La renovación fascista intenta dar un golpe de Estado en Brasil – por Francesc Sánchez
El pasado domingo por la tarde, dos años después del Asalto del Capitolio en Washington por parte de los seguidores de Trump, unos cuantos miles de brasileños patriotas indignados, una verdadera fuerza de choque de los que no aceptaron los resultados electorales que han echado a Bolsonaro del poder, decidieron pasar a la acción ocupando las sedes del Poder Legislativo, Ejecutivo, y Judicial en Brasilia, pidiendo una intervención militar para que depusiera al presidente Lula Da Silva de su cargo. Las fuerzas policiales a las órdenes de Anderson Torres, exministro de Justicia de Bolsonaro, no sólo no impidieron estos hechos, sino que -en algunos casos- les apoyaron. La respuesta gubernamental se hizo esperar. Lula se encontraba durante esos momentos de visita en Sao Paulo, lugar donde evaluó el alcance de la situación: unas horas después condenó los hechos, decretó el despliegue de la policía federal en Brasilia que hasta el momento ha efectuado mil quinientas detenciones, y destituyó a Anderson Torres de su cargo. Ibaneis Rocha, gobernador de Brasilia, ha sido también temporalmente destituido. Jair Bolsonaro, convaleciente de una operación en la ciudad norteamericana de Orlando, primero guardó silencio y luego insistió en no reconocer la victoria electoral de Lula Da Silva. Las condenas de este intento de golpe de Estado por parte de los gobiernos en todos los Estados que se han pronunciado han sido unánimes.
Jair Bolsonaro es una persona que le gusta decir a todos que es un hombre que se ha hecho a sí mismo. Nació en el seno de una familia humilde, pero desde que se enroló en el Ejército empezó a prosperar, no tanto en la carrera militar pues no pasó de capitán, sino en la política, primero defendiendo los intereses laborales de los militares, hecho que le costó un arresto, y luego, con un estilo bronco y falto de modales que fue generando al personaje, en la política más convencional de partido en partido… hasta la victoria final en las elecciones presidenciales de 2018, después de una campaña judicial y mediática barriobajera contra la presidenta Dilma Rouseff bajo acusaciones de corrupción, que terminó llevando a prisión a su mentor político. La Justicia posteriormente declaró nulo el proceso judicial contra Lula Da Silva y este pudo volverse a presentar a las elecciones presidenciales, pero para sus detractores siempre será un presidario. El gobierno de Jair Bolsonaro se ha caracterizado por poner énfasis en la economía bajo preceptos neoliberales en detrimento de los servicios públicos tanto educativos como sanitarios, y del medio ambiente (Amazonas para sus socios es sólo un inmenso territorio para ser explotado económicamente). Contra la delincuencia mano dura. Bolsonaro además hace una la defensa de los valores tradicionales en materia de familia y religión del electorado más acomodado. Para terminar, como no podría ser de otra manera, acusa a las izquierdas que representa Lula Da Silva de todos los males de la nación, aunque este haya logrado el apoyo de sectores de derecha moderada.
Esta forma hacer de Jair Bolsonaro le hizo entrar en muy buena sintonía con Donald Trump en la alianza de fuerzas conservadoras nacionalistas contrarias a la globalización económica y cultural que defienden tanto las fuerzas de derechas moderadas y neoliberales como las progresistas de izquierdas. El punto de inflexión llegó durante la pandemia del COVID-19 cuando Jair Bolsonaro no ordenó tomar ninguna medida profiláctica o preventiva, llegando al extremo de afirmar que el virus SARS-CoV-2 no existía, mientras en los barrios más humildes de las grandes ciudades los muertos día a día se amontonaban en las morgues por miles.
Durante todo este tiempo indudablemente su mensaje caló también en amplias mayorías que, unos por falta de información y en ocasiones secuestrados por las teorías de la conspiración, y otros están convencidos por esta alternativa políticas y por creer que todo lo que representa la izquierda es un mal para la nación y sus propias familias. Los seguidores de Bolsonaro no aceptan los nuevos modelos de familia y por esa razón defienden la familia tradicional. No aceptan la liberación de la mujer y por esa razón son machistas. No aceptan aquellos que mantienen una cultura que les es ajena y desconocida y por esa razón, en un país inmenso cómo es Brasil en el que hay todo tipo de diferencias culturales, son xenófobos. No aceptan el ateísmo y el escepticismo porque son hombres de fe. No aceptan perder el control y el poder y por esa razón no aceptan los resultados electorales cuando sus ideas son derrotadas democráticamente. Para los más radicales su solución en Brasil es la dictadura militar. Desde la victoria de Lula Da Silva en las recientes elecciones los seguidores más radicalizados de Jair Bolsonaro se agruparon para acampar delante de los cuarteles del Ejército para pedir que la milicia depusiera a Lula a través de un golpe de Estado. El crimen de Lula fue sacar durante su gobierno a millones de brasileños analfabetos de la pobreza creando estructuras educativas y las condiciones necesarias para la creación de puestos de trabajo. Y esto unos cuantos no se lo han perdonado porque amenaza sus intereses y beneficios. Por eso fue encarcelado.
