El corazón de Europa sigue latiendo – por Francesc Sánchez


La última vez que salí de España fue en 2019, el último verano antes de la pandemia, desconociendo que meses después una nueva realidad nos iba a afectar a todos, y entre otras cosas nos iba a impedir viajar durante un tiempo y luego, con las medidas de protección adecuadas, de una forma diferente. Con este contexto y con mis respectivas circunstancias personales tal cómo digo me llevaron a la decisión de no llevar a cabo ningún viaje que merezca llamarse de tal modo. Fue un momento de recogimiento en el que me dediqué a la lectura, a la escritura, coordiné el último grupo de colaboradores en esta publicación, y esperé el momento adecuado para la defensa de mi tesis doctoral, postergada también por la pandemia, pero defendida nueve meses después del estallido. Desde entonces muchas cosas han cambiado: por fortuna hemos dejado atrás la pandemia y las engorrosas -pero necesarias- medidas de protección, empecé con un nuevo trabajo remunerado, y como comentaba me convertí satisfactoriamente en Doctor en Historia.

Hace escasos días he vuelto a llevar a cabo un viaje y mi planteamiento era el de tomarme unos días de cambio de aires, conocer nuevos lugares, y vivir nuevas experiencias. Mi punto de partida fue jugar sobreseguro y planificar algo en un lugar satisfactorio y por eso decidí repetir mi destino a Estrasburgo. Mi idea era mantener esta ciudad como base de operaciones y de ahí hacer un reconocimiento de la región de la Alsacia y también de la Selva Negra, pero esta vez visitando ciudades que me eran desconocidas. En principio el reto, con las dificultades que tiene este tipo de viajes, no era excesivamente difícil, pero como veremos hacer un Interrail por mucho que planifiques siempre es una aventura. Para empezar mi idea de ir en tren de Barcelona a Paris en TGV fue imposible, porque, aún queriendo hacer la reserva un mes antes de mi partida, ya no quedaban plazas reservadas para los optamos por este tipo de forma de viajar. Entonces se impuso la opción del clásico, el Intercités de Nuit que va desde Cerbère a Paris que he tomado en otras ocasiones, en el que si quedaban plazas disponibles en literas: de hecho, para mi sorpresa este tren ya no sólo estaba operativo los fines de semana, sino que lo estaba todos los días de la semana. Por lo tanto, hice las reservas para la subida y la bajada, y añadí también las reservas de subida y bajada de Estrasburgo en TGV. Todo con tiempo suficiente para poder hacer un par de visitas a los lugares más emblemáticos de Paris. En cuanto al hotel de Estrasburgo como mi experiencia anterior fue satisfactoria repetí la jugada para una semana de alojamiento por prácticamente el mismo precio.

Faltaba algo. Subir hasta Cerbère. Y lo remarco porque justo una semana antes de mi viaje hubo un incendio de considerables dimensiones que afectó a Portbou y Colera que llevó a los responsables españoles a cortar el servicio. El incendio por fortuna para los habitantes de esta comarca y de mí mismo fue controlado y sofocado, y mi viaje podía iniciarse. No obstante, días después otro incendio esta vez en Fornells de la Selva provocó un nuevo corte del servicio, y si a esto le sumamos la nefasta política de información de la página web y la aplicación de Rodalies, que ofrecía información errónea -un cambio de tren en Massanet que ya no sé hace y que a día de hoy no han corregido, y unos horarios que no se corresponden con la realidad-, por un momento me hicieron temer que no podría iniciar mi viaje. Sin embargo, se restableció el mismo día el servicio, y esta información de la que os hablo sobre los horarios fue desmentida por los propios trabajadores de Rodalies y también por los de ADIF -su aplicación sí es certera y muy practica- cuando me puse en contacto con ellos por teléfono. Llegó el día y para curarme en salud, por si había contratiempos, me subí a un tren regional con tiempo más que suficiente, el anterior al que sería conveniente, para subirme en Cerbère al tren hacia Paris. La conversación cordial con un guardia de seguridad de la estación y el Jefe de estación sobre mi viaje se me presento como un indicativo de que todo iba perfectamente. Todos los obstáculos parecían salvarse mágicamente y así pues llegué a la estación de Cerbère sin complicaciones donde comprobé para mi sorpresa, después de identificarme ante la policía francesa en esta frontera que no ha dejado de existir, que había muchos mochileros que hacían un Interrail o un viaje de estas características. En un momento dado sé canceló un tren hacia Perpiñán, pero no lo di importancia porque el mío seguía en la pantalla sin ninguna indicación de afectación, y cuando llegó el momento como otros pasajeros nos dirigimos al andén y nos subimos en Intercités de Nuit.

