El señor de la guerra – por Francesc Sánchez

Unos caballeros normandos con soldados de infantería después de una larga marcha llegan a unas marismas dominadas por tosca torre: «todo cuanto ves te pertenece». El caballero Chrysagon, después de pasarse veinte años haciendo la guerra, ha sido enviado por el Duque de Brabante para relevar de esta posición a un alcaide del cual no tienen nuevas y convertirse en el señor de las tierras y almas que habitan este indómito lugar. Entonces se inicia la acción. Nada más llegar se enfrentan a un grupo de frisones que periódicamente desembarcan para saquear la aldea de estas pobres gentes: dentro de lo trágico no hay mejor carta de presentación para un señor feudal que la defensa de los aldeanos y el combate contra el invasor. En The War Lord asistimos a una historia arquetípica que se repitió mil veces en un tiempo indeterminado en ese gran período histórico medieval definido por muchos como oscuro y por otros como de nobles valores, como miserable e idealista.

Tenemos una aldea donde viven unos campesinos paganos que son incapaces de defenderse porque han nacido para ocupar el lugar que les corresponde sobreviviendo a las penurias ambientales y abasteciendo al señor feudal. Tenemos la torre que es donde vive el señor feudal con sus caballeros y soldados, simbolizando el poder absoluto, sobre las tierras y los hombres «hasta cuando alcanza la vista». Tenemos por último un sacerdote que está al cuidado de las almas de todos y ejerce de intermediario entre los otros dos grupos. Pero no todo es tan sencillo. Los campesinos no han abandonado sus ancestrales creencias paganas, en detrimento del sacerdote cristiano, y entre los caballeros, que además son hermanos, existen tensiones. Cuando Chrysagon contempla por primera vez a la joven Bronwyn en las marismas quedándose prendado se precipitarán los acontecimientos y se romperá este eterno equilibrio que antes describíamos.

Pero antes prestemos atención a dos escenas. La primera de ellas en cuando Bronwyn es conducida hacía la habitación de Chrysagon para sujetarle los brazos mientras Bors le quema con hierro ardiendo la herida en la espalda de su último combate: «cógele de aquí y de aquí, con fuerza, saltará como un potro salvaje, yo lo sé, lo aprendí por experiencia, me lo enseñaron unos infieles. Un guerrero sujeto por una mujer hermosa aguanta más, quizá por orgullo. Para mi señor hacen falta diez hombres o una mujer». La segunda es cuando Chrysagon se encuentra de nuevo a Bronwyn en las marismas forzándola a mantener un dialogo que tendréis que descubrir vosotros mismos y que termina abruptamente bajo un árbol con una colosal espantada de cuervos.

Esa es la introducción que se desplaza hacía el nudo que no es otra cosa que el conocido popularmente como derecho de pernada. En latín medieval, Ius primae noctis, es decir «el derecho de la primera noche», que hace referencia a esto mismo, al derecho que tenía el señor feudal de pasar la primera noche con las doncellas que se unían en matrimonio con uno de sus siervos. Algo intolerable para el sacerdote, pero admitido por los aldeanos paganos porque forma parte de su propia ley. Sin embargo, aquí el conflicto no se precipita por la reclamación del señor feudal de este derecho si no por el quebrantamiento precisamente de esta ley. Esta infracción levanta a los aldeanos en contra de la torre, pero estos no serán los que se enfrenten a los caballeros, porque como dijimos no están preparados para entrar en combate contra los caballeros, ya que mientras unos labran la tierra los otros tienen por oficio el matar. La estratagema será usar como reclamo de los que antes eran invasores al hijo del príncipe de los frisones que los caballeros tienen recluido en la torre.

No contaremos nada más. Este filme de Flankin J. Schaffner (el mismo que dirigiría tres años más tarde El Planeta de los Simios, también con Charlton Heston como protagonista) merece ser rescatado del olvido cinematográfico por al menos tres razones: por ser un buen ejercicio de reconstrucción histórica (no tanto como hemos dicho por narrar unos acontecimientos concretos que sucedieron tal cual si no por su puesta en escena y por su prefiguración arquetípica), por desplegar una conflictividad tanto bélica, que muestra los enfrentamientos entre pueblos, como la desprendida por las envidias y las bajas pasiones (entre los caballeros), pero también social cuando se quebrantan las leyes, aceptadas aparentemente de mutuo acuerdo, rompiéndose el equilibrio de este sistema (como vimos en artículo un anterior con el caso de las jacqueries), y por último por presentarnos una historia de amor prohibido, que hoy muchos verán como una relación machista y desigual, y otros como una muestra de amor romántico, que contrariamente al concepto que hoy se tiene de este término, durante ese periodo histórico estaba presente de algún modo (como atestiguan multitud de novelas de caballería), y que encarnaba precisamente la libertad de romper las convenciones sociales.

Título original: The War Lord
Nacionalidad: Estados Unidos
Año: 1965
Dirección: Franklin J. Schaffner
Guión: John Collier y Millard Kaufman
Interpretación: Charlton Heston, Richard Boone, Rosemary Forsyth, Guy Stockwell, Maurice Evans, Niall MacGinnis, Henry Wilcoxon, Michael Conrad, James Farentino
Música: Jerome Moross

Ahora si queréis podéis leer el poema Con Bronwyn de Juan Eduardo Cirlot.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Marzo 2017.