Las consecuencias de la caída del Muro de Berlín – por Francesc Sánchez

Cuando Günther Schabowski, el 9 de noviembre de 1989, en una comparecencia ante la prensa, convocada por la crisis que ha provocado el movimiento de alemanes hacía todas partes, sentencia que éstos pueden cruzar «de inmediato» los puestos fronterizos con Berlín Oeste, no sólo cae el Muro de Berlín si no también el socialismo real en Europa: cae la República Democrática de Alemania, luego todo el bloque socialista en Europa oriental, y poco tiempo después la propia Unión Soviética. La causa de que esto sucediera se encuentra en las diferentes revueltas que habían aparecido muchos años antes en países como Polonia, Checoslovaquia, y Hungría, que en la República Democrática de Alemania tuvieron su eco en forma de protestas para la exigencia de una mayor apertura. Pero si debemos encontrar un factor diferente y efectivo para entender la caída del Muro de Berlín, tenemos que fijarnos en los cambios dentro del núcleo del sistema que estaba impulsando Mijaíl Gorbachov con la Perestroika (restructuración económica) y la Glásnost (transparencia informativa): esta transformación impulsada en la Unión Soviética y la doctrina Sinatra, expresada por Gennadi Gerásimov, por la que se dejaba que cada país encontrara su propio camino «a su manera», renunciando Moscú a la intervención militar, hizo posible que los regímenes socialistas efectuaran sus respectivas aperturas implosionando todo el sistema. Por lo tanto «de inmediato» desapareció el socialismo real en toda en Europa.

La consecuencia para Berlín con la caída del muro fue el reencuentro de muchas familias y amigos que durante años habían quedado separados. El Muro de Berlín se diferenciaba de muchos otros muros que han existido y siguen existiendo, en que mientras éstos otros impiden la entrada de extranjeros, éste se levantó para encerrar a los berlineses del Este y evitar que siguieran desplazándose por miles a Berlín Oeste. Pero el Muro de Berlín simbolizaba también a la perfección el Telón de Acero que separaba a los alemanes y al resto de europeos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Europa pues quedo escindida en dos mitades: Europa occidental adopto la democracia liberal, el capitalismo de mercado, y en lo militar la Organización del Tratado del Atlántico Norte, mientras que Europa oriental adoptaba la democracia popular de partido único, la economía planificada, y el Pacto de Varsovia. Desde el minuto uno estos dos mundos entraron en tensión en lo que se conoció como la Guerra Fría, y Berlín fue durante mucho tiempo el escenario donde los dos adversarios se miraban mutuamente. Mientras en Berlín Oeste se apartaban las ruinas y se procedía a la reconstrucción con una ingente inversión de capital procedente del Plan Marshal, en Berlín Este, como en el resto de la República Democrática de Alemania, se había prodedido a la extracción de todo aquello que podía reutilizarse en la Unión Soviética: el resultado fue una prolongación de las penurias económicas, que, como decíamos más arriba, se tradujo en un incesante movimiento de personas hacía Berlín Oeste. Entonces fue cuando las autoridades de la República Democrática de Alemania el 13 de agosto de 1961 levantaron el Muro.

