tipo ordenados cronológicamente. Fuera encuentras los más modernos. Y llegados aquí debemos reflexionar más allá de lo que estamos viendo y desde una perspectiva histórica reconocer que la eclosión de la Revolución industrial en Europa, y el ciclo revolucionario desde la toma de la Bastilla en 1789 durante la Revolución francesa, pero especialmente de ahí en adelante en la lucha de los obreros por la obtención sus derechos, explican muchas cosas, y el ferrocarril forma parte de esto. Fue utilizado para transportar materias primas, productos manufacturados, y pasajeros, traspasando las fronteras de país en país, vertebrando el continente. Fue utilizado también para la guerra por los Estados en conflicto, y esto explica que España y Rusia, partiendo del precedente de las invasiones de los Ejércitos de Napoleón, durante mucho tiempo hayan tenido un ancho de vía diferente. Fue utilizado, en fin, también para llevar prisioneros hacia los campos de concentración y exterminio. El ferrocarril fue la seña de identidad de una época y en cierta forma sigue siéndolo. Hoy millones de europeos lo usan para viajes de largo recorrido o diariamente para ir a trabajar o estudiar. Yo mismo me muevo por el continente con un billete de Interrail que durante mucho tiempo fue uno de los símbolos de la unión y construcción europea. La historia del ferrocarril es la historia de Francia y también de toda Europa.

Después de comprar un recuerdo, salgo y me dirijo a la parada del tranvía. En el camino coincido con un visitante del museo que es un alemán de Berlín: me cuenta que está jubilado, trabajaba como profesor de Agronomía en la universidad, y que lleva una semana viajando por la región. Cuando le digo que soy de Barcelona, me dice ¡catalán! Entonces me doy cuenta de que somos famosos en el mundo entero. Tomo el tren de regreso a Estrasburgo, y por la hora, decido quedarme en el hotel ya hasta la cena. Cuando salgo a fumar me encuentro con otro tío que hace lo mismo que me dice que trabaja como soldador y que está de paso: me comenta que es de Montpellier, que trabaja en aguas subterráneas, y que, por los traslados en su trabajo, lleva meses sin ver a su familia. Mi intención en mi próxima salida es cruzar la frontera e ir Alemania.

Hoy es 11 de septiembre, el día en el que se inició geopolíticamente el siglo XXI. Al acostarme ayer me di cuenta de que tanto andar tiene consecuencias en las plantas de tus pies. Pero no pasa nada me levanté con los pies mucho mejor. Hoy quiero ir a Alemania. Mi intención es ir al pueblo de Gengenbach en el corazón de la Selva Negra a través de la conexión de Offenburg. Ya iba con el tiempo justo para tomar el tren, y a esto hay que sumar que ayudé a un par de personas mayores de Inglaterra a sacar billetes en la parada de tranvía, pero resulta que al llegar a la estación comprobé que el tren había sido suprimido. Me tenía que esperar dos horas, pero mi objetivo seguía siendo el mismo. Cuando aparece la vía del tren en la pantalla compruebo que es la previsible número 25, y al llegar allí empieza a llover. Al subirnos a la cafetera de siempre, un tren muy básico pero muy funcional que si todo va bien mantiene una buena frecuencia cada 30 minutos entre Francia y Alemania y viceversa, se cierran las puertas y una chica que va corriendo aparece gritando y aporreando la puerta como presa de pánico, pero sin lograr que se abran las puertas. Nos ponemos en marcha. En Kiel suben policías y nos quedamos parados. Entran un par de veces y le piden el pasaporte a una chica islámica -lo sé porque lleva el velo-, lo comprueban, y le hacen bajar del tren. Por lo que parece volvemos a los controles fronterizos, aleatorios dicen, pero le ha tocado a la del velo. En esto convergen dos problemáticas interrelacionadas: los ataques terroristas con cuchillo como el de Solingen y el incremento de la delincuencia, ambos fenómenos asociados por la extrema derecha a la inmigración, sea o no ilegal. De ahí que el Estado alemán haya restablecido los controles fronterizos, no sólo para un mayor control de personas, sino también para evitar que más alemanes voten a la extrema derecha de Alternativa para Alemania, como lo hicieron en las últimas elecciones en los Estados federales de Turingia y Sajonia. Y este de Kiel, días antes de que entre en vigor la medida, es un anticipo. Ahora me pregunto si el episodio de la chica golpeando las puertas del tren en Estrasburgo pudiera tener algo que ver con lo que estoy diciendo.