La historia del compartimiento de literas no me convencía, porque para que os hagáis a la idea son seis literas en un compartimiento no muy amplio, pero como de momento estaba solo no me supuso ningún inconveniente. Más inquietante fue que el tren no salió a la hora prevista y pronto empezé a hablar con otros pasajeros de que podía estar pasando. Por megafonía nos informaron de que el tren saldría con una demora de unos minutos que luego se convirtió en una hora por un incendio cerca de las vías cerca de Argeles sur Mer. Todos pensamos que esto solo iba a ser un pequeño inconveniente, pero la tensión subió al máximo cuando recibí, y luego lo confirmaron los trabajadores de SNCF, que el tren había sido suprimido. Entonces fue ya cuando todos hablamos con todos y ver que podíamos hacer: no circulaba ningún tren desde Cerbère y tampoco de vuelta hacia Portbou. De alguna forma estábamos atrapados y los trabajadores de SNCF nos dieron a elegir, sin especificar demasiado, entre pasar la noche en Portbou, o pasarla en el tren, que fue lo que todos hicimos finalmente. Recuerdo un par de hermanos que querían llegar hasta Berlín, tres amigas valencianas que era la primera vez que hacían algo así, un par de amigos que no recuerdo donde iban, y una familia de mexicanos, pero sobre todo a Ana y su familia, la francesa que al saber español nos hizo de intérprete con los trabajadores de SNCF en todo momento. El incendio era de grandes proporciones, habían evacuado a miles de personas, y las comunicaciones, incluidas las carreteras, estaban cortadas. Por la madrugada en mis paseos nocturnos por el andén hable en inglés con uno de los trabajadores de SNCF y me llegó a decir que este tren mañana tampoco saldría. En ese momento estuve valorando muy seriamente abortar mi viaje y volverme al día siguiente a Barcelona con un gran pesar, que, aunque la situación no era provocada por mí, me rompía la visita a Paris, la conexión con el tren a Estrasburgo, y dejaba en el aire mi alojamiento en esta misma ciudad. Sin embargo, pensé en planes alternativos, como por ejemplo en llegar a Montpellier en un tren regional y desde allí tomar un TGV directamente hasta Estrasburgo, y si no llegaba incluso en hacer noche en esta ciudad que ya había visitado en otro viaje con un amigo. Como ya nada podíamos hacer me dispuse a intentar dormir y con la claridad del día llegaron noticias primero negativas, pero luego más esperanzadoras. El tren hacia Montpellier tampoco iba a llegar, pero si un TER regional a Perpiñán, y desde ahí tomaríamos todos los que íbamos a Paris un TGV, todo cubierto por SNCF. ¡Podemos continuar! Llamé el hotel y expliqué la situación.

