Las claves energéticas, y por lo tanto económicas, en la Guerra de Ucrania – por Francesc Sánchez

 



El gas y el petróleo no explican por si solos la guerra en Ucrania, pero si los eliminamos de la ecuación no terminaremos de entender nada de lo que está sucediendo. Podemos retroceder mucho en el tiempo cuando los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial querían llegar a la región del Cáucaso para abastecerse de petróleo. La batalla de Stalingrado se explica por esto mismo, y la victoria del Ejército Rojo sobre los nazis establece un punto de inflexión en la guerra que terminará con la derrota de los alemanes. La Unión Soviética en esta guerra que bautizaron como la Gran Guerra Patria perdió a más de 20 millones de personas. Y esto explica muchas cosas desde entonces hasta nuestros días: no hay familia rusa o ucraniana que no perdiera o tuviera involucrado alguno de sus miembros o antepasados en esa guerra. En cualquier caso, Yalta estableció las reglas del juego acordadas por los vencedores que iban a definir Europa en materia de seguridad, en el contexto de Guerra Fría, hasta el hundimiento de la Unión Soviética en 1991. No obstante, antes que sucediera este hecho, precisamente los alemanes, empezaron a comprar gas y petróleo procedente de la Unión Soviética en el marco de la Ostpolitik (apertura hacia el Este) que inició el gobierno del socialdemócrata Willy Brandt. Desde entonces toda una red de gasoductos y oleoductos cruzan precisamente Ucrania para abastecer de gas y petróleo Europa central, y por lo tanto la industria de Alemania. Los europeos se vieron afectados por la crisis del petróleo de 1973 contundentemente por la subida de los precios que efectuaron los árabes como medida de presión a Israel y sus aliados, y en esto la Unión Soviética se vio beneficiada, pero cuando los precios empezaron a bajar los beneficios se redujeron, y esta fue una de las razones que explican las dificultades económicas que impugnaron todo el sistema. El desastre de Chernóbil lanzó un mensaje al mundo sobre el peligro de la energía nuclear y mostró la debilidad del Estado soviético.

El golpe de Estado de Belavezha que decretó la disolución de la Unión Soviética abre una etapa de incertidumbre en materia de seguridad, incluida la seguridad energética, que pasó de estar centralizada por el Kremlin a pasar a manos de los oligarcas que surgieron en los nuevos Estados. Los rusos se llevaron los misiles nucleares instalados en Ucrania, pero no pudieron llevarse los miles de kilómetros de tuberías que traían el gas y el petróleo a Europa central y occidental. La oposición de los nacionalistas ucranianos con sus respectivos oligarcas puede también entenderse en clave energética. La disputa electoral entre Víktor Yúshchenko -cercano a occidente- y Víctor Yanukóvic -cercano a Rusia- es el origen de la revolución naranja que quiere alejar políticamente Ucrania del Kremlin. Entonces Rusia mueve pieza y decide empezar una guerra del gas entre 2004 y 2006 que se tradujo en un aumento del precio para los ucranianos que previamente estaba subvencionado, los ucranianos substraen este mismo gas, y los rusos deciden cortar el suministro, dejando helada a Europa central incluida Alemania durante un largo invierno. Hoy se habla mucho del error que supuso que Europa dependiera tanto de las fuentes energéticas rusas, la propia canciller Angela Merkel considerada un ejemplo a seguir -si exceptuamos a los griegos- hoy se la considera una de las responsables de esta situación, pero en su momento se tomó la determinación que esta relación no podía estar a merced de los ucranianos y sus conflictos con los rusos. Por esa razón los rusos y los alemanes crearon el primer gasoducto Nord Stream que llevaba directamente el gas desde territorio ruso a Alemania a través del Mar Báltico, y el excanciller Gerhard Schröder -otro defenestrado- amigo personal de Putin fue uno de sus promotores. El segundo gasoducto Nord Stream en paralelo al anterior, bajo las amenazas del presidente norteamericano Joe Biden, nunca llegó a entrar en servicio: un día después de que Alemania decidiera que finalmente no iba a entrar en funcionamiento, el 24 de febrero, el Kremlin invade Ucrania.


