A propósito del Oppenheimer de Christopher Nolan y el tiempo que nos ha tocado vivir – por Francesc Sánchez


La última película de Christopher Nolan es inquietante. Lo es tanto por el ambiguo mensaje que nos quiere dar del padre de la bomba atómica como del momento en que nos ha tocado vivir que es inseparable de toda obra que se precie. Robert Oppenheimer quiere desentrañar los secretos del átomo para el bien de la humanidad, pero cuando se inicia la guerra empieza una carrera contrarreloj para conseguir un arma definitiva con la que derrotar al enemigo. Ese fue, según la película, el objetivo de la bomba, adelantarse a los nazis y derrotarlos fulminantemente. Sin embargo, cuando los Estados Unidos son golpeados por el Imperio del Sol en Pearl Harbor, se abre un nuevo escenario en la guerra que ciertamente, los llevara a Europa, pero sobre todo al interminable frente del Pacifico, donde libraran un pulso a muerte con los japoneses. Ese es el contexto en el que nace el Proyecto Manhattan, ubicado en una nueva ciudad cercada cerca de Los Álamos, en Nuevo México, y toda una serie de instalaciones en diferentes emplazamientos, para investigar y desarrollar una bomba nuclear de fisión con un gran poder de destrucción, y como veremos de gran poder político, por el efecto de la disuasión.

Robert Oppenheimer eufórico logra su objetivo ensamblando la bomba Trinity y la hace detonar con éxito el 16 de julio de 1945 en la base Alamogordo: doble objetivo cumplido. Pero nada de esto habría tenido sentido sin la finalidad del proyecto: la aplicación práctica en la guerra del Pacífico. Entonces Oppenheimer, el Robert Oppenheimer que nos muestra Christopher Nolan, se intenta justificar argumentando que el efecto destructor de la bomba será inferior sobre los civiles japoneses que los bombardeos convencionales, y pondrá punto final a la contienda. Cuando Harry S. Truman ordena el lanzamiento de las bombas en Hiroshima y Nagasaki, provocando 160.000 muertes en un caso y en el otro 80.000, lleva efectivamente al Imperio del Sol a rendirse a los Estados Unidos, evitando, y este si es un argumento de más peso que el citado más arriba, una costosa campaña militar que habría producido decenas miles de bajas en el Ejército. Robert Oppenheimer entonces se auto reconoce moralmente como el señor de la muerte, y cuando la otra finalidad del lanzamiento de las bombas queda clara, es decir el de la disuasión nuclear hacia la Unión Soviética, hecho que se traduce en el inicio de la carrera de armamentos, esta vez con ingenios nucleares, en el inicio de lo que comúnmente conocemos como la Guerra fría, lleva a nuestro protagonista a querer redimirse. Oppenheimer decide iniciar un arduo camino, en el que tendrá un papel significativo también Albert Einstein, explicando los peligros de su creación, y entonces, en plena caza de brujas del macartismo en la búsqueda del enemigo interior, es tachado de débil y es acusado de comunista.

Por un momento el mundo con la derrota de los nazis y sus aliados, la creación de las Naciones Unidas, la declaración de los Derechos Humanos, y la desaparición de los Imperios coloniales, fue prometedor. Pero pronto, y el lanzamiento de las bombas ya lo atestiguaban así, se iba a vivir una nueva confrontación, que evitó, precisamente por la existencia de las armas nucleares, el enfrentamiento directo, pero fue total en todos los aspectos, por proponer dos formas de entender el mundo diferentes, que levantaban dos bloques antagónicos en las dimensiones política, militar, económica, y cultural, y que, precisamente por esta propuesta hacia los demás pueblos, no hizo desaparecer la guerra en lo que pronto será conocido como el Tercer Mundo, cuando las dos superpotencias entraron en fricción una con otra. La Guerra de Corea, la Guerra del Vietnam, la Guerra de Angola, la Guerra de Afganistán, pero también la ascensión de la China comunista, las revoluciones y golpes de Estado en toda en Oriente Medio y Latinoamérica, fueron conflictos en muchas ocasiones en que los Estados Unidos y la Unión Soviética proponían el camino a seguir, pero los muertos los pusieron todos estos pueblos hambrientos de libertad y justicia social.

Las armas nucleares en este escenario de la Guerra Fría fueron incrementándose en numero y poder destructivo. Y hubo dos momentos en que se estuvo muy cerca del desastre: el primero fue la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962, cuando la Unión Soviética de Nikita Kruschev de mutuo acuerdo con el régimen castrista, deciden instalar en la isla misiles atómicos de medio alcance, y los John F. Kennedy ordena un bloqueo naval, y estos dan la vuelta, desmantelando toda la operación. Más tarde se supo que ambos lideres acordaron intercambiar este repliegue con otro de misiles de medio alcance estadounidense emplazados en Turquía. De ahí en adelante Washington y Moscú establecen una línea de conexión telefónica directa que Stanley Kubrick satirizará en su película ¿Telefono rojo? Volamos hacia Moscú, filme que se estrena al mismo tiempo que Punto Límite de Sidney Lumet. El otro momento que considero significativo fue el de la Crisis de los Euromisiles en la década de los ochenta, cuando frente a una hipotética amenaza soviética por instalar centenares de misiles de medio alcance en los lindes de su territorio, la OTAN decide desplegar toda una serie de misiles también de medio alcance en el Reino Unido, Holanda, Bélgica, Italia, y la República Federal de Alemania. Este conflicto que abocaba una vez más al enfrentamiento directo, y que llevó a muchos europeos hacia posiciones pacifistas, fue concluido por las negociaciones entre Donald Reagan y Mijaíl Gorbachov. La Guerra Fría iba a llegar a su fin por la decisión de este líder soviético, que no pasará día en que debamos rendirle tributo, de retirarse y aspirar a una sociedad más libre y democrática.

No voy a desvelar la escena final de la película, pero nuevamente es inquietante. Y lo es porque el mundo desde entonces no es más seguro ni más libre. Christopher Nolan nos plantea su obra en un momento en que la Rusia resarcida de Putin, persiguiendo estratégicamente sus propios intereses, ha invadido Ucrania y los Estados Unidos y sus aliados europeos proporcionan a Kiev todo tipo de armamento y entrenamiento militar para una guerra inútil que jamás debería haberse iniciado. Putin sabe que la disuasión nuclear es poder, es un seguro frente a agresores y el no disponerla, como le sucedió al Iraq de Sadam Hussein o la Libia de Gadafi es una invitación a invadir tu casa para tus enemigos. Putin sabe que nadie quiere una guerra nuclear, y por esa razón tiene las manos libres en Ucrania, ya que ningún Ejército aliado le hará frente ni en Rusia ni en estos territorios en conflicto. Hoy además tenemos la activación de un viejo conflicto, entre los palestinos y los israelíes, que la locura de sus lideres puede llevar a que otros Estados se impliquen y se pase a una guerra regional de grandes proporciones que termine por implicarnos a todos. También es verdad, que, siendo realistas, es cierto que el uso de armamento nuclear es muy destructivo, pero el armamento convencional por todo lo que hemos dicho en este artículo es igual de mortífero. La destrucción que provocan los bombardeos israelíes que estamos contemplando en la Franja de Gaza nos recuerda vivamente las imágenes de Hiroshima y Nagasaki. La diferencia estriba en que este tipo de armamento, como también el químico y biológico, y más con su proliferación, puede desencadenar el final de los días para toda la humanidad.

Sobre la cuestión nuclear:

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Noviembre 2023.