Después de disfrutar de un refrigerio de zumos, croissants, y otras pastas cortesía de SNCF, fuimos todos a Perpiñán, y hablo en plural porque a fin de cuentas se creó cierto sentimiento de grupo de afectados por el incendio de Argeles sur Mer, y desde allí con la ayuda de nuestra buena samaritana que hacía de interprete, nos hicieron una tarjeta en la que se indicaba que podíamos tomar un tren de alta velocidad a Paris. Tomamos el que pudimos, porque los trámites llevaron su tiempo, y ya en nuestro asiento de primera clase en el tren TGV de alta velocidad hacia Paris, empezamos a ver cierta luz al final del túnel. En cualquier caso, mi idea de ver Paris ya no era posible porque en lugar de llegar a las siete de la mañana iba a llegar a las seis la tarde. Llame al hotel por segunda vez y les dije que llegaría a última hora y no me pusieron ningún tipo de problema. Ya en Paris en la Gare de Lyon hubo cierta dispersión del grupo porque cada cual iba a su respectiva estación para hacer su conexión, pero nos volvimos a encontrar mágicamente por el laberinto del metro. A mí me faltaba aún cambiar la reserva de mi tren de alta velocidad, porque había perdido el reservado, para cualquiera que pudiera tomar en el día: llego a la oficina de SNCF de Gare de l’Est y me vuelvo a encontrar a Ana y su familia resolviendo sus trámites. Hay que hacer un inciso aquí y explicar que Ana, su marido y su hijo, debían llegar a una localidad de las Ardenas en Bélgica ese mismo día no para pasar las vacaciones sino para incorporarse de nuevo a su trabajo al día siguiente, de ahí que su preocupación fuera diferente a la de los demás. Por lo que me enteré les iban a proporcionar un hotel para pasar la noche, pero esa no era la mejor de las soluciones. Desde aquí si llegaras a leerme Ana, nuestro agradecimiento por todo lo que hiciste por nosotros. Por lo que respecta a mi caso explico a los de SNCF que yo soy un afectado más del incendio de Argeles sur Mer y me hacen una tarjeta gratuita para tomar un tren a las ocho y media la tarde. Llego a Estrasburgo a las diez y media de la noche, tomo un tranvía hasta el lugar donde se encuentra el hotel Strasbourg – Montagne Verte, me presento y el dueño del establecimiento me invita a un café bien cargado. Dentro de lo que cabe las cosas me han salido razonablemente bien.

La primera noche en Estrasburgo dormí a pierna suelta hasta prácticamente las diez de la mañana. Decidí no desayunar en el restaurante del hotel y me dirigí hacia el centro para tomarme un café y visitar la Catedral de Estrasburgo. La mole de piedra estaba cerrada a cal y canto y pregunté a unos españoles mal informados que me dijeron que ahora se pagaba cuatro euros y que las visitas eran guiadas: en realidad, como comprobé un par de días después en la Oficina de Turismo, la entrada es gratis pero dentro de unos horarios, y los cuatro euros son para la visita guiada al Reloj astronómico, que puedes visitar también gratuitamente por tu cuenta. Se acercaba la hora de la comida así que decidí comer en un Kebab bastante aceptablemente a un precio inferior a los que puedes encontrar en mi ciudad. En mi anterior viaje no visité una gran iglesia protestante que está entre dos canales, la Iglesia Reformada de Saint-Paul, y como estaba muy cerca decidí acercarme. Esta mole de piedra es impresionante tanto por fuera como por dentro. Me resulto curioso ver que en su interior había un espacio para que jugaran los niños pequeños, supongo que para sus padres pudieran asistir a misa sin ser interrumpidos a cada momento; también vi un puesto de café y zumos que te sirven dejando tu voluntad por lo que me tomé uno de estos refrigerios. Vuelvo hacia el centro andando hasta la plaza de la República y como no van las máquinas expendedoras de billetes para el tranvía una chica me compra un billete con su tarjeta (pienso que esto también lo podía haber hecho yo, pero no quería contradecirla) y le pago a ella el billete. Me bajo en Faubourg National y compro seis botellas de agua mineral en un supermercado y me dirijo de vuelta al hotel para pegarme una pequeña siesta. Quiero cenar en el hotel, pero decido ir antes a la estación para recabar información sobre unos trayectos de tren con una chica muy amable de SNCF para ciertas ideas que tengo de lugares que visitar.

En todas las estaciones importantes de Francia te encuentras con patrullas de soldados vestidos de camuflaje llevando fusiles. Te preguntas el porqué. Da la sensación de que Francia está en guerra, pero el enemigo lo tiene dentro y no es fácil de neutralizar. Hace unos años unos terribles atentados terroristas perpetrados por islamistas segaron la vida a centenares de personas y dejaron heridas a cientos más. No fue en una ocasión sino en varias, llegando al inefable asesinato de un profesor de Historia llamado Samuel Paty porque quiso entablar un debate con sus alumnos sobre los límites de la libertad de expresión con las famosas caricaturas de Mahoma. Un mes antes de iniciar mi viaje a raíz de la muerte de un joven en un control policial se produjeron unos grandes protestas y disturbios en multitud de ciudades francesas, también en Estrasburgo. Días antes de mi partida desalojaron la Torre Eiffel por una amenaza de bomba. Nos enfrentamos a un fenómeno complejo que tiene que ver mucho con la situación económica y social de una juventud que son hijos o nietos de inmigrantes, muchos de ellos de confesión islámica y con un fuerte sentimiento comunitario, que, por lo que me dicen no se sienten a gusto ni han encontrado su lugar en este país. Esta realidad haríamos muy bien en estudiarla de cerca porque puede reproducirse en cualquier país europeo que haya recibido una importante inmigración y que no se la haya atendido adecuadamente.