Cómo sabemos estos dos gasoductos fueron saboteados. Podemos pensar que los rusos quisieron reventar las tuberías para lanzar un duro mensaje hacia sus socios europeos, algo así como «nuestra relación se ha terminado». De hecho, esto podría hasta encajar en el temperamento ruso que tan bien nos interpretó Dostoievski en sus novelas: así que tenemos que Putin maltrata y asesina a los ucranios por no complacerles, la maté porque era mía, y envía un mensaje taxativo a los alemanes y el resto de los europeos por su traición. Pero este tipo de argumentación si formulamos el principio de la navaja de Ockhan que nos dice «en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable» nos lleva a afirmar que a Rusia le bastaba con cerrar el grifo de su infraestructura, y que otros que se benefician de este hecho con la venta de sus hidrocarburos la reventaron. Lo mismo sucede con los supuestos ataques del Ejército ruso sobre la central nuclear de Zaporiyia en manos de estos mismos rusos que podrían provocar una situación desastrosa peor que la de Chernóbil. No entrare en suposiciones, pero puede que los que sabotearon los Nord Stream no sólo estuvieran pensando en beneficiarse de la venta de hidrocarburos procedente de otros lugares, si no en desplazar definitivamente un punto de encuentro entre los europeos y Rusia a medio plazo que cuestionara el sistema de poder global.

Desde que ha empezado la guerra las sanciones sobre Rusia se han ido incrementado pero la economía rusa que se basa en la exportación de hidrocarburos y materias primas no parece desmoronarse. Lo mismo sucede con la ansiada rebelión civil o militar que esperaba occidente en Rusia: de momento todo parece en su sitio, y en el caso que cambiara la situación nada nos indica que fuera beneficiosa ni para los rusos ni para los occidentales. Parte del gas y petróleo que Rusia vendía a los europeos ahora lo vende a China y la India, que termina revendiéndolo a un precio superior a los europeos. Putin vende su guerra por toda una serie de agravios y de jugadas de ajedrez contra Rusia por parte de occidente bajo la imagen de la fortaleza amenazada. De ahí que, después de los sucesos de Kiev de 2014, que el Kremlin interpreta como un golpe de Estado bendecido y promovido por occidente, y frente a un hipotético ingreso de Ucrania en la OTAN, que amenazara su seguridad, haya decidido dar el primer golpe contra sus propios hermanos. Triste final para un origen común. La destrucción de la relación energética de Europa occidental con Rusia hoy es un hecho que va a tardar en restablecerse. En clave energética la historia nos recuerda que en un mundo exhausto de energía quién dispone de la fuerza militar tiende a substraerla de aquellos que las poseen. Puede que alguien en este conflicto haya decidido ir demasiado lejos porque Rusia a diferencia de Iraq dispone de armas de destrucción masiva. En cuanto a los ucranianos con la destrucción de las infraestructuras van a pasar un invierno muy frio: en esta guerra todo es valido para infringir la derrota al enemigo. La historia nos demuestra una y otra vez que los ejércitos inician batallas, pero las ciudades son arrasadas porque son las que desde la retaguardia los mantienen en funcionamiento. Los civiles ucranianos, dando igual lo que pensaran antes del inicio de la guerra, son los que se llevan la peor parte.

Europa ha decidido apoyar a través de la Unión Europea a los ucranianos porque ha interpretado que Rusia está desatada y necesita de la cobertura militar de los Estados Unidos a través de seguridad colectiva de la OTAN para evitar que los rusos avancen supuestamente una vez más hacía Berlín. La diferencia es que en 1945 los soviéticos derrotaron a los nazis y ahora los rusos amenazan todo aquello que desde la finalización de esa guerra hemos levantado como sociedades libres y democráticas. No nos gusta lo que hace Rusia, pero no podemos ser tampoco ingenuos: nuestro sistema de vida, que podía ser compartido no hace tanto con una Unión Soviética que dio pasos importantes hacia la democratización a través de las reformas de Mijaíl Gorbachov, no fue promovido porque desde entonces algunos decidieron que no era ni es exportable porque no hay suficiente para todos. Se aceptó a Boris Yeltsin porque fue el gran liquidador y era fácilmente manipulable, pero cuando Putin restableció el poder y quiso una relación en pie de igualdad y reclamó su parte del pastel llegaron los problemas. Rusia ha hecho ni más ni menos lo mismo que hizo Estados Unidos en Iraq y en todo Oriente Medio, apoderarse de aquello que no le pertenece por la fuerza para mantener su propio sistema de vida. Nada en la historia se repite de igual manera, pero todo resuena en todo, y hay procesos que hay que tener en cuenta. El papel equilibrador y mediador de los europeos si alguna vez cumplió esa función, se ha esfumado definitivamente. Nadie esperaba que Rusia diera finalmente este paso en Ucrania, pero había antecedentes como los de Chechenia, Georgia, y Siria para quien quiera prestar atención al pasado. La historia del siglo XX y la que llevamos de siglo XXI está ahí para estudiarla y entender las claves del presente. Se da la circunstancia que escribo y publico este artículo muy cerca de unas fechas navideñas señaladas por muchos como un punto de celebración y reencuentro. Ojalá, contrariamente a los peores vaticinios que amenazan con subir aún más la apuesta de la muerte, haya quién pueda detener esta guerra que jamás debió iniciarse.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 22 Diciembre 2022.