En el contexto global de esta renovación fascista, que se mantiene en contacto y estrecha lazos alrededor del mundo, sus seguidores no aceptan la libertad de comercio de los demás en esto que entendemos cómo globalización económica, y tampoco la inmigración de personas procedentes de otras latitudes con su propia cultura, que son asociadas a la delincuencia y la criminalidad, por lo que primero son tanto proteccionistas como nacionalistas excluyentes. No aceptan que les digan lo que deben pensar y por esa razón defienden su libertad de expresión mientras censuran la de los demás. En los Estados Unidos no aceptan el monopolio de la fuerza del Estado y por esa forma crean grupos paramilitares que están convencidos que va a haber una guerra civil y que ellos serán los únicos supervivientes.
Para todas estas personas se acerca el Apocalipsis zombi, pero aún no es el momento, las estructuras aguantan, y la sociedad es resiliente. Si algo positivo debemos extraer del intento de golpe de Estado de este pasado domingo es que salvo los seguidores radicales de Jail Bolsonaro -que son muchos, pero no todos sus seguidores- nadie apoya públicamente estos hechos. Todos independientemente de nuestras ideas políticas y a quién votemos nos reconciliamos entre nosotros porque no nos gustan este tipo de cosas tan feas y la democracia sale reforzada: cómo sucedió hace dos años con el asalto del Capitolio en Washington que hizo que muchos que defendían a Donald Trump se convirtieran en acérrimos detractores. No es algo tan diferente a lo que sucedió en España después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero: el aparato franquista que hizo la Transición con la izquierda no apoyó a los militares rebeldes en su aventura y la democracia salió reforzada. Pero en Brasil las cosas son diferentes, porque esto no ha terminado: los nuevos fascistas que querían que los militares dieran un golpe de Estado para instaurar una dictadura en Brasil van a continuar con su estrategia de la tensión hasta conseguirlo o morir en el intento: creando dificultad tras dificultad con desórdenes públicos y puede con actos criminales para hacer caer el gobierno de Lula da Silva, bien electoralmente con el regreso de Jair Bolsonaro que se presentará como un hombre de orden que instaurará a efectos prácticos una dictadura, y si no lo consiguen seguirán presionando a los militares para dar un golpe tradicional que termina también en la dictadura. Estas son sus intenciones, pero nada está escrito.
No cabe relativizarlo todo porque nos jugamos nuestro presente: la renovación fascista tiene en su seno la semilla de la destrucción. Puede que no suceda, pero puede que sí. Todo irá en función de lo que los demás hagamos. El sistema democrático mantiene frágilmente unos equilibrios que hay que cuidar bien. No significa que no deba haber diferentes opciones políticas y éstas no se enfrenten dialectalmente con sus programas políticos pero la convivencia entre la diferencia se ha de mantener siempre. La renovación fascista tiene ya sus propios partidos políticos y precisamente por respeto a la democracia se les permite concurrir a las elecciones, y muchos les votan. Frente a esto hay tres posibilidades: pactar con ellos como lo está haciendo la derecha convencional en algunos países (como sucede en España y Italia), no dejarles tocar poder como hacen el resto de los partidos creando un muro infranqueable (como sucede en Francia), o la prohibición de su existencia política (como sucede en Alemania con los abiertamente nacionalsocialistas). En cualquier caso, la cuestión primordial es porque gente corriente termina votando estas opciones políticas, y el argumento absoluto de que son todos engañados, o son todos malas personas, no sostiene un análisis riguroso: en el pasado siglo este tipo de ideologías mintieron y trajeron el desastre, pero en su momento fueron apoyadas porque había toda una serie de problemáticas sociales y económicas no resueltas por los partidos convencionales, y estos partidos políticos ofrecían una alternativa perversa, criminal, e injusta, pero racional. La tentación del fascismo, aunque nos disguste, ya no sólo forma parte de la historia, sino que es una problemática de primer orden en nuestro presente.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Enero 2023