La consecuencia para la República Democrática de Alemania fue su desaparición, no por su unificación con la República Federal de Alemania en un nuevo Estado, si no en la absorción que llevo a cabo esta última. Los alemanes del Este obtuvieron durante un tiempo la paridad en su moneda por lo que un marco oriental podía cambiarse por uno de occidental. Pero pronto estos mismos alemanes comprobaron las consecuencias de la adopción del sistema de libre mercado con la destrucción de la industria y la aparición del desempleo. La unificación alemana fue también un reto para la Comunidad Económica Europea ya que Alemania ahora tenía que transferir la mayoría de sus fondos a las regiones que poblaban sus nuevos compatriotas. La contra apuesta de Berlín para Europa fue el Tratado de Maastricht, por el que se establece la Unión Europea, y «se prepara la Unión Monetaria Europea: el objetivo es la desaparición de las monedas nacionales y la adopción de una moneda en común en la reciente creada eurozona». En cuanto a la Europa que quedaba fuera de la Unión Europea podemos hablar de tres tipologías de procesos. En el primero tenemos aquellos países en los que la apertura ha llevado al abandono del sistema socialista y la adopción del sistema capitalista a través de un plan de choque, prescindiendo de cualquier tipo de estado del bienestar, y que los llevaría muy pronto a llamar a las puertas de la OTAN y de la Unión Europea. El proceso fue más o menos pacifico, pero tenemos la excepción de Rumania donde la resistencia de Ceausescu terminó en un baño de sangre. En la segunda tipología tenemos los países que surgieron durante el desastre de Yugoslavia, cuando cada república abandona el comunismo y adopta el nacionalismo, en algunos casos irredento. Proceso por el que se produce una serie de guerras de secesión y conquista que provocaron más de 150.000 muertes. Finalmente, la última tipología, tenemos los países que surgieron tras la implosión de la propia Unión Soviética. El 8 de diciembre de 1991, las repúblicas fundadoras de la Unión Soviética, Rusia, Ucrania y Bielorrusia, contrariamente a la voluntad de sus pueblos expresada en un referéndum, firman el Tratado de Belavezha, y la superpotencia deja de existir como estado y como realidad geopolítica.

Para los europeos la caída del Muro de Berlín supuso un reencuentro, una esperanza, y nuevos mercados. Sin embargo, para los Estados Unidos la caída del Muro de Berlín y la respectiva caída «de inmediato» del socialismo real fue la prueba de que había vencido en la Guerra Fría. Creo que es suficiente con lo dicho hasta ahora para comprender que la Guerra Fría fue ganada por los Estados Unidos por la incomparecencia del contendiente, pero por parte de Washington esto fue interpretado como una victoria. El historiador Francis Fukuyama sentenció que con la victoria de la democracia liberal estábamos ante «el fin de la historia». Se imponía la multilateralidad en la resolución de los conflictos, y se generaban grandes coaliciones para hacer respetar el derecho internacional, como aquella que echó a Sadam Husein de Kuwait en 1991, pero todo aquello fue en gran medida un espejismo. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron tanto una prueba que los Estados Unidos podían ser golpeados como la carta de presentación en sociedad del terrorismo islámico. Desde entonces el mundo se ha convertido en lugar más conflictivo e inseguro: la supremacía global de los Estados Unidos en los conflictos que ha iniciado ha sido puesta en entredicho, y lo más importante, asistimos una vez más a la formación de bloques antagónicos que ponen orden en el desorden. El propio cuestionamiento de la globalización económica y cultural en el núcleo de los países que la idearon y pusieron en funcionamiento al finalizar la Segunda Guerra Mundial prueba que el optimismo que muchos tuvieron aquel 9 de noviembre de 1989 fue algo del momento.

En cuanto a Europa, la gran beneficiada de la caída del Muro de Berlín, hoy, 30 años después, frente a la emergencia del populismo patriótico y los fundamentalismos anda muy perdida porque no se atreve a emanciparse. Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha mantenido una posición subalterna que le ha permitido crecer interiormente pero no lo suficiente para abandonar la fragilidad que causa la fuerza de los mercados y los retos tanto locales, regionales, y globales. Frente a la decepción de Donald Trump con su política de hacer grande América de nuevo, el resarcimiento de Rusia de Putin tras el desastre, la ascensión de China como la fabrica del mundo, la irrupción del terrorismo islámico, las guerras en Oriente Medio, y la emergencia de los desheredados del planeta que llaman a sus puertas, hoy se impone que Europa no pierda el tiempo en peleas estériles internas y de el paso hacía la edad adulta.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 20 Noviembre 2019.