Un paseo por Ripoll – por Francesc Sánchez

Salir de Barcelona en tren es como salir de una inmensa madriguera. Así se puede definir a los túneles que hay en el subsuelo de la ciudad por los que circulan estos modernos roedores que son los trenes del ferrocarril y del metro. Me encuentro subido en un tren regional con destino a Ripoll, un pueblo que por su historia medieval es considerado la cuna de la cultura catalana, con no mucho más de 11.000 habitantes, y que se encuentra a un centenar de kilómetros de la metrópoli. Nada más salir de la ciudad noté un descenso de la temperatura y un cambio en la presión atmosférica que me taponaba los oídos. En una estación en la que no presté atención a su nombre en un momento dado se llenó el tren de gente porque su convoy se había estropeado. Era el tren anterior al mío que hacía parada en todas las estaciones por lo que el mío iba a hacer lo propio. Montañas y niebla. Cuando llegamos a la plana de Vic la temperatura empezó a descender de nuevo. Cuando salimos de Sant Quirze de Besora aparecen más montañas, levantándose, ya cerca de mi destino, los Pirineos con sus cumbres blancas por las primeras nieves del año. Una de estas cumbres más altas es la del pico del Puigmal que se alza hasta los 2.910 metros, no muy lejos de la Vall de Nuria, que se accede desde el pueblo de Ribes de Freser. Cruzamos un rio, es el Ter, y más tarde de lo previsto llegamos a la estación de Ripoll, nuestro destino. Bajas del tren y hace frio, pero al ser seco se soporta bien. A lo lejos, las montañas.

Empiezo a andar por el carrer del Progrés, pudiendo ver a lo lejos la gran torre del Monasterio que parece que quiere sobresalir de algún modo, hasta que encuentro una cafetería donde me tomo un primer café de rigor. Es la primera vez que visito Ripoll por lo que mi intención es visitar lo que se considera más emblemático y hacerme una idea general del pueblo. Continúo mi marcha hasta que llego a la orilla del rio, donde puedo ver un mercadillo de comestibles y ropa, muy cerca de los puentes, donde puede contemplarse un par de pancartas: la primera por los presos políticos o políticos presos, y la segunda invitando a todos a la república catalana. La parte más importante de Ripoll queda encorsetada entre dos ríos, el Freser y el Ter que confluyen justo en este punto. Todo el pueblo está lleno de puentes. Cruzo por el tercero y a través de unas callejuelas llego a una gran esplanada en las que hay dos plazas, una pegada al lado de la otra la del Ayuntamiento y la del Monasterio, donde se levantan ambas moles. El poder civil o político, con su lazo amarillo de rigor y una pancarta en la que pone “democracia”, y el poder religioso o espiritual, uno bien cerca del otro.

Quiero visitar el Monasterio, y cómo me suponía aquí hay que pagar, cómo si este lugar no formara parte de nuestro Patrimonio y si no pagáramos todos ya con nuestros impuestos, por lo que entro en la oficina de Turismo para sacar una entrada: después de intentar regatear el precio, y no disponer del carnet del Club Super 3 que me permitiría entrar gratuitamente, saco una entrada normal que me cuesta 5.50 euros. En el mismo espacio puedo ver una pequeña exposición y un audiovisual en donde te cuentan que el que puso la primera piedra del Monasterio en el año 879 fue el conde Guifré el Pelós, puesto por los francos para defender y repoblar la Marca Hispánica: un territorio salvaje que hacía de barrera de contención del islam. Guifré el Pelós (840-897) fue conde de Barcelona, de Osona, de Girona, Urgell, Cerdanya, y Conflent. Amo y señor de todo esto. Pero lo más importante es que dejó en herencia sus posesiones a sus hijos e inicio la dinastía condal de Barcelona. Este fue el origen de la identidad política catalana en la Edad Media. Guifré el Pelós fue muerto en combate con los musulmanes y enterrado en el Monasterio. La otra figura histórica importante vinculada al Monasterio es el Abat Oliba (971-1046): conde de Berga y Ripoll cede sus posesiones a sus hermanos para tomar los hábitos y lleva a cabo tres iniciativas significativas: fundar el Monasterio de Montserrat e iniciar la construcción de la catedral de Sant Pere de Vic, dar impulso a la traducción y copia de manuscritos árabes, y el establecimiento de la Pau i treva de Déu, por la que se prohibía hacer la guerra durante un tiempo determinado y se facultaba a los templos cristianos como lugar de refugio y por lo tanto seguro.

