Detrás del Atlántico Norte – por Francesc Sánchez

La muerte de Franco hizo posible el proceso de la transición a la democracia en España. Pero este proceso, en el cual los franquistas se convirtieron en demócratas y la oposición en el colaborador necesario, conllevaba una serie de lastres y compromisos que de una u otra manera se mantienen hasta nuestros días. Mientras la joven democracia nacía con una amnesia con respecto a su pasado más reciente, y evitaba por lo tanto cualquier tipo de justicia para los perdedores de la Guerra Civil y para las víctimas de la dictadura, se mantenía una estrecha relación con los Estados Unidos, ya iniciada en la temprana fecha de 1953, cuando el dictador y Eisenhower firman los acuerdos de Madrid, por los que los estadounidenses obtienen la autorización para la construcción de cuatro bases militares (Torrejón, Zaragoza, Morón y Rota), y por los que España después de una década de autarquía y ostracismo internacional, vuelve a abrirse progresivamente al mundo. Paradójicamente la superpotencia americana después de vencer al nazismo alemán y al fascismo italiano se aliaba con el franquismo porque al finalizar la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética se convirtió en el nuevo adversario en lo que comúnmente se ha venido a conocer como la Guerra Fría: un enfrentamiento total entre el capitalismo y el comunismo en el que Franco, declarado liberticida y anticomunista, se sentía muy a gusto. Esta relación, como decíamos, se va a mantener durante estos tiempos transitivos, rubricándose en 1976 un Acuerdo de Amistad y Cooperación, en el que se establece un consejo consultivo compuesto por funcionarios de ambas naciones, válido hasta 1982. Esto era la adecuación a los nuevos tiempos, y como veremos la adhesión de España a la Alianza Atlántica va también en esa sintonía. No obstante no adelantemos acontecimientos. Por aquel entonces todas las cancillerías occidentales, aunque deseosas en su mayoría de la integración de España en la OTAN, son categóricas al exigir al país antes su democratización.

Las Fuerzas Armadas españolas, compuestas por levas obligatorias y con pertrechos y armamento anticuados, estaban comandadas mayoritariamente por oficiales que en su juventud participaron en la Guerra Civil, y que tras la victoria de los nacionales, estaban a las órdenes del dictador. Por lo tanto ahora, en estos tiempos transitivos, lo que se requería era la obediencia al estamento civil, a un gobierno elegido por sufragio universal, que podía estar compuesto incluso por los descendientes de los que perdieron la Guerra Civil. Por estas razones la integración de España en la OTAN fue vista por muchos finalmente como la solución para modernizar al ejército y sujetarlo definitivamente al estamento civil. Pero no adelantemos nuevamente acontecimientos porque por aquel entonces, aunque en nuestro imaginario colectivo es un lugar común pensar en cuando nos referimos a estos años en el Espíritu de la Transición (es decir el consenso en lo fundamental entre las fuerzas políticas mayoritarias), por lo que respecta a la cuestión de la integración o no de España en la OTAN se rompe esta imagen: mientras la derecha, y el centro derecha hegemónico son partidarios claramente de la adhesión, la izquierda socialdemócrata y los comunistas, no solo se oponen exigiendo un referéndum consultivo vinculante, sino que incluso quieren también la evacuación de las bases estadounidenses. Esto es importante saberlo porque los socialistas por aquel entonces, al contrario de lo que mantendrían una vez en el poder, quieren una defensa y una política exterior independientes, que apueste por el neutralismo activo, semejante a la de los países nórdicos europeos y cercana a las de las naciones del Tercer Mundo, en la búsqueda de una solución pacífica de los conflictos armados.
Sin embargo, durante estos años que van desde la muerte del dictador en 1975 hasta la adhesión de España en la OTAN por parte del gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo en 1982, el mundo iba por otro camino. La guerra civil en Afganistán se intensifica en 1979 cuando la Unión Soviética decide acudir en auxilio del gobierno comunista con las divisiones regulares del Ejército Rojo y se enfrenta a unos muyahidines, armados por los Estados Unidos, entrenados por Pakistán, y financiados por Arabia Saudita. Simultáneamente en Irán se estaba germinando una revolución que estalla ese mismo año expulsando del poder al Shah Mohamed Reza Pahlevi para colocar en su lugar al ayatolá Jomeini convirtiendo al país en una República Islámica. El Shah es acogido en los Estados Unidos como exiliado y esto provoca en Teherán el asalto de la embajada americana y la toma de 52 rehenes estadounidenses, que Washington intenta rescatar mediante una operación militar que termina convirtiéndose en un desastre. La guerra de Afganistán que se extenderá en el tiempo durante diez años se convierte para Leonid Brézhenv y sus sucesores en un pozo sin fondo que se traga jóvenes soldados, recursos militares y económicos, realidad que en cierta forma deviene en una de las razones del posterior colapso soviético. En cuanto a la revolución islámica de Irán hace emerger un nuevo poder en la región liderado por Jomeini, autónomo de las dos superpotencias, que considera a los Estados Unidos como el Gran Satán, y que con la Crisis de los Rehenes precipitará el fracaso de Jimmy Carter en las elecciones presidenciales.