Me levanto temprano. Por un momento pensé en ir a Mulhouse pero mi visita en la estación y la conversación que tuve con la chica de SNCF junto con mi idea de ir a Alemania me hizo decidir a investigar Offenburg y sus conexiones. Llego a la estación y compruebo que hay una vía específica para el tren que va hacia Alemania que es una autentica cafetera con gasoil que cumple su función. Es importante señalar que el trayecto no dura mucho más de veinticinco minutos y cada media hora sale un tren hacia Offenburg y viceversa. Nada más llegar pido información sobre el tipo de conexiones que hay en esta estación y la validez de mi pase de Interrail que descubro que es total y sin ningún tipo de reserva de asiento. En mi camino me encuentro una iglesia con un gran campanario, la Evangelische Kirchegemeinde Offenburg, en la que entro y no hay nadie. Mi segunda parada es una librería y compruebo como no me suena ninguno de los superventas, tampoco ninguno de los libros que hay en la sección de Historia, decididamente hay otros mundos literarios, pero están en este. Sigo caminando y entro en una zona llena de tenderetes, en el Ayuntamiento ha habido una boda, salgo por un lateral cruzando el puente sobre las vías del tren porque me llama la atención una iglesia todavía más imponente que la anterior, la Dreifaltigkeitskirche, es decir la Iglesia Católica de Offenburg, con unos frescos en el techo que te cortan el aliento. Vuelvo al otro lado por otro camino a través de otro puente y decido que es el momento de ir a la Oficina de Turismo, pero antes de ir a uno de ellos decido que es momento de comer algo: pregunto a un joven que está en frente de un bar si hacen frankfurts pero no sabe de lo que le estoy hablando. Llego a la Oficina de Turismo y me dan un mapa donde puedo encontrar los lugares más emblemáticos de la ciudad. Un detalle: en la oficina hay una dispensadora de agua que con estas altas temperaturas su uso es necesario. Iba a comer y como antes había visto una tienda de autoservicio de comestibles, encargo un Hot dog caliente y cojo un refresco. A mi salida decido ir al Museum Ritterhaus, es decir el Museo de Historia de la ciudad, y la visita me resulta muy satisfactoria, por el contenido del museo, dedicado a la historia de la ciudad, pero también a la etapa colonialista del Imperio alemán en África y en otras latitudes, y por la amabilidad de su responsable con la que hablo de las posibilidades de visita tanto de la ciudad como en tren de la región de la Selva Negra. No se puede hacer todo en un viaje, pero es irresistible pensar en nuevos viajes conforme vas investigando. Mi visita en Offenburg se podía haber alargado mucho más, pero decido que es el momento de volver hacia Estrasburgo. Al llegar me encuentro con el recepcionista y le adelanto que mi próxima salida en tren será aún más lejos. Sin embargo, todavía no ha terminado mi jornada, decido ir al centro a tomarme unas cervezas e intercambiar impresiones con mis paisanos, y al volver al hotel uno de los trabajadores después de cenar me dice que ha leído mi artículo sobre Lovecraft y le ha encantado. ¿Qué más se puede pedir de un día?

