Revisión de Señores y vasallos del siglo XXI - por Francesc Sánchez
En el 2004 Antoni Segura publicaba Señores y vasallos del siglo XXI: una explicación de los conflictos internacionales,
y en este mismo periódico nos hacíamos eco del mismo. Las
circunstancias de la vida han querido que años después vuelva a este
texto y escriba unas cuantas palabras sobre él y el mundo que hoy
tenemos.
Sección SinRazón y Letras
Revisión de Señores y vasallos del siglo XXI
por Francesc Sánchez
El mundo que describía Antoni Segura era el que había surgido tras la implosión de la Unión Soviética. La mala situación económica, la guerra de Afganistán y la catástrofe nuclear de Chernobil, fueron retos demasiado grandes para las reformas de un Mijaíl Gorbachov que ante un intento de golpe de estado del ala más dura del ejército perdió el poder frente a un oportunista llamado Boris Yeltsin. El eterno enemigo de los Estados Unidos en la Guerra Fría se descomponía y se generaba un vacío de poder. Los halcones americanos lo tenían muy claro: se les había vencido y Estados Unidos se levantaba como la nación hegemónica. Mientras los europeos bajo la Unión Europea pensaban en un mundo multipolar (*1) los neoconservadores americanos levantaban el Imperio. El vacío de poder fue llenado por los Estados Unidos con intervenciones militares humanitarias como los bombardeos en una ex Yugoslavia que se desangraba con enfrentamientos étnicos, y por guerras por el dominio de reservas energéticas como la que se hizo contra Iraq cuando esta nación invadió Kuwait.
El problema de fondo es que mientras se generaba ese vacío de poder que los Estados Unidos empezaban a llenar otros también lo llenaban. Los amigos de los norteamericanos en la guerra de Afganistán contra el ejército rojo, es decir los muyahidines financiados, armados y entrenados por Pakistán, Arabia Saudita y por Estados Unidos, barruntaron que si habían vencido a los soviéticos también podrían vencer a los norteamericanos. El peligro estaba ahí en forma de atentados contra personas e intereses norteamericanos pero no se les hizo suficiente caso.
Todo cambió tras el 11 de Septiembre de 2001 cuando la organización Alqaeda secuestro cuatro aviones y los lanzó sobre el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono. Este fue el momento aprovechado por los neoconservadores que estaban alrededor del presidente Bush para poner en marcha un plan ideado años antes. La idea siempre fue el mantener un enemigo exterior para unir al pueblo americano en una especie de misión universal para establecer la democracia alrededor del mundo. Como en el pasado el enemigo lo fue la Unión Soviética ahora lo sería el terrorismo internacional de cuño islámico y los países que le dieran soporte, bajo la denominación de Eje del Mal, integrado según la conveniencia del momento por Afganistán, Iraq, Irán, Corea del Norte, y el país que fuese necesario (*2). La guerra contra el terrorismo internacional golpeó el Afganistán de los talibanes porque acogía a miembros de Alqaeda, pero también fue la doctrina utilizada para deshacerse de un viejo enemigo: el Iraq de Sadam Husein. El que había sido un perfecto aliado de occidente frente al Irán chiita de Jomeini ahora se convertía en un perfecto enemigo que disponía de armas de destrucción masiva y mantenía lazos con el terrorismo internacional. De nada sirvieron las multitudinarias movilizaciones en contra de la guerra y la falta de una resolución ad hoc en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Iraq fue bombardeado y ocupado hasta nuestros días para imponer primero un gobierno colonial y después una democracia maleable para que Estados Unidos pudiera controlar las importantes reservas petrolíferas del país. El poder duro, nuevamente, había llevado a una nación, que en los momentos álgidos del panarabismo conoció un importante desarrollo tanto social como económico, a la era preindustrial. Las armas de destrucción masiva nunca se encontraron.
