Los herederos de los camisas negras se hacen con el poder en Italia – por Francesc Sánchez

 


El triunfo de Giorgia Meloni en las elecciones generales en Italia es tremendo. Pero no por ello inesperado ni mucho menos falto de lógica política. De hecho, se explica perfectamente por ser el resultado de un proceso degenerativo de la democracia italiana, una tendencia en Europa hacia posiciones extremas y euroescépticas, y una tensión mundial entre globalistas y nacionalistas. Si esas son las causas, las consecuencias, también van a ser en estos tres niveles: no quiere decir que de ahora en adelante en todos los procesos electorales en Europa venzan los neofascistas, esto estaría fuera de la realidad política en cada país, pero no será por falta de ganas. Se da la circunstancia que este 29 de octubre se cumplen cien años de la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini y sus camisas negras, grupo de acción que encuadraba unas cuantas decenas de miles de activistas, que, si bien en cuanto a formación política eran minoría en el Parlamento, dominaban la calle y contaban con el apoyo de los grandes industriales: el rey Victor Manuel no sólo no firmó la orden para reprimirles, sino que encargó a Mussolini la formación de un nuevo gobierno -fascista- que en muy poco tiempo instauró un régimen totalitario. Luego llegó Libia, la Guerra Civil española, y el Reich de los mil años.

Pero a lo que íbamos. La política italiana, desde la liberación del país por parte de los aliados y los partisanos, con la adopción de la democracia al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aunque en su Constitución se cite expresamente un rechazo al fascismo, siempre ha sido un tanto barriobajera. Primero en el contexto de Guerra Fría en el que Italia era un tablero de juego más entre las dos grandes superpotencias, luego con el descubrimiento de una corrupción generalizada, más recientemente por la llegada de las consecuencias de la Guerra en Oriente Medio, y como colofón por el impacto de la pandemia, razones que en parte explican paso a paso porque los italianos han llegado a tener el escenario y los actores políticos que tienen.

Recientemente me he encontrado de nuevo con las historias de «los años de plomo» durante la década de los setenta que podríamos definir como una guerra subterránea entre grupúsculos de extrema derecha y extrema izquierda que causaron muchas muertes entre sus filas y también entre personas que ni les iba ni les venia toda esta historia, como el atentado que cometió la organización Ordine Nuovo el 2 de agosto 1980 contra la Estación de Ferrocarriles de Bolonia que causó 85 muertes. Los criminales cuando fueron juzgados dejaron caer la sospecha hacía arriba señalando que «formaban parte de una misteriosa Red Gladio ideada tiempo atrás por la OTAN en el contexto de una estrategia de la tensión para desestabilizar el país y evitar que el Partido Comunista se hiciera con el poder político». La Red Gladio existió y no sólo en Italia sino en la mayoría de los países europeos como una operación secreta llamada Stay Behind, efectivamente dirigida por la OTAN y la CIA, pero también por los servicios secretos de los países en los que operaba, con la finalidad de repeler una invasión soviética de Europa Occidental: en cualquier caso, Ordine Nuovo soltó la liebre y el presidente Giulio Andreotti tuvo que reconocer su existencia: en la propia España el diputado de Izquierda Unida Antonio Romero interpeló al Ministro de Defensa Narcís Serra sobre esta cuestión y «unas supuestas tramas negras», y este le dijo que «durante la dictadura no había necesidad de una Red Gladio porque el propio régimen se encargaba de reprimir a las fuerzas políticas que permanecían en la clandestinidad».

Puede que ahora se entienda mejor porque Giorgia Meloni, que ha reconocido públicamente su admiración por Mussolini, sea partidaria de la OTAN. Pero esto forma parte del pasado. El momento clave del deterioro en la política italiana es la desaparición de la Unión Soviética y por lo tanto de la Guerra Fría: durante mucho tiempo los democristianos y socialdemócratas, como sucedía en buena parte de Europa se habían alternado en el poder político italiano, sin embargo, entre 1992 y 1994 sale a la luz el caso Tangentopoli, un escándalo de corrupción generalizada que salpica a las dos formaciones políticas. El hundimiento de los grandes partidos permitió el acceso al poder político del multimillonario Silvio Berlusconi a través de la propaganda de sus medios de comunicación, llegando a ser Presidente del Consejo de Ministros tres veces, hasta que cayó en desgracia primero por un caso de prostitución de menores y abuso de autoridad, y luego de fraude fiscal. La crisis financiera de 2008 fue instrumentalizada hábilmente en su momento por el payaso Beppe Grillo con su Movimento 5 Stelle con «una campaña contra las elites», y el éxodo de refugiados del desastre de las Primaveras Árabes, que cómo sabemos terminaron en unos casos en cruentas guerras civiles y en otros con la restauración del poder por parte de los que siempre lo han tenido, fue aprovechado hábilmente por Mateo Salvini, al señalar a los refugiados como delincuentes y pendencieros. Tiene guasa que Mateo Salvini se hizo con el poder a través de un partido que sólo unos años antes pedía la independencia del Norte del país más enriquecido, en un país imaginario que las Ligas Lombardas de Umberto Bossi bautizaron como la Padania, por no querer subsidiar a un Sur más pobre. Por si faltaba algo llegó la pandemia, y el fracaso de todas estas formaciones políticas, sumado a la falta de unión y soluciones por parte de la izquierda, han permitido, esta vez sí, a los neofascistas de Fratelli d’Italia hacerse con el poder bajo el liderazgo de Giorgia Meloni, que para mayor extravagancia lo compartirá con Mateo Salvini y Silvio Berlusconi.

