Votar o no votar sin miedo - por Francesc Sánchez

Sección de Opinión
Votar o no votar sin miedo
por Francesc Sánchez


El próximo 20 de Noviembre hay elecciones generales. Los grandes partidos políticos, tanto la derecha como la izquierda, prometen hacer lo que hasta ahora no han hecho, sacarnos de la crisis económica. Los partidos más modestos, también. Todos ellos ahora son defensores de un estado del bienestar que ya han empezado a desmantelar con sus recortes sociales, tanto a nivel nacional como autonómico. En el pasado –y no hace tanto de ello– los políticos prometían protegernos del terrorismo y ahora lo hacen de la crisis económica. Han olvidado que sus políticas por acción u omisión permitieron la expansión de un sistema económico especulativo sin límites aparentes, que en España tuvo su máxima expresión en la fiebre constructora. La crisis financiera global de la que los ciudadanos no somos responsables amenaza a toda Europa, asfixia a Grecia –a la que se la está chantajeando obligándola a aceptar las directrices de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional si quiere seguir recibiendo prestamos–, y se lleva gobiernos por delante, dando igual el color político*. La apuesta por la austeridad en las cuentas públicas se impone a otras formulas que los partidos de izquierdas apenas se atreven a plantear. La política económica nacional está subordinada a lo que se decida en el seno de la Unión Europea. En Europa mantenemos una unidad monetaria y de mercado pero no disponemos de una verdadera política económica que vaya más allá de los consabidos planes de ajuste a través de los recortes. ¿Pero quién controla la Unión Europea? En teoría cada estado que es miembro de la misma tiene poder de decisión pero a la práctica Francia y Alemania, gobernadas en estos momentos por la derecha, son las que marcan la agenda. Tanto Nicolas Sarkocy como Angela Merkel están haciendo la política que más favorece a los mercados: éstos que nos llevaron a la crisis financiera y que permanecen en el anonimato.

Frente a esto el ciudadano se haya en la disyuntiva de votar o abstenerse. Votar por un partido político es avalar el sistema. Es dar un voto de confianza a un sistema representativo que en nuestro nombre nos gobierna. Es la delegación al estado de parte de nuestra libertad a cambio de la seguridad colectiva. Es la aceptación de un estado de derecho que mantiene para todos la igualdad ante la ley. Es, en fin, el mantenimiento de una serie de derechos y libertades, que en Europa desde la Revolución Francesa, los pueblos han perseguido. O así al menos debería de ser. Pero hay otra interpretación: la de que la democracia liberal –y en ésta está incluida el estado del bienestar– vinó de la mano de grandes transformaciones económicas, de un proceso de industrialización que desde el final del siglo XVIII, sobre todo el siglo XIX, y hasta la actualidad necesitó de mano de obra cualificada y formada a la que ésta contentó finalmente con el sufragio universal y –ya en el siglo XX– con el estado del bienestar. Probablemente las dos teorías lleven parte de verdad y se complementen. El caso es que España forma parte de una Unión Europea que en el pasado ayudó a los países con la economía más débil pero que ahora en tiempos de crisis está apretando las tuercas a éstos mismos países. Por lo tanto en materia económica da igual quién gane las elecciones porque dependerá de las directrices de los que gobiernan la Unión Europea.

En otras cuestiones sí que hay diferencias. Hace falta tener memoria histórica de los hechos más significativos en este país que se dieron con la mayoría absoluta de la derecha. Simplemente mencionare tres: el desastre del petrolero Prestige, la guerra de Iraq y los atentados del 11 de Marzo. El gobierno de los socialistas se inició con la retirada de las tropas en Iraq, la aprobación de leyes sociales, como son la ley de la dependencia, la ley de violencia de género, la ley de matrimonios del mismo sexo, o la subida de las pensiones más bajas. Pero el gobierno socialista de Zapatero desde que se inició la crisis financiera a ojos de sus detractores lo ha hecho todo mal: primero por querer invertir dinero en obras públicas –una política claramente keynesiana que para la derecha significó un derroche de dinero–, y después por efectuar una serie de recortes sociales –acorde a la directivas de la Unión Europea que para los sectores de izquierdas también ha estado mal–, que han incluido la bajada de sueldo de a los funcionarios, la prolongación de la edad de jubilación hasta los 67 años, y la congelación de las pensiones. El acuerdo entre la derecha y la izquierda para reformar la Constitución incluyendo la estabilidad presupuestaria limitando la deuda pública pone el broche de oro a este relato.

En los debates televisados, tanto el Rubalcaba versus Rajoy, como el de cinco bandas emitidos por Televisión Española, los candidatos se han reprochado mutuamente lo mal que lo hacen sin presentar claramente una política económica alternativa que nos ayude a salir de la crisis. El único que propuso medidas de incentivación económica a través del estado para crear puestos de trabajo y terminar con los más de 5 millones de parados fue Gaspar Llamares. Pero ninguno se entretuvo en hablar apenas de la Unión Europea y de los mercados, los grandes protagonistas de esta función.

Hubo un momento en que los europeos decidieron unirse en un proyecto ilusionante que pretendía dejar atrás un pasado lleno de enfrentamientos bélicos y recelos mutuos, en donde el éxito y la prosperidad de la nación era entendido en función del fracaso y la debilidad del resto de naciones. En 1789 se tomó en Paris la Bastilla derribando el Antiguo Régimen, la revolución dio paso a una guerra europea en la que las monarquías absolutas querían hacer fracasar el proyecto francés. Napoleón llevó la guerra a toda Europa pero finalmente fue derrotado. En 1870 la guerra entre franceses y prusianos que perdieron los primeros fue el proceso por el que Bismarck creó la unidad alemana. Entre 1914 y 1918 los dos contendientes se batieron de nuevo, ésta vez en una guerra mundial, en donde se decidió un nuevo reparto colonial. Entre 1939 y 1945 se produjo la Segunda Guerra Mundial que fue una consecuencia directa de las cargas que Alemania tuvo que pagar al estado francés en el tratado de Versalles. El nazismo, en su enloquecido desarrollo, fue capaz de canalizar el descontento de los alemanes en un momento de crisis económica. Todo esto debería hacernos pensar. En sopesar lo negativo de la Unión Europea, pero también lo positivo.

¿Y el gran ausente en toda esta función? El movimiento obrero que en el pasado fue el catalizador del descontento a través de sus sindicatos y que hoy más allá de pequeñas protestas sectoriales nada hace. Han sido hasta ahora los jóvenes que hemos dado bien en llamar indignados los únicos que se han hecho oír. Y es esta juventud la que puede dar un giro a la situación yendo a votar o no sin miedo –¿será tan audaz como para organizarse a nivel europeo?– pero sobre todo siendo inconformista.

Anotaciones:

* Lo último ha sido la caída en Italia de Berlusconi y la de Papandreu en Grecia, en su lugar –y sin la celebración de elecciones– han puesto a hombres de más confianza para los mercados.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 12 Noviembre 2011.