Deportación – por Francesc Sánchez

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No hace muchos días se conmemoró en España con multitud de procesiones de hombres y mujeres encapuchados con capirotes la Pascua cristiana: esto hace referencia a la conmemoración del relato que nos ofrecen los cuatro evangelistas en el Nuevo Testamento (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) sobre la crucifixión y resurrección del profeta dios Jesucristo en Jerusalén hace más de dos mil años para salvarnos a todos. Pues bien, días antes de esta conmemoración, en la que nuestros antepasados sembraron parte de las semillas de Europa, se producía en el mismo continente un hecho execrable: el acuerdo económico (tasado en 6.000 millones de euros) entre la Unión Europea y Turquía  para expulsar a los refugiados que ya mismo se está ejecutando con las primeras deportaciones colectivas. Dos días después el terrorismo islamista de los comandos del Estado Islámico, en su criminal guerra de nervios hacía nuestra sociedad, sembraba de muerte Bruselas con un atentado en el aeropuerto de Zaventem y otro en la estación de Maelbeek. Los dos hechos como advertirá el lector no están relacionados entre sí pero mediáticamente y en nuestro imaginario colectivo sí que lo están: se identifica a los refugiados deliberadamente o inconscientemente potencialmente como terroristas y por lo tanto su deportación está más que justificada, y si tienes escrúpulos tan solo tienes que comprobar que dos días después del acuerdo unos jóvenes musulmanes nos matan en nuestras calles. Da igual que días antes se detuviera a Salah Abdeslan en Bruselas (el presunto cabecilla de los atentados de Paris) y que su comando antes de correr su misma suerte decidiera morir matando; también da igual que tras las víctimas que han sufrido los atentados los más perjudicados sean en primer lugar estos mismos refugiados de los que estamos hablando, y después por extensión todos aquellos musulmanes, que habiendo nacido en el continente, sus padres o sus abuelos decidieran en el pasado convertirse en inmigrantes.

Realmente lo que subyace es la precariedad y volubilidad de nuestras sociedades. Recuerdo como meses atrás ―antes del éxodo sirio hacía Europa― un asesor militar nos dijo a unos cuantos en un curso de verano lo que pensaba sobre estas migraciones: un país como España en el que hay cuatro millones de desempleados ―y yo añado dos millones de emigrantes― en un contexto de crisis económica podría llegar a acoger en condiciones a no mucho más de unas quince mil personas. Pues bien desde que se inició la crisis migratoria España ha acogido 18 refugiados. Una cifra de refugiados muy alejada de la que soportan los países de Oriente Medio que están al lado del desastre, y que como expone en estas páginas Gebrael Abou-Askar cuando habla sobre El Líbano, queda en el desamparo y rompe cualquier equilibrio económico interno. Pero esto mismo debería hacernos pensar que tipo de política migratoria y que humanitarismo está llevando a cabo la Unión Europea cuando en lugar de acoger una cifra substancial de refugiados cierra sus fronteras y empieza a deportar a muchos de los que hasta aquí han llegado. La presión migratoria sobre las islas griegas es insoportable (recordemos que Grecia está intervenida por el Banco Central Europeo), y ya no se trata solo de los refugiados sirios, también proceden de Iraq, Libia, Afganistán, Eritrea, y otros lugares más lejanos destrozados por la guerra, el hambre y la enfermedad: tal como lo veo la disyuntiva muchas veces se encuentra entre la huida del desastre o la adhesión a cualquiera que resuelva sus problemas en su propia tierra. Esto explica como personas normales dan respaldo social al Estado Islámico, Jabaht Al-Nusra, y otras entidades fundamentalistas que no toleran a aquellos que no se adhirieren a sus postulados y exigencias matándoles, y en el mejor de los casos expulsándoles de su tierra cerrándose así este infernal círculo vicioso. No, los responsables de los atentados en Europa no somos nosotros ni nuestros gobiernos, solo lo son los terroristas y contra estos se tiene que actuar sin contemplaciones, pero el bloque occidental tiene su cuota de responsabilidad por acción u omisión en el establecimiento de las nefastas condiciones, destruyendo estados (Iraq y Libia) y armando a los rebeldes (Siria), todo en nombre de la democracia y los derechos humanos, para que la existencia de la bestia y la tragedia de los refugiados sean una realidad.

Por eso, por lo que digo, puede entenderse un creciente miedo hacía el diferente, porque el enemigo lo tenemos en casa, no lo hemos tenido en cuenta suficientemente, y es fácil caer en la xenofobia (el odio hacía el inmigrante o diferente), pero lo que está fuera de lugar es que hagamos pagar a todo un colectivo lo que lleven a cabo unos cuantos. No es admisible por lo tanto que se haga esa equivalencia entre los terroristas y los refugiados, entre los terroristas y los musulmanes que en su momento fueron inmigrantes. De ahí que el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía sea un hecho execrable, no solo porque vende a los refugiados, sino porque convierte a éstos en presuntos criminales, y le sirve en bandeja de plata un componente ideológico poderoso a todos aquellos que no creen en la democracia. Todo ello bastante alejado de los valores europeos de paz y solidaridad en los que la mayoría pensaron en algún momento después del desastre de la última gran guerra, algo que siempre matizo porque para mí eso fue posible también por el equilibrio entre las dos superpotencias en permanente tensión durante la Guerra Fría, pero no por ello menos valido, y si lo queremos, también contrario a esos valores cristianos que para tantos son fundamentales en nuestra sociedad.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Abril 2016.