Llego a Offenburg y después de ver el panel de llegadas y salidas decido tomar el tren hacia Gengenbach que está a dos estaciones de donde me encuentro. Llueve y llego y sigue lloviendo. Suerte que me llevé la chaqueta impermeable. Subo por la carretera principal y veo un Kebab, pero decido seguir avanzado por la calle de en medio para ver algo el lugar antes de comer y ver que opciones tengo. En mi camino resguardándome de la lluvia en un porche me encuentro a un viejo que sólo habla alemán que va cargado de cervezas e interpreto que las vende, ni corto ni perezoso me deja la bolsa al lado y se mete en una panadería para comprarse algo de bollería, y yo me pregunto porque extraña razón me veo envuelto en esto. Después de entrar en dos restaurantes descubro que aquí todos -o casi todos- cierran la cocina a las 13:30 horas. Esto es importante que lo tengáis en cuenta porque os podéis quedar sin comer. Decido retroceder en mis pasos y me dirijo al restaurante Kebab, donde me sirven un plato bien surtido que apenas puedo terminármelo. Y esto hay que verlo así, este tipo de restaurantes de Kebab nos han llegado de fuera, nos los han traído sobre todo los islámicos, pero forman parte ya de nuestro ecosistema, no conozco ningún sitio en donde no haya uno, y en mi caso me acaban de hacer la diferencia entre comer o no comer. Vuelvo a la calle principal y hago algunas fotografías, luego me dirijo a la Oficina de Turismo, pero como sigue lloviendo decido abandonar este pueblo alemán tan peculiar.

De vuelta a Offenburg, después de tomarme un café, decido que quiero ir al Museo de Historia de la ciudad, es decir el Museum Ritterhaus, donde vi realmente cosas interesantes, entre ellas sobre el papel que tuvo la región en la colonización en otras latitudes, e hice buenas migas con la encargada en un viaje anterior. El asunto está en que sigue lloviendo y me cuesta encontrar el museo, y al encontrarlo me dicen que ha cerrado a las 17.00 horas. Fantástico. De vuelta a la estación para de llover. Fabuloso. Vuelvo a Estrasburgo, me tomo un café en un local que creo que además es un albergue para jóvenes y no tan jóvenes, y repito la cena en el Petit Tigre. Este establecimiento tiene dos espacios, el que da la calle que es un pub musical, y el de detrás, que se accede por un callejón, que es propiamente el restaurante. Mi última aventura del día será al tomar el tranvía y veo en las pantallas que va en el sentido contrario, sin embargo, me fijo en las paradas -lo que puedo porque hay muy poca iluminación- y compruebo que voy en el sentido correcto. La ley de Murphy dice que cuando algo puede salir mal, sale mal. Y hoy lo he comprobado, pero casi todo tiene una solución y de casi todo se aprende.