Sin embargo todo iba a cambiar de nuevo imprevistamente. La crisis financiera global que se inició en los Estados Unidos con las hipotecas subprime se llevo por delante a la administración Bush. Los republicanos perdieron las elecciones presidenciales frente a los demócratas y Barak Obama se convirtió en el primer presidente negro de Estados Unidos. Desde entonces el ejército americano sigue en Afganistán y en Iraq −no olvidemos tampoco la intervención aérea en Libia− pero no ha habido una nueva guerra. Barak Obama, aunque solo fuera de palabra, en un discurso en la universidad de El Cairo hizo un acercamiento al Islam y al mundo árabe. Entonces iba a pasar algo extraordinario.
En el 2011, tras la inmolación del joven tunecino Mohamed Bouazuzi, estalló la revuelta en todo el mundo árabe: Ben Alí se marcho de Túnez, Hosni Mubarak dejo el poder en Egipto, Muamar el Gadafi murió en manos de su pueblo tras una guerra civil y la zona de exclusión aérea en Libia que llevaron a cabo europeos y norteamericanos. En Yemen el presidente Ali Abdullah Saleh también tuvo que dejar el país. En Bahrein la revuelta fue barrida. Las protestas llegaron también, aunque débilmente, a Marruecos, Argelia y Jordania. Finalmente en Siria la revuelta terminó convirtiéndose en una desgarradora guerra civil. Baschar Al-Assad apoyado por Irán, Rusia y −tacitamente− China se mantiene en el poder desangrando a una oposición apoyada por Qatar, Arabia Saudita y −tacitamente− Estados Unidos. Esta convulsión en el mundo árabe puede que tuviera un inicio espontáneo pero se estaba gestando desde el desmoronamiento del panarabismo del que ahora tenemos ya el acta de defunción: el mismo que impulsó Nasser y trajo las independencias tras las descolonizaciones. El viejo sistema socialista se pudrió al mismo tiempo que se liberalizaba la economía y aumentaba la pobreza y la corrupción. Aquellos que durante el régimen de partido único fueron más contestatarios y reprimidos son las fuerzas que hoy gobiernan Túnez y Egipto.
¿Qué conclusiones podemos extraer de la revuelta árabe? La primera es que un pueblo −con más o menos hambre− se ha plantado ante toda una serie de gobiernos autocráticos y en algunos casos los ha hecho caer dando paso a regimenes democráticos. La segunda conclusión que podemos barruntar es que occidente esta vez ha dejado hacer −cuando no ha apoyado directamente− al pueblo árabe convirtiéndose en su aliado. Estados Unidos esta vez ya no es esa nación odiada por las masas en el mundo árabe, bien al contrario puede que sea amada, porque ha dejado caer regímenes leales como el egipcio y ha participado activamente militarmente en la destrucción de otros como el libio. La tercera conclusión es que afortunadamente Alqaeda ha quedado más desarticulada, y no lo ha sido por la vía militar si no por la ideológica: la revuelta árabe ha demostrado que los árabes musulmanes pueden ganar elecciones y pueden gobernar. Esta última argumentación tira por tierra tanto la doctrina de los neoconservadores norteamericanos como a la teoría de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones, en la que expone como Islam y democracia son incompatibles.
Pero un momento. Recapitulemos. Los neoconservadores y los islamistas cambiaron el mundo pero este ha terminado siendo de una manera diferente a lo que ellos esperaban. Mientras los estados que componen la Unión Europea permanecen sumidos en la crisis económica emergen nuevos estados con un alto crecimiento económico, como es el caso de China, La India y Brasil. Tampoco debemos olvidarnos del caso de Rusia, que dispone de importantes reservas en hidrocarburos y un ejército imponente. No habrá quién no considere que se han podido cumplir una serie de objetivos tanto para los islamistas, cuanto menos los moderados, que se han hecho el poder, como para los norteamericanos, que apoyando las revueltas, se han quitado de encima un regimenes ciertamente aliados pero incómodos, al tiempo que su imagen en el mundo árabe ha mejorado. Después de todo quizá nunca se habían ganado tantas batallas y reservas petrolíferas de golpe utilizando el poder blando, esta vez de Barak Obama.
Anotaciones:
(*1) En el mundo multipolar de los europeos la fuerza militar pasaba a segundo plano. Se puede decir que necesariamente porque los europeos no tienen un ejército en común sin no muchos y a años luz del norteamericano.