Me levanto temprano y mi objetivo ahora es ir a Friburgo, en dirección a Basilea con un cambio de tren en Offenburg, el más difícil todavía. Llego sin complicaciones después de un trayecto de una hora y media entre los dos trenes, y lo primero que veo al bajar de la estación es una ciudad moderna con sus edificios acristalados pero al avanzar descubres una personalidad diferente. En un momento estoy en el centro histórico y a lo lejos se ve alzarse, entre las casas típicas de la región, la Catedral de Friburgo de Brisgovia. Llego allí y lo primero que veo es un montón de tenderetes de todo tipo de comestibles: decido entrar en la Catedral, la entrada es libre y gratuita, pero al fondo si pagas dos euros te permiten ver una serie de obras pictóricas, un auténtico museo. Salgo y quiero tomarme un café e ir al lavabo y lo hago en uno de los bares de la plaza. El precio es elevado. Empiezo a andar y localizo una de las puertas de la ciudad en la que han hecho un boquete para que pase el tranvía. Decido que es momento de comer algo y me dirijo a los tenderetes de la catedral para comprarme un bocadillo de salchichas. Me quedo con hambre y me compro otro, pero me hace falta algo esencial que ahí no te venden para no hacer la competencia a los bares que hay en la plaza, una cerveza alemana que con la temperatura que hace es más que necesaria. Voy a un bar, pero un poco alejado de esta plaza, justo al lado de otra de las puertas de la ciudadela, y por cinco euros te ponen medio litro de cerveza. Podemos pensar que es caro, pero es lo mismo que te cuesta en mi ciudad, con la diferencia que en Alemania se cobran sueldos mucho más elevados. Empiezo la larga marcha hacia la estación por otro camino, al fondo veo imponente la Iglesia del Corazón de Jesus. Voy hacia la estación a través de un barrio que está completamente ornamentado con todo tipo de plantas. Me hubiera gustado estar más tiempo en Friburgo, pero tanto la distancia que he de recorrer para volver a Estrasburgo como el calor abrasador me echan de esta ciudad de la Selva Negra. Ya en el hotel después de cenar cada noche repasaba los canales de televisión y siempre encontraba en uno de ellos a un pequeño astronauta orbitando sobre la Tierra que se pegaba unos monólogos en alemán y vete a saber lo que te decía.

Me levanto temprano para ir hacia Schirmeck, un pueblo perdido en el sistema montañoso de los Vosgos donde se encuentra el Memorial de la Alsacia y la Mosela. Tomo un tren regional en el que entablo una conversación cordial e interesante con una mujer alemana que me comenta que España en los últimos diez años ha mejorado muchísimo y que el tema de la guerra sigue presente entre los franceses y los alemanes: los franceses fueron los vencedores y se sienten orgullosos por ello, pero los alemanes, pese a la reconciliación y el tiempo que ha pasado desde entonces, aunque rechacen frontalmente el ideario nacionalsocialista, se sienten los perdedores y a veces es difícil hablar del asunto en muchas familias. El pueblo de Schirmeck son dos calles que se cruzan al salir de la estación de tren que cuando estuve se encontraba cerrada. Voy a uno de los dos bares que tiene el pueblo y me tomo un café. No sé exactamente como llegar al Memorial por lo que pregunto a algunos habitantes del pueblo. Mi primera impresión es que he de hacer una gran caminata, pero pronto me doy cuenta de que el memorial no está a más de un cuarto de hora del pueblo. El Memorial se inicia con la situación de la Alsacia desde la Guerra franco-prusiana, continúa con la Gran Guerra, el momento en que la región vuelve a Francia, la Segunda Guerra Mundial con la ocupación alemana y la lucha de resistencia, la victoria sobre los nazis cuando llegan los aliados, y la reconciliación entre los dos países después de la guerra con la construcción europea. El Memorial es inmersivo, hace un buen uso de las nuevas tecnologías, tiene estancias emotivas, inquietantes, y otras que te hacen sentir como fue la guerra, pero mi sensación es que podría ser más extenso, que podría dar aún más de sí. Yo por mi formación y profesión debía de visitarlo, pero cada cual debe valorar si el esfuerzo de llegar aquí vale la pena si no tienes un suficiente interés en este crucial periodo histórico para la región y para el continente. Cerca de allí, pero de más difícil acceso, se encuentra también el único campo de concentración alemán en Francia, el Natzweiler-Struthof, por el que pasaron más de 52.000 deportados. ¿Por qué lo hicieron? Difícil respuesta, que requeriría un artículo solo para responderla, pero la evidente es porque podían hacerlo. Lamentablemente en Europa por la Guerra en Ucrania las lecciones del fin de la Segunda Guerra Mundial y los valores de la construcción europea que querían expulsar para siempre la guerra del continente parecen haberse olvidado. Debemos reflexionar. De vuelta a la estación compruebo que me he de esperar una hora por lo que me tomo un refresco en el mismo bar de antes.