Esto que ha sucedido en Italia, como hemos visto tiene sus especificidades, pero no es un caso aislado en cuanto a la tendencia política tanto en el resto de Europa como en otras latitudes. Jaroslaw Kaczynski con el partido Ley y Justicia y Victor Orban con su FIDESZ-Unión Cívica, gobiernan en Polonia y Hungría respectivamente, parece que Per Jimmie Akesson de Demócratas en Suecia hará lo mismo. Marine Le Pen con su Agrupación Nacional, Santiago Abascal con VOX, y Tino Chrupalla y Alice Weidel con Alternativa por Alemania pueden también conseguirlo. En el Reino Unido las bravatas de Nigel Farage antieuropeas llevaron a los conservadores liderados por el payaso y populista de Boris Johnson a celebrar un referéndum sobre la idoneidad de permanecer o no en la Unión Europea, que se resolvió con la huida de los británicos del mejor invento que crearon los europeos después de la guerra. Las instituciones europeas, dominadas aún por las dos grandes familias políticas, han enmudecido porque saben que el nuevo triunvirato italiano les va a crear problemas y temen en un efecto de contagio en otros países. Pero el fenómeno es global porque todos recordamos el paso de Donald Trump por la Casa Blanca que terminó con el asalto del Capitolio por parte de sus seguidores, o las salidas de tono, y sobre todo sus políticas antisociales, del alborotador Jair Bolsonaro en Brasil, que puede que sea expulsado pronto del poder por un renovado Lula da Silva, que quisieron quitárselo de en medio enviándolo a prisión por un supuesto caso de corrupción. Esta derecha de algún modo está conectada y tiene sus propios planes.

Puede ser que sí, efectivamente, que la insistencia en las políticas de la identidad, y la omisión de las problemáticas que conlleva la llegada de inmigrantes pobres y con su propia cultura, solivianten a muchos y que terminen votando por estos líderes populistas. Siempre habrá personas que les va la marcha. Pero lo que debemos preguntarnos es el porqué personas trabajadoras y muchas veces formadas terminan votando a estas formaciones políticas. También porque muchos se quedan en casa y no van a votar por las izquierdas. Y puede que una de las explicaciones, más allá de lo que he anotado hace un momento y que si se fijan bien ha sido el lema de Giorgia Meloni, sea que desde la revolución neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la socialdemocracia abandonó sus principios y fue adoptando el ideario de la derecha, y el resto de la izquierda puede que no haya superado aún la desaparición de la Unión Soviética, y se agarre antes a cualquier clavo ardiente, aunque nada tenga que ver con nuestras sociedades, en lugar de registrar plenamente la realidad que nos rodea, nos envuelve, nos embrutece, y nos complica la vida. Tanto unos como otros harían bien en ver que hay una tensión entre diferentes formas de entender la derecha, que es extrapolable a formas de pensar que no son sólo occidentales, que puede barrernos a todos sin inmutarse. La Guerra de Ucrania, si dejamos de lado la propaganda y el sufrimiento del pueblo ucraniano que está muriendo masacrado, es precisamente esto que estoy diciendo.

En la película La gran belleza de Paolo Sorrentino podemos ver el proceso de decadencia italiana, esa falta de expectativas, de sentido en la vida, una crítica mordaz y descarada a la vida como espectáculo, y hasta uno de estos grandes hombres que «levantaron Italia» que termina arrestado por la policía. No hemos hablado aquí de la Mafia, tan presente en poder y en la cultura popular italiana. Por no decir del poder de Vaticano. El Papa Francisco dice cosas sensatas pero sus seguidores por lo que se ve no le hacen caso. Los caminos del señor de las tinieblas son inescrutables, pero todo tiene su debida explicación. El problema es que, aunque conozcamos los procesos políticos somos incapaces de actuar en consecuencia para evitar los desastres. Podemos si queremos también darle la vuelta al argumento como a un calcetín: hoy ha sucedido esto, pero mañana puede suceder lo contrario porque el futuro no está escrito. Falta algo. Putin, claro, le va muy bien que Europa se desestabilice, por eso ha apoyado este tipo de grupos del que hoy aquí hemos hablado, como hacen lo propio por los mismos motivos los Estados Unidos, China, y cualquier potencia que hoy juega en este nuevo y peligroso paradigma.


 

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 3 Octubre 2022