Mientras tanto en el continente europeo se iba a iniciar lo que se vino a llamar como la Crisis de los Euromisiles que se extendería en el tiempo desde 1979 a 1987. Este conflicto, no tan diferente a la Crisis de los Misiles en Cuba, se inició cuando los soviéticos ubicaron cerca de su frontera los misiles nucleares de medio alcance SS-20, y la OTAN respondió con un plan para instalar más de quinientos misiles Pershing y Cruise en el Reino Unido, Alemania, Italia, Bélgica, y Holanda. Paradójicamente este rearme de la OTAN se produce mientras los dos bloques negocian tanto la reducción de su arsenal atómico en los Acuerdos SALT II como la reducción mutua y equilibrada de tropas (MBFR) en Europa central. Los Euromisiles fueron una posición de fuerza promovida por el núcleo duro de la OTAN que dividió a los estados miembros de la Alianza y provocó protestas alentadas por la izquierda en las calles de todo el continente.

La Guerra Fría ponía encima de la mesa de juego desde lo más grande, las armas atómicas, hasta lo más pequeño y secreto. Este es el caso de la Red Stay Behind que operó en multitud de países europeos bajo el patrocinio de la CIA, la OTAN, y los servicios secretos de cada país. La Stay Behind de alguna forma se inspiraba en la existencia y acciones de los partisanos en los países ocupados por los alemanes e italianos durante la Segunda Guerra Mundial, solo que esta vez se había procedido a la creación preventiva de multitud de células durmientes que serían activadas en una hipotética invasión soviética tanto para evacuar a los gobiernos occidentales y personalidades, como para realizar acciones de sabotaje. En 1990 se desencadenó el escándalo en Italia cuando el presidente Giulio Andreotti hizo pública la existencia de la Operación Gladio (la Stay Behind en este país), y posteriormente la mayoría de gobiernos europeos hicieron lo propio. Por aquel entonces en España el Ministro de Defensa Narcís Serra manifestó que desconocía la existencia de esta red de comandos ordenando una investigación que hasta el momento no se ha hecho pública. Pero el asunto se vuelve más tenebroso. El Parlamento Europeo, el 22 de Noviembre de 1990, emite una resolución denunciando existencia de diferentes redes Gladio en multitud de países europeos, vinculándolas a acciones terroristas, con el objeto de intervenir en la vida política de los países afectados. Esto hacía referencia a que en Italia paralelamente a la Stay Behind, durante «los años del plomo», grupos de extrema derecha crearon su propia Red Gladio con unos objetivos más siniestros e inconfesables, dejando un rastro de muertes con múltiples atentados terroristas, como la matanza en la estación de Bolonia que perpetró en 1980 la organización Ordine Nuovo. El periodista Xavier Vinader en una investigación sobre los atentados de Atocha de 1977 contra los abogados laboralistas de Comisiones Obreras y el Partido Comunista, llegó a afirmar que miembros de la extrema derecha italiana participaron en la matanza. Días después de la resolución en el Parlamento Europeo en una Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados, el diputado de Izquierda Unida Antonio Romero le preguntaba al Ministro de Defensa por las implicaciones españolas en la Red Gladio, vinculando Romero esta Red con «unas tramas negras» que habrían mantenido una estrategia de tensión y desestabilización en Italia con el objetivo de impedir el acceso al poder del Partido Comunista. Narcís Serra le dice a Romero que en España durante la dictadura no había necesidad de esa operación porque el propio régimen dictatorial excluía y reprimía a todos los partidos políticos de la oposición, pero que en cualquier caso una cosa era la Red Gladio, que existía con otro nombre en otros países, en la que el primer gobierno socialista en el año 1982 decide no participar (habla concretamente de la ACC), y otra distinta «las tramas negras» de la ultraderecha italiana.