(*2) En algunos think tank neoconservadores como The Project for the New American Century (PNAC) antes del 11S se fue dibujando la senda a seguir.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Octubre 2012.
Artículo relacionado: Señores y Vasallos del Siglo XXI, libro de Antoni Segura - por Teresa Galeote
Sección SinRazón y Letras
Revisión de Señores y vasallos del siglo XXI
por Francesc Sánchez
El mundo que describía Antoni Segura era el que había surgido tras la implosión de la Unión Soviética. La mala situación económica, la guerra de Afganistán y la catástrofe nuclear de Chernobil, fueron retos demasiado grandes para las reformas de un Mijaíl Gorbachov que ante un intento de golpe de estado del ala más dura del ejército perdió el poder frente a un oportunista llamado Boris Yeltsin. El eterno enemigo de los Estados Unidos en la Guerra Fría se descomponía y se generaba un vacío de poder. Los halcones americanos lo tenían muy claro: se les había vencido y Estados Unidos se levantaba como la nación hegemónica. Mientras los europeos bajo la Unión Europea pensaban en un mundo multipolar (*1) los neoconservadores americanos levantaban el Imperio. El vacío de poder fue llenado por los Estados Unidos con intervenciones militares humanitarias como los bombardeos en una ex Yugoslavia que se desangraba con enfrentamientos étnicos, y por guerras por el dominio de reservas energéticas como la que se hizo contra Iraq cuando esta nación invadió Kuwait.
El problema de fondo es que mientras se generaba ese vacío de poder que los Estados Unidos empezaban a llenar otros también lo llenaban. Los amigos de los norteamericanos en la guerra de Afganistán contra el ejército rojo, es decir los muyahidines financiados, armados y entrenados por Pakistán, Arabia Saudita y por Estados Unidos, barruntaron que si habían vencido a los soviéticos también podrían vencer a los norteamericanos. El peligro estaba ahí en forma de atentados contra personas e intereses norteamericanos pero no se les hizo suficiente caso.
Todo cambió tras el 11 de Septiembre de 2001 cuando la organización Alqaeda secuestro cuatro aviones y los lanzó sobre el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono. Este fue el momento aprovechado por los neoconservadores que estaban alrededor del presidente Bush para poner en marcha un plan ideado años antes. La idea siempre fue el mantener un enemigo exterior para unir al pueblo americano en una especie de misión universal para establecer la democracia alrededor del mundo. Como en el pasado el enemigo lo fue la Unión Soviética ahora lo sería el terrorismo internacional de cuño islámico y los países que le dieran soporte, bajo la denominación de Eje del Mal, integrado según la conveniencia del momento por Afganistán, Iraq, Irán, Corea del Norte, y el país que fuese necesario (*2). La guerra contra el terrorismo internacional golpeó el Afganistán de los talibanes porque acogía a miembros de Alqaeda, pero también fue la doctrina utilizada para deshacerse de un viejo enemigo: el Iraq de Sadam Husein. El que había sido un perfecto aliado de occidente frente al Irán chiita de Jomeini ahora se convertía en un perfecto enemigo que disponía de armas de destrucción masiva y mantenía lazos con el terrorismo internacional. De nada sirvieron las multitudinarias movilizaciones en contra de la guerra y la falta de una resolución ad hoc en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Iraq fue bombardeado y ocupado hasta nuestros días para imponer primero un gobierno colonial y después una democracia maleable para que Estados Unidos pudiera controlar las importantes reservas petrolíferas del país. El poder duro, nuevamente, había llevado a una nación, que en los momentos álgidos del panarabismo conoció un importante desarrollo tanto social como económico, a la era preindustrial. Las armas de destrucción masiva nunca se encontraron.
Sin embargo todo iba a cambiar de nuevo imprevistamente. La crisis financiera global que se inició en los Estados Unidos con las hipotecas subprime se llevo por delante a la administración Bush. Los republicanos perdieron las elecciones presidenciales frente a los demócratas y Barak Obama se convirtió en el primer presidente negro de Estados Unidos. Desde entonces el ejército americano sigue en Afganistán y en Iraq −no olvidemos tampoco la intervención aérea en Libia− pero no ha habido una nueva guerra. Barak Obama, aunque solo fuera de palabra, en un discurso en la universidad de El Cairo hizo un acercamiento al Islam y al mundo árabe. Entonces iba a pasar algo extraordinario.