Me levanto tarde. Hoy quiero quedarme en Estrasburgo. Me tomo un café en el hotel. Hablo con uno de los trabajadores del hotel, el que más conozco. Mi idea es ir al Museo Alsaciano. Para ello me dirijo con el tranvía a Faubourg National sin dejar de ayudar a otros turistas de cierta edad. Cuando llego camino por el canal de la Pequeña Francia hasta la altura de la Catedral y encuentro el museo, sin embargo, cierra en media hora y me aconsejan que vuelva a partir de 14:00 horas. Cerca de Notre-Dame encuentro un puesto de comida en el que hay salchichas y compro un par que están realmente sabrosas. Doy una vuelta y encuentro una tienda de libros y discos de segunda ocasión donde compro Indochine, l’envoûtement del periodista Jean de la Guérivière, término que comprendía los países actuales de Laos, Camboya, y Vietnam, que nos remite al pasado colonial francés en esas latitudes que duró desde 1859 hasta 1954, y que como recordaremos terminará mal tanto para Francia como más tarde para los Estados Unidos (no dejéis de ver la película Apocalypse Now de Francis Ford Coppola y de leer El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad). Me tomo un café y me acerco al Museo Alsaciano, en el que obtengo una entrada gratuita diciendo que soy profesor universitario. El museo está repartido por las plantas de una casa de ciudad típicamente alsaciana, en la que podemos encontrar todo tipo de herramientas y objetos de hace siglos, la evolución de los vestidos y ropa tradicional, también podemos ver cómo vivían en su momento. El tipo de casa alsaciana en el campo. No está nada mal. Termino y decido ver de nuevo el Museo de Historia de la Ciudad, pero ahí no obtengo la misma suerte con la entrada porque hay una funcionaria que o es demasiado estricta o no entiende bien lo que le estoy diciendo. Probablemente ambas cosas. Al salir me compro otro bocadillo en el mismo puesto, y antes de volver, primero me dirijo a la Plaza Gutenberg, donde encuentro al famoso impresor e inventor al lado de un tiovivo o carrusel, y luego, después de hacer unas compras en un supermercado, me entretengo en un puesto callejero de libros en la Plaza Kléber, donde por un euro compro Notre Dame de Paris de Victor Hugo. Y me doy cuenda que en algún momento he de aprender francés. Mañana es mi último día completo en la región y se me ha ocurrido ir de nuevo a Sélestat para visitar, esta vez sí, la Biblioteca Humanista.

Hoy es el día que me levanto más temprano. Me encuentro con el trabajador que más conozco, pago mi cuenta, y hablamos distendidamente. Entonces me dice algo que puede llegar a ser fundamental: la gastronomía. Me comenta que si he probado la típica col acida alsaciana, que en alsaciano se llama sürkrüt, y en las veces que he estado en esta región, y ya van tres, le digo que la desconozco, así que cuando vuelta la probaré. Me comenta que puedo aprovechar para ir en autobús a un pueblo que no dista mucho de Sélestat que se llama Ribeauvillé. Tomo el tren y llego al pueblo de Sélestat sin complicaciones. Callejeo hasta el centro y veo que la biblioteca aún no ha abierto por lo que después de dar otra vuelta decido tomarme un café en una panadería cercana. La Biblioteca Humanista no engaña, en ella puedes encontrar todos los manuscritos y primeras impresiones de Sélestat, y me atrevería a decir de la región circundante. Encontramos el trabajo de Beatus Rhenanus del siglo XVI, un humanista de Sélestat que era amigo de Erasmo de Roterdam y que tenía una importante biblioteca, podemos ver una muestra de los 154 manuscritos y 1.611 libros impresos de los siglos XV y XVI, objetos arqueológicos y una maqueta de la ciudad medieval y renacentista, los libros de mapas en los que aparece el nuevo continente de América, que debe su nombre no sólo a Américo Vespucio, sino a una primera mención en un texto escrito en estas tierras que empezó a popularizarse por todas partes en una campaña viral de su tiempo, el paso a la Reforma de Lutero, y el paso del manuscrito al libro impreso. En la biblioteca además tienes unos panales digitales al lado de cada libro que son muy prácticos y útiles. Al salir en la boutique compro un ejemplar muy bonito que lleva por título Le fantastique au Moyen Âge de Samuel Sadaune, y me dirijo a la exposición temporal, donde me encuentro que ¡la tienen sin iluminación! Vuelvo a la estación y compruebo que el autobús hacia este pueblo que me recomendaron y que se llama Ribeauvillé no pasa hasta dentro de más de una hora, por lo que, para no retroceder sobre mis pasos para comer y hacer tiempo, decido volver a Estrasburgo. Allí voy a un establecimiento de comida rápida. De vuelta al hotel vuelvo a encontrarme con el trabajador que más conozco y hablamos en persona por última vez en este viaje. Llega también el otro trabajador más joven y haciendo balance de mi viaje les digo que siempre es bueno tener un lugar a donde ir, a lo que el mayor me dice: que puede que hayas encontrado ese lugar donde te sientes bien, donde tu alma está bien, que no tiene que ser el lugar donde has nacido o has vivido toda tu vida, esto aquí lo llamamos el Heimat. Reflexionando sobre lo que me ha dicho me queda aún la tarde por lo que decido hacer algo que debía haber hecho ya.

