Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley – por Francesc Sánchez
El mito griego de Prometeo nos cuenta la historia de este Titán, protector de la especie humana, que roba el fuego del Monte Olimpo para ofrecérselos a los hombres, y por esta razón es castigado por Zeus con una tortura eterna: ser encadenado en las montañas del Cáucaso donde un águila le comerá una y otra vez su hígado. Mary Shelley en 1818 se inspira en este mito y publica Frankenstein o el moderno Prometeo, una de las aportaciones fundamentales al Romanticismo y al género -que más tarde- se conocerá como terror o fantástico, si queremos los inicios de la ciencia ficción, en unos momentos en que Europa está convulsa por las consecuencias de Revolución francesa y la eclosión de las nacionalidades, que paradójicamente se produce con la difusión de las ideas ilustradas por Napoleón a punta de bayoneta.
El punto de partida del nuevo Prometeo es el de un joven suizo apasionado con las ciencias, llamado Víctor Frankenstein, que acude a la ciudad universitaria de Ingolstadt para obtener todo aquel conocimiento sobre las ciencias naturales. Sus referentes son el filósofo, alquimista y obispo Alberto Magno, que afirmaba que «la función de la ciencia natural no es simplemente aceptar lo que se nos dice, sino investigar las causas de las cosas naturales», el médico, alquimista y ocultista Cornelio Agripa, que afirma que «Dios ha creado al mundo, pero su ejecución depende de sus servidores», y el médico y alquimista Paracelso, que es considerado el padre de la toxicología, y que afirmaba que «sólo la dosis hace al veneno». El joven Frankenstein apuesta fuerte decidiendo no sólo crear vida allá donde no la hay, si no donde previamente ha habido muerte, considera a esta misma como una enfermedad, y su anhelo es superarla, pero una vez logrado su fin creando un nuevo ser, confeccionado con retales de cadáveres y con apariencia de un ser humano monstruoso, horrorizado del resultado, se desentiende de su obra.
El nuevo ser es rechazado por los hombres por su apariencia física, y esto le genera un gran resentimiento, algo que, no obstante, no le desmoraliza, si no que por el contrario le lleva adquirir a el lenguaje y el conocimiento. Y lo hace a hurtadillas con la minuciosa observación de una familia campesina y el hallazgo en el bosque de tres libros. Las lecturas de este nuevo ser serán Vidas paralelas de Plutarco, El paraíso perdido de John Milton, y Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe. Es pues en este proceso de infortunio, pero también de aprendizaje, en el que Mary Shelley nos muestra que el hombre es dueño de su destino, pero al mismo tiempo está determinado por acontecimientos cruciales en su vida. Esta paradoja encaja perfectamente con el mito griego de Prometeo, que habiendo llevado el fuego a los hombres por esto mismo al transgredir las leyes del Olimpo es condenado por Zeus a un suplicio permanente. El nuevo ser cuando se muestra a la familia campesina vuelve a ser rechazado y esta vez dirige todo el resentimiento hacia su creador. Desde ese momento asistiremos a una venganza preventiva y a una extorsión hacia Víctor Frankenstein so pena de terminar con la vida de todos sus seres queridos si este no se aviene a crear una compañera para -llamémosla así- la abominación.
No deja de ser interesante que el padre de Mary Shelley fuera William Godwin, uno de los precursores de las ideas progresistas y utópicas que inspiro a los autores románticos. Esto me obliga a mencionar unas veladas en Villa Diodati cerca de un lago y de la ciudad suiza de Ginebra, que se iniciaron el 16 de junio de 1816, en las que Lord Byron, Percy Shelley, John William Polidori, y la propia Mary Shelley, se propusieron competir en la escritura de relatos terroríficos. El resultado fue El Vampiro de Polidori, y el relato de Mary Shelley que hoy nos reúne en este texto. Frankenstein es un juego de espejos en el que el creador y el ser creado se reflejan: Víctor Frankenstein se siente responsable de la vendetta de su creación con sus seres queridos, aunque pudo haber salvado a la joven Justine acusada injustamente de haber asesinado a su hermano pequeño William, contando la verdad, y en realidad lo mismo podemos decir de todos sus seres queridos, y en cuanto al ser sin nombre, más allá de su odio y resentimiento en los momentos de lucidez está también condenado para siempre. Ambos, por lo tanto, también estarán hasta el final de sus vidas mutuamente encadenados.
Frankenstein dará pie a multitud de relatos inspirados y también de películas, siendo quizá -aunque no literal- la dirigida por Kenneth Branagh en 1994 la más accesible, y la más inspirada ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Phillip K. Dick, que -presumo- conoceréis todos por la adaptación cinematográfica que hizo Ridley Scott en Blade Runner. El nuevo Prometeo, como decíamos en la introducción, lidera tempranamente el movimiento romántico que en lo político será el germen de muchos Estados nación, como el alemán y el italiano, después de las revoluciones de 1948, el momento en que los pueblos sometidos se opusieron al absolutismo. El Romanticismo, contemplándolo como una reacción a la Ilustración, fue la exaltación de las emociones sobre la razón, de la libertad individual y colectiva frente a la tiranía establecida, un encuentro también con nuestra naturaleza, de ahí que no sea de extrañar que en el relato frecuentemente aparezcan las montañas, los lagos, y las flores. Pero también fue torticeramente instrumentalizado por los nacionalismos excluyentes basados en la etnia y las particularidades culturales ensalzadas en oposición a las demás, y finalmente la deshumanización mecanicista, que llevaron a Europa al desastre durante más de cien años y a los campos de la muerte. Ese es el hombre nuevo del que Víctor Frankenstein nos ponía sobre aviso hasta su último suspiro de vida.
Debo decir que estoy en deuda con un profesor de Filosofía de bachillerato, Antonio Pujol, que tanto a mi como a los demás intentó hacernos comprender a través de obras de pintores como William Turner, John Constable, Caspar David Friedrich, William Blake, y también de alguna que otra película como Remando al viento de Gonzalo Suárez o Gothic de Ken Russell, que fue aquello del Romanticismo, que en mi opinión no quería otra cosa que sembrar semillas de vida en un campo baldío. Mary Shelley en su relato tiene también tiempo en cuestionar el papel de la mujer como comparsa del hombre, claro germen del feminismo y de los derechos de la mujer que vendrían más tarde, en preferir una república a una monarquía por ser un régimen democrático y más representativo, y en señalar, cuando nos habla profusamente del viaje de Robert Walton al Polo Norte en la búsqueda del famoso paso, que sentido tuvo toda aquella carrera de los exploradores por alcanzar los confines del mundo a costa de vidas humanas. Eso fue también el Romanticismo con sus exploradores que cartografiaban espacios en blanco o arqueólogos que descubrían civilizaciones enterradas. Pero la enseñanza más valiosa de Mary Shelley quizá sea sobre los avances científicos y tecnológicos de un mundo que estaba por venir, es ahí donde Charles Darwin y James Watt se dan la mano, en una revolución integral que sin un cuestionamiento ético y responsable puede encadenarnos y destruir tanto nuestra sociedad cómo nuestras vidas.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Febrero 2022.