Al llegar a Estrasburgo me compro un menú en un establecimiento de comida rápida que está enfrente de la estación. Entonces cometo una estupidez. Unos chicos han montado jaleo y voy a ver qué pasa, habían tirado una bandeja al suelo, una tontería, pero al retroceder de espaldas en una pequeña escalera que había piso mal, y me hago daño en uno de mis pies. No parece grave, pero podría haberlo sido y esta molestia me acompañara durante dos días. Decido ir a la Catedral, y efectivamente el acceso es libre y gratuito dentro del horario establecido siempre que aguardes pacientemente tu turno en la cola, entro y ahí veo una vez más el funcionamiento el Reloj astronómico que sigue marcando las horas. La Catedral de Estrasburgo debes visitarla. Enfrente de la Catedral se encuentra el Palais Rohan, construido por Armand Gaston, Principe de Rohan y el arquitecto Robert de Cotte entre 1704 y 1742, en el que puedes visitar tres museos: decido visitar el Museo de Arqueología pagando una entrada reducida después de decir que soy profesor de Historia en la Universidad. En el Museo de Arqueologia puedes tener una buena panorámica desde la Prehistoria, donde puedes encontrar las herramientas en piedra (unas choppers) más antiguas del Este de Francia, hasta la época romana que con su campamento militar y el primer asentamiento llamado Argentoratumes el origen de la ciudad de Estrasburgo. Desde allí vuelvo a la Iglesia Protestante de Saint-Paul y me tomo un zumo de limón, bueno es un decir, tienen un recipiente grande con rodajas de limón con agua con un grifo para llenarte una taza, en cualquier caso, es refrescante y como paso con el café das la voluntad. Cerca de allí está la Universidad de Estrasburgo, un edificio esplendido e imponente, pero al ser sábado está cerrada: un trabajador del hotel me recomendó el Observatorio astronómico así que, aunque creo que estará cerrado, decido dar un paseo, y me encuentro antes el Jardín Botánico: ahí puedes encontrar tanto al aire libre como en invernaderos todo tipo de plantas y también un pequeño lago entre el espesor de la vegetación muy agradable. En cuanto al Observatorio el viejo está en obras y el nuevo efectivamente se encuentra cerrado. Pillo el tranvía hasta la Republica y de allí otro hasta las inmediaciones de mi hotel. El día realmente ha sido productivo. El estado de mi pie será clave para ver que hago mañana.

Me levanto temprano y después de desayunar me dirijo a la ciudad de Haguenau. Este día es especialmente caluroso. Al llegar a la ciudad empiezo a caminar hacia la Iglesia de Sant Jorge en la que hay un servicio religioso: un bautizo de unos niños ya creciditos. Salgo para no molestar y me dirijo a la Oficina de Turismo donde me proporcionan un mapa de la ciudad. Decido ir al Museo histórico de Haguenau. El calor es sofocante. El museo es un viejo edificio que está enfrente de la iglesia protestante. Por dos euros veo los tres espacios del museo: el primero con el periodo prehistórico, en el que el alcalde y arqueólogo Xavier Nessel hizo una importante labor, pudiendo encontrar diferentes artefactos de la Edad del Bronce en sus excavaciones en una serie de túmulos, luego cuando fue un importante emplazamiento romano durante cinco siglos hasta la llegada de la cristianización y de los pueblos germánicos que solemos llamar barbaros, un segundo espacio dedicado al periodo medieval, donde primero se puede ver la influencia de los merovingios, y luego la fundación de la ciudad como residencia imperial y su importancia durante el reinado del emperador Federico Barbarroja durante el siglo XII, que llevará a la emancipación de la ciudad, y el tercero ya en la modernidad, con la Guerra de los Treinta Años entre católicos y protestantes del siglo XVII, la integración en de Haguenau en Francia, la Ilustración, y el capítulo del Terror de la Revolución Francesa que cierran el ciclo en el convulso siglo XVIII. Al salir del museo voy a la iglesia protestante, pero se encuentra cerrada. Necesito beber algo por lo que me siento en la terraza de un bar y pido un refresco. Entonces sucede algo de lo más curioso, una mujer en la mesa de al lado se pone a hablar conmigo en inglés, me empieza a hacer preguntas y a explicarme su vida. Después de un buen rato de conversación decido irme e iniciar mi camino hacia la estación donde pillo un tren hacia Estrasburgo.