La adhesión de España en a la OTAN, aunque siempre se esgrimía el peligro de un zarpazo marroquí sobre las Islas Canarias, y sobre todo sobre las ciudades de Ceuta y Melilla (no incluidas en el tratado atlántico), no obedecía realmente a ninguna amenaza exterior sino más bien a esta modernización de las Fuerzas Armadas y a la integración en las estructuras internacionales. Para los Estados Unidos fue tanto una forma de mantener las bases militares, brindando la Península Ibérica un excelente portaaviones y en el peor de los casos un territorio desde el que poder contraatacar a un ataque soviético total, como su influencia militar, política y económica en el país bajo una imagen más asumible. Esto no era ninguna broma, para Washington había un precedente a tener muy en cuenta. La reciente Revolución de los Claveles en Portugal (25 de abril de 1974) además de precipitar el final de la dictadura del Salazarismo puso en estado de alerta a los Estados Unidos: el ascenso de los comunistas al poder hacía peligrar su presencia en las bases en las Islas Azores, y desde luego, era un mal ejemplo a seguir por los españoles. Por esto los Estados Unidos estaban muy interesados en que la llegada de la democracia a España se produjera en orden, progresivamente y moderadamente, para mantener, o incluso acrecentar, su influencia en el país. La adhesión de España en la OTAN se produce finalmente el 20 de Mayo de 1982, durante el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo, dos años después de la celebración en Madrid de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que exigía neutralidad en un anfitrión, y dos meses antes de la renovación del Acuerdo de Amistad y Cooperación entre España y los Estados Unidos.

Los socialistas cuando llegan al poder se encuentran con el país dentro de la Alianza Atlántica pero mantienen su promesa de un referéndum consultivo que llevan a cabo en el 12 de Marzo de 1986. Sin embargo, su postura ha cambiado y ahora pedirán el Sí bajo tres condiciones, 1. no incorporar al país en la Estructura Militar Integrada, 2. la prohibición de introducción o almacenamiento en el país de armas nucleares, y 3. la reducción progresiva de la presencia militar norteamericana. Se han barajado varias hipótesis sobre el cambio de la postura del PSOE sobre la incorporación de España en la OTAN, entre ellas las presiones de Estados Unidos y sus socios europeos, en un momento en que España ya ha logrado incorporarse a la Comunidad Económica Europea (12 de Junio de 1985); sin obviarse tampoco la intentona golpista de 23 de Febrero 1981, que para el Secretario de Estado norteamericano Alexander Haig fue «un asunto interno de los españoles», y que por lo tanto significó un aviso a navegantes para abordar la modernización y democratización de las Fuerzas Armadas. Argumento último en cualquier caso debatible porque Portugal, Grecia, Turquía mantuvieron dictaduras estando dentro de la Alianza Atlántica.

Hay una línea de pensamiento positiva que nos viene a decir que los europeos después de la Segunda Guerra Mundial se unieron para erradicar la guerra del continente por convencimiento, porque aprendimos la lección, pero por lo dicho hasta ahora no está fuera de lugar constatar que esa paz e integración europea se dio en el contexto de la Guerra Fría en donde la teoría de la Destrucción Mutua Asegurada a través de las armas nucleares hacía inviable una guerra convencional en donde hubiera un claro vencedor. Como sabemos tras el colapso del bloque comunista y la Unión Soviética (entre 1989 y 1991) los vencedores de la Guerra Fría fueron los Estados Unidos, sin embargo hoy el mundo no es más seguro que en el período de tiempo que hemos analizado en este artículo. Los conflictos de finales de los años setenta en Oriente Medio no se solucionaron si no que se enquistaron, siendo en parte, con el bautismo de fuego de los islamistas, el origen del desastre que hoy contemplamos. Las guerras entre Iraq e Irán (entre 1980 y 1988), la Guerra del Golfo (1991), y la invasión de Iraq (2003), nos explican el resto. En cuanto a Europa, la nueva Rusia resarcida de Vladimir Putin y la política de beligerancia del bloque occidental, definen nuevamente un escenario de confrontación lleno de incógnitas, en el que la OTAN vuelve a cobrar su máximo protagonismo.

Bibliografía

Hemerotecas
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Incorporación – Redacción. Barcelona, 16  Mayo 2016