En el 2011, tras la inmolación del joven tunecino Mohamed Bouazuzi, estalló la revuelta en todo el mundo árabe: Ben Alí se marcho de Túnez, Hosni Mubarak dejo el poder en Egipto, Muamar el Gadafi murió en manos de su pueblo tras una guerra civil y la zona de exclusión aérea en Libia que llevaron a cabo europeos y norteamericanos. En Yemen el presidente Ali Abdullah Saleh también tuvo que dejar el país. En Bahrein la revuelta fue barrida. Las protestas llegaron también, aunque débilmente, a Marruecos, Argelia y Jordania. Finalmente en Siria la revuelta terminó convirtiéndose en una desgarradora guerra civil. Baschar Al-Assad apoyado por Irán, Rusia y −tacitamente− China se mantiene en el poder desangrando a una oposición apoyada por Qatar, Arabia Saudita y −tacitamente− Estados Unidos. Esta convulsión en el mundo árabe puede que tuviera un inicio espontáneo pero se estaba gestando desde el desmoronamiento del panarabismo del que ahora tenemos ya el acta de defunción: el mismo que impulsó Nasser y trajo las independencias tras las descolonizaciones. El viejo sistema socialista se pudrió al mismo tiempo que se liberalizaba la economía y aumentaba la pobreza y la corrupción. Aquellos que durante el régimen de partido único fueron más contestatarios y reprimidos son las fuerzas que hoy gobiernan Túnez y Egipto.
¿Qué conclusiones podemos extraer de la revuelta árabe? La primera es que un pueblo −con más o menos hambre− se ha plantado ante toda una serie de gobiernos autocráticos y en algunos casos los ha hecho caer dando paso a regimenes democráticos. La segunda conclusión que podemos barruntar es que occidente esta vez ha dejado hacer −cuando no ha apoyado directamente− al pueblo árabe convirtiéndose en su aliado. Estados Unidos esta vez ya no es esa nación odiada por las masas en el mundo árabe, bien al contrario puede que sea amada, porque ha dejado caer regímenes leales como el egipcio y ha participado activamente militarmente en la destrucción de otros como el libio. La tercera conclusión es que afortunadamente Alqaeda ha quedado más desarticulada, y no lo ha sido por la vía militar si no por la ideológica: la revuelta árabe ha demostrado que los árabes musulmanes pueden ganar elecciones y pueden gobernar. Esta última argumentación tira por tierra tanto la doctrina de los neoconservadores norteamericanos como a la teoría de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones, en la que expone como Islam y democracia son incompatibles.
Pero un momento. Recapitulemos. Los neoconservadores y los islamistas cambiaron el mundo pero este ha terminado siendo de una manera diferente a lo que ellos esperaban. Mientras los estados que componen la Unión Europea permanecen sumidos en la crisis económica emergen nuevos estados con un alto crecimiento económico, como es el caso de China, La India y Brasil. Tampoco debemos olvidarnos del caso de Rusia, que dispone de importantes reservas en hidrocarburos y un ejército imponente. No habrá quién no considere que se han podido cumplir una serie de objetivos tanto para los islamistas, cuanto menos los moderados, que se han hecho el poder, como para los norteamericanos, que apoyando las revueltas, se han quitado de encima un regimenes ciertamente aliados pero incómodos, al tiempo que su imagen en el mundo árabe ha mejorado. Después de todo quizá nunca se habían ganado tantas batallas y reservas petrolíferas de golpe utilizando el poder blando, esta vez de Barak Obama.
Anotaciones:
(*1) En el mundo multipolar de los europeos la fuerza militar pasaba a segundo plano. Se puede decir que necesariamente porque los europeos no tienen un ejército en común sin no muchos y a años luz del norteamericano.
(*2) En algunos think tank neoconservadores como The Project for the New American Century (PNAC) antes del 11S se fue dibujando la senda a seguir.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Octubre 2012.
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