Allí cómo tenía previsto como de nuevo en un restaurante de comida rápida y al terminar inicio mi marcha hacia el centro. La cola para entrar a la Catedral es impresionante por lo que esta vez omito mi entrada. Me quedé con las ganas de ver los otros museos del Palais Rohan: cuando voy a sacar las entradas vuelvo a decir que soy profesor de Historia y esta vez otra mujer me dan un pase gratuito. El primer espacio que veo es el del Museo de las Artes decorativas, se trata de una serie de estancias que en parte son como eran y en parte son una reconstrucción de la vida en los palacios y objetos varios, en el que podemos encontrar la Sala de recepción, la Cámara de los Obispos, el Dormitorio del Rey, utilizado por Luis XV, la Librería, y el Dormitorio de Napoleón. En el segundo espacio el Museo de Bellas Artes pude ver una muy buena relación de obras pictóricas europeas a lo largo de 500 años: entre ellas La crucifixión de Giotto de 1320, El retrato de una joven mujer de Rafael de 1520, La bella estrasburguesa de Nicolas de Largillière de 1703, El paisaje romano de Frederik de Moucheron de 1665, El pastel de grosella negra de Willem Claesz Heda de 1641, Vista de la iglesia de la Salud después de la entrada en el Gran canal de Canaletto de 1727, o El Valle del amor en el tiempo de la tormenta de Gustave Coubert de 1849. Al salir voy a un local cercano muy agradable y me tomo un té. Va avanzando la tarde por lo que decido ir a cenar, ya que hoy en el hotel no hay servicio de restaurante: la idea por recomendación de un trabajador del hotel es la de ir al Petit Tigre, una cervecería, donde me tomo unas pintas y me zampo una Tarte flambée, una especie de pizza alsaciana que estaba francamente buena. Es mi último día en Estrasburgo así que decido volver, hablar con el personal del hotel de turno, y hacer mi mochila. Mañana me espera una larga jornada de vuelta a mi país.

Por la mañana desayuno y hablo con el recepcionista. Se ve que sí se puede volar desde Barcelona a Estrasburgo y viceversa pero solo hay dos vuelos por semana y hay que hacer la reserva con bastante antelación. Ya tenía prevista mi vuelta en tren, esa realmente es la esencia del Interrail, pero viene bien saberlo para otra ocasión. Mi estancia en el hotel y el trato cordial con los trabajadores han sido muy buenos. Sobre la once me voy a la estación y compruebo como los dos trenes anteriores al mío sufren retrasos, por suerte el mío no: lo cojo sin problemas y cuando pasa el revisor, juraría que es el mismo que me encontré hace cuatro años, me dice una vez más que debo escribir la fecha de inicio en mi pase de Interrail, pero esta vez le señalo que esa fecha ya está impresa, le comento que si quiere la escribo, y me dice que no hace falta y que todo está correcto. Llego a Paris sobre las cinco de la tarde: necesito ir de la Gare de l’Est a la Gare de Austerlitz y lo quiero hacer en metro. El problema es que solo hay dos máquinas dispensadoras de billetes para un aluvión de personas y tengo que hacer cola media hora: hay una chica que ayuda a los turistas, y menos mal que estaba allí porque mi billete, como le pasó a un americano entrado en años, no abría las puertas para entrar en el infierno subterráneo. Llego a la Gare d’Austerlitz y las obras que empezaron hace cuatro años siguen su curso, esta vez más exageradas, con muchos espacios cubiertos por tablones de madera blanca, y con sólo dos establecimientos para comprar comida, refrescos y agua. El hecho de que esta estación, desde la que salen la mayoría de los trenes nocturnos, este atiborrada de gente y fuera haga un calor sofocante, cierran un cuadro infernal, que solo es soportable con los pianistas esporádicos que tocan el piano de la estación. En la estación intenté cambiar mi litera por un asiento, sin que la trabajadora de SNCF entendería muy bien porque, pero me dijo que ya no era posible, y que si quería cambiarla que hablará con el revisor ya en el tren.