En mi anterior viaje llegué a la Universidad de Estrasburgo, pero estaba cerrada porque era el mes de agosto, pero en esta ocasión el calendario ha cambiado porque ya estamos en septiembre. Para llegar allí tienes que pillar al menos dos tranvías y el cambio más frecuente probablemente lo hagas en la parada de République. Me bajo en la parada de Université y me doy una vuelta buscando la facultad de Historia, encontrando a mi paso algunas facultades y algunos institutos científicos, pero no encuentro el lugar que busco hasta que lo compruebo en el Google Maps, y para mi sorpresa esta aplicación me indica que se encuentra en el edificio histórico principal. El edificio que alberga la Facultad de Historia es realmente imponente tanto por fuera como por dentro con su claustro, aulas, y escaleras. A lado y lado están las aulas para los estudios de Historia. Existe una Aula dedicada a Marc Bloch, el historiador alsaciano que fue profesor en esta universidad, que con Lucien Febvre creó la revista de los Anales, Historia y Ciencias sociales, y que fue torturado y fusilado el 16 de junio de 1944 por haber formado parte de la Resistencia. En una de las paredes de la entrada puedes ver el nombre de los profesores y alumnos represaliados durante la última gran guerra. Vuelvo al hotel y hablo con el trabajador más joven que conozco y después de desearme mi vuelta me da también algunas ideas de otros lugares para visitar. Faltaba la sürkrüt, la col acida alsaciana, me pasan un plato antes de cenar, y la verdad tiene un sabor acido muy peculiar, pero me gusta. Antes de dormirme escucho un programa de YouTube que su creador y conductor, persona con la que suelo estar de acuerdo con sus opiniones -entre ellas la de que no sólo no debemos ir más allá en la guerra contra Rusia sino que debemos concluirla, porque ya estamos perdiendo mucho y lo podemos llegar a perder todo-, se lo podría haber ahorrado, y no porque no se deba dar cabida a todas las opiniones, sino porque puede dar la sensación de que validamos depende que opiniones e interpretaciones en la Historia si omitimos nuestro papel y nuestra facultad de crítica. Mañana tengo la larga marcha hacia Barcelona.

Me voy. Hago mi mochila, entrego la llave, y me dirijo a la estación en tranvía. La espera es algo larga por lo que la amenizo con algunas compras. Entre ellas una revista de Historia que habla sobre la colonización francesa en Argelia entre los años 1870 y 1939, un territorio que fue una parte más de Francia, en el que fueron a parar muchos franceses que se llamaban pieds-noirs (pies negros) y en el que se naturalizaron muchos árabes como franceses si aprendían el idioma y se asimilaban a su cultura, y que como la mayoría de las colonias tuvo un mal final. En la estación compruebo como la presencia militar se mantiene. El primer tren de Estrasburgo hasta Paris, con comprobación de billete incluida, ha ido perfecto. Hago el camino inverso de en metro de la Estación de Gare de l’Est hasta Gare de Lyon y al llegar me compro un bocadillo de salchichón. El agua ya la llevo conmigo. A todo esto, en el Hall 3, impersonal como todos los demás, entablo una conversación con un hombre de Bangladesh que vive en Barcelona y que ha venido con su familia a visitar Euro Disney, me cuenta que es propietario de diversas franquicias en Barcelona, y que no hay país como España para vivir bien. Llega el momento en que en la pantalla sale reflejada la vía del TGV Inoui hacia Barcelona y hacia allí voy, tengo seis horas y media de viaje, que en algunos momentos se harán más llevaderas y en otros más pesadas. Mi tercer viaje por la Alsacia ha concluido y ha sido satisfactorio.

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Después del día de rigor para descansar se me ocurre visitar un museo que no visitaba desde que era un niño: el Museo Marítimo de Barcelona que se encuentra justo cuando empieza el Moll de la Fusta y que está albergado en las antiguas Drassanes Reials (Las Atarazanas). Las galeras y parte de la Flota de la Corona de Aragón que aquí se construían por decenas iban al combate en las guerras en el Mediterráneo en un momento que ya pasó. Puedo comprobar como mi ciudad también tiene una historia (de trabajadores, comerciantes, negreros, marinos de guerra…) y por mucho que algunos insistan en separarla del resto del país y hasta de Europa, forma parte de una historia compartida.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 22 Septiembre 2024.