Pues bueno entro en el Monasterio y lo primero que me encuentro es la gran portalada románica del siglo XII en forma de arco del triunfo, que originariamente era policromada, en la que podéis ver escenas bíblicas, motivos vegetales y geométricos, que te da paso a la Iglesia de Santa Maria de Ripoll. El templo es macizo, imponente, en forma de T, una gran nave central que termina en un gran transepto, en el que su centro está el ábside dedicado a la Mare de Déu. En el templo hay un féretro de piedra en el que dicen que siguen estando los restos de Guifré el Pelós. Sus descendientes también fueron enterrados aquí, pero en el contexto de la invasión francesa de 1794 y los disturbios e incendios de 1835, las tumbas fueron profanadas. Adosado a la Iglesia se encuentra el claustro. Pero antes prestemos atención por un momento a una necrópolis que podría ser de la época tardo romana o visigótica, en cualquier caso, anterior al Monasterio, en la que se encontraron 65 sepulturas. En cuanto al claustro, tiene dos pisos: su parte inferior es de estilo neo-románico, la superior ya es de un estilo bastante posterior. Me encontré un búho o lechuza que no se bien que hacía ahí. Por lo dicho hasta ahora no deberíais pensar que el Monasterio que hoy podéis contemplar es una construcción de la Edad Media, pues todo el complejo fue reconstruido bajo el impulso del obispo Josep Morgades en el contexto cultural de la Renaixença. En el Monasterio pagando más podéis contratar una visita guiada, pero me supongo que tampoco os van a decir nada si os sumáis al grupo para prestar atención.

Muy cerca del Monasterio se encuentra el Museo Etnográfico en el que entré para informarme de cuanto me iba a costar la entrada. Los profesores y los periodistas entran gratis, pero como yo no llevaba ninguna de estas acreditaciones lo máximo que podía alcanzar era una entrada reducida con mi carnet de estudiante. Decidí dejarlo para la tarde. Rodeé el Monasterio y me dirigí hacia las callejuelas para buscar algún lugar donde comer algo: después de ver algunos menús ni caros ni baratos, decidí ir a lo practico, y entrar en un Donner Kebab, donde puedes comer por menos de seis euros. Cuando terminé me fui a tomar unas fotografías del Ter y los puentes, y luego a tomarme mi segundo café solo de rigor. Por lo que me enteré, aunque a tiro de piedra están los Pirineos con sus cumbres blancas, aquí la nieve suele llegar en enero. Me juego lo que sea que este año las nevadas llegaran antes. Cuando me fui de la cafetería me recorrí mejor las callejuelas: por estas mismas calles habrían pasado cientos, si no miles de veces, los jóvenes terroristas que mataron en las Ramblas de Barcelona y en el Paseo Marítimo de Cambrils, y que terminaron muriendo, unos por su propia mano mientras fabricaban bombas, y otros, acribillados por la policía. La comunidad musulmana en Ripoll, entre quinientas y mil personas, en su momento se mostró consternada.

Decido volver al Etnográfico. Pago mis tres euros de entrada reducida y no puedo dejar de recordar que no hace tanto en el Museo de Bellas Artes de Rennes mostrando mi carnet de estudiante de Historia no tuve que pagar la entrada. El museo tiene tres plantas. En la planta baja puedes ver el audiovisual de rigor en el que te cuentan quién, cómo, y porqué se creó el museo, allá por el año 1929, considerándose el primero de este tipo en Cataluña. En el museo, empezando por la segunda planta, podéis ver colecciones de utensilios de los oficios y la vida de la región, desde herramientas de campo, a camisones de mujer, pasando por una colección bastante contundente de armas de fuego, y un espacio en el que podéis escuchar leyendas de la comarca, como la del Conte Arnau. En el museo también está el Scriptorium, donde dicen que te enseñan el proceso de los copistas medievales, y la Fragua Palau, pero ambos espacios estaban cerrados, y para verlos hay que concertar y pagar unas visitas aparte.

Hubo un tiempo en el que en estas comarcas había numerosas colonias textiles, que aprovechaban las aguas del rio Llobregat, pero también del Ter y el Freser, donde los trabajadores y sus familias disponían en estos lugares de todo aquello necesario para su vida: podemos verlo como una ventaja o una reclusión. Este fue el incipiente proceso de revolución industrial en Cataluña en donde unos cuantos ganaron mucho dinero y otros, los más, apenas sobrevivían. Fue un momento en el que el sindicato anarcosindicalista de la CNT tuvo una importante presencia en la región. Ahí tenemos la otra historia identitaria. Está más soterrada. Pero de todo esto en Ripoll ya no queda nada.
Ya termina mi visita. Callejeando, cruzando de nuevo el puente, y desandando mi camino, me voy a la estación, mientras se va apagando la luz. Pero antes decido tomarme mi último café: hago el amago de entrar en un bar, pero está atiborrado de gente, por lo que decidido seguir andando hasta que encuentro otro, mucho menos concurrido. Mientras me tomo el café y leo los titulares del Diari del Ripollès me viene un chaval vendiéndome calcetines. Pues nada, hago tiempo en la estación, hasta que, caída la noche, aparece el tren regional que me llevará de nuevo a Barcelona. Ya abordo se agradece que desde hace unos años los asientos sean confortables y no duros como los de cercanías, pero no prestaron atención que al meter los asientos solo hacía un sentido, y el tren al no cambiar este mismo sentido, muchas veces vamos de culo.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Noviembre 2018.