Llega el momento de subirse al tren y mis compañeros de camarote empiezan a aparecer. El primero muy cordial, pero el segundo y el tercero que no llegan apenas a intercambiar palabra, mucho menos. Nos apodaremos cado uno de nuestro pequeño espacio y uno de estos franceses poco cordiales abre la ventanilla del compartimiento porque tiene calor, y yo cuando llevamos unos minutos en marcha y vamos dando tumbos, le digo que por seguridad es mejor cerrarla y que en cualquier coso vamos a tener aire acondicionado, a lo que él protesta, pero consigo subirla dejando solo un pequeño espacio. Momentos después pasa una revisora y nos dice que está prohibido abrir las ventanas y que debemos cerrarla. En un tren de estos se intenta dormir y se consigue, pero es puramente por el cansancio que normalmente llevas durante el día. En la estación de Toulouse Matabiau hacemos un parón de prácticamente una hora porque dividen el tren en tres, uno va hacia la Tour de Carol, otro hacia Hendaya, y mío que me llevará hasta Cerbère. En ese parón hablo cordialmente con una pareja de dos chicos que también están en mi camarote que son de la Martinica. El tren se pone en marcha y poco a poco va llegando a su destino. Esta vez no llega a Portbou por lo que en Cerbère he de tomar un tren regional que hará sólo una parada hasta España. Esta conexión en tren entre España y Francia en comparación con las conexiones que tiene en tren Francia con Alemania amablemente sólo se puede decir que es muy inferior, el ancho de vía es diferente entre los dos países, ya lo sabemos, y el culpable fue Napoleón y su invasión, pero el disponer de una vía férrea que permitiera tomar un tren en una estación como Portbou, o porque no desde Figueres, hasta Perpiñán, donde puedes subirte a cualquier tren hacía cualquier destino, seria fabuloso. En Cerbère entablo una conversación con un peruano que vive en Viena y una italiana que vive en Milán que quieren hacer un recorrido en al menos cuatro o cinco trenes regionales para llegar a la ciudad italiana. Vienen de hacer el Camino de Santiago y del Encuentro de la juventud con el Papa en Lisboa. Yo les comento que sin desdeñar sus planes que en Perpiñán estudien otras posibles conexiones porque cualquier contratiempo en estos trenes que quieren pillar les puede romper toda su ruta.

Por fin cojo el tren hacia Portbou proveniente de Perpiñán. Se sube la policía francesa a pedir la documentación y da con unos chavales sin papeles y se los llevan. En Cerbère no compré agua porque cómo me indica el peruano en teoría no funcionaba bien la máquina, luego en el último momento descubrimos que sí, pero decido que es mejor ya comprarla en Portbou. El caso es que en Portbou no hay nada, ni siquiera las pantallas de información de las salidas y llegadas de trenes funcionan. Resignándome me subo al tren regional que me llevará a Barcelona y le pregunto a una chica que me entero de que vuelve también de hacer Interrail por Inglaterra si me puede dar agua, pero me dice que apenas tiene para ella. A todo esto, sucede algo muy misterioso: aparecen tres chicas de repente y me dicen si me acuerdo de ellas, a primera impresión, aunque me sonaban no las recordaba, pero al momento ya caigo, son las tres valencianas que quedaron atrapadas conmigo en el tren nocturno de Cerbère a Paris por el incendio de Argeles sur Mer. Les pido agua porque me va la vida, a veces soy un poco exagerado en momentos importantes, y me traen una botella para saciar mi sed. Se sientan conmigo y durante todo el trayecto, con la que tengo justo delante, una chica que estudia Psicología, empiezo a hablar de un tema a otro pasando un rato muy agradable y no paramos hasta que llego a Barcelona. No, no es una forma mala de terminar mi viaje. He hecho más o menos 3.250 kilómetros en tren. Y efectivamente el corazón de Europa sigue latiendo